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Caminando por la Ciudad: Martita la que murió de amor

En algún lugar, situado entre el infinito y el alto cielo, su amado la espera con los brazos abiertos para continuar su amor que no tiene límites ni final.

Invitado
08 de enero, 2022
Martita la que murió de amor. Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

Cuenta la historia de una mujer que murió por el amor al ser querido que la llenó de paz, felicidad y compañía perfecta en el tiempo exacto. Así fue la vida de Martita, o Marty, como le conocían todos los vecinos del barrio.

Ella fue muy famosa por trabajar cuidando niños, preparándoles su comida y llevándolos al parquecito, donde los vigilaba mientras jugaban a la pelota, o se la pasaban en los columpios, aros metálicos y resbaladeros gigantes.

Siempre llevaba una bolsa bien provista de panes con jamón y frijol, bebidas frías de ricos sabores, curitas por si alguno se raspa en el juego, suéter de lana cuando hace frío, bloqueador solar si hay mucho sol, gorro y sombrilla por si llueve y muchos besos, abrazos y palabras motivantes para cada uno de los niños.

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No le bastaba con darles tanto amor, también les daba consejos para cuando fueran grandes y se convirtieran en buenos creyentes y excelentes ciudadanos. Aunque cinco familias la contrataban para un día a la semana por niño, ella se comprometió a cuidar al grupo todos los días sin importar si sus papas le pagaron, y llegó a hacerse cargo de doce niños del barrio.

Todos los días ella se arreglaba y organizaba su bolsa de tela gruesa para llevar juguetes, medicamentos y golosinas, sabiendo que a los niños les encantan. Antes de salir le preparaba los alimentos a su amado, ese hombre que la hacía tan feliz y la complementaba de una manera perfecta y especial.

«No tiene mucho dinero, pero es millonario de caricias; no es tan alto, pero es grande de corazón; no es extranjero, pero ama como un francés; no tiene carro del año, pero tiene el mejor transporte hacia la felicidad; no tiene trofeos por deportista destacado, pero sí muchos niños que lo aman y lo respetan», decía.

Después de prepararle sus alimentos a su amado, Marty se alistaba para ir donde la señora que la ayudaba en la cocina, la limpieza y uno que otro consejo para el corazón.

Ambas se reían y compartían medio día juntas entre carcajadas y secretos culinarios, se preparaban para la llegada del nene y servirle su almuerzo, ver que realice sus tareas y cepillarse los dientes. Mientras, los niños se acumulaban afuera de la casa de la señora, sabiendo que se acercaba la hora de ir al parquecito de la avenida Centroamérica y 18 calle de la zona 1.

A Marty no le importaba si se colaban otros niños, ya que ella emanaba demasiado amor y los llevaba a todos en lote hacia el parquecito que alguna vez funcionó con piscinas, canchas de fut, básquet, mesas de cemento para jugar ping pong, aros metálicos, columpios, sube y bajas, minigranjita, con demasiados árboles que años después talaron para darle paso al modernismo gris. Ahí todos los niños corrían sin parar, se resbalaban, jugaban, gritaban a todo pulmón y se divertían como si fuera el último día del mundo.

Al llegar el guardián de las seis de la tarde, y tras correr atrás de algunos patojos que se escondían para que no los sacaran, Marty iba a entregarlos casa por casa y corría presurosa hacia su morada donde preparaba unos ricos frijoles sofritos con mucho apazote, huevos al gusto y café de jarrilla de peltre hervido a la brasa para esperar a su amado que llegaría cansado del trabajo, pero lleno de mucho amor para ella.

Eso sucedió día con día, mientras lo esperaba con la comida caliente tratando de olvidar que falleció en un accidente laboral, aferrándose a la idea de que sí iba a llegar y todo fue una horrible pesadilla. En algún lugar, situado entre el infinito y el alto cielo, su amado la espera con los brazos abiertos para continuar su amor que no tiene límites ni final. Sólo anhela que ese día llegue para fundirse en ese beso que le faltó dar la última vez que se vieron.

Caminando por la Ciudad: Martita la que murió de amor

En algún lugar, situado entre el infinito y el alto cielo, su amado la espera con los brazos abiertos para continuar su amor que no tiene límites ni final.

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08 de enero, 2022
Martita la que murió de amor. Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

Cuenta la historia de una mujer que murió por el amor al ser querido que la llenó de paz, felicidad y compañía perfecta en el tiempo exacto. Así fue la vida de Martita, o Marty, como le conocían todos los vecinos del barrio.

Ella fue muy famosa por trabajar cuidando niños, preparándoles su comida y llevándolos al parquecito, donde los vigilaba mientras jugaban a la pelota, o se la pasaban en los columpios, aros metálicos y resbaladeros gigantes.

Siempre llevaba una bolsa bien provista de panes con jamón y frijol, bebidas frías de ricos sabores, curitas por si alguno se raspa en el juego, suéter de lana cuando hace frío, bloqueador solar si hay mucho sol, gorro y sombrilla por si llueve y muchos besos, abrazos y palabras motivantes para cada uno de los niños.

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No le bastaba con darles tanto amor, también les daba consejos para cuando fueran grandes y se convirtieran en buenos creyentes y excelentes ciudadanos. Aunque cinco familias la contrataban para un día a la semana por niño, ella se comprometió a cuidar al grupo todos los días sin importar si sus papas le pagaron, y llegó a hacerse cargo de doce niños del barrio.

Todos los días ella se arreglaba y organizaba su bolsa de tela gruesa para llevar juguetes, medicamentos y golosinas, sabiendo que a los niños les encantan. Antes de salir le preparaba los alimentos a su amado, ese hombre que la hacía tan feliz y la complementaba de una manera perfecta y especial.

«No tiene mucho dinero, pero es millonario de caricias; no es tan alto, pero es grande de corazón; no es extranjero, pero ama como un francés; no tiene carro del año, pero tiene el mejor transporte hacia la felicidad; no tiene trofeos por deportista destacado, pero sí muchos niños que lo aman y lo respetan», decía.

Después de prepararle sus alimentos a su amado, Marty se alistaba para ir donde la señora que la ayudaba en la cocina, la limpieza y uno que otro consejo para el corazón.

Ambas se reían y compartían medio día juntas entre carcajadas y secretos culinarios, se preparaban para la llegada del nene y servirle su almuerzo, ver que realice sus tareas y cepillarse los dientes. Mientras, los niños se acumulaban afuera de la casa de la señora, sabiendo que se acercaba la hora de ir al parquecito de la avenida Centroamérica y 18 calle de la zona 1.

A Marty no le importaba si se colaban otros niños, ya que ella emanaba demasiado amor y los llevaba a todos en lote hacia el parquecito que alguna vez funcionó con piscinas, canchas de fut, básquet, mesas de cemento para jugar ping pong, aros metálicos, columpios, sube y bajas, minigranjita, con demasiados árboles que años después talaron para darle paso al modernismo gris. Ahí todos los niños corrían sin parar, se resbalaban, jugaban, gritaban a todo pulmón y se divertían como si fuera el último día del mundo.

Al llegar el guardián de las seis de la tarde, y tras correr atrás de algunos patojos que se escondían para que no los sacaran, Marty iba a entregarlos casa por casa y corría presurosa hacia su morada donde preparaba unos ricos frijoles sofritos con mucho apazote, huevos al gusto y café de jarrilla de peltre hervido a la brasa para esperar a su amado que llegaría cansado del trabajo, pero lleno de mucho amor para ella.

Eso sucedió día con día, mientras lo esperaba con la comida caliente tratando de olvidar que falleció en un accidente laboral, aferrándose a la idea de que sí iba a llegar y todo fue una horrible pesadilla. En algún lugar, situado entre el infinito y el alto cielo, su amado la espera con los brazos abiertos para continuar su amor que no tiene límites ni final. Sólo anhela que ese día llegue para fundirse en ese beso que le faltó dar la última vez que se vieron.