Supongo que más de un papá con sus hijos fue a ver ayer la película Spider-Man: a través del Spider-verso, donde se relatan las aventuras del adolescente Miles Morales como el portador de la máscara del trepamuros en el distrito de Brooklyn situado en la Tierra-1610.

Aparte de especular con la existencia de mundos paralelos, donde existen réplicas casi exactas de cada ser humano, la película retrata los silencios que Miles Morales y la Gwen Stacy de la Tierra-65 guardan ante los suyos. Hacen todo lo que pueden para justificar sus faltas a clase y sus llegadas tarde a los compromisos familiares.

Sin proponérselo, acaban en bandos opuestos: los papás son policías, cumplen con su deber, les ordenan que pongan las manos donde puedan verlos si los sorprenden. Los jóvenes superhéroes no quieren exponerlos si les revelan sus identidades, aceptan los encierros que les imponen, se comprometen a ser mejores estudiantes. Aún cuando desean confesarles la verdad, se guardan las palabras.

No pretendo moralizar, tampoco sermonear, pero mucho ha costado desmontar las barreras que separaban a los padres de los hijos. Todavía me encuentro con gente mayor que recuerda el carácter hosco de sus progenitores, poco dados a los abrazos y las caricias. Y no hablemos de los cinchazos, los tirones de pelo, incluso las patadas que recibieron como castigo.

Algo fue cambiando conforme la educación se recibió más allá de tercero primaria. Entablaron cercanía con los hijos, se involucraron en la crianza, les dedicaron su tiempo libre.

Con los matrimonios separados de hoy, salvo que les veden la cercanía, aprovechan las horas que les permiten tenerlos cerca. Y si están juntos y comparten las mismas aficiones, seguro encontraron nuevas lecturas para disfrutar de los cruces de un mundo a otro del Spider-verso.