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Historias Urbanas: Se me olvidó el celular

Así que olvidar el teléfono en casa, como me sucedió el viernes de la semana pasada, me alteró el orden. Me quedé sin la certeza de qué horas eran; tuve que fijarme en qué momento pegaba más recio el sol para suponer que era el mediodía

Luis Gonzalez
23 de enero, 2022
Se me olvidó el celular. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.
 

Allá por 1992, Los Tigres del Norte dedicaron una de sus canciones a la última novedad en aparatos telefónicos: el celular. Entonces era un objeto caro, del tamaño de un control remoto, al alcance de un puñado de personas, convertido en objeto de deseo para presumir ante los amigos y las mujeres anheladas:

Yo lo traigo de noche y de día

Porque me da personalidad

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Me sirve tan solo para apantallar

Con los años perdió tamaño, llegó a semejarse a un grano de frijol. Cierto día se pudo escribir al tacto en la pantalla, obtuvo la conexión a la red mundial y sus precios lo colocaron al alcance de casi todos los bolsillos: hoy le delegamos todas las funciones que tuvieron las agendas, los telegramas, los álbumes de fotos, el reloj de pulsera y nuestro conocimiento de las cuatro operaciones básicas para hacer cuentas.

Al margen de la dependencia que crea, es inevitable tenerlo a la mano para enterarse del acontecer mundial (el nuevo duelo que amenazan con librar los Estados Unidos y Rusia a costa de las vidas de los ucranianos), comprobar si tenemos que salir con suéter o aplicarnos bloqueador solar, y avisar que llegaremos con retraso a la cita pactada a las nueve de la mañana porque las carreteras amanecieron bloqueadas.

Así que olvidarlo en casa, como me sucedió el viernes de la semana pasada, me alteró el orden. Me quedé sin la certeza de qué horas eran; tuve que fijarme en qué momento pegaba más recio el sol para suponer que era el mediodía. También reduje el tiempo previsto para hacer mis mandados, no quise que el tráfico del atardecer me retrasara el regreso a casa. Menos mal que no me había puesto de acuerdo con alguien para juntarnos en el centro o en plaza Fontabella a tal hora en punto; le habría quedado mal.

También confieso que me dio cierta aprensión: se sabe de ladrones que balean o golpean a la gente si no andan con su celular para robárselo. Así que me tocó estar más atento que de costumbre a todo aquel que anduviera a pie, en carro o en moto. Nunca se sabe de dónde pueden venir los sustos.

 

Historias Urbanas: Se me olvidó el celular

Así que olvidar el teléfono en casa, como me sucedió el viernes de la semana pasada, me alteró el orden. Me quedé sin la certeza de qué horas eran; tuve que fijarme en qué momento pegaba más recio el sol para suponer que era el mediodía

Luis Gonzalez
23 de enero, 2022
Se me olvidó el celular. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.
 

Allá por 1992, Los Tigres del Norte dedicaron una de sus canciones a la última novedad en aparatos telefónicos: el celular. Entonces era un objeto caro, del tamaño de un control remoto, al alcance de un puñado de personas, convertido en objeto de deseo para presumir ante los amigos y las mujeres anheladas:

Yo lo traigo de noche y de día

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Con los años perdió tamaño, llegó a semejarse a un grano de frijol. Cierto día se pudo escribir al tacto en la pantalla, obtuvo la conexión a la red mundial y sus precios lo colocaron al alcance de casi todos los bolsillos: hoy le delegamos todas las funciones que tuvieron las agendas, los telegramas, los álbumes de fotos, el reloj de pulsera y nuestro conocimiento de las cuatro operaciones básicas para hacer cuentas.

Al margen de la dependencia que crea, es inevitable tenerlo a la mano para enterarse del acontecer mundial (el nuevo duelo que amenazan con librar los Estados Unidos y Rusia a costa de las vidas de los ucranianos), comprobar si tenemos que salir con suéter o aplicarnos bloqueador solar, y avisar que llegaremos con retraso a la cita pactada a las nueve de la mañana porque las carreteras amanecieron bloqueadas.

Así que olvidarlo en casa, como me sucedió el viernes de la semana pasada, me alteró el orden. Me quedé sin la certeza de qué horas eran; tuve que fijarme en qué momento pegaba más recio el sol para suponer que era el mediodía. También reduje el tiempo previsto para hacer mis mandados, no quise que el tráfico del atardecer me retrasara el regreso a casa. Menos mal que no me había puesto de acuerdo con alguien para juntarnos en el centro o en plaza Fontabella a tal hora en punto; le habría quedado mal.

También confieso que me dio cierta aprensión: se sabe de ladrones que balean o golpean a la gente si no andan con su celular para robárselo. Así que me tocó estar más atento que de costumbre a todo aquel que anduviera a pie, en carro o en moto. Nunca se sabe de dónde pueden venir los sustos.