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Centroamérica necesita inversión, no intervencionismo

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República
14 de marzo, 2024

El martes 12, el expresidente Donald Trump sobrepasó el número de delegados necesarios –1,215– para conseguir la nominación por el Partido Republicano, colocándolo en la posición que solamente cinco expresidentes estadounidenses han tenido en los 247 años de su historia: intentar reelegirse no consecutivamente; solo Grover Cleveland logró recuperar la presidencia.

Si Trump logra emular a Cleveland está por verse; lo que se puede decir es que la mayoría de las mediciones lo colocan en una muy buena posición para hacerlo. Aunque la diferencia de edad entre Biden y Trump es de tan solo cuatro años, el actual presidente se ve –y se comporta– ostensiblemente mayor. Ese es un asunto con mucho peso en la elección, pero el más importante es la inmigración, sobre la cual Biden y los demócratas son percibidos como laxos.

Adicionalmente, el discurso de Biden no emociona, como sí lo hace el de Trump. Se puede discutir sobre el contenido de los discursos, pero no sobre su efecto; usualmente el voto –sobre todo en el continente americano– suele ser emotivo, más que reflexivo.  

Una segunda presidencia de Trump tendría claros efectos en la región, por decirlo ligeramente. Para empezar, la actitud blandengue que ha tenido la administración Biden por la dictadura venezolana sería reemplazada por una posición tajante, a pesar de que podría afectar intereses de compañías petroleras estadounidenses.  

Respecto a Centroamérica, durante su primera administración, Trump dejó claro qué espera de nuestros países: que detengamos la migración y el flujo de drogas hacia aquel país. No le importa cómo, ni con qué recursos. En tanto y cuanto se atiendan sus deseos, la relación será cordial.  

Algo que cambiará –quién sabe si para bien– es que durante su primer período no tuvo un verdadero control del Ejecutivo. El estamento republicano sirvió “a su placer”, según la expresión aplicable en EE. UU. Eso conllevó que muchas veces sus instrucciones no fuesen ejecutadas en el tiempo y modo que él quería. Eso no pasará una segunda vez.

Ahora, el equipo cercano de Trump ha realizado un scouting de posibles futuros miembros del gabinete para “fidelizarlos”, esto es, que le hagan caso a pie juntillas. Por el contrario, la tecnocracia compuesta por funcionarios de carrera, que no ejecuten sus instrucciones o que muestren disenso, serán apartados. Si no es posible debido a normas laborales, lo más seguro es que sean colocados en puestos intrascendentes y sin poder.

Figuras como la de Trump han florecido en un mundo en el que los resultados pesan más que el estricto apego a las normas. Como en todo, eso será aplaudido por algunos y criticado por otros; habrá ganadores y perdedores.  

Al final, lo que nuestros países necesitan de EE. UU. es apertura comercial, no dádivas; inversión, jamás intervencionismo.

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Centroamérica necesita inversión, no intervencionismo

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República
14 de marzo, 2024

El martes 12, el expresidente Donald Trump sobrepasó el número de delegados necesarios –1,215– para conseguir la nominación por el Partido Republicano, colocándolo en la posición que solamente cinco expresidentes estadounidenses han tenido en los 247 años de su historia: intentar reelegirse no consecutivamente; solo Grover Cleveland logró recuperar la presidencia.

Si Trump logra emular a Cleveland está por verse; lo que se puede decir es que la mayoría de las mediciones lo colocan en una muy buena posición para hacerlo. Aunque la diferencia de edad entre Biden y Trump es de tan solo cuatro años, el actual presidente se ve –y se comporta– ostensiblemente mayor. Ese es un asunto con mucho peso en la elección, pero el más importante es la inmigración, sobre la cual Biden y los demócratas son percibidos como laxos.

Adicionalmente, el discurso de Biden no emociona, como sí lo hace el de Trump. Se puede discutir sobre el contenido de los discursos, pero no sobre su efecto; usualmente el voto –sobre todo en el continente americano– suele ser emotivo, más que reflexivo.  

Una segunda presidencia de Trump tendría claros efectos en la región, por decirlo ligeramente. Para empezar, la actitud blandengue que ha tenido la administración Biden por la dictadura venezolana sería reemplazada por una posición tajante, a pesar de que podría afectar intereses de compañías petroleras estadounidenses.  

Respecto a Centroamérica, durante su primera administración, Trump dejó claro qué espera de nuestros países: que detengamos la migración y el flujo de drogas hacia aquel país. No le importa cómo, ni con qué recursos. En tanto y cuanto se atiendan sus deseos, la relación será cordial.  

Algo que cambiará –quién sabe si para bien– es que durante su primer período no tuvo un verdadero control del Ejecutivo. El estamento republicano sirvió “a su placer”, según la expresión aplicable en EE. UU. Eso conllevó que muchas veces sus instrucciones no fuesen ejecutadas en el tiempo y modo que él quería. Eso no pasará una segunda vez.

Ahora, el equipo cercano de Trump ha realizado un scouting de posibles futuros miembros del gabinete para “fidelizarlos”, esto es, que le hagan caso a pie juntillas. Por el contrario, la tecnocracia compuesta por funcionarios de carrera, que no ejecuten sus instrucciones o que muestren disenso, serán apartados. Si no es posible debido a normas laborales, lo más seguro es que sean colocados en puestos intrascendentes y sin poder.

Figuras como la de Trump han florecido en un mundo en el que los resultados pesan más que el estricto apego a las normas. Como en todo, eso será aplaudido por algunos y criticado por otros; habrá ganadores y perdedores.  

Al final, lo que nuestros países necesitan de EE. UU. es apertura comercial, no dádivas; inversión, jamás intervencionismo.