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¿Blando o duro?

Redacción República
10 de abril, 2014

El dinero entregado por el gobierno de Taiwán al expresidente Portillo ha levantado voces y ampollas. No es para menos. Que un país ofrezca dinero a un mandatario y que este se lo quede (fuese o no para él) es una embestida contra cualquier principio de ética. No estuvo bien, ni por parte de unos (encarcelados en Taipéi) ni por otro (juzgado en USA). Llama también la atención que muchos de los ofendidos se quedan con la vista en la nariz y no ven -o no quieren ver- más allá, por muy pinochesca que aquella sea. 

La cooperación internacional suele ser el soft power utilizado por las potencias que pueden y disponen de dinero. Cuando hace un par de años se emitió un reportaje televisado cuestionando el dinero que Suecia entregaba a ciertas organizaciones -y cómo se utilizaba para promover actividades no siempre lícitas- los/las beneficiarios/as de esas remesas publicitaron abiertamente su histerismo pero reconocieron en prensa que de lo recibido “el 25 por ciento […] fueron gastos operativos dentro de normas fiscales y legales del país”, sutileza semántica que significa que se quedaban con una sustanciosa tajada. Cantidades que ni usted ni yo ganamos honradamente en mucho tiempo. 
Si visita la web de la embajada nórdica verá a quienes dona su dinero: CICIG, INGEP, ICEFI, FLACSO, CATIE y, en años anteriores: SEDEM, CALDH, ODHAG, Función sobrevivientes, Comisión Internacional de Juristas, etc. Haga idéntico ejercicio con otros países y comprobará lo “buenos y dadivosos” que son algunos Estados. Si chequea esas organizaciones que “dan su vida” por la ecología, el medio ambiente, las que “defienden” derechos indígenas o tierras y las que condenan hidroeléctricas o mineras, comprobará que son parte de la triangulación de dinero de gobiernos que ejercen su soft power (¿o será hard power?) a través de grupos de manipuladores de la sociedad civil. Salvo que tenga muy estrecho el concepto de ética, ¿cuál es la diferencia? 
Los gobiernos y organizaciones que pueden -y les dejan- se inmiscuyen en la política nacional porque es parte de su política exterior o sirve sus fines. Algunos apoyos son nobles, pero la mayoría tienen una reversión directa o indirecta en sus particulares intereses. Pensar que países europeos o americanos que no tienen solucionados su problemas de pobreza, desarrollo o violencia, -o que como Suecia durante 100 años marginaron, esterilizaron o persiguieron a gitanos en Europa (elPaís 28 marzo)- regalan dinero para que estemos mejor, es la más leve de las consecuencias de ingerir mariguana en elevadas dosis o hacer vida monacal y ascética. Eso es el ejercicio del poder duro a través de la política exterior, más evidente y directo en ciertas ocasiones como la proyección ideología que hace Venezuela comprando con petróleo a ciertos países o la de Cuba, por medio de esa engañosa ayuda médica que pagamos a precio de oro, para mantener la dictadura en la isla. 
No solo es dinero, son medallas, reconocimientos, premios Nobel, doctorados honoris causa, homenajes, becas universitarias, declaraciones, intromisión consentida de embajadores y un largo etcétera. Lo único que Taiwán hizo diferente fue ser directo, algo que “ofende” a nuestra cultura occidental, más hipócrita y camuflada. Ellos luchaban por su supervivencia que es un motivo noble y justificativo pero, ¿cuál será el de ciertos países embaucadores que camuflan sus aportes? ¡Si alguna vez hay que hacerlo, prefiero ser taiwanés, más claro, menos fingido, más directo! 
www.miradorprensa.blogspot.com

¿Blando o duro?

Redacción República
10 de abril, 2014

El dinero entregado por el gobierno de Taiwán al expresidente Portillo ha levantado voces y ampollas. No es para menos. Que un país ofrezca dinero a un mandatario y que este se lo quede (fuese o no para él) es una embestida contra cualquier principio de ética. No estuvo bien, ni por parte de unos (encarcelados en Taipéi) ni por otro (juzgado en USA). Llama también la atención que muchos de los ofendidos se quedan con la vista en la nariz y no ven -o no quieren ver- más allá, por muy pinochesca que aquella sea. 

La cooperación internacional suele ser el soft power utilizado por las potencias que pueden y disponen de dinero. Cuando hace un par de años se emitió un reportaje televisado cuestionando el dinero que Suecia entregaba a ciertas organizaciones -y cómo se utilizaba para promover actividades no siempre lícitas- los/las beneficiarios/as de esas remesas publicitaron abiertamente su histerismo pero reconocieron en prensa que de lo recibido “el 25 por ciento […] fueron gastos operativos dentro de normas fiscales y legales del país”, sutileza semántica que significa que se quedaban con una sustanciosa tajada. Cantidades que ni usted ni yo ganamos honradamente en mucho tiempo. 
Si visita la web de la embajada nórdica verá a quienes dona su dinero: CICIG, INGEP, ICEFI, FLACSO, CATIE y, en años anteriores: SEDEM, CALDH, ODHAG, Función sobrevivientes, Comisión Internacional de Juristas, etc. Haga idéntico ejercicio con otros países y comprobará lo “buenos y dadivosos” que son algunos Estados. Si chequea esas organizaciones que “dan su vida” por la ecología, el medio ambiente, las que “defienden” derechos indígenas o tierras y las que condenan hidroeléctricas o mineras, comprobará que son parte de la triangulación de dinero de gobiernos que ejercen su soft power (¿o será hard power?) a través de grupos de manipuladores de la sociedad civil. Salvo que tenga muy estrecho el concepto de ética, ¿cuál es la diferencia? 
Los gobiernos y organizaciones que pueden -y les dejan- se inmiscuyen en la política nacional porque es parte de su política exterior o sirve sus fines. Algunos apoyos son nobles, pero la mayoría tienen una reversión directa o indirecta en sus particulares intereses. Pensar que países europeos o americanos que no tienen solucionados su problemas de pobreza, desarrollo o violencia, -o que como Suecia durante 100 años marginaron, esterilizaron o persiguieron a gitanos en Europa (elPaís 28 marzo)- regalan dinero para que estemos mejor, es la más leve de las consecuencias de ingerir mariguana en elevadas dosis o hacer vida monacal y ascética. Eso es el ejercicio del poder duro a través de la política exterior, más evidente y directo en ciertas ocasiones como la proyección ideología que hace Venezuela comprando con petróleo a ciertos países o la de Cuba, por medio de esa engañosa ayuda médica que pagamos a precio de oro, para mantener la dictadura en la isla. 
No solo es dinero, son medallas, reconocimientos, premios Nobel, doctorados honoris causa, homenajes, becas universitarias, declaraciones, intromisión consentida de embajadores y un largo etcétera. Lo único que Taiwán hizo diferente fue ser directo, algo que “ofende” a nuestra cultura occidental, más hipócrita y camuflada. Ellos luchaban por su supervivencia que es un motivo noble y justificativo pero, ¿cuál será el de ciertos países embaucadores que camuflan sus aportes? ¡Si alguna vez hay que hacerlo, prefiero ser taiwanés, más claro, menos fingido, más directo! 
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