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Musulmanes, árabes y terroristas.

Redacción
15 de enero, 2015

Tras el atentado terrorista contra la sede del semanario satírico francés Charlie Hebdo, junto a las condenas por los crímenes, se han venido sucediendo, entre otras, dos tendencias de opinión ciertamente discutibles (algunas expresadas en este mismo diario digital).

La primera, la que mete en el mismo saco a cualquier seguidor del profeta Mahoma, como si el hecho de que los asesinos de París fueran musulmanes condena por igual a toda la comunidad islámica.

La segunda, la que busca responsabilidades lejanas sin pararse a reflexionar sobre la responsabilidad máxima de los terroristas.

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Quisiera hablar del primero de los problemas. El de los reduccionistas que consideran que todos los musulmanes son terroristas en potencia.

Sobre todo, porque la mayoría de los musulmanes no son integristas, ni radicales, ni anticivilización, ni ninguna de las lacras que queramos ponerles. Una tercera parte de los musulmanes de este mundo viven en tres países, Indonesia, India y Bangla Desh, que sí han sufrido el azote de los integristas islámicos. Pero, ¿recuerdan a algún indonesio, indio o bengalí en los ataques de Nueva York, Madrid, Londres o París? (Por cierto, sólo el 4% de los musulmanes del mundo son árabes y, en los atentados de Nueva York, 15 de los 19 terroristas eran árabes)

El Islam es una religión retrógrada cuando sus practicantes son retrógrados. Como el cristianismo, el judaísmo, el budismo o cuando los libertarios ven su forma de pensar como un dogma de fe y no como una filosofía de vida. Es posible que cuanto más libre sea una persona, menos sienta la necesidad de un ser divino, pero ha habido que caminar mucho para que la gente se desprenda de Dios y tipos como Thomas Jefferson o Benjamin Franklin no se atrevieron a dar el paso al ateísmo, sin que por eso podamos calificarlos automáticamente de retrógrados.

Tuve ocasión de conocer, cuando viví en Jerusalén, a gente como Mohammed, que guardaba en su computadora vídeos de ataques suicidas con los que se deleitaba. De partida, Mohammed era un tipo educado, vestido con jeans, que se esforzaba por hablar en inglés y que no tenía problemas de trabajar bajo las órdenes de mujeres occidentales. Sin embargo, en cuanto intimabas con él, te hablaba de la Yihad y la necesidad de acabar con sus enemigos (israelíes, infieles o, sencillamente, musulmanes tibios). Posiblemente, para muchos, Mohammed es el ejemplo del verdadero musulmán. Tan taimado que se escondía hasta dar su golpe brutal. No, no es posible “civilizar” a un musulmán.

Pero también traté con gente como Aziz. Vestía con chilaba, recitaba sus oraciones en árabe y no soportaba a su jefa occidental, bien es cierto que no porque fuera mujer, sino porque era una cretina. Pero Aziz hablaba de encuentro, de entendimiento, de respeto al otro. Aziz es un problema (era, se lo llevó el cáncer). Un tipo de bien como él no vendería periódicos. Rompe el molde (¿o es la verdadera mayoría?) porque preferimos a los malos realmente malvados que a aquellos que nos hacen ver que no somos tan diferentes.

Y es que no somos tan diferentes. Es más, podemos encontrarnos reunidos en unos pocos grupos. Por ejemplo, a un lado estamos los que creemos en el diálogo, el acuerdo, ojo, sin caer en la sumisión a la “diferencia” cultural, sino explicando nuestro modelo de libertad, por qué estamos convencidos de que es el mejor y por qué nos oponemos a los partidarios del totalitarismo.

Y a otro lado están los terroristas, los que niegan los derechos a los otros, pero también los que homogenizan. Los que condenan a todo un grupo (grupo formado en sus mentes estrechas), porque uno de sus miembros actuó mal.

Es cierto que hay, afortunadamente, una gradación entre los excluyentes que piensan que lo saben todo y los asesinos, que no piensan nada. Como hay una gradación entre los dialogantes, desde los que aceptan todo de forma estoica, a los que reivindican y pelean su modelo de vida, pero sin coaccionar a los demás.

No me gustaría ser musulmán, sencillamente, porque no soy creyente. En esencia, porque considero que creer en Dios es querer que otro sea responsable de tu vida y no tú mismo. Pero el hecho de que abiertamente sé que no quiero ser musulmán no me lleva a descalificar a todos los mahometanos en su conjunto. De hacerlo, estaría entrando en el juego de intransigencia de tipos como los asesinos de París.

Musulmanes, árabes y terroristas.

Redacción
15 de enero, 2015

Tras el atentado terrorista contra la sede del semanario satírico francés Charlie Hebdo, junto a las condenas por los crímenes, se han venido sucediendo, entre otras, dos tendencias de opinión ciertamente discutibles (algunas expresadas en este mismo diario digital).

La primera, la que mete en el mismo saco a cualquier seguidor del profeta Mahoma, como si el hecho de que los asesinos de París fueran musulmanes condena por igual a toda la comunidad islámica.

La segunda, la que busca responsabilidades lejanas sin pararse a reflexionar sobre la responsabilidad máxima de los terroristas.

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Quisiera hablar del primero de los problemas. El de los reduccionistas que consideran que todos los musulmanes son terroristas en potencia.

Sobre todo, porque la mayoría de los musulmanes no son integristas, ni radicales, ni anticivilización, ni ninguna de las lacras que queramos ponerles. Una tercera parte de los musulmanes de este mundo viven en tres países, Indonesia, India y Bangla Desh, que sí han sufrido el azote de los integristas islámicos. Pero, ¿recuerdan a algún indonesio, indio o bengalí en los ataques de Nueva York, Madrid, Londres o París? (Por cierto, sólo el 4% de los musulmanes del mundo son árabes y, en los atentados de Nueva York, 15 de los 19 terroristas eran árabes)

El Islam es una religión retrógrada cuando sus practicantes son retrógrados. Como el cristianismo, el judaísmo, el budismo o cuando los libertarios ven su forma de pensar como un dogma de fe y no como una filosofía de vida. Es posible que cuanto más libre sea una persona, menos sienta la necesidad de un ser divino, pero ha habido que caminar mucho para que la gente se desprenda de Dios y tipos como Thomas Jefferson o Benjamin Franklin no se atrevieron a dar el paso al ateísmo, sin que por eso podamos calificarlos automáticamente de retrógrados.

Tuve ocasión de conocer, cuando viví en Jerusalén, a gente como Mohammed, que guardaba en su computadora vídeos de ataques suicidas con los que se deleitaba. De partida, Mohammed era un tipo educado, vestido con jeans, que se esforzaba por hablar en inglés y que no tenía problemas de trabajar bajo las órdenes de mujeres occidentales. Sin embargo, en cuanto intimabas con él, te hablaba de la Yihad y la necesidad de acabar con sus enemigos (israelíes, infieles o, sencillamente, musulmanes tibios). Posiblemente, para muchos, Mohammed es el ejemplo del verdadero musulmán. Tan taimado que se escondía hasta dar su golpe brutal. No, no es posible “civilizar” a un musulmán.

Pero también traté con gente como Aziz. Vestía con chilaba, recitaba sus oraciones en árabe y no soportaba a su jefa occidental, bien es cierto que no porque fuera mujer, sino porque era una cretina. Pero Aziz hablaba de encuentro, de entendimiento, de respeto al otro. Aziz es un problema (era, se lo llevó el cáncer). Un tipo de bien como él no vendería periódicos. Rompe el molde (¿o es la verdadera mayoría?) porque preferimos a los malos realmente malvados que a aquellos que nos hacen ver que no somos tan diferentes.

Y es que no somos tan diferentes. Es más, podemos encontrarnos reunidos en unos pocos grupos. Por ejemplo, a un lado estamos los que creemos en el diálogo, el acuerdo, ojo, sin caer en la sumisión a la “diferencia” cultural, sino explicando nuestro modelo de libertad, por qué estamos convencidos de que es el mejor y por qué nos oponemos a los partidarios del totalitarismo.

Y a otro lado están los terroristas, los que niegan los derechos a los otros, pero también los que homogenizan. Los que condenan a todo un grupo (grupo formado en sus mentes estrechas), porque uno de sus miembros actuó mal.

Es cierto que hay, afortunadamente, una gradación entre los excluyentes que piensan que lo saben todo y los asesinos, que no piensan nada. Como hay una gradación entre los dialogantes, desde los que aceptan todo de forma estoica, a los que reivindican y pelean su modelo de vida, pero sin coaccionar a los demás.

No me gustaría ser musulmán, sencillamente, porque no soy creyente. En esencia, porque considero que creer en Dios es querer que otro sea responsable de tu vida y no tú mismo. Pero el hecho de que abiertamente sé que no quiero ser musulmán no me lleva a descalificar a todos los mahometanos en su conjunto. De hacerlo, estaría entrando en el juego de intransigencia de tipos como los asesinos de París.