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Miedo o ignorancia

Redacción
12 de febrero, 2015

La muerte del piloto jordano Moaz al Kasasbeh a manos del Estado Islámico (EI) ha venido a recordarnos, cruelmente, que las víctimas de los integristas islámicos pueden ser tanto musulmanes, como no musulmanes.

Es más, la reacción del rey Abdalá II, anunciando que intensificará la acción del ejército de Jordania contra el EI, viene a ratificar la idea de que entre los seguidores de Mahoma, no todos tienen la intención de acabar con la cultura occidental e imponer la sharía por doquier.

Con cierta regularidad, nuestros correos personales son asaltados por presentaciones de PowerPoint que anuncian un futuro apocalíptico, cuando los musulmanes, gracias a su capacidad reproductiva, ocupen el mundo, comenzando por Europa.

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Este tipo de presentaciones, en realidad, presentan dos problemas: una pobre valoración de los seres humanos, considerando que somos seres predestinados a ser borregos alienados; una clara dosis de racismo, al pensar que todas las personas son exactamente iguales (y, en este caso, descerebradas) por profesar la misma fe. He conocido cristianos encantadores y auténticos canallas. Entre mis amigos, tengo musulmanes, judíos, hindúes y budistas que son educados y generosos, y conocidos de esas fes que se portan como auténticos cafres.

Personalmente, no tengo necesidad de seguir ningún credo y considero que al mundo le iría mejor sin las religiones, que no dejan de ser más que respuestas irracionales a un mundo racional. Pero desde el momento que hay seres humanos que sí tienen esa necesidad, he de aprender a respetarlos. Por supuesto, siempre que ellos me respeten a mí y no traten de imponerme sus creencias.

Hemos decidido concederles a los integristas musulmanes el carácter de enemigos acérrimos de la humanidad. Es decir, justificar cualquier acción de que los Estados lleven a cabo en contra de nuestra libertad a cambio de que nos ofrezcan mayor seguridad contra los malos malísimos. Tras la caída del muro de Berlín, ya no había comunistas que fueran a terminar con el mundo occidental. De repente, éramos demasiado libres. De modo que hubo que buscar otro enemigo invencible. Ahora son los islamistas.

Lo curioso es que el régimen soviético se hundió por sí solo, de la misma manera que los radicales musulmanes dejarán de hacer ruido cuando se acaba el chollo del petróleo. En ningún caso, la civilización occidental está en peligro por ninguno de estos males apocalípticos. Por supuesto que hacen daño, que matan a la gente de Charlie Hebdo o a los trabajadores de los trenes de Atocha en Madrid. Pero, afortunadamente, los integristas son minoría. Una minoría que debería ser aún más pequeña a fuerza de identificarles y marginarles.

Flaco favor nos hacemos cuando decidimos que son mayoría, demostrando más que nuestro miedo, nuestra profunda ignorancia.

Miedo o ignorancia

Redacción
12 de febrero, 2015

La muerte del piloto jordano Moaz al Kasasbeh a manos del Estado Islámico (EI) ha venido a recordarnos, cruelmente, que las víctimas de los integristas islámicos pueden ser tanto musulmanes, como no musulmanes.

Es más, la reacción del rey Abdalá II, anunciando que intensificará la acción del ejército de Jordania contra el EI, viene a ratificar la idea de que entre los seguidores de Mahoma, no todos tienen la intención de acabar con la cultura occidental e imponer la sharía por doquier.

Con cierta regularidad, nuestros correos personales son asaltados por presentaciones de PowerPoint que anuncian un futuro apocalíptico, cuando los musulmanes, gracias a su capacidad reproductiva, ocupen el mundo, comenzando por Europa.

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Este tipo de presentaciones, en realidad, presentan dos problemas: una pobre valoración de los seres humanos, considerando que somos seres predestinados a ser borregos alienados; una clara dosis de racismo, al pensar que todas las personas son exactamente iguales (y, en este caso, descerebradas) por profesar la misma fe. He conocido cristianos encantadores y auténticos canallas. Entre mis amigos, tengo musulmanes, judíos, hindúes y budistas que son educados y generosos, y conocidos de esas fes que se portan como auténticos cafres.

Personalmente, no tengo necesidad de seguir ningún credo y considero que al mundo le iría mejor sin las religiones, que no dejan de ser más que respuestas irracionales a un mundo racional. Pero desde el momento que hay seres humanos que sí tienen esa necesidad, he de aprender a respetarlos. Por supuesto, siempre que ellos me respeten a mí y no traten de imponerme sus creencias.

Hemos decidido concederles a los integristas musulmanes el carácter de enemigos acérrimos de la humanidad. Es decir, justificar cualquier acción de que los Estados lleven a cabo en contra de nuestra libertad a cambio de que nos ofrezcan mayor seguridad contra los malos malísimos. Tras la caída del muro de Berlín, ya no había comunistas que fueran a terminar con el mundo occidental. De repente, éramos demasiado libres. De modo que hubo que buscar otro enemigo invencible. Ahora son los islamistas.

Lo curioso es que el régimen soviético se hundió por sí solo, de la misma manera que los radicales musulmanes dejarán de hacer ruido cuando se acaba el chollo del petróleo. En ningún caso, la civilización occidental está en peligro por ninguno de estos males apocalípticos. Por supuesto que hacen daño, que matan a la gente de Charlie Hebdo o a los trabajadores de los trenes de Atocha en Madrid. Pero, afortunadamente, los integristas son minoría. Una minoría que debería ser aún más pequeña a fuerza de identificarles y marginarles.

Flaco favor nos hacemos cuando decidimos que son mayoría, demostrando más que nuestro miedo, nuestra profunda ignorancia.