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La resiliencia política de Guatemala

Redacción
11 de marzo, 2015

En una conversación que tuve en días pasados y en la que hice uso del concepto de “resiliencia”, para referirme a ciertas condiciones muy particulares de nuestro ámbito político, un buen amigo se apresuró a darme la mejor de las definiciones sobre este tan usado término en la actualidad. Por resiliencia, y en ello iba justamente mi comentario, está la capacidad de un sistema cualquiera de poder regresar a sus propiedades originales, luego de sufrir modificaciones o alteraciones, tal como le ocurre a un resorte.

Sostengo que nuestro país ha tenido un alto grado de resiliencia en muchos ámbitos. Pero me interesa subrayar el político. Cuando se hace revista a los acontecimientos más trascendentales e impactantes de nuestra historia, particularmente la contemporánea, no puede uno menos que asombrarse de los riesgos a los que hemos estado sometidos y a la enorme capacidad que hemos tenido de salir de ellos, restaurando ciertos elementos básicos de nuestro sistema político que en su momento podían haberse dado por perdidos. El primer ejemplo, ya algo lejos en la historia, fue el propio conflicto armado. El hecho que un grupo de personas tomaran las armas no solo para cambiar el gobierno de manos, sino para instaurar e imponer un sistema de valores y reglas totalmente ajenos a los propios de nuestra sociedad, constituyó un drama que cercenó nuestro tejido social. La duración del conflicto armado, ciertamente inter-generacional, hizo que esa ruptura fuera todavía más profunda. Pero nuestra sociedad tuvo la capacidad de asimilar este choque y superarlo a través de un proceso de diálogo. Aquí no hubo revoluciones ni tampoco desmembramiento territorial. Simplemente nuestra sociedad movió ciertos resortes que le permitieron, aprendiendo la lección, preservar su cultura y el modelo de organización social.

Otros ejemplos extraídos de la cotidianeidad política pueden ser citados igualmente. Un putsch a comienzos de los noventa, dirigido a minar las muy recientes instituciones democráticas, y promovido desde la presidencia misma, tenía el riego de destruir de entrada nuestra democracia. Ese golpe de mano tenía ofertas y promesas para todos. Pero nuevamente la sociedad, sin caer en parcialidades o aventurismos, cerró filas y como buen sistema inmunológico, actuó de inmediato para aislar al cuerpo extraño. Igualmente, los intentos políticos de pasar por encima de la ley con interpretaciones extravagantes de artículos constitucionales o imponer candidatos a fuerza de movilizaciones y amedrentamientos, han encontrado la respuesta silenciosa y efectiva de la sociedad guatemalteca, que ha puesto en marcha sus instituciones (como la Corte de Constitucionalidad) y procesos (como el caso de las elecciones generales) para atajar estos intentos de subvertir el orden constitucional.

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¿Qué es lo que produce esa resiliencia? Hay quienes procuran dar una explicación sociológica o antropológica sobre nuestra sociedad. Puede ser, pero no me corresponde citarlas aquí. Hay sin embargo maneras y formas de medir esos resortes, que creo muy importantes mencionarlas porque en ello nos va la capacidad de preservar los elementos básicos de cohesión, por pocos que sean estos: una distribución del poder muy horizontal, medios de comunicación fuertes, una sociedad organizada en todos los niveles y en toda la geografía nacional, una estructura económico gremial que no ha cedido a la tentación particular de personalismos políticos y, finalmente, una matriz social donde las categorías indígena-ladino, urbano-rural, católico-evangélico y pudiente-desposeído, se encuentran distribuidas e interrelacionadas muy extendidamente.

Las tentaciones y atajos al poder están siempre a la vuelta de la esquina. Pero los resortes no siempre mantienen su capacidad de resiliencia. Debe ser motivo de particular atención y análisis con qué recursos la sociedad enfrentará los nuevos desafíos que vayan surgiendo, quizá no muy lejos en el horizonte. Tomar conciencia de estos factores de resiliencia y asegurar su permanencia en el tiempo es clave para que dicha resiliencia actué aquí como debe ser: desechando lo viejo malo y tomando lo nuevo bueno, sin adulterar la forma y esencia de lo que nos ha constituido como nación.

La resiliencia política de Guatemala

Redacción
11 de marzo, 2015

En una conversación que tuve en días pasados y en la que hice uso del concepto de “resiliencia”, para referirme a ciertas condiciones muy particulares de nuestro ámbito político, un buen amigo se apresuró a darme la mejor de las definiciones sobre este tan usado término en la actualidad. Por resiliencia, y en ello iba justamente mi comentario, está la capacidad de un sistema cualquiera de poder regresar a sus propiedades originales, luego de sufrir modificaciones o alteraciones, tal como le ocurre a un resorte.

Sostengo que nuestro país ha tenido un alto grado de resiliencia en muchos ámbitos. Pero me interesa subrayar el político. Cuando se hace revista a los acontecimientos más trascendentales e impactantes de nuestra historia, particularmente la contemporánea, no puede uno menos que asombrarse de los riesgos a los que hemos estado sometidos y a la enorme capacidad que hemos tenido de salir de ellos, restaurando ciertos elementos básicos de nuestro sistema político que en su momento podían haberse dado por perdidos. El primer ejemplo, ya algo lejos en la historia, fue el propio conflicto armado. El hecho que un grupo de personas tomaran las armas no solo para cambiar el gobierno de manos, sino para instaurar e imponer un sistema de valores y reglas totalmente ajenos a los propios de nuestra sociedad, constituyó un drama que cercenó nuestro tejido social. La duración del conflicto armado, ciertamente inter-generacional, hizo que esa ruptura fuera todavía más profunda. Pero nuestra sociedad tuvo la capacidad de asimilar este choque y superarlo a través de un proceso de diálogo. Aquí no hubo revoluciones ni tampoco desmembramiento territorial. Simplemente nuestra sociedad movió ciertos resortes que le permitieron, aprendiendo la lección, preservar su cultura y el modelo de organización social.

Otros ejemplos extraídos de la cotidianeidad política pueden ser citados igualmente. Un putsch a comienzos de los noventa, dirigido a minar las muy recientes instituciones democráticas, y promovido desde la presidencia misma, tenía el riego de destruir de entrada nuestra democracia. Ese golpe de mano tenía ofertas y promesas para todos. Pero nuevamente la sociedad, sin caer en parcialidades o aventurismos, cerró filas y como buen sistema inmunológico, actuó de inmediato para aislar al cuerpo extraño. Igualmente, los intentos políticos de pasar por encima de la ley con interpretaciones extravagantes de artículos constitucionales o imponer candidatos a fuerza de movilizaciones y amedrentamientos, han encontrado la respuesta silenciosa y efectiva de la sociedad guatemalteca, que ha puesto en marcha sus instituciones (como la Corte de Constitucionalidad) y procesos (como el caso de las elecciones generales) para atajar estos intentos de subvertir el orden constitucional.

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Las tentaciones y atajos al poder están siempre a la vuelta de la esquina. Pero los resortes no siempre mantienen su capacidad de resiliencia. Debe ser motivo de particular atención y análisis con qué recursos la sociedad enfrentará los nuevos desafíos que vayan surgiendo, quizá no muy lejos en el horizonte. Tomar conciencia de estos factores de resiliencia y asegurar su permanencia en el tiempo es clave para que dicha resiliencia actué aquí como debe ser: desechando lo viejo malo y tomando lo nuevo bueno, sin adulterar la forma y esencia de lo que nos ha constituido como nación.