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Objetivismo: la virtud de la honestidad, cuarta parte: ¿mentir?

Redacción
08 de diciembre, 2015

Vimos en mi artículo anterior que se puede identificar objetivamente que cierta cosa no es buena para uno, y por tanto, uno no debe valorarla, y que con el fin de determinar lo que realmente es valioso para uno se debe atender todo aspecto relevante de la realidad. Por tanto, el valor de la honestidad reside en su practicidad ya que el conocimiento es poder. Por eso uno oye las noticias, revisa su correo, habla con las personas, lee informes, revistas, periódicos, va al colegio, a la universidad, hace preguntas, etc. El conocimiento obtenido es un valor, pues son datos que sirven para la toma de decisiones, para corregir errores, para actuar. El conocimiento es crucial para la acción auto sustentante, para el florecimiento. La razón del conocimiento es su aplicabilidad a la acción. El punto de buscar el conocimiento y de usarlo es su valor objetivo para guiar la acción racional sustentadora de la vida. De ahí la importancia de tratar de conseguirlo y de no tratar de falsificarlo, pues lo último es auto destructivo.

¿Y qué hay de nuestra relación con los demás? ¿Es la honestidad nunca mentir? En realidad la virtud de la honestidad lo que exige es no mentirse a uno mismo. Ahora la honestidad no es no mentir per se, sino que no falsear el contexto de cada situación. No hay que olvidar el carácter contextual de todo principio moral. El propósito del principio moral es servir de guía para florecer. Por eso, la honestidad demanda no colaborar con aquellos que amenazan con dañarlo a uno, o destruir los valores de uno. Uno hace bien en mentirle a un ladrón, a un secuestrador, a un violador, a cualquiera de esa calaña. La persona que miente en ese contexto no está tratando de conseguir un valor mediante su mentira. De hecho, lo que hace es actuar racionalmente para proteger un valor que se ve amenazado. Si uno responde con la verdad ante las demandas de alguien que lo amenaza a uno con la fuerza, uno actuaría irracionalmente, fingiendo que el ladrón o criminal tiene derecho a lo que demanda. Lo correcto, en tanto la víctima considere que puede hacerlo sin peligro, es falsear la información relevante para proteger los valores amenazados.

Por otro lado, las mentiras blancas que se suponen inofensivas, perjudican a sus supuesto “beneficiario” al proveerle información falsa. Al no decirle la verdad a una persona, el mentiroso la deja sin conocer su verdadera opinión. Y como la víctima del engaño no conoce los verdaderos pensamientos del embustero, actuará basado en premisas equivocadas. Por ejemplo, si por no herir los sentimientos de su amiga, un joven le dice que el pastel de manzana le gusta mucho, cuando en realidad no, sólo la anima a que le dé más para quedar bien con él. La desinformación que da el individuo mendaz, evita a los involucrados conocer sus diferencias, examinar sus méritos y cambiar el curso de sus acciones, de ser necesario, de forma apropiada.

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La mentira paternalista, en lugar de proteger a una persona de la realidad, verdaderamente la perjudica al ocultarle conocimiento para deliberar sobre sus acciones. La falsedad, usada para proteger los sentimientos de otro, puede resultar insultante para el supuesto beneficiario. El mentiroso lo trata como si fuera un niño que necesita depender de las opiniones de un adulto, para que lo proteja de la verdad devastadora. La mentira le muestra a la víctima que el mentiroso no la respeta. De hecho, el decirle la verdad a una persona es una forma de respeto. La honestidad demanda rehusarse a falsificar la realidad, porque enfrentar la realidad es una condición necesaria para florecer. Las mentiras blancas son un intento de falsear esto.

La honestidad es una virtud profunda y noblemente egoísta, es decir, una virtud necesaria para atender el propio interés personal; es prudencial, pues es crucial para la propia supervivencia. La deshonestidad es contraproducente, provoca la propia derrota porque al fingir que los hechos son diferentes de lo que son, desvía a la persona del camino de identificar y buscar estrategias racionales para conseguir y conservar valores objetivos que le hacen florecer, valores que son objetivamente de su interés personal. Como la realidad establece las condiciones últimas para la supervivencia de una persona, es la realidad, y no otras creencias o deseos, lo que debe mandar la importancia capital de su lealtad a ella.

La honestidad es rehusarse a falsificar la realidad. Es rehusarse a fingir que las cosas son diferentes de lo que son. Falsear los hechos no los cambia. La honestidad es el único medio práctico de supervivencia como humano.

Honestidad es no fingir.

Objetivismo: la virtud de la honestidad, cuarta parte: ¿mentir?

Redacción
08 de diciembre, 2015

Vimos en mi artículo anterior que se puede identificar objetivamente que cierta cosa no es buena para uno, y por tanto, uno no debe valorarla, y que con el fin de determinar lo que realmente es valioso para uno se debe atender todo aspecto relevante de la realidad. Por tanto, el valor de la honestidad reside en su practicidad ya que el conocimiento es poder. Por eso uno oye las noticias, revisa su correo, habla con las personas, lee informes, revistas, periódicos, va al colegio, a la universidad, hace preguntas, etc. El conocimiento obtenido es un valor, pues son datos que sirven para la toma de decisiones, para corregir errores, para actuar. El conocimiento es crucial para la acción auto sustentante, para el florecimiento. La razón del conocimiento es su aplicabilidad a la acción. El punto de buscar el conocimiento y de usarlo es su valor objetivo para guiar la acción racional sustentadora de la vida. De ahí la importancia de tratar de conseguirlo y de no tratar de falsificarlo, pues lo último es auto destructivo.

¿Y qué hay de nuestra relación con los demás? ¿Es la honestidad nunca mentir? En realidad la virtud de la honestidad lo que exige es no mentirse a uno mismo. Ahora la honestidad no es no mentir per se, sino que no falsear el contexto de cada situación. No hay que olvidar el carácter contextual de todo principio moral. El propósito del principio moral es servir de guía para florecer. Por eso, la honestidad demanda no colaborar con aquellos que amenazan con dañarlo a uno, o destruir los valores de uno. Uno hace bien en mentirle a un ladrón, a un secuestrador, a un violador, a cualquiera de esa calaña. La persona que miente en ese contexto no está tratando de conseguir un valor mediante su mentira. De hecho, lo que hace es actuar racionalmente para proteger un valor que se ve amenazado. Si uno responde con la verdad ante las demandas de alguien que lo amenaza a uno con la fuerza, uno actuaría irracionalmente, fingiendo que el ladrón o criminal tiene derecho a lo que demanda. Lo correcto, en tanto la víctima considere que puede hacerlo sin peligro, es falsear la información relevante para proteger los valores amenazados.

Por otro lado, las mentiras blancas que se suponen inofensivas, perjudican a sus supuesto “beneficiario” al proveerle información falsa. Al no decirle la verdad a una persona, el mentiroso la deja sin conocer su verdadera opinión. Y como la víctima del engaño no conoce los verdaderos pensamientos del embustero, actuará basado en premisas equivocadas. Por ejemplo, si por no herir los sentimientos de su amiga, un joven le dice que el pastel de manzana le gusta mucho, cuando en realidad no, sólo la anima a que le dé más para quedar bien con él. La desinformación que da el individuo mendaz, evita a los involucrados conocer sus diferencias, examinar sus méritos y cambiar el curso de sus acciones, de ser necesario, de forma apropiada.

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La mentira paternalista, en lugar de proteger a una persona de la realidad, verdaderamente la perjudica al ocultarle conocimiento para deliberar sobre sus acciones. La falsedad, usada para proteger los sentimientos de otro, puede resultar insultante para el supuesto beneficiario. El mentiroso lo trata como si fuera un niño que necesita depender de las opiniones de un adulto, para que lo proteja de la verdad devastadora. La mentira le muestra a la víctima que el mentiroso no la respeta. De hecho, el decirle la verdad a una persona es una forma de respeto. La honestidad demanda rehusarse a falsificar la realidad, porque enfrentar la realidad es una condición necesaria para florecer. Las mentiras blancas son un intento de falsear esto.

La honestidad es una virtud profunda y noblemente egoísta, es decir, una virtud necesaria para atender el propio interés personal; es prudencial, pues es crucial para la propia supervivencia. La deshonestidad es contraproducente, provoca la propia derrota porque al fingir que los hechos son diferentes de lo que son, desvía a la persona del camino de identificar y buscar estrategias racionales para conseguir y conservar valores objetivos que le hacen florecer, valores que son objetivamente de su interés personal. Como la realidad establece las condiciones últimas para la supervivencia de una persona, es la realidad, y no otras creencias o deseos, lo que debe mandar la importancia capital de su lealtad a ella.

La honestidad es rehusarse a falsificar la realidad. Es rehusarse a fingir que las cosas son diferentes de lo que son. Falsear los hechos no los cambia. La honestidad es el único medio práctico de supervivencia como humano.

Honestidad es no fingir.