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SINdicato… SIN conciencia y SIN liderazgo

Redacción
31 de enero, 2016

Por Lesly Véliz

En esta coyuntura y por la metamorfosis que ha tenido el movimiento a lo largo de la historia, no es fácil encontrar una definición a la palabra “sindicato”. Sí es sencillo, sin embargo, describir los efectos que estos grupos de presión han tenido en el desarrollo del país o, mejor dicho, el aporte que han dado al retroceso evidente en la productividad y libertades ciudadanas.

Cuando Marx retrataba a estas organizaciones, lo hacía recurriendo a palabras como “lucha consecuente”, “unidad”, “independencia” y “democracia interna”. Insistía en que eran “centros organizadores” que apostaban por los derechos de una colectividad que buscaba redención.

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Claro, han pasado los años y mucho ha cambiado en el sindicalismo desde los primeros postulados del marxismo, de Bakunin o Trotsky. Hoy vemos a la mayoría de estos grupos con un concepto deformado de liderazgo, cada vez más cerca de un terrorismo ideológico que no dignifica al sector laboral.

Por una parte, están los colectivos que dicen defender a sus miembros con la suscripción de pactos espurios que solo debilitan la estructura presupuestaria del Estado. En otro ángulo, se encuentran los que han aprovechado la plataforma sindical para convertirse en operadores políticos y en brazos mecánicos de los gobiernos de turno. En cualquiera de los dos casos, pierden los derechos individuales, pierde la libertad.

No hay duda de que en esa presunta defensa de la “democracia interna” olvidan que la democracia auténtica es aquella en la que cada ser humano puede contar con servicios dignos en salud, educación, infraestructura y comercio, entre otros. No es coherente afirmar que se defienden los derechos de un trabajador, cuando se violentan los de todo un país; tampoco lo es enarbolar una bandera de libertad, cuando se atenta contra los valores, la ética y el orden social.

Por ello, es indispensable que el Estado deje de ser un proveedor de prebendas y un cómplice en esta destrucción social que tiene nombres y apellidos. Por otro lado, el movimiento sindical debe comprender que está en su peor momento, pues carece de credibilidad, representatividad y confianza.

No es una caída reciente. Estos grupos vienen en picada desde hace varios años como consecuencia de una falta de renovación de sus liderazgos, la revelación de los orígenes de sus financiamientos y los delitos que, sin vergüenza alguna, han cometido bajo la excusa de su “lucha” contra las fuerzas del imperialismo.

Recuerdo que en 2007, en el proceso de una investigación periodística, pude conversar con líderes sindicales de grupos campesinos, magisteriales y salubristas, entre otros. El denominador común en ellos era la ironía de que defendían al trabajador, sin ellos tener que trabajar. Claro, existe la licencia sindical, pero hay casos que ya se convierten en abusos.

Joviel Acevedo, por ejemplo. El profesor ausente de las aulas sumaba, en 2007, 21 años en el sindicalismo. En ese momento reconoció que no llegaba a dar clases a la escuela 20 de Octubre de Morales, Izabal, donde estaba su plaza. El Sindicato de Maestros de Noruega, según dijo en la entrevista, le pagaba a un maestro para que él “ejerciera el derecho” de dedicar su tiempo completo a la labor sindical.

¿Cuáles han sido los frutos para el país? ¿Se ha dignificado al magisterio? ¿Los niños tienen una mejor calidad de educación? Por supuesto que no. Lo que sí hemos visto es a maestros atentando contra el derecho a la libre locomoción y ocupando el tiempo que deberían dedicar a sus estudiantes.

Es, sin duda, el reflejo de un sistema que debe cambiar. El mismo Marx era consciente de que “la fuerza de la masa se rompe por la desunión”, y las decisiones de estas personas que están al frente de los sindicatos están haciendo eso, precisamente, resquebrajar las bases de sus propios engranajes.

Los mismos trabajadores empiezan a abrir los ojos y a reconocer que de nada les ha servido seguir a ese tipo de personajes. Asimismo, los financistas de esos movimientos, cada vez más agresivos, se han percatado de que es un terreno estéril para sus conceptos de democracia.

Pero claro, hay otro tipo de sindicatos en los que han sido más astutos y han repartido las ganancias, lo cual ha sido un atractivo para la creación de nuevos o para el fomento de cláusulas cada vez más jugosas en los pactos. De lo contrario, no veríamos la creación de nuevos sindicatos, como ocurrió el viernes en el Diario de Centroamérica, en el que se publicaron 10 nuevas agrupaciones.

Atender este tema requiere de mucha voluntad política y transparencia. Mientras las autoridades de los diferentes organismos del Estado sigan viendo a los sindicalistas como sus operadores y al presupuesto como piñata, no habrá un cambio de fondo. Mientras se sigan consintiendo pactos colectivos leoninos, más agrupaciones seguirán enriqueciéndose y más pérdidas humanas lamentaremos por los deficientes servicios de salud o por esas vacunas que no están llegando a nuestros niños.

SINdicato… SIN conciencia y SIN liderazgo

Redacción
31 de enero, 2016

Por Lesly Véliz

En esta coyuntura y por la metamorfosis que ha tenido el movimiento a lo largo de la historia, no es fácil encontrar una definición a la palabra “sindicato”. Sí es sencillo, sin embargo, describir los efectos que estos grupos de presión han tenido en el desarrollo del país o, mejor dicho, el aporte que han dado al retroceso evidente en la productividad y libertades ciudadanas.

Cuando Marx retrataba a estas organizaciones, lo hacía recurriendo a palabras como “lucha consecuente”, “unidad”, “independencia” y “democracia interna”. Insistía en que eran “centros organizadores” que apostaban por los derechos de una colectividad que buscaba redención.

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Claro, han pasado los años y mucho ha cambiado en el sindicalismo desde los primeros postulados del marxismo, de Bakunin o Trotsky. Hoy vemos a la mayoría de estos grupos con un concepto deformado de liderazgo, cada vez más cerca de un terrorismo ideológico que no dignifica al sector laboral.

Por una parte, están los colectivos que dicen defender a sus miembros con la suscripción de pactos espurios que solo debilitan la estructura presupuestaria del Estado. En otro ángulo, se encuentran los que han aprovechado la plataforma sindical para convertirse en operadores políticos y en brazos mecánicos de los gobiernos de turno. En cualquiera de los dos casos, pierden los derechos individuales, pierde la libertad.

No hay duda de que en esa presunta defensa de la “democracia interna” olvidan que la democracia auténtica es aquella en la que cada ser humano puede contar con servicios dignos en salud, educación, infraestructura y comercio, entre otros. No es coherente afirmar que se defienden los derechos de un trabajador, cuando se violentan los de todo un país; tampoco lo es enarbolar una bandera de libertad, cuando se atenta contra los valores, la ética y el orden social.

Por ello, es indispensable que el Estado deje de ser un proveedor de prebendas y un cómplice en esta destrucción social que tiene nombres y apellidos. Por otro lado, el movimiento sindical debe comprender que está en su peor momento, pues carece de credibilidad, representatividad y confianza.

No es una caída reciente. Estos grupos vienen en picada desde hace varios años como consecuencia de una falta de renovación de sus liderazgos, la revelación de los orígenes de sus financiamientos y los delitos que, sin vergüenza alguna, han cometido bajo la excusa de su “lucha” contra las fuerzas del imperialismo.

Recuerdo que en 2007, en el proceso de una investigación periodística, pude conversar con líderes sindicales de grupos campesinos, magisteriales y salubristas, entre otros. El denominador común en ellos era la ironía de que defendían al trabajador, sin ellos tener que trabajar. Claro, existe la licencia sindical, pero hay casos que ya se convierten en abusos.

Joviel Acevedo, por ejemplo. El profesor ausente de las aulas sumaba, en 2007, 21 años en el sindicalismo. En ese momento reconoció que no llegaba a dar clases a la escuela 20 de Octubre de Morales, Izabal, donde estaba su plaza. El Sindicato de Maestros de Noruega, según dijo en la entrevista, le pagaba a un maestro para que él “ejerciera el derecho” de dedicar su tiempo completo a la labor sindical.

¿Cuáles han sido los frutos para el país? ¿Se ha dignificado al magisterio? ¿Los niños tienen una mejor calidad de educación? Por supuesto que no. Lo que sí hemos visto es a maestros atentando contra el derecho a la libre locomoción y ocupando el tiempo que deberían dedicar a sus estudiantes.

Es, sin duda, el reflejo de un sistema que debe cambiar. El mismo Marx era consciente de que “la fuerza de la masa se rompe por la desunión”, y las decisiones de estas personas que están al frente de los sindicatos están haciendo eso, precisamente, resquebrajar las bases de sus propios engranajes.

Los mismos trabajadores empiezan a abrir los ojos y a reconocer que de nada les ha servido seguir a ese tipo de personajes. Asimismo, los financistas de esos movimientos, cada vez más agresivos, se han percatado de que es un terreno estéril para sus conceptos de democracia.

Pero claro, hay otro tipo de sindicatos en los que han sido más astutos y han repartido las ganancias, lo cual ha sido un atractivo para la creación de nuevos o para el fomento de cláusulas cada vez más jugosas en los pactos. De lo contrario, no veríamos la creación de nuevos sindicatos, como ocurrió el viernes en el Diario de Centroamérica, en el que se publicaron 10 nuevas agrupaciones.

Atender este tema requiere de mucha voluntad política y transparencia. Mientras las autoridades de los diferentes organismos del Estado sigan viendo a los sindicalistas como sus operadores y al presupuesto como piñata, no habrá un cambio de fondo. Mientras se sigan consintiendo pactos colectivos leoninos, más agrupaciones seguirán enriqueciéndose y más pérdidas humanas lamentaremos por los deficientes servicios de salud o por esas vacunas que no están llegando a nuestros niños.