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Apostar por la institucionalidad es la mejor arma para combatir a “la nada”

Redacción
26 de mayo, 2016

Cuando tenía 7 años, mi película favorita era La Historia Sin Fin. Según mi papá, la vimos como ocho veces en el cine y cuando la transmitieron por primera vez en televisión, para mi deleite la grabaron en un VHS, con todo el cuidado de poner pausa entre los abundantes comerciales.

Para quienes no estén familiarizados con la historia, la película narra cómo Atreyu, un niño cazador de búfalos púrpura lucha contra un poder arrasador llamado “la nada”, el cual amenaza Fantasía, el mundo mágico en el que vive. Cada aventura de Atreyu está documentada en un libro, el cual lee Bastián, un niño humano, quien se emociona y sufre con el héroe en cada una de sus travesías para enfrentarse a “la nada”. Al final, Atreyu y Bastián suman fuerzas y habilidades en la contienda.

Los episodios que hemos vivido desde 2015, cuando estalló la crisis Pérez-Baldetti, me recuerdan tanto a La Historia Sin Fin. No, no solo porque la corrupción y la impunidad son parte de un ciclo que parece nunca acabar en Guatemala, sino por lo simbólico de la figura de “la nada”. En la trama fantástica, “la nada” se representa como un viento catastrófico que arrastra todo a su paso y que tiene como principal aliada a la falta de fe y esperanza de la humanidad; hoy, en nuestro país, pareciera existir una corriente igual que ante la indiferencia de todos durante mucho tiempo, ha golpeado severamente a la institucionalidad.

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Afortunadamente, las circunstancias están empezando a dar giros interesantes. Así como Atreyu, hoy tenemos a una Fiscal General que desde el Ministerio Público se ha plantado y le ha declarado la guerra a ese espíritu corruptor; a la vez, hay muchos sectores del país, que, como Bastián, no han quitado el dedo del renglón y se han entusiasmado y envalentonado para sumarse a esa lucha. También están los grupos que, como en la película, representan a Gmork, un lobo que sirve fielmente a “la nada” y busca destruir a quienes pelean en su contra. No podemos negarlo: el status quo de la impunidad les conviene a muchos, y no solo desde los poderes del Estado, sino desde las trincheras del falso activismo. Aún en medio de señales esperanzadoras, todavía hay quienes se aferran al imperio de la maldad.

Ese maléfico movimiento permitió que “la nada” soplara con fuerza en la Superintendencia de Administración Tributaria (SAT), en el Organismo Judicial (OJ), en el Ejecutivo, el Congreso de la República y en muchas instituciones más. La devastación llegó a hospitales y escuelas, donde la muerte y el desamparo han sido los efectos directos de esos espíritus oscuros.

Estos fantasmas han salido a la luz con el esfuerzo de los entes investigadores y tras las declaraciones de Juan Carlos Monzón, Chico Dólar y Estuardo González; ellos, así como muchos otros que han dado sus testimonios, han puesto al descubierto la forma que encontró “la nada” para contaminar todo a su paso.

Es evidente la necesidad de que surjan muchos más Atreyus. Lamentablemente, no hay un Auryn mágico que cambie todo de la noche a la mañana, ni una emperatriz que tenga las respuestas a todo. Pese a ello, sí hay luces que muestran los caminos necesarios para vencer a “la nada” y para reconstruir lo que derrumbó.

En la SAT, por ejemplo, hay una urgente necesidad de fortalecimiento. No basta solo con intervenciones o con incrementar los medios de presión para que todos paguen impuestos, sino garantizar la independencia de la institución y de quien la dirija. Se necesita de un Directorio técnico que no tenga presión alguna; es indispensable crear un Tribunal Administrativo Tributario con personas probas que luchen por los intereses del país.

Vemos también a un sistema de justicia que clama por jueces íntegros y por una reforma integral en su Ley Orgánica y en la Carrera Judicial.

¡Y no digamos el Congreso! Si hay un ente severamente golpeado por “la nada”, es el Legislativo. Un alto porcentaje de quienes ocupan una curul han sido fieles súbditos de estos destructivos poderes.

A Bastián le costó mucho descubrir que las travesías de Atreyu también eran suyas. Creo que la sociedad guatemalteca ya llegó a ese nivel y ha comprendido que no puede ser un impávido lector de una historia que nos involucra a todos. Gran parte de este esfuerzo depende de la esperanza, de creer que como país hay una gran capacidad de encaminarse hacia un auténtico desarrollo y madurez democrática. Sin embargo, la otra parte tiene que ver con la propuesta, con las acciones claras y consensuadas que ayuden a rescatar la institucionalidad.

El camino está claro, pero aún hace falta dejar de descalificar a quienes sí proponen, y ponerse de acuerdo por el bien de todos. Es necesario terminar con la polarización y con esa evidente necesidad de culpar, criminalizar y generalizar. Claro está, quienes viven de la polémica y de la división, no querrán enfrentar a “la nada”, pues son parte de ella; la nutren con sus nocivas actitudes.

Cuando el alemán Michael Ende escribió el libro que posteriormente inspiró el largometraje La Historia Sin Fin, no pensó para nada en política, y mucho menos en una sociedad compleja, atacada por su propio sistema. ¡Pero vaya si no nos parecemos a Fantasía!

Apostar por la institucionalidad es la mejor arma para combatir a “la nada”

Redacción
26 de mayo, 2016

Cuando tenía 7 años, mi película favorita era La Historia Sin Fin. Según mi papá, la vimos como ocho veces en el cine y cuando la transmitieron por primera vez en televisión, para mi deleite la grabaron en un VHS, con todo el cuidado de poner pausa entre los abundantes comerciales.

Para quienes no estén familiarizados con la historia, la película narra cómo Atreyu, un niño cazador de búfalos púrpura lucha contra un poder arrasador llamado “la nada”, el cual amenaza Fantasía, el mundo mágico en el que vive. Cada aventura de Atreyu está documentada en un libro, el cual lee Bastián, un niño humano, quien se emociona y sufre con el héroe en cada una de sus travesías para enfrentarse a “la nada”. Al final, Atreyu y Bastián suman fuerzas y habilidades en la contienda.

Los episodios que hemos vivido desde 2015, cuando estalló la crisis Pérez-Baldetti, me recuerdan tanto a La Historia Sin Fin. No, no solo porque la corrupción y la impunidad son parte de un ciclo que parece nunca acabar en Guatemala, sino por lo simbólico de la figura de “la nada”. En la trama fantástica, “la nada” se representa como un viento catastrófico que arrastra todo a su paso y que tiene como principal aliada a la falta de fe y esperanza de la humanidad; hoy, en nuestro país, pareciera existir una corriente igual que ante la indiferencia de todos durante mucho tiempo, ha golpeado severamente a la institucionalidad.

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Afortunadamente, las circunstancias están empezando a dar giros interesantes. Así como Atreyu, hoy tenemos a una Fiscal General que desde el Ministerio Público se ha plantado y le ha declarado la guerra a ese espíritu corruptor; a la vez, hay muchos sectores del país, que, como Bastián, no han quitado el dedo del renglón y se han entusiasmado y envalentonado para sumarse a esa lucha. También están los grupos que, como en la película, representan a Gmork, un lobo que sirve fielmente a “la nada” y busca destruir a quienes pelean en su contra. No podemos negarlo: el status quo de la impunidad les conviene a muchos, y no solo desde los poderes del Estado, sino desde las trincheras del falso activismo. Aún en medio de señales esperanzadoras, todavía hay quienes se aferran al imperio de la maldad.

Ese maléfico movimiento permitió que “la nada” soplara con fuerza en la Superintendencia de Administración Tributaria (SAT), en el Organismo Judicial (OJ), en el Ejecutivo, el Congreso de la República y en muchas instituciones más. La devastación llegó a hospitales y escuelas, donde la muerte y el desamparo han sido los efectos directos de esos espíritus oscuros.

Estos fantasmas han salido a la luz con el esfuerzo de los entes investigadores y tras las declaraciones de Juan Carlos Monzón, Chico Dólar y Estuardo González; ellos, así como muchos otros que han dado sus testimonios, han puesto al descubierto la forma que encontró “la nada” para contaminar todo a su paso.

Es evidente la necesidad de que surjan muchos más Atreyus. Lamentablemente, no hay un Auryn mágico que cambie todo de la noche a la mañana, ni una emperatriz que tenga las respuestas a todo. Pese a ello, sí hay luces que muestran los caminos necesarios para vencer a “la nada” y para reconstruir lo que derrumbó.

En la SAT, por ejemplo, hay una urgente necesidad de fortalecimiento. No basta solo con intervenciones o con incrementar los medios de presión para que todos paguen impuestos, sino garantizar la independencia de la institución y de quien la dirija. Se necesita de un Directorio técnico que no tenga presión alguna; es indispensable crear un Tribunal Administrativo Tributario con personas probas que luchen por los intereses del país.

Vemos también a un sistema de justicia que clama por jueces íntegros y por una reforma integral en su Ley Orgánica y en la Carrera Judicial.

¡Y no digamos el Congreso! Si hay un ente severamente golpeado por “la nada”, es el Legislativo. Un alto porcentaje de quienes ocupan una curul han sido fieles súbditos de estos destructivos poderes.

A Bastián le costó mucho descubrir que las travesías de Atreyu también eran suyas. Creo que la sociedad guatemalteca ya llegó a ese nivel y ha comprendido que no puede ser un impávido lector de una historia que nos involucra a todos. Gran parte de este esfuerzo depende de la esperanza, de creer que como país hay una gran capacidad de encaminarse hacia un auténtico desarrollo y madurez democrática. Sin embargo, la otra parte tiene que ver con la propuesta, con las acciones claras y consensuadas que ayuden a rescatar la institucionalidad.

El camino está claro, pero aún hace falta dejar de descalificar a quienes sí proponen, y ponerse de acuerdo por el bien de todos. Es necesario terminar con la polarización y con esa evidente necesidad de culpar, criminalizar y generalizar. Claro está, quienes viven de la polémica y de la división, no querrán enfrentar a “la nada”, pues son parte de ella; la nutren con sus nocivas actitudes.

Cuando el alemán Michael Ende escribió el libro que posteriormente inspiró el largometraje La Historia Sin Fin, no pensó para nada en política, y mucho menos en una sociedad compleja, atacada por su propio sistema. ¡Pero vaya si no nos parecemos a Fantasía!