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Todos perdemos cuando los medios hacen de la comunicación un mercado ideológico

Redacción
03 de julio, 2016

Si bien las Ciencias de la Comunicación evolucionan cada vez más rápido, un teórico que nunca pasa de moda es Harold Lasswell. En 1948 dio las primeras luces sobre lo que serían las principales funciones de los medios: Vigilancia del entorno, correlación entre los actores de la sociedad y la transmisión del legado social.
Históricamente, las empresas informativas en Guatemala han cumplido con esas teorías funcionalistas desde los ejercicios de investigación, el análisis de los fenómenos sociales y, sin duda alguna, han sido importantes referentes y celosos documentadores de los diferentes capítulos que han marcado nuestra historia.
Sin embargo, en estos últimos días, y a raíz de las revoluciones sociales que hemos vivido desde 2015, la comunicación de masas ha mostrado también su lado oscuro: ese potencial enorme de destruir y de convertir la información (y desinformación en unos casos) en una poderosa herramienta de confrontación.
Lo más preocupante de todo esto es que en el fuego cruzado de palabras quedan los periodistas de a pie, esos que pasan horas en una cobertura sin probar alimento, que reciben golpes por buscar la mejor fotografía y que viven al día con salarios poco dignos. Sus trabajos, el futuro de sus familias, e incluso su credibilidad, el único activo que tienen en el ejercicio de su profesión, se ven comprometidos por las exigencias absurdas de las compañías que ven ahora a la comunicación como un mercado ideológico. Por supuesto, también es de reconocer que hay quienes se prestan para seguir con este juego que deja más pérdidas que ganancias.
¡Y todavía hay medios que incitan la confrontación invitando a “trolearse” los unos a los otros, como si se tratara de un circo romano! ¿Se les olvida acaso que hay seres humanos que resultan ser víctimas colaterales de esta guerra de medios? ¿Les parecerá divertido que haya despidos indirectos, autocensura y reproches entre el mismo gremio a raíz de esta situación?
Me he preguntado qué pensaría Lasswell si tuviera la oportunidad de analizar esta coyuntura. Quizá vería que una cuarta función se activa cuando se tocan los intereses de las empresas informativas, y esta es capaz de relegar a un segundo plano las otras tres, mucho más importantes y útiles para la sociedad. La agenda setting de los medios bota la máscara y solo importa imponer discursos ideológicos, polarizar y hasta retorcer la verdad a su conveniencia.
Y no solo son los protagonistas principales los que exponen una faceta oscura; también están los que creen ganar con esta guerra, los que piensan que mientras menos medios haya es mejor para sus intereses y sus ingresos. De nuevo, se olvidan de las personas, de los asalariados, de quienes se quedan a la deriva por la falta de oportunidades para desempeñarse profesionalmente.
La comunicación es un campo muy amplio, pero en Guatemala cada vez son menos las empresas informativas que ofrecen buenas condiciones laborales y estabilidad a los periodistas. Es un gremio desprotegido, solo y muchas veces mal visto por unos pocos que se han aprovechado de la profesión.
Recientemente preguntaba en mis redes qué organización gremial consideran que realmente representa los intereses de los periodistas… algunos se abstuvieron de opinar, mientras quienes sí lo hicieron, dijeron no creer en ninguna. Y justo en estos momentos, cuando hay comunicadores en el ojo del huracán, hace falta un ente que los respalde y también se atreva a exigir un desempeño correcto de las funciones transparentes de los medios de comunicación.
Esto es urgente, pues la prensa no puede quedarse atrás en momentos en los que la sociedad necesita de transparencia en todos los planos, incluso en el informativo.
El comunicador español, Javier Del Rey, aporta un elemento trascendental a los efectos del funcionalismo de la comunicación de Lasswell: “La calidad de la democracia depende de la calidad de la comunicación que se produzca en la democracia”.
La democracia se traduce en libertad de expresión, pero una libertad que construye; se traduce en la función fiscalizadora de la prensa, pero no asumiendo el rol de juez; se constituye en la oportunidad de incidir en la opinión pública, pero no con base en mentiras. La democracia es el poder de todos, pero enfocado en la búsqueda del bien común.
No es admisible que la comunicación, una ciencia hermosa y pura, se convierta en una bomba atómica que destruya las bases sociales. Guatemala no necesita una guerra mediática ni un enfrentamiento entre actores. No se debe perder de vista que el enemigo por vencer es la corrupción y que para luchar contra ella no se puede recurrir a las mismas bajezas de quienes la practican.

Todos perdemos cuando los medios hacen de la comunicación un mercado ideológico

Redacción
03 de julio, 2016

Si bien las Ciencias de la Comunicación evolucionan cada vez más rápido, un teórico que nunca pasa de moda es Harold Lasswell. En 1948 dio las primeras luces sobre lo que serían las principales funciones de los medios: Vigilancia del entorno, correlación entre los actores de la sociedad y la transmisión del legado social.
Históricamente, las empresas informativas en Guatemala han cumplido con esas teorías funcionalistas desde los ejercicios de investigación, el análisis de los fenómenos sociales y, sin duda alguna, han sido importantes referentes y celosos documentadores de los diferentes capítulos que han marcado nuestra historia.
Sin embargo, en estos últimos días, y a raíz de las revoluciones sociales que hemos vivido desde 2015, la comunicación de masas ha mostrado también su lado oscuro: ese potencial enorme de destruir y de convertir la información (y desinformación en unos casos) en una poderosa herramienta de confrontación.
Lo más preocupante de todo esto es que en el fuego cruzado de palabras quedan los periodistas de a pie, esos que pasan horas en una cobertura sin probar alimento, que reciben golpes por buscar la mejor fotografía y que viven al día con salarios poco dignos. Sus trabajos, el futuro de sus familias, e incluso su credibilidad, el único activo que tienen en el ejercicio de su profesión, se ven comprometidos por las exigencias absurdas de las compañías que ven ahora a la comunicación como un mercado ideológico. Por supuesto, también es de reconocer que hay quienes se prestan para seguir con este juego que deja más pérdidas que ganancias.
¡Y todavía hay medios que incitan la confrontación invitando a “trolearse” los unos a los otros, como si se tratara de un circo romano! ¿Se les olvida acaso que hay seres humanos que resultan ser víctimas colaterales de esta guerra de medios? ¿Les parecerá divertido que haya despidos indirectos, autocensura y reproches entre el mismo gremio a raíz de esta situación?
Me he preguntado qué pensaría Lasswell si tuviera la oportunidad de analizar esta coyuntura. Quizá vería que una cuarta función se activa cuando se tocan los intereses de las empresas informativas, y esta es capaz de relegar a un segundo plano las otras tres, mucho más importantes y útiles para la sociedad. La agenda setting de los medios bota la máscara y solo importa imponer discursos ideológicos, polarizar y hasta retorcer la verdad a su conveniencia.
Y no solo son los protagonistas principales los que exponen una faceta oscura; también están los que creen ganar con esta guerra, los que piensan que mientras menos medios haya es mejor para sus intereses y sus ingresos. De nuevo, se olvidan de las personas, de los asalariados, de quienes se quedan a la deriva por la falta de oportunidades para desempeñarse profesionalmente.
La comunicación es un campo muy amplio, pero en Guatemala cada vez son menos las empresas informativas que ofrecen buenas condiciones laborales y estabilidad a los periodistas. Es un gremio desprotegido, solo y muchas veces mal visto por unos pocos que se han aprovechado de la profesión.
Recientemente preguntaba en mis redes qué organización gremial consideran que realmente representa los intereses de los periodistas… algunos se abstuvieron de opinar, mientras quienes sí lo hicieron, dijeron no creer en ninguna. Y justo en estos momentos, cuando hay comunicadores en el ojo del huracán, hace falta un ente que los respalde y también se atreva a exigir un desempeño correcto de las funciones transparentes de los medios de comunicación.
Esto es urgente, pues la prensa no puede quedarse atrás en momentos en los que la sociedad necesita de transparencia en todos los planos, incluso en el informativo.
El comunicador español, Javier Del Rey, aporta un elemento trascendental a los efectos del funcionalismo de la comunicación de Lasswell: “La calidad de la democracia depende de la calidad de la comunicación que se produzca en la democracia”.
La democracia se traduce en libertad de expresión, pero una libertad que construye; se traduce en la función fiscalizadora de la prensa, pero no asumiendo el rol de juez; se constituye en la oportunidad de incidir en la opinión pública, pero no con base en mentiras. La democracia es el poder de todos, pero enfocado en la búsqueda del bien común.
No es admisible que la comunicación, una ciencia hermosa y pura, se convierta en una bomba atómica que destruya las bases sociales. Guatemala no necesita una guerra mediática ni un enfrentamiento entre actores. No se debe perder de vista que el enemigo por vencer es la corrupción y que para luchar contra ella no se puede recurrir a las mismas bajezas de quienes la practican.