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“Caminante no hay camino…

Redacción
10 de enero, 2017

Y esa es la realidad, al menos en “Ciudad” de Guatemala. El transporte público es (y será) muy criticado, eso sí, con toda la razón del mundo; las unidades emiten tantos gases que detrás de ellas se forman microclimas, las carreras entre pilotos son un elemento más dentro del caos permanente que es el tránsito vehicular guatemalteco, y los asaltos, que se manejan en una escala que va desde el “carterismo” hasta el terrorismo, son la peste que ha consumido a un servicio público que se ofrece muy accesible, económicamente, a la población general.

Todo el que puede se compra un carro propio, o una moto, porque no hay otra opción. El taxi, a diferencia de lo que ocurre en Nueva York, Estelí (Nicaragua) o la vieja Caracas, por poner ejemplos variopintos, no es una alternativa real por su alto costo.

Una cuarta opción (que en un mundo ideal debería ser la primera) es la de caminar… pero, como dijo el sevillano Antonio Machado, “caminante, no hay camino”. No, no hay caminos.

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Cuando aparecen quejas sobre la infraestructura vial de la Ciudad de Guatemala, normalmente son por el estado de las calles, la falta de tragantes o la poca anchura de algunos carriles. Sin embargo, de lo que muchos no se dan cuenta es la poca visión urbana que se ha tenido con los viandantes.

“Tú eres la ciudad” dicen desde la Municipalidad, pero parece que esa frase va dirigida a los señores Corolla y Lancer, o quizá para aquellos venidos de Detroit, Baviera y Stuttgart. Hace unos días iba caminando (todo un valiente) con mi papá por el Bulevar Vista Hermosa,  pero aquello parecía algo más que un simple paseo por la que otrora fue una de las mejores zonas de la periferia rica de la capital. Con la construcción de un nuevo carril auxiliar del lado que conduce hacia la zona 16, las vías para los peatones han quedado reducidas a casi nada.

Como el equilibrista Spencer Seabrooke, que cruzó 64 metros entre dos acantilados en Squamish (Canadá) a 300 metro de altura; así hay que caminar por la línea externa del carril para vehículos. De vez en cuando te puedes meter en algún jardín frontal o en un parqueo, pero vislumbrar un tramo de acera es tan difícil como encontrar a Carmen Sandiego.

“Bajo el cielo azul, temblar” continúa el poema de Machado, y precisamente eso es lo que hace la gente que se atreve a andar por esas calles, temblar. Porque el riesgo de ser arrollado por un carro, o de sufrir un buen susto con algún conductor que en realidad no tiene la culpa, es alto, demasiado quizá.

Llegamos a una pasarela, pues teníamos que cruzar, y vimos que sí hay un camino peatonal de cemento que te lleva hasta ella; pero mientras un extremo está justo antes del primer escalón de la pasarela, el otro está ¡en el carril de vehículos! “Y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”, y si la pisas, vas bajo tu propia cuenta, pues no hay paso de cebra ni nada.

Reestructurar la ciudad sería una labor demasiado complicada como para siquiera plantearla, pero hay que reconocer que la definición de urbanismo no estaba completa en los diccionarios de quienes han hecho las últimas reformas viales.

El problema es que al ver los últimos proyectos de urbanización (colonias y condominios) se aprecian los mismos problemas: aceras tan pequeñas (cuando las hay) que parecen puestas como adorno y no como una verdadera vía de locomoción. La buena suerte en esos sitios es que, al menos de momento, el tráfico es tan reducido durante la mayor parte del día que los peatones pueden tomar las calles con total libertad; la mala suerte es que la planificación debe hacerse con visión a futuro, y lo que ahora es normal, puede cambiar en unos años.

Mientras no se faciliten las cosas para los peatones, habrá que seguir la consigna de las autoridades: “…se hace camino al andar”.

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo

 

“Caminante no hay camino…

Redacción
10 de enero, 2017

Y esa es la realidad, al menos en “Ciudad” de Guatemala. El transporte público es (y será) muy criticado, eso sí, con toda la razón del mundo; las unidades emiten tantos gases que detrás de ellas se forman microclimas, las carreras entre pilotos son un elemento más dentro del caos permanente que es el tránsito vehicular guatemalteco, y los asaltos, que se manejan en una escala que va desde el “carterismo” hasta el terrorismo, son la peste que ha consumido a un servicio público que se ofrece muy accesible, económicamente, a la población general.

Todo el que puede se compra un carro propio, o una moto, porque no hay otra opción. El taxi, a diferencia de lo que ocurre en Nueva York, Estelí (Nicaragua) o la vieja Caracas, por poner ejemplos variopintos, no es una alternativa real por su alto costo.

Una cuarta opción (que en un mundo ideal debería ser la primera) es la de caminar… pero, como dijo el sevillano Antonio Machado, “caminante, no hay camino”. No, no hay caminos.

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Cuando aparecen quejas sobre la infraestructura vial de la Ciudad de Guatemala, normalmente son por el estado de las calles, la falta de tragantes o la poca anchura de algunos carriles. Sin embargo, de lo que muchos no se dan cuenta es la poca visión urbana que se ha tenido con los viandantes.

“Tú eres la ciudad” dicen desde la Municipalidad, pero parece que esa frase va dirigida a los señores Corolla y Lancer, o quizá para aquellos venidos de Detroit, Baviera y Stuttgart. Hace unos días iba caminando (todo un valiente) con mi papá por el Bulevar Vista Hermosa,  pero aquello parecía algo más que un simple paseo por la que otrora fue una de las mejores zonas de la periferia rica de la capital. Con la construcción de un nuevo carril auxiliar del lado que conduce hacia la zona 16, las vías para los peatones han quedado reducidas a casi nada.

Como el equilibrista Spencer Seabrooke, que cruzó 64 metros entre dos acantilados en Squamish (Canadá) a 300 metro de altura; así hay que caminar por la línea externa del carril para vehículos. De vez en cuando te puedes meter en algún jardín frontal o en un parqueo, pero vislumbrar un tramo de acera es tan difícil como encontrar a Carmen Sandiego.

“Bajo el cielo azul, temblar” continúa el poema de Machado, y precisamente eso es lo que hace la gente que se atreve a andar por esas calles, temblar. Porque el riesgo de ser arrollado por un carro, o de sufrir un buen susto con algún conductor que en realidad no tiene la culpa, es alto, demasiado quizá.

Llegamos a una pasarela, pues teníamos que cruzar, y vimos que sí hay un camino peatonal de cemento que te lleva hasta ella; pero mientras un extremo está justo antes del primer escalón de la pasarela, el otro está ¡en el carril de vehículos! “Y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”, y si la pisas, vas bajo tu propia cuenta, pues no hay paso de cebra ni nada.

Reestructurar la ciudad sería una labor demasiado complicada como para siquiera plantearla, pero hay que reconocer que la definición de urbanismo no estaba completa en los diccionarios de quienes han hecho las últimas reformas viales.

El problema es que al ver los últimos proyectos de urbanización (colonias y condominios) se aprecian los mismos problemas: aceras tan pequeñas (cuando las hay) que parecen puestas como adorno y no como una verdadera vía de locomoción. La buena suerte en esos sitios es que, al menos de momento, el tráfico es tan reducido durante la mayor parte del día que los peatones pueden tomar las calles con total libertad; la mala suerte es que la planificación debe hacerse con visión a futuro, y lo que ahora es normal, puede cambiar en unos años.

Mientras no se faciliten las cosas para los peatones, habrá que seguir la consigna de las autoridades: “…se hace camino al andar”.

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo