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Que no nos dejen en paz

Redacción República
07 de febrero, 2017

Ya ocurrió que se le apareció una vez en sueños Unamuno a Rajoy, nos lo contó Pedro J. Ramírez, y le dijo un par de cosas. Un par de cosas que nada mal les vendrían a nuestros funcionarios públicos y a nuestros gobernantes, porque en Guatemala todo el mundo quiere cosas, unas pocas y para ellos, pero nadie quiere algo para todos. “Solo sé una cosa y es que queremos querer, que acaso soñamos querer. Pero voluntad, no ya nacional, siquiera colectiva, de unos pocos escogidos, ¿dónde la hay? Cada uno quiere, es cierto, su cosa mas ¿dónde está aquella sola y misma que todos, o por lo menos muchos, queramos?”.

Nos falta voluntad nacional, no tenemos voluntad, tenemos noluntad, la voluntad de nada. Si al menos hubiera querer común, de ahí surgiría el pensar, incluso sugiere Unamuno que mejor sería la agitación, revolverse y agitarse, que no los bultos inertes que solo cumplen con la obligación (¡si es que llegan a tanto!) y que son más cosas que hombres. Que al menos quisiéramos algo, algo más que nos dejaran en paz con nuestras fincas y nuestras casas en el puerto y nuestras compras en Miami y nuestros lujos adquiridos con el dinero que debería estar destinado al objeto de esa voluntad que no tenemos. Maldito círculo por el que no pensamos porque no queremos ni queremos porque no pensamos.

“Los que forman el comité de un partido político no quieren nada para la nación. A lo sumo para sí mismos. Más de ordinario no quieren sino matar el tiempo. Y si eres diputado provincial, por ejemplo, peor que peor, porque eso ya es el acabose de la inanidad política. Te pones a hacer elecciones con el mismo espíritu-¿espíritu?- ¡no! ¡Bueno, lo que sea!- con que te pones a jugar al chamelo” (una especie de dominó, pero para el caso podríamos decir que con el mismo espíritu que quien se sienta a esperar que pase la carreta de granizadas). Mocos, plastas informes que no se mueven por nada (a lo sumo por lo que les    abulta el bolsillo) y no saben hacer nada más que ver pasar el tiempo. Y de vez en cuando, un arrebato: ¡demandemos a México por poner a Tikal atrás de su miss! ¡Denuncia, denuncia! Cuando ni siquiera han averiguado contra quién tienen que pelear, fueguito patético que se apagó en cuanto pasó el fin de semana y nada tiene que ver con la voluntad      nacional, esa de la que hablamos y que no aparece. Se sientan al inicio de la semana y se preguntan: “¿Qué haremos esta vez para esperar al viernes?”. Y desde otras oficinas, esta vez de otro tipo de servidores públicos, dice algún brillante: “¡Ya sé! ¡Hablemos del candado  de Otto Pérez Molina, que para qué quiere el mundo información!”. 

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¡Haragán, haragán, haragán! No eres nada más que un haragán. Y eso aunque cumplas estrictamente con lo que llamas tu obligación. Y a veces ese estricto, esto es, rutinero  cumplimiento de tu obligación es la más exquisita forma de haraganería. No conozco haraganes mayores que esos celosos funcionarios a quienes les salen canas en la cabeza y  callo en el trasero después de cuarenta años de servicios en su oficina. Ellos no se metieron    nunca con nadie”. Esos celosos guardianes de la ley, que celan su paz por encima de todo,  más esos otros voceros que solo quieren que los demás países nos dejen en paz  (¡Intrusismo!, gritan), esos que se quejan ante el menor asomo de inquietud y movilidad. Es  que no es perfecto, nada es perfecto, pero si al menos empezamos a movernos ya la   voluntad encontrará su verdadero objeto. No harían bien en dejarnos en paz, “en la paz  mortífera de esta ​voluntad

 

 

Que no nos dejen en paz

Redacción República
07 de febrero, 2017

Ya ocurrió que se le apareció una vez en sueños Unamuno a Rajoy, nos lo contó Pedro J. Ramírez, y le dijo un par de cosas. Un par de cosas que nada mal les vendrían a nuestros funcionarios públicos y a nuestros gobernantes, porque en Guatemala todo el mundo quiere cosas, unas pocas y para ellos, pero nadie quiere algo para todos. “Solo sé una cosa y es que queremos querer, que acaso soñamos querer. Pero voluntad, no ya nacional, siquiera colectiva, de unos pocos escogidos, ¿dónde la hay? Cada uno quiere, es cierto, su cosa mas ¿dónde está aquella sola y misma que todos, o por lo menos muchos, queramos?”.

Nos falta voluntad nacional, no tenemos voluntad, tenemos noluntad, la voluntad de nada. Si al menos hubiera querer común, de ahí surgiría el pensar, incluso sugiere Unamuno que mejor sería la agitación, revolverse y agitarse, que no los bultos inertes que solo cumplen con la obligación (¡si es que llegan a tanto!) y que son más cosas que hombres. Que al menos quisiéramos algo, algo más que nos dejaran en paz con nuestras fincas y nuestras casas en el puerto y nuestras compras en Miami y nuestros lujos adquiridos con el dinero que debería estar destinado al objeto de esa voluntad que no tenemos. Maldito círculo por el que no pensamos porque no queremos ni queremos porque no pensamos.

“Los que forman el comité de un partido político no quieren nada para la nación. A lo sumo para sí mismos. Más de ordinario no quieren sino matar el tiempo. Y si eres diputado provincial, por ejemplo, peor que peor, porque eso ya es el acabose de la inanidad política. Te pones a hacer elecciones con el mismo espíritu-¿espíritu?- ¡no! ¡Bueno, lo que sea!- con que te pones a jugar al chamelo” (una especie de dominó, pero para el caso podríamos decir que con el mismo espíritu que quien se sienta a esperar que pase la carreta de granizadas). Mocos, plastas informes que no se mueven por nada (a lo sumo por lo que les    abulta el bolsillo) y no saben hacer nada más que ver pasar el tiempo. Y de vez en cuando, un arrebato: ¡demandemos a México por poner a Tikal atrás de su miss! ¡Denuncia, denuncia! Cuando ni siquiera han averiguado contra quién tienen que pelear, fueguito patético que se apagó en cuanto pasó el fin de semana y nada tiene que ver con la voluntad      nacional, esa de la que hablamos y que no aparece. Se sientan al inicio de la semana y se preguntan: “¿Qué haremos esta vez para esperar al viernes?”. Y desde otras oficinas, esta vez de otro tipo de servidores públicos, dice algún brillante: “¡Ya sé! ¡Hablemos del candado  de Otto Pérez Molina, que para qué quiere el mundo información!”. 

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¡Haragán, haragán, haragán! No eres nada más que un haragán. Y eso aunque cumplas estrictamente con lo que llamas tu obligación. Y a veces ese estricto, esto es, rutinero  cumplimiento de tu obligación es la más exquisita forma de haraganería. No conozco haraganes mayores que esos celosos funcionarios a quienes les salen canas en la cabeza y  callo en el trasero después de cuarenta años de servicios en su oficina. Ellos no se metieron    nunca con nadie”. Esos celosos guardianes de la ley, que celan su paz por encima de todo,  más esos otros voceros que solo quieren que los demás países nos dejen en paz  (¡Intrusismo!, gritan), esos que se quejan ante el menor asomo de inquietud y movilidad. Es  que no es perfecto, nada es perfecto, pero si al menos empezamos a movernos ya la   voluntad encontrará su verdadero objeto. No harían bien en dejarnos en paz, “en la paz  mortífera de esta ​voluntad