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Les robaron la bandera a las auténticas feministas

Redacción República
15 de marzo, 2017

A las auténticas feministas, a aquellas que como Mary Wollstonecraft, Olimpia de Gouges y Elizabeth Cady Stanton, que lucharon por la igualdad de derechos de las mujeres y los hombres, les han robado la bandera del movimiento feminista.  Wollstonecraft escribió el que se considera como el primer libro feminista intitulado: Vindicación de los derechos de la mujer. En éste abroga por la participación política de la mujer, el acceso a la ciudadanía y a la independencia económica.

Olimpia de Gouges escribió la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana como un calco de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, donde enfatizó que la mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos.

Elizabeth Cady Stanton redactó la “Declaración de Seneca Falls” basada en la Declaración de Independencia de Estados Unidos, desde postulados iusnaturalistas y lockeanos, destacando que “todos los hombres y mujeres son creados iguales; que están dotados por el creados de ciertos derechos inalienables, entre los que figuran la vida, la libertad y el derecho a la búsqueda de la felicidad”.

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Cuando las feministas pelearon, en los setentas, su derecho a andar top-less, porque los hombres podían hacerlo, les asistía la razón pues constitucionalmente tienen los mismos derechos que el hombre.

Cuando pelearon por su derecho a amamantar en público, como atestigüé una vez que fui a Chicago, en los noventas, donde vi en el lobby del hotel, de una cuadra de largo, a cientos de mujeres de la Liga de la Leche dando de mamar a sus criaturas, también les asistió razón, pues es esto una función natural de la madre y por demás recomendable para el infante.

Si luchan porque se respete su derecho de propiedad de su propio cuerpo, y su derecho a vivir el proyecto de vida de su elección, también les asiste la razón fundamentada en los derechos individuales.

Y si quieren andar desnudas como Galindo o Milo Moiré o cualquier muniquesa que quiera asolearse en el parque, pues también. Sólo los despreciadores del cuerpo, detrás de sus púlpitos, pretenden imponer sus prejuicios a los demás.

Pero hoy la bandera feminista ha sido secuestrada por las socialistas-comunistas, que con su agenda de destruir la sociedad burguesa se han inventado la absurda noción de la lucha de clases sexuales, como lo anuncia Shulamith Firestone en su obra La dialéctica del sexo. Allí sostiene la tesis de que la mujer es la clase sexual explotada por el patriarcado mediante su función reproductiva. Por eso propone abolir la función reproductiva de la mujer con arreglo a las tecnologías de la reproducción artificial; lograr independizarse totalmente del hombre mediante la independencia económica de ella y del niño abandonando la economía capitalista y la adopción de –adivinen qué– el sistema socialista; incluir a las mujeres y los niños en todos los aspectos de la sociedad, destruyendo todo aquello que resguarde la individualidad y toda distinción “cultural” hombre/mujer y adulto/niño; y por último, lograr la libertad de todas las mujeres y niños para hacer lo que sea que deseen sexualmente.

Suponen estas “iluminadas” que la distinción entre hombre y mujer no es natural sino que cultural, y lo mismo la distinción entre adulto y niño. Para eso, Kate Millet basada en la noción de Simone de Beauvoir: “no se nace mujer: llega una a serlo”, introdujo en la jerga feminista el concepto de “genero” –definido como el carácter cultural de la estructura de la personalidad conforme a la categoría sexual– que ahora esgrimen para que cualquiera se defina como hombre o mujer según se sienta.

Andrea Dworkin afirma que todo coito heterosexual constituye una violación contra la mujer y que el matrimonio es una licencia legal para la violación.  Y Monique Wittig afirma que ser lesbiana es el rechazo del poder económico, ideológico y político del hombre, dado que según ella, el lesbianismo es la única forma social en la cual la mujer puede vivir libremente. Así se comprende la absoluta idiotez del cartel que sostenía una feminista en una manifestación del día de la mujer que rezaba: “Unidas podemos matarlos a todos”.

Evidentemente no se da cuenta que si se cumple su deseo, y se da la desaparición total de los hombres, la mujer no puede reproducirse y se condena a la extinción. ¡Vaya degenerada

Es una lástima que al haberle robado la bandera del feminismo a quienes luchan por la igualdad de derechos, estas enfermas mentales han desacreditado por completo a tan noble movimiento.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Les robaron la bandera a las auténticas feministas

Redacción República
15 de marzo, 2017

A las auténticas feministas, a aquellas que como Mary Wollstonecraft, Olimpia de Gouges y Elizabeth Cady Stanton, que lucharon por la igualdad de derechos de las mujeres y los hombres, les han robado la bandera del movimiento feminista.  Wollstonecraft escribió el que se considera como el primer libro feminista intitulado: Vindicación de los derechos de la mujer. En éste abroga por la participación política de la mujer, el acceso a la ciudadanía y a la independencia económica.

Olimpia de Gouges escribió la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana como un calco de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, donde enfatizó que la mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos.

Elizabeth Cady Stanton redactó la “Declaración de Seneca Falls” basada en la Declaración de Independencia de Estados Unidos, desde postulados iusnaturalistas y lockeanos, destacando que “todos los hombres y mujeres son creados iguales; que están dotados por el creados de ciertos derechos inalienables, entre los que figuran la vida, la libertad y el derecho a la búsqueda de la felicidad”.

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Cuando las feministas pelearon, en los setentas, su derecho a andar top-less, porque los hombres podían hacerlo, les asistía la razón pues constitucionalmente tienen los mismos derechos que el hombre.

Cuando pelearon por su derecho a amamantar en público, como atestigüé una vez que fui a Chicago, en los noventas, donde vi en el lobby del hotel, de una cuadra de largo, a cientos de mujeres de la Liga de la Leche dando de mamar a sus criaturas, también les asistió razón, pues es esto una función natural de la madre y por demás recomendable para el infante.

Si luchan porque se respete su derecho de propiedad de su propio cuerpo, y su derecho a vivir el proyecto de vida de su elección, también les asiste la razón fundamentada en los derechos individuales.

Y si quieren andar desnudas como Galindo o Milo Moiré o cualquier muniquesa que quiera asolearse en el parque, pues también. Sólo los despreciadores del cuerpo, detrás de sus púlpitos, pretenden imponer sus prejuicios a los demás.

Pero hoy la bandera feminista ha sido secuestrada por las socialistas-comunistas, que con su agenda de destruir la sociedad burguesa se han inventado la absurda noción de la lucha de clases sexuales, como lo anuncia Shulamith Firestone en su obra La dialéctica del sexo. Allí sostiene la tesis de que la mujer es la clase sexual explotada por el patriarcado mediante su función reproductiva. Por eso propone abolir la función reproductiva de la mujer con arreglo a las tecnologías de la reproducción artificial; lograr independizarse totalmente del hombre mediante la independencia económica de ella y del niño abandonando la economía capitalista y la adopción de –adivinen qué– el sistema socialista; incluir a las mujeres y los niños en todos los aspectos de la sociedad, destruyendo todo aquello que resguarde la individualidad y toda distinción “cultural” hombre/mujer y adulto/niño; y por último, lograr la libertad de todas las mujeres y niños para hacer lo que sea que deseen sexualmente.

Suponen estas “iluminadas” que la distinción entre hombre y mujer no es natural sino que cultural, y lo mismo la distinción entre adulto y niño. Para eso, Kate Millet basada en la noción de Simone de Beauvoir: “no se nace mujer: llega una a serlo”, introdujo en la jerga feminista el concepto de “genero” –definido como el carácter cultural de la estructura de la personalidad conforme a la categoría sexual– que ahora esgrimen para que cualquiera se defina como hombre o mujer según se sienta.

Andrea Dworkin afirma que todo coito heterosexual constituye una violación contra la mujer y que el matrimonio es una licencia legal para la violación.  Y Monique Wittig afirma que ser lesbiana es el rechazo del poder económico, ideológico y político del hombre, dado que según ella, el lesbianismo es la única forma social en la cual la mujer puede vivir libremente. Así se comprende la absoluta idiotez del cartel que sostenía una feminista en una manifestación del día de la mujer que rezaba: “Unidas podemos matarlos a todos”.

Evidentemente no se da cuenta que si se cumple su deseo, y se da la desaparición total de los hombres, la mujer no puede reproducirse y se condena a la extinción. ¡Vaya degenerada

Es una lástima que al haberle robado la bandera del feminismo a quienes luchan por la igualdad de derechos, estas enfermas mentales han desacreditado por completo a tan noble movimiento.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo