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Hay vida política después de la cruzada contra la corrupción

Luis Miguel Reyes
06 de abril, 2017

Por Luis Miguel Reyes

La cruzada contra la corrupción está sacudiendo el sistema político guatemalteco, pero difícilmente podemos decir que se ha ganado la guerra. El proceso no ha terminado de ser asimilado por nuestras instituciones y sus efectos sin duda podrían revertirse si las fuerzas corruptas logran reacomodarse. Lo cierto es que la sacudida nos ha inmerso en una crisis política permanente y en una eterna fijación por la coyuntura que nos impide tener, como mínimo, una visión de mediano plazo que permita trazar una ruta para cuando lleguen momentos menos convulsos.

La falta de planteamientos serios para reconstruir el sistema político después del terremoto es culpa de la falta de liderazgo. Las pocas voces sensatas y serias que existen en esta sociedad son tímidas o fácilmente deslegitimadas por la eterna lucha ideológica de la sociedad civil que impide construir lazos de confianza.

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El único liderazgo verdadero está siendo demostrado por la Fiscal General Thelma Aldana y el Comisionado Iván Velásquez. Sin embargo, la condición de sus roles les limitan porque no podemos abordar el desarrollo del país únicamente desde la perspectiva de la lucha contra la corrupción; esta no puede ser la única política pública que mueva la agenda nacional. Hacerlo sería un gran error porque, citando al académico venezolano Ricardo Hausmann, combatir la corrupción no terminará con la pobreza[1].

Según Hausmann, es cierto que los países más prósperos tienden a ser menos corruptos. Sin embargo, los países con bajos niveles de corrupción, o que han mejorado en el combate a la misma, no necesariamente han dado el salto al desarrollo. Algunos ejemplos son Costa Rica, Ghana, Zambia, Macedonia, Uruguay o Nueva Zelanda. Construir un país toma más que solo combatir la impunidad.

Que esto no se malinterprete, la lucha contra la corrupción debe continuar con fuerza, hasta que nuestras instituciones logren asimilarla y se socaven completamente los cimientos del sistema político putrefacto que tiene de rodillas a la administración pública. Lo que planteo es que, paralelo a este proceso, se comience a discutir otra gran política de Estado con la que se pueda llenar el vacío dejado por la corrupción.

Y es que en sistemas como el guatemalteco, la corrupción y el clientelismo han cumplido una función: se convirtieron en una suerte de lubricante que ayuda a que los recursos públicos se muevan fácilmente para que pudieran ser ejecutados (y robados). Conforme avance el proceso, se asimile el nuevo modelo y se haga más difícil ser corrupto o corruptor, comenzaremos a experimentar una especie de inmovilismo en las instituciones públicas que provocará nuevos problemas. De hecho, algunos funcionarios públicos ya comienzan a hablar tímidamente de este tema; están apareciendo los primeros síntomas.

Lejos de permitir que este inmovilismo debilite aún más a las instituciones públicas guatemaltecas, deberíamos primero preguntarnos cuál será nuestra alternativa al modelo de Estado corrupto que hasta ahora conocíamos y cómo vamos enfrentar las nuevas dinámicas políticas del país. Si no lo hacemos, simplemente nos estaremos dejando arrastrar por la ola y perderemos la oportunidad.

Por supuesto que nada de esto se puede lograr sin liderazgos reales que tengan la valentía de desmarcarse de la política tradicional, la que está siendo embestida por la cruzada contra la corrupción. ¿En dónde están esos líderes políticos?

Hay que hacer un llamado a esos diputados honestos, a esos políticos idealistas, a esos funcionarios capaces y a esa sociedad civil tímida para que tomen las riendas de la discusión pública. En algún momento hay que quitarle el micrófono a la “vieja política” para dar mensajes nuevos y más fuertes. ¿Alguien se anima?

[1] Ricardo Hausmann. Fighting Corruption Won’t End Poverty.  https://www.project-syndicate.org/commentary/fighting-corruption-wont-end-poverty-by-ricardo-hausmann-2015-07

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Hay vida política después de la cruzada contra la corrupción

Luis Miguel Reyes
06 de abril, 2017

Por Luis Miguel Reyes

La cruzada contra la corrupción está sacudiendo el sistema político guatemalteco, pero difícilmente podemos decir que se ha ganado la guerra. El proceso no ha terminado de ser asimilado por nuestras instituciones y sus efectos sin duda podrían revertirse si las fuerzas corruptas logran reacomodarse. Lo cierto es que la sacudida nos ha inmerso en una crisis política permanente y en una eterna fijación por la coyuntura que nos impide tener, como mínimo, una visión de mediano plazo que permita trazar una ruta para cuando lleguen momentos menos convulsos.

La falta de planteamientos serios para reconstruir el sistema político después del terremoto es culpa de la falta de liderazgo. Las pocas voces sensatas y serias que existen en esta sociedad son tímidas o fácilmente deslegitimadas por la eterna lucha ideológica de la sociedad civil que impide construir lazos de confianza.

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El único liderazgo verdadero está siendo demostrado por la Fiscal General Thelma Aldana y el Comisionado Iván Velásquez. Sin embargo, la condición de sus roles les limitan porque no podemos abordar el desarrollo del país únicamente desde la perspectiva de la lucha contra la corrupción; esta no puede ser la única política pública que mueva la agenda nacional. Hacerlo sería un gran error porque, citando al académico venezolano Ricardo Hausmann, combatir la corrupción no terminará con la pobreza[1].

Según Hausmann, es cierto que los países más prósperos tienden a ser menos corruptos. Sin embargo, los países con bajos niveles de corrupción, o que han mejorado en el combate a la misma, no necesariamente han dado el salto al desarrollo. Algunos ejemplos son Costa Rica, Ghana, Zambia, Macedonia, Uruguay o Nueva Zelanda. Construir un país toma más que solo combatir la impunidad.

Que esto no se malinterprete, la lucha contra la corrupción debe continuar con fuerza, hasta que nuestras instituciones logren asimilarla y se socaven completamente los cimientos del sistema político putrefacto que tiene de rodillas a la administración pública. Lo que planteo es que, paralelo a este proceso, se comience a discutir otra gran política de Estado con la que se pueda llenar el vacío dejado por la corrupción.

Y es que en sistemas como el guatemalteco, la corrupción y el clientelismo han cumplido una función: se convirtieron en una suerte de lubricante que ayuda a que los recursos públicos se muevan fácilmente para que pudieran ser ejecutados (y robados). Conforme avance el proceso, se asimile el nuevo modelo y se haga más difícil ser corrupto o corruptor, comenzaremos a experimentar una especie de inmovilismo en las instituciones públicas que provocará nuevos problemas. De hecho, algunos funcionarios públicos ya comienzan a hablar tímidamente de este tema; están apareciendo los primeros síntomas.

Lejos de permitir que este inmovilismo debilite aún más a las instituciones públicas guatemaltecas, deberíamos primero preguntarnos cuál será nuestra alternativa al modelo de Estado corrupto que hasta ahora conocíamos y cómo vamos enfrentar las nuevas dinámicas políticas del país. Si no lo hacemos, simplemente nos estaremos dejando arrastrar por la ola y perderemos la oportunidad.

Por supuesto que nada de esto se puede lograr sin liderazgos reales que tengan la valentía de desmarcarse de la política tradicional, la que está siendo embestida por la cruzada contra la corrupción. ¿En dónde están esos líderes políticos?

Hay que hacer un llamado a esos diputados honestos, a esos políticos idealistas, a esos funcionarios capaces y a esa sociedad civil tímida para que tomen las riendas de la discusión pública. En algún momento hay que quitarle el micrófono a la “vieja política” para dar mensajes nuevos y más fuertes. ¿Alguien se anima?

[1] Ricardo Hausmann. Fighting Corruption Won’t End Poverty.  https://www.project-syndicate.org/commentary/fighting-corruption-wont-end-poverty-by-ricardo-hausmann-2015-07

República es ajena a la opinión expresada en este artículo