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Blog de literatura: Max*

Gabriel Arana Fuentes
25 de junio, 2017

1

Todavía no sé cómo me van a llamar. Allá afuera aún no se deciden entre Max y Heinrich. Max, por Max Sollmann, director administrativo del hogar que pronto me recibirá. Y Heinrich, en homenaje a Heinrich Himmler, quien tuvo la idea de programar mi concepción y la de mis amigos por nacer.

En lo personal, yo prefiero Heinrich porque, aunque siento mucho respeto por Herr Sollmann, siempre hay que aspirar a un puesto alto en la jerarquía, y Herr Himmler es más importante que Herr Sollmann: es, nada más y nada menos, la mano derecha del Führer.

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De todas formas, nada de esto importa, porque nadie me pedirá mi opinión.

Es 19 de abril de 1936 y ya casi es medianoche

Debí haber nacido ayer, pero no quise porque la fecha no me convenía. Por eso me quedé en mi sitio, fijo, inmóvil. ¡Oh! Mi madre sufre, claro, pero es una mujer valiente y soporta mi retraso sin quejarse. De hecho, estoy seguro de que lo aprueba.

Mi deseo, el primero de mi futura vida, es nacer el 20 de abril, porque esa es la fecha del cumpleaños de nuestro Führer. Si nazco el 20 de abril, los dioses germánicos me bendecirán, y la gente verá en mí al primogénito de la raza aria, la raza suprema. La que a partir de ahora reinará en el mundo entero.

En este preciso momento en que les hablo estoy en el vientre de mi madre, y mi nacimiento es inminente. Solo tengo que aguantar algunos minutos más, pero no tienen idea del estrés que me recorre las tripas mientras espero. ¡Estoy tan preocupado! Aunque no tenga ninguna razón para estarlo, temo que la pelusita que cubre mi cabeza de bebé, y que más adelante se convertirá en mi cabello, no sea suficientemente rubia. ¡Y es que es absolutamente necesario que mi cabello sea rubio! Rubio platino, lo más claro posible, sin el menor matiz de castaño que lo oscurezca. Y mis ojos, quiero que sean azules. De un color azul transparente, como el del agua pura que uno no puede contemplar sin tener la impresión de que se ahoga en ella. Quiero ser grande y fuerte… ¡Ay, no, no lo estoy expresando bien! Lo que acabo de decir es soso e insípido, porque no encuentro las palabras precisas. Es normal. Todavía no estoy del todo terminado, solo soy un bebé… Creo que será mejor que les repita las palabras de nuestro Führer. Hace algunos meses escuché uno de sus discursos. En aquella época yo era diminuto —un simple feto—, pero su voz era tan fuerte, tan vibrante y tan poderosa, que pudo llegar hasta mí. Me estremecí tanto de placer que, de hecho, en ese momento di mi primera patada en el vientre de mi madre para manifestar mi alegría.

Nuestro querido Führer dijo: «¡Tenemos que construir un mundo nuevo! ¡El joven alemán del futuro debe ser ágil y esbelto, impetuoso como un galgo, tenaz como el cuero y duro como el acero de Krupp!».

Ahí lo tienen, eso es exactamente lo que quiero: ser ágil, impetuoso, fuerte, tenaz. En lugar de mamar del pecho, lo morderé; en lugar de balbucear, gritaré; en lugar de amar, odiaré; en lugar de orar, lucharé. ¡Oh, mi Führer, no quiero decepcionarte! ¡No lo haré! De hecho, tengo que dominarme. ¿Por qué tantos temores? Son ridículos e injustificados. Evidentemente, me voy a parecer a mamá.

Permítanme hablarles de ella. Es alta y rubia. Se amarra su hermoso cabello dorado a la altura de la nuca o se hace trenzas en forma de corona detrás de la cabeza. No se maquilla nunca, porque ¡el maquillaje es para las mujeres orientales y sus ojos color negro carbón que parecen cucarachas! ¡Qué repugnante! ¡El maquillaje es para las putas! (A pesar de que soy tan solo un bebé, las groserías no me asustan. Me parece inútil no hablarle con franqueza o de manera cruda a un bebé como yo: ese tipo de consideración solo nos debilita y nos vuelve temerosos). Pero regresemos a mamá y su cabello: los mechones son tan lisos como los toletes y nunca ha usado esos productos que hacen rizos horribles o tiñen, porque ¡eso es para las rameras! No fuma, porque es perjudicial para la fertilidad, y tiene las caderas muy anchas. Tampoco es de esas mujeres que son quisquillosas con la comida porque quieren permanecer delgadas, algo que, de hecho, resulta ridículo en los albores de una guerra, porque algún día faltará la comida y hay que aprovechar la opulencia mientras se pueda disfrutar de ella. Mamá viste falda café y camisa blanca, y solo usa zapatos de tacón plano. Gracias a lo ancho de su pelvis, me ha cargado sin ningún problema, y hasta que la obligaron a descansar, quiso trabajar aquí, en la residencia de Steinhöring, en las afueras de Múnich, donde participó en el acondicionamiento y la decoración de nuestras cunas. Porque tal vez no lo sepan, pero no soy el único bebé que viene en camino: somos decenas y decenas, y el nacimiento de los demás estaba programado ya desde hace mucho tiempo. ¡Formaremos un verdadero ejército!

La bien desarrollada cadera de mamá me va a facilitar la misión: podré salir sin esfuerzo y señalaré el camino para mis futuros medios hermanos, porque mi mamá le juró al Führer que le daría un bebé al año.

En cuanto a mi padre, bueno, creo que me va a ser un poco más difícil hablarles de él con precisión, porque no sé quién sea. Nunca he oído el sonido de su voz; no lo conozco ni lo conoceré. Así son las cosas para nosotros, los niños del futuro. Nada más tenemos un padre espiritual: el Führer. Mi padre biológico y mi madre solo tuvieron un encuentro, y fue la noche en que me concibieron. Sé que él es un Sturmbannführer de la Waffen-SS, es decir, un «comandante». Le faltan dos grados para convertirse en coronel, pero cuando comience la guerra le será fácil obtenerlos, porque podrá matar a muchos enemigos.

Más adelante espero tener un hermoso uniforme negro como el suyo.

Al principio, sin saber lo que le esperaba, mi madre solicitó trabajo como Schwester, es decir, como enfermera. Escribió una carta y le contestaron pidiéndole que se presentara en las oficinas de la Herzog-Maxstrasse, donde tuvo que someterse a varios exámenes. La pesaron y la midieron parada, sentada, en cuclillas inclinada hacia adelante y hacia atrás. Estudiaron la forma de su cráneo y lo midieron. También midieron el tamaño de su frente, la ubicación de sus ojos y los centímetros que los separaban. Midieron la longitud, la anchura y la curva de su nariz. Midieron la longitud de sus brazos, piernas y torso. Midieron la distancia entre los labios y el mentón, y entre los pómulos y la nariz. Le midieron el occipucio y el cuello. Los doctores iban diciendo montones y montones de cifras, y sus secretarias las anotaban en un registro. Después, ellas mismas sumaron, restaron, multiplicaron y escribieron los resultados. También apuntaron el color de la piel de mamá, de su cabello y sus ojos —blanca, rubio, azul—, pero, obviamente, si hubiera tenido la piel mate o los ojos y el cabello oscuros, ni siquiera la habrían dejado entrar a las oficinas. Los doctores también estudiaron el color de su vello, tan rubio como su cabello, escaso y orientado en la dirección adecuada.

Luego, mamá pasó con unas doctoras que la desvistieron completamente y revisaron todo su cuerpo con una lupa, incluso el interior. Revisaron sobre todo el interior, donde entraría el sexo del hombre para fabricarme a mí. «Alles in Ordnung!», dijeron.

En resumen, mamá fue declarada «perfectamente adecuada para la selección». ¡Fue la mejor valoración! Otras mujeres fueron menos afortunadas, ya que algunas apenas recibieron la mención de «admisible» y otras, la de «denegada». Estas últimas fueron reinstaladas, pero, ¡ojo!, esta es una palabra en clave y no quiere decir que las hayan instalado en otra parte. En realidad significa «exterminadas»: ¡a la basura! Raus! Kaputt!

Por un lado están las groserías y, por otro, las palabras en clave. Conmigo, sin embargo, pueden usarlas todas. Las primeras no me afectan y de las segundas ya conozco el significado oculto. Bueno, no de todas, y por eso tendré que aprender una larga lista conforme vaya creciendo. También aprenderé nombres en clave, porque son muy importantes. Sí, muy muy importantes. El programa que estableció nuestro Führer y que se implementará en los años por venir está repleto de nombres en clave. Les daré un ejemplo: por ahora, mi nacimiento y el de mis amiguitos se tiene que mantener en absoluto secreto, y por eso todavía nadie sabe qué significa realmente Lebensborn, el nombre en clave de nuestro programa. Les diré qué quiere decir, pero no lo divulguen; significa «fuentes de vida».

Este término se refiere a la vida programada, concebida a partir de parámetros muy precisos, establecidos de antemano. Una vida que se nutre de la muerte.

Pero volvamos a mamá, quien todavía no tenía nada seguro porque es muy difícil convertirse en Schwester. ¡No cualquier mujer puede serlo! Mamá aprobó la primera parte del examen, pero le faltaba la segunda, y por eso tuvo que reunir todas las pruebas que demostraban su pertenencia a la raza nórdica y presentarlas a los consejeros de procreación, en otra oficina, la del RuSHA (Oficina Superior de Raza y Poblamiento). Proporcionó los papeles que probaban que sus ancestros eran alemanes desde 1750, que gozaron de perfecta salud y que por sus venas no corría ni una gota de sangre eslava y, mucho menos, judía… Así que ¡aquí vamos!

En ese momento, sin embargo, empecé a tener dudas, porque está bien tener todos los papeles en orden, pero hasta que uno no tiene el retoño enfrente, ¿cómo estar seguro? Lo que quiero decir es que, por ejemplo, si mi tátara tátara tátara tátara tátarabuelo hubiera tenido la pésima idea de acostarse con una judía, entonces, con el misterio de la genética de por medio, ¿no sería posible que apareciera una gota de sangre de esa criatura inferior en la mía? ¿Que la contaminara y la pudriera? ¡Eso sería terrible…! Pero ¿cómo saberlo? ¿Cómo? ¡Es imposible!

La única certeza que tengo es que soy niño. Sí, al menos en ese aspecto no hay ninguna duda, y la prueba de ello es este pequeño bulto en la parte inferior de mi vientre. Es mi sexo. Varón. ¡Qué contento estoy de no ser una chica! Porque cuando las chicas se convierten en mujeres, se tienen que someter a la ley de las tres K: Kinder, Küche, Kirche —«niños», «cocina», «iglesia»—. Y yo prefiero la K de Krupp: tanques, cañones, fusiles y guerra…

¡Bueno! Pero ¡eliminemos los malos pensamientos! Es imposible que yo tenga sangre judía en las venas, así que no tengo nada que temer y, además, está mi padre.

Esto me lleva a la tercera parte del examen al que se sometió mamá.

Después de que la examinaron los expertos en procreación y después del estudio de sus ancestros, le pidieron que mandara una foto suya en traje de baño. Los doctores estudiaron la foto (creo que volvieron a tomar medidas) y la pusieron al lado de otras fotos de oficiales de la SS, también en traje de baño, para saber cuál sería la mejor combinación posible, la mejor unión. Imaginen que poseen un semental y que quieren que se reproduzca: ¿no irían a buscar la yegua más saludable para garantizar un resultado óptimo? ¿Cómo fabrica Krupp, el consorcio del que nuestro Führer está tan orgulloso, sus cañones, los que pronto estarán frente a nuestros enemigos para eliminarlos? ¡Con el mejor acero, por supuesto! Y el mejor acero es, a su vez, resultado de la fusión de varios materiales. En este caso, yo tenía que ser el resultado de la unión de los cuerpos más nobles y, por eso, cuando los doctores examinaron las fotos, escogieron a mi padre: rubio, de ojos azules, alto, esbelto… Ya saben.

Así que, si en algún momento una gotita microscópica de sangre judía intentó reaparecer, estoy seguro de que mi padre la liquidó la noche en que estuvo con mamá aquí, en Steinhöring, en un edificio distinto a este en donde yo voy a nacer.

¡Ah, claro! Tengo que hablarles de Steinhöring. Me encanta la idea de contarles todo esto porque así voy haciendo tiempo y, mientras les hablo, nos acercamos a la medianoche del 20 de abril, el día de mi nacimiento.

Antes, este hogar era un manicomio para los deficientes y retrasados mentales, es decir, todos estos seres humanos que viven a expensas de la sociedad. A estos parásitos los reinstalaron —no hay necesidad de que lo vuelva a explicar porque ya saben lo que significa, ¿verdad?—, y después se llevaron a cabo grandes obras para transformar el manicomio. El cambio tenía que ser radical y absoluto para que se sintiera la diferencia entre los antiguos residentes y los actuales, porque los primeros representaban la vergüenza de la patria y los segundos serían su orgullo.

Primero desinfectaron todas las habitaciones; luego crearon salas de estar, comedores, salas de parto, de visita, de cuidados, dormitorios para las madres, cuneros para los recién nacidos y terrazas. Tuvieron que derrumbar paredes, montar mamparas, rodear el parque con un muro y plantar árboles muy altos para protegernos de las miradas indiscretas. Estas obras colosales se llevaron a cabo en muy poco tiempo gracias a una considerable mano de obra que trabaja gratuitamente: la de los prisioneros de Dachau, un campo en el que encierran a los Testigos de Jehová, a los homosexuales y a quienes se oponen a nuestro régimen o al Führer. ¡Desgraciadamente hay gente así! Pero ¡todas estas personas también serán reinstaladas pronto!

Los albañiles trabajaron día y noche sin parar, y así construyeron tanto nuestro Heim como el edificio del que les hablé hace poco, aquel en donde tienen lugar los encuentros, las uniones.

Este último es un edificio más pequeño y en el interior hay una sala de música, un comedor —por lo general, las parejas seleccionadas cenan antes de hacer lo que tienen que hacer— y varias habitaciones, que no son tan agradables como los dormitorios del Heim. Lo hicieron así a propósito. No hay mobiliario superfluo, solo una cama, una mesa y una ventana grande. Nada más. Es un cuarto con mucha luz, pero también es muy frío para que el apareamiento no dure mucho tiempo y para que las parejas, en caso de que se lleguen a gustar —lo cual no siempre es el caso—, no disfruten de lo que están haciendo. Y es que, al parecer, hay chicas que en el último momento, cuando se enteran de lo que se espera de una Schwester, intentan escapar. ¿Qué creían? ¿Que iban a elegir a su pareja y vivir el amor perfecto? Pero ¡qué ingenuidad! ¡Y qué cobardía! Es necesario aprovechar a los hombres que quedan mientras sigan vivos, porque luego muchos morirán en el campo de honor. Los nacimientos disminuirán, y Alemania no puede ser un pueblo de viejos. ¡Esto es algo de lo que hay que estar muy pendiente desde ahora! Por eso programaron nuestro nacimiento.

A partir de hoy aparearse es UN DEBER. Es algo que se debe hacer para servir a la patria, para sacarla de la oscuridad y para guiarla hacia la luz. El apareamiento no puede ser un placer. La vida sexual (lo repito, no me da miedo usar estas palabras y ya sé muchas cosas) ya no es un asunto personal, sino una obligación, una tarea sagrada destinada a propósitos muy elevados. Incluso si saberlo duele o si les resulta difícil a algunos.

Creo que a mamá le dolió unirse a mi padre, porque me parece que no conocía el significado de la palabra en clave Schwester. Según sé, ella, como algunas otras, estuvo a punto de desistir y escapar. Sin embargo, mi futuro padre y yo le infundimos ánimo. Él le dio un poco de Schnaps para que se le quitara el frío y pudiera relajarse y cumplir con su deber. Y yo, que solo era una vaga idea en la mente de mamá, apenas una voz interior, no dejé de animarla y de repetirle: «¡Tienes que hacerlo, mamá! ¡Es necesario! ¡Por el movimiento nacionalsocialista! ¡Por el Reich! ¡Por sus mil años de reinado! ¡Por el futuro!». Entonces, ella fijó la vista en el retrato del Führer que estaba colgado en aquel cuarto frío y, claro, apretó los dientes y soportó.

Lo hizo.

Y aquí estoy.

Y ahora que ya pasó la medianoche, ya puedo nacer.

¡Salgo!

¡De prisa! ¡Lo más rápido posible! Quiero ser el primer niño de nuestro Heim que nazca el 20 de abril. En las salas de parto ya tengo varios rivales potenciales, así que necesito adelantarme a ellos aunque sea solamente por un segundo.

¡Apóyenme!

Piensen en lo que les dije: TENGO que ser rubio. TENGO que nacer con ojos azules. TENGO que ser impetuoso.

Esbelto.

Fuerte.

Tenaz.

Como el acero de Krupp.

Soy el niño del futuro. El niño concebido sin amor. Sin Dios.

Sin Ley. Sin nada más que la fuerza y la rabia.

Heil Hitler!

*Fragmento del libro Max de Sarah Cohen-Scali (Planeta), © 2017,  Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

Blog de literatura: Max*

Gabriel Arana Fuentes
25 de junio, 2017

1

Todavía no sé cómo me van a llamar. Allá afuera aún no se deciden entre Max y Heinrich. Max, por Max Sollmann, director administrativo del hogar que pronto me recibirá. Y Heinrich, en homenaje a Heinrich Himmler, quien tuvo la idea de programar mi concepción y la de mis amigos por nacer.

En lo personal, yo prefiero Heinrich porque, aunque siento mucho respeto por Herr Sollmann, siempre hay que aspirar a un puesto alto en la jerarquía, y Herr Himmler es más importante que Herr Sollmann: es, nada más y nada menos, la mano derecha del Führer.

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De todas formas, nada de esto importa, porque nadie me pedirá mi opinión.

Es 19 de abril de 1936 y ya casi es medianoche

Debí haber nacido ayer, pero no quise porque la fecha no me convenía. Por eso me quedé en mi sitio, fijo, inmóvil. ¡Oh! Mi madre sufre, claro, pero es una mujer valiente y soporta mi retraso sin quejarse. De hecho, estoy seguro de que lo aprueba.

Mi deseo, el primero de mi futura vida, es nacer el 20 de abril, porque esa es la fecha del cumpleaños de nuestro Führer. Si nazco el 20 de abril, los dioses germánicos me bendecirán, y la gente verá en mí al primogénito de la raza aria, la raza suprema. La que a partir de ahora reinará en el mundo entero.

En este preciso momento en que les hablo estoy en el vientre de mi madre, y mi nacimiento es inminente. Solo tengo que aguantar algunos minutos más, pero no tienen idea del estrés que me recorre las tripas mientras espero. ¡Estoy tan preocupado! Aunque no tenga ninguna razón para estarlo, temo que la pelusita que cubre mi cabeza de bebé, y que más adelante se convertirá en mi cabello, no sea suficientemente rubia. ¡Y es que es absolutamente necesario que mi cabello sea rubio! Rubio platino, lo más claro posible, sin el menor matiz de castaño que lo oscurezca. Y mis ojos, quiero que sean azules. De un color azul transparente, como el del agua pura que uno no puede contemplar sin tener la impresión de que se ahoga en ella. Quiero ser grande y fuerte… ¡Ay, no, no lo estoy expresando bien! Lo que acabo de decir es soso e insípido, porque no encuentro las palabras precisas. Es normal. Todavía no estoy del todo terminado, solo soy un bebé… Creo que será mejor que les repita las palabras de nuestro Führer. Hace algunos meses escuché uno de sus discursos. En aquella época yo era diminuto —un simple feto—, pero su voz era tan fuerte, tan vibrante y tan poderosa, que pudo llegar hasta mí. Me estremecí tanto de placer que, de hecho, en ese momento di mi primera patada en el vientre de mi madre para manifestar mi alegría.

Nuestro querido Führer dijo: «¡Tenemos que construir un mundo nuevo! ¡El joven alemán del futuro debe ser ágil y esbelto, impetuoso como un galgo, tenaz como el cuero y duro como el acero de Krupp!».

Ahí lo tienen, eso es exactamente lo que quiero: ser ágil, impetuoso, fuerte, tenaz. En lugar de mamar del pecho, lo morderé; en lugar de balbucear, gritaré; en lugar de amar, odiaré; en lugar de orar, lucharé. ¡Oh, mi Führer, no quiero decepcionarte! ¡No lo haré! De hecho, tengo que dominarme. ¿Por qué tantos temores? Son ridículos e injustificados. Evidentemente, me voy a parecer a mamá.

Permítanme hablarles de ella. Es alta y rubia. Se amarra su hermoso cabello dorado a la altura de la nuca o se hace trenzas en forma de corona detrás de la cabeza. No se maquilla nunca, porque ¡el maquillaje es para las mujeres orientales y sus ojos color negro carbón que parecen cucarachas! ¡Qué repugnante! ¡El maquillaje es para las putas! (A pesar de que soy tan solo un bebé, las groserías no me asustan. Me parece inútil no hablarle con franqueza o de manera cruda a un bebé como yo: ese tipo de consideración solo nos debilita y nos vuelve temerosos). Pero regresemos a mamá y su cabello: los mechones son tan lisos como los toletes y nunca ha usado esos productos que hacen rizos horribles o tiñen, porque ¡eso es para las rameras! No fuma, porque es perjudicial para la fertilidad, y tiene las caderas muy anchas. Tampoco es de esas mujeres que son quisquillosas con la comida porque quieren permanecer delgadas, algo que, de hecho, resulta ridículo en los albores de una guerra, porque algún día faltará la comida y hay que aprovechar la opulencia mientras se pueda disfrutar de ella. Mamá viste falda café y camisa blanca, y solo usa zapatos de tacón plano. Gracias a lo ancho de su pelvis, me ha cargado sin ningún problema, y hasta que la obligaron a descansar, quiso trabajar aquí, en la residencia de Steinhöring, en las afueras de Múnich, donde participó en el acondicionamiento y la decoración de nuestras cunas. Porque tal vez no lo sepan, pero no soy el único bebé que viene en camino: somos decenas y decenas, y el nacimiento de los demás estaba programado ya desde hace mucho tiempo. ¡Formaremos un verdadero ejército!

La bien desarrollada cadera de mamá me va a facilitar la misión: podré salir sin esfuerzo y señalaré el camino para mis futuros medios hermanos, porque mi mamá le juró al Führer que le daría un bebé al año.

En cuanto a mi padre, bueno, creo que me va a ser un poco más difícil hablarles de él con precisión, porque no sé quién sea. Nunca he oído el sonido de su voz; no lo conozco ni lo conoceré. Así son las cosas para nosotros, los niños del futuro. Nada más tenemos un padre espiritual: el Führer. Mi padre biológico y mi madre solo tuvieron un encuentro, y fue la noche en que me concibieron. Sé que él es un Sturmbannführer de la Waffen-SS, es decir, un «comandante». Le faltan dos grados para convertirse en coronel, pero cuando comience la guerra le será fácil obtenerlos, porque podrá matar a muchos enemigos.

Más adelante espero tener un hermoso uniforme negro como el suyo.

Al principio, sin saber lo que le esperaba, mi madre solicitó trabajo como Schwester, es decir, como enfermera. Escribió una carta y le contestaron pidiéndole que se presentara en las oficinas de la Herzog-Maxstrasse, donde tuvo que someterse a varios exámenes. La pesaron y la midieron parada, sentada, en cuclillas inclinada hacia adelante y hacia atrás. Estudiaron la forma de su cráneo y lo midieron. También midieron el tamaño de su frente, la ubicación de sus ojos y los centímetros que los separaban. Midieron la longitud, la anchura y la curva de su nariz. Midieron la longitud de sus brazos, piernas y torso. Midieron la distancia entre los labios y el mentón, y entre los pómulos y la nariz. Le midieron el occipucio y el cuello. Los doctores iban diciendo montones y montones de cifras, y sus secretarias las anotaban en un registro. Después, ellas mismas sumaron, restaron, multiplicaron y escribieron los resultados. También apuntaron el color de la piel de mamá, de su cabello y sus ojos —blanca, rubio, azul—, pero, obviamente, si hubiera tenido la piel mate o los ojos y el cabello oscuros, ni siquiera la habrían dejado entrar a las oficinas. Los doctores también estudiaron el color de su vello, tan rubio como su cabello, escaso y orientado en la dirección adecuada.

Luego, mamá pasó con unas doctoras que la desvistieron completamente y revisaron todo su cuerpo con una lupa, incluso el interior. Revisaron sobre todo el interior, donde entraría el sexo del hombre para fabricarme a mí. «Alles in Ordnung!», dijeron.

En resumen, mamá fue declarada «perfectamente adecuada para la selección». ¡Fue la mejor valoración! Otras mujeres fueron menos afortunadas, ya que algunas apenas recibieron la mención de «admisible» y otras, la de «denegada». Estas últimas fueron reinstaladas, pero, ¡ojo!, esta es una palabra en clave y no quiere decir que las hayan instalado en otra parte. En realidad significa «exterminadas»: ¡a la basura! Raus! Kaputt!

Por un lado están las groserías y, por otro, las palabras en clave. Conmigo, sin embargo, pueden usarlas todas. Las primeras no me afectan y de las segundas ya conozco el significado oculto. Bueno, no de todas, y por eso tendré que aprender una larga lista conforme vaya creciendo. También aprenderé nombres en clave, porque son muy importantes. Sí, muy muy importantes. El programa que estableció nuestro Führer y que se implementará en los años por venir está repleto de nombres en clave. Les daré un ejemplo: por ahora, mi nacimiento y el de mis amiguitos se tiene que mantener en absoluto secreto, y por eso todavía nadie sabe qué significa realmente Lebensborn, el nombre en clave de nuestro programa. Les diré qué quiere decir, pero no lo divulguen; significa «fuentes de vida».

Este término se refiere a la vida programada, concebida a partir de parámetros muy precisos, establecidos de antemano. Una vida que se nutre de la muerte.

Pero volvamos a mamá, quien todavía no tenía nada seguro porque es muy difícil convertirse en Schwester. ¡No cualquier mujer puede serlo! Mamá aprobó la primera parte del examen, pero le faltaba la segunda, y por eso tuvo que reunir todas las pruebas que demostraban su pertenencia a la raza nórdica y presentarlas a los consejeros de procreación, en otra oficina, la del RuSHA (Oficina Superior de Raza y Poblamiento). Proporcionó los papeles que probaban que sus ancestros eran alemanes desde 1750, que gozaron de perfecta salud y que por sus venas no corría ni una gota de sangre eslava y, mucho menos, judía… Así que ¡aquí vamos!

En ese momento, sin embargo, empecé a tener dudas, porque está bien tener todos los papeles en orden, pero hasta que uno no tiene el retoño enfrente, ¿cómo estar seguro? Lo que quiero decir es que, por ejemplo, si mi tátara tátara tátara tátara tátarabuelo hubiera tenido la pésima idea de acostarse con una judía, entonces, con el misterio de la genética de por medio, ¿no sería posible que apareciera una gota de sangre de esa criatura inferior en la mía? ¿Que la contaminara y la pudriera? ¡Eso sería terrible…! Pero ¿cómo saberlo? ¿Cómo? ¡Es imposible!

La única certeza que tengo es que soy niño. Sí, al menos en ese aspecto no hay ninguna duda, y la prueba de ello es este pequeño bulto en la parte inferior de mi vientre. Es mi sexo. Varón. ¡Qué contento estoy de no ser una chica! Porque cuando las chicas se convierten en mujeres, se tienen que someter a la ley de las tres K: Kinder, Küche, Kirche —«niños», «cocina», «iglesia»—. Y yo prefiero la K de Krupp: tanques, cañones, fusiles y guerra…

¡Bueno! Pero ¡eliminemos los malos pensamientos! Es imposible que yo tenga sangre judía en las venas, así que no tengo nada que temer y, además, está mi padre.

Esto me lleva a la tercera parte del examen al que se sometió mamá.

Después de que la examinaron los expertos en procreación y después del estudio de sus ancestros, le pidieron que mandara una foto suya en traje de baño. Los doctores estudiaron la foto (creo que volvieron a tomar medidas) y la pusieron al lado de otras fotos de oficiales de la SS, también en traje de baño, para saber cuál sería la mejor combinación posible, la mejor unión. Imaginen que poseen un semental y que quieren que se reproduzca: ¿no irían a buscar la yegua más saludable para garantizar un resultado óptimo? ¿Cómo fabrica Krupp, el consorcio del que nuestro Führer está tan orgulloso, sus cañones, los que pronto estarán frente a nuestros enemigos para eliminarlos? ¡Con el mejor acero, por supuesto! Y el mejor acero es, a su vez, resultado de la fusión de varios materiales. En este caso, yo tenía que ser el resultado de la unión de los cuerpos más nobles y, por eso, cuando los doctores examinaron las fotos, escogieron a mi padre: rubio, de ojos azules, alto, esbelto… Ya saben.

Así que, si en algún momento una gotita microscópica de sangre judía intentó reaparecer, estoy seguro de que mi padre la liquidó la noche en que estuvo con mamá aquí, en Steinhöring, en un edificio distinto a este en donde yo voy a nacer.

¡Ah, claro! Tengo que hablarles de Steinhöring. Me encanta la idea de contarles todo esto porque así voy haciendo tiempo y, mientras les hablo, nos acercamos a la medianoche del 20 de abril, el día de mi nacimiento.

Antes, este hogar era un manicomio para los deficientes y retrasados mentales, es decir, todos estos seres humanos que viven a expensas de la sociedad. A estos parásitos los reinstalaron —no hay necesidad de que lo vuelva a explicar porque ya saben lo que significa, ¿verdad?—, y después se llevaron a cabo grandes obras para transformar el manicomio. El cambio tenía que ser radical y absoluto para que se sintiera la diferencia entre los antiguos residentes y los actuales, porque los primeros representaban la vergüenza de la patria y los segundos serían su orgullo.

Primero desinfectaron todas las habitaciones; luego crearon salas de estar, comedores, salas de parto, de visita, de cuidados, dormitorios para las madres, cuneros para los recién nacidos y terrazas. Tuvieron que derrumbar paredes, montar mamparas, rodear el parque con un muro y plantar árboles muy altos para protegernos de las miradas indiscretas. Estas obras colosales se llevaron a cabo en muy poco tiempo gracias a una considerable mano de obra que trabaja gratuitamente: la de los prisioneros de Dachau, un campo en el que encierran a los Testigos de Jehová, a los homosexuales y a quienes se oponen a nuestro régimen o al Führer. ¡Desgraciadamente hay gente así! Pero ¡todas estas personas también serán reinstaladas pronto!

Los albañiles trabajaron día y noche sin parar, y así construyeron tanto nuestro Heim como el edificio del que les hablé hace poco, aquel en donde tienen lugar los encuentros, las uniones.

Este último es un edificio más pequeño y en el interior hay una sala de música, un comedor —por lo general, las parejas seleccionadas cenan antes de hacer lo que tienen que hacer— y varias habitaciones, que no son tan agradables como los dormitorios del Heim. Lo hicieron así a propósito. No hay mobiliario superfluo, solo una cama, una mesa y una ventana grande. Nada más. Es un cuarto con mucha luz, pero también es muy frío para que el apareamiento no dure mucho tiempo y para que las parejas, en caso de que se lleguen a gustar —lo cual no siempre es el caso—, no disfruten de lo que están haciendo. Y es que, al parecer, hay chicas que en el último momento, cuando se enteran de lo que se espera de una Schwester, intentan escapar. ¿Qué creían? ¿Que iban a elegir a su pareja y vivir el amor perfecto? Pero ¡qué ingenuidad! ¡Y qué cobardía! Es necesario aprovechar a los hombres que quedan mientras sigan vivos, porque luego muchos morirán en el campo de honor. Los nacimientos disminuirán, y Alemania no puede ser un pueblo de viejos. ¡Esto es algo de lo que hay que estar muy pendiente desde ahora! Por eso programaron nuestro nacimiento.

A partir de hoy aparearse es UN DEBER. Es algo que se debe hacer para servir a la patria, para sacarla de la oscuridad y para guiarla hacia la luz. El apareamiento no puede ser un placer. La vida sexual (lo repito, no me da miedo usar estas palabras y ya sé muchas cosas) ya no es un asunto personal, sino una obligación, una tarea sagrada destinada a propósitos muy elevados. Incluso si saberlo duele o si les resulta difícil a algunos.

Creo que a mamá le dolió unirse a mi padre, porque me parece que no conocía el significado de la palabra en clave Schwester. Según sé, ella, como algunas otras, estuvo a punto de desistir y escapar. Sin embargo, mi futuro padre y yo le infundimos ánimo. Él le dio un poco de Schnaps para que se le quitara el frío y pudiera relajarse y cumplir con su deber. Y yo, que solo era una vaga idea en la mente de mamá, apenas una voz interior, no dejé de animarla y de repetirle: «¡Tienes que hacerlo, mamá! ¡Es necesario! ¡Por el movimiento nacionalsocialista! ¡Por el Reich! ¡Por sus mil años de reinado! ¡Por el futuro!». Entonces, ella fijó la vista en el retrato del Führer que estaba colgado en aquel cuarto frío y, claro, apretó los dientes y soportó.

Lo hizo.

Y aquí estoy.

Y ahora que ya pasó la medianoche, ya puedo nacer.

¡Salgo!

¡De prisa! ¡Lo más rápido posible! Quiero ser el primer niño de nuestro Heim que nazca el 20 de abril. En las salas de parto ya tengo varios rivales potenciales, así que necesito adelantarme a ellos aunque sea solamente por un segundo.

¡Apóyenme!

Piensen en lo que les dije: TENGO que ser rubio. TENGO que nacer con ojos azules. TENGO que ser impetuoso.

Esbelto.

Fuerte.

Tenaz.

Como el acero de Krupp.

Soy el niño del futuro. El niño concebido sin amor. Sin Dios.

Sin Ley. Sin nada más que la fuerza y la rabia.

Heil Hitler!

*Fragmento del libro Max de Sarah Cohen-Scali (Planeta), © 2017,  Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.