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Blog de historias urbanas: Vacas masticadoras

Redacción República
02 de julio, 2017

En el blog de historias urbanas participa José Vicente Solórzano Aguilar y República lo publicará los domingos

Ahora se me ocurre que el inventor de la actual goma de mascar pasaba las vacaciones en la granja de sus tíos. Seguro que acompañaba a sus familiares a ordeñar las vacas; después las sacaba a pastar en esas praderas que solemos admirar en los planos filmados por Clint Eastwood para Pale Rider y The Bridges of Madison County. Ahí debió estarse horas contemplándolas cuando rumiaban la hierba devuelta desde alguno de sus cuatro estómagos, mientras llegaba el atardecer para regresarlas al corral. Y acaso tuvo esa imagen en mente cuando dio con la fórmula que inundó a medio planeta con marcas como Bubble Yum, Chiclets Adams y Juanito Bazooka.

http://gph.is/2edTFyN

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Cuando niño me gustaba acumular todos los chicles que cayeran de la piñata. Me fascinaba el anuncio televisivo de Bubble Yum donde varios jóvenes se elevaban por el aire al hacer bombas y los recibían en globo. Nunca aprendí a hacerlas; veía con envidia los concursos convocados por Juanito Bazooka donde los participantes lograban esferas que rebasaban los treinta centímetros de diámetro. Entonces el dulzor desaparecía a los pocos minutos y los metía dentro de la azucarera para seguirlos masticando con la boca cerrada, como siempre dijeron mis mayores. Era mala educación hacerlo con la boca abierta, cual vaca echada en el campo.

http://gph.is/2g76ppn

En eso pensé cuando se sentó una señora delante de mí en el transmetro. Bajó su canasto repleto de verduras, cruzó los brazos, y a los pocos segundos empezó el desfile de chasquidos. Clap, snap, pop. Tal vez lo hacía para que todos mirasen el oro que le adornaba los dientes superiores. Quizá le recomendaron ejercitar la mandíbula para que no le creciera la papada. O le dio por presumir sus muelas a salvo de caries y visitas al dentista. Entre la lengua y el cielo de la boca retenía un trozo color verde; a ratos se asomaba entre los labios como si quisiera observar el mundo exterior y después regresaba para que lo siguieran masticando. Al notar que la miraba sonrió, como si le causara gracia, y los chasquidos brotaron con más ganas. Renuncié a la comodidad de mi asiento y me bajé en la siguiente estación. Prefiero ir parado a ver semejante cosa.

http://gph.is/2b1BgTv

No tuve escapatoria. La falta de buenos modales uniforma a casi todos los guatemaltecos sin importar su etnia y ascendencia. Al entrar al siguiente bus, tras una larga espera, casi me di de cara con un estudiante de instituto. A su delgadez, su peinado repleto de gelatina y cara masacrada por el acné sumaba la inevitable masticada a boca abierta. Era la única señal de que su cerebro funcionaba, enviando las órdenes que ponen en movimiento los músculos faciales. Ya no podía retirarme –era tarde y podía perderme el busito de la colonia–, por lo que atravesé la masa humana que suele amontonarse en las puertas del transmetro con tal de alejarme aunque fuera unos pasos.

http://gph.is/2r8ZL7m

Intento explicarme este comportamiento. Quizá les guste ver los partidos de beisbol y se impresionan con los jugadores en plena masticadera mientras esperan su turno al bate. Acaso el guapo de barrio lo haga a cada rato y lo imiten a la espera de que algún día los respeten en la cuadra. Puede que los adultos fueron regañados cuando niños por hacerlo y cobran su revancha ahora que peinan canas. A veces me dan ganas de llevar un espejo para ponérselos enfrente y se den cuenta del feo espectáculo que ofrecen. Quizá entonces, solo entonces, enmienden sus costumbres. O tal vez acometan el hábito con más ganas. Los experimentos suelen fallar la mayoría de veces.

http://gph.is/1sCkDoG

Blog de historias urbanas: Vacas masticadoras

Redacción República
02 de julio, 2017

En el blog de historias urbanas participa José Vicente Solórzano Aguilar y República lo publicará los domingos

Ahora se me ocurre que el inventor de la actual goma de mascar pasaba las vacaciones en la granja de sus tíos. Seguro que acompañaba a sus familiares a ordeñar las vacas; después las sacaba a pastar en esas praderas que solemos admirar en los planos filmados por Clint Eastwood para Pale Rider y The Bridges of Madison County. Ahí debió estarse horas contemplándolas cuando rumiaban la hierba devuelta desde alguno de sus cuatro estómagos, mientras llegaba el atardecer para regresarlas al corral. Y acaso tuvo esa imagen en mente cuando dio con la fórmula que inundó a medio planeta con marcas como Bubble Yum, Chiclets Adams y Juanito Bazooka.

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Cuando niño me gustaba acumular todos los chicles que cayeran de la piñata. Me fascinaba el anuncio televisivo de Bubble Yum donde varios jóvenes se elevaban por el aire al hacer bombas y los recibían en globo. Nunca aprendí a hacerlas; veía con envidia los concursos convocados por Juanito Bazooka donde los participantes lograban esferas que rebasaban los treinta centímetros de diámetro. Entonces el dulzor desaparecía a los pocos minutos y los metía dentro de la azucarera para seguirlos masticando con la boca cerrada, como siempre dijeron mis mayores. Era mala educación hacerlo con la boca abierta, cual vaca echada en el campo.

http://gph.is/2g76ppn

En eso pensé cuando se sentó una señora delante de mí en el transmetro. Bajó su canasto repleto de verduras, cruzó los brazos, y a los pocos segundos empezó el desfile de chasquidos. Clap, snap, pop. Tal vez lo hacía para que todos mirasen el oro que le adornaba los dientes superiores. Quizá le recomendaron ejercitar la mandíbula para que no le creciera la papada. O le dio por presumir sus muelas a salvo de caries y visitas al dentista. Entre la lengua y el cielo de la boca retenía un trozo color verde; a ratos se asomaba entre los labios como si quisiera observar el mundo exterior y después regresaba para que lo siguieran masticando. Al notar que la miraba sonrió, como si le causara gracia, y los chasquidos brotaron con más ganas. Renuncié a la comodidad de mi asiento y me bajé en la siguiente estación. Prefiero ir parado a ver semejante cosa.

http://gph.is/2b1BgTv

No tuve escapatoria. La falta de buenos modales uniforma a casi todos los guatemaltecos sin importar su etnia y ascendencia. Al entrar al siguiente bus, tras una larga espera, casi me di de cara con un estudiante de instituto. A su delgadez, su peinado repleto de gelatina y cara masacrada por el acné sumaba la inevitable masticada a boca abierta. Era la única señal de que su cerebro funcionaba, enviando las órdenes que ponen en movimiento los músculos faciales. Ya no podía retirarme –era tarde y podía perderme el busito de la colonia–, por lo que atravesé la masa humana que suele amontonarse en las puertas del transmetro con tal de alejarme aunque fuera unos pasos.

http://gph.is/2r8ZL7m

Intento explicarme este comportamiento. Quizá les guste ver los partidos de beisbol y se impresionan con los jugadores en plena masticadera mientras esperan su turno al bate. Acaso el guapo de barrio lo haga a cada rato y lo imiten a la espera de que algún día los respeten en la cuadra. Puede que los adultos fueron regañados cuando niños por hacerlo y cobran su revancha ahora que peinan canas. A veces me dan ganas de llevar un espejo para ponérselos enfrente y se den cuenta del feo espectáculo que ofrecen. Quizá entonces, solo entonces, enmienden sus costumbres. O tal vez acometan el hábito con más ganas. Los experimentos suelen fallar la mayoría de veces.

http://gph.is/1sCkDoG