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Tolerancia: una conversación pendiente

Carmen Camey
23 de agosto, 2017

En Occidente tendemos a evitar las conversaciones incómodas hasta que estas se vuelven inevitables y nos estallan en la cara, o en las Ramblas como fue en este caso. Nadie justifica los actos terroristas ni los condenables métodos del Daesh, sin embargo, sí puede provocar el pensamiento de cómo es posible que estas cosas sigan ocurriendo en una sociedad que, en principio, valora tantísimo la tolerancia y el respeto. Parece ser que hay algunos grupos de personas que no lo perciben así, que se sienten de alguna forma “oprimidas” por Occidente y quizás esto sea una señal de alarma que nos de a entender que no lo estamos haciendo de la mejor manera.

No hay que ser ingenuos: en algunas facciones radicales del Islam se malinterpretan los elementos militantes de su fe, pero también en Occidente hemos fallado en reconocer nuestros errores, desde las injusticias históricas que se han cometido, hasta el generalizado sentimiento anti-islamista que nos encontramos cada día a pie de calle (como por ejemplo los últimos incidentes en algunas aerolíneas europeas). Esto a su vez genera en el escenario árabe un desprecio por Occidente y todo lo que con él se relaciona (el cristianismo, aunque bien sabemos nosotros que desde hace ya algunos siglos Occidente no es sinónimo de cristiano), y el despertar de una conciencia religiosa que provoca también luchas en el interior del mismo mundo musulmán.

Este merengue se ve agravado por el desconocimiento: en Europa por lo general se les conoce un poco más, pero en América se le suele desconocer y se identifica con el fanatismo y el terrorismo. El desconocimiento, como ya se explicó en Tarzán, genera miedo, y el miedo genera rechazo. Con frecuencia el que atemoriza antes él estaba previamente atemorizado. Y al final acabamos con una pescadilla que se muerde la cola de la que somos incapaces de salir vivos (literalmente).

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Todo esto enmarcado en un momento histórico en el que nuestra sociedad se precia por ser respetuosa y tolerante, y sin embargo en Francia se prohíbe el burkini en nombre de sus “valores laicos” y por respeto a la mujer. Y al mismo tiempo, apelando a ese mismo respeto, se permiten los discursos fanáticos y adoctrinantes de los más de 50 imanes salafistas que hay en Cataluña.

Tenemos que tener un debate acerca de la tolerancia, qué y cómo estamos dispuestos a tolerar, qué batallas queremos luchar: ¿el burkini o el discurso extremista de algunos imanes? Es inevitable que exista un choque cultural, pero también es verdad que hay algunos elementos en los que podemos ceder, algunas maneras en las que podemos ayudarles a sentirse más cómodos en Occidente (sobre todo cuando muchos no tienen más opción que salir de sus países y no han elegido irse). También porque el hecho de que los mismos jóvenes occidentales, nacidos y crecidos con iPad y demás comodidades, quieran irse a luchar por la yihad 2.0 a Siria (más de 5,000 tan solo en Europa, según Europol), debería de darnos a entender que quizás hay algo que no estamos haciendo bien.

¿En Guatemala? Aquí quizás podemos aprender algunas de las lecciones que el Viejo Continente ha fallado en aprender: la tolerancia presupone certeza, una identidad clara en la que creer. De lo contrario, en palabras de Alejandro Navas: “si uno no cree en nada eso también puede ser caldo de cultivo para un relativismo disolvente. En ese clima cultural cualquier convicción se ve como un cuerpo extraño, algo que hay que rechazar, que no se debe permitir. Cuando un creyente pisa fuerte, aun con respeto, eso es algo que se ve mal, que se rechaza, ya sea un creyente cristiano o musulmán”.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Tolerancia: una conversación pendiente

Carmen Camey
23 de agosto, 2017

En Occidente tendemos a evitar las conversaciones incómodas hasta que estas se vuelven inevitables y nos estallan en la cara, o en las Ramblas como fue en este caso. Nadie justifica los actos terroristas ni los condenables métodos del Daesh, sin embargo, sí puede provocar el pensamiento de cómo es posible que estas cosas sigan ocurriendo en una sociedad que, en principio, valora tantísimo la tolerancia y el respeto. Parece ser que hay algunos grupos de personas que no lo perciben así, que se sienten de alguna forma “oprimidas” por Occidente y quizás esto sea una señal de alarma que nos de a entender que no lo estamos haciendo de la mejor manera.

No hay que ser ingenuos: en algunas facciones radicales del Islam se malinterpretan los elementos militantes de su fe, pero también en Occidente hemos fallado en reconocer nuestros errores, desde las injusticias históricas que se han cometido, hasta el generalizado sentimiento anti-islamista que nos encontramos cada día a pie de calle (como por ejemplo los últimos incidentes en algunas aerolíneas europeas). Esto a su vez genera en el escenario árabe un desprecio por Occidente y todo lo que con él se relaciona (el cristianismo, aunque bien sabemos nosotros que desde hace ya algunos siglos Occidente no es sinónimo de cristiano), y el despertar de una conciencia religiosa que provoca también luchas en el interior del mismo mundo musulmán.

Este merengue se ve agravado por el desconocimiento: en Europa por lo general se les conoce un poco más, pero en América se le suele desconocer y se identifica con el fanatismo y el terrorismo. El desconocimiento, como ya se explicó en Tarzán, genera miedo, y el miedo genera rechazo. Con frecuencia el que atemoriza antes él estaba previamente atemorizado. Y al final acabamos con una pescadilla que se muerde la cola de la que somos incapaces de salir vivos (literalmente).

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Todo esto enmarcado en un momento histórico en el que nuestra sociedad se precia por ser respetuosa y tolerante, y sin embargo en Francia se prohíbe el burkini en nombre de sus “valores laicos” y por respeto a la mujer. Y al mismo tiempo, apelando a ese mismo respeto, se permiten los discursos fanáticos y adoctrinantes de los más de 50 imanes salafistas que hay en Cataluña.

Tenemos que tener un debate acerca de la tolerancia, qué y cómo estamos dispuestos a tolerar, qué batallas queremos luchar: ¿el burkini o el discurso extremista de algunos imanes? Es inevitable que exista un choque cultural, pero también es verdad que hay algunos elementos en los que podemos ceder, algunas maneras en las que podemos ayudarles a sentirse más cómodos en Occidente (sobre todo cuando muchos no tienen más opción que salir de sus países y no han elegido irse). También porque el hecho de que los mismos jóvenes occidentales, nacidos y crecidos con iPad y demás comodidades, quieran irse a luchar por la yihad 2.0 a Siria (más de 5,000 tan solo en Europa, según Europol), debería de darnos a entender que quizás hay algo que no estamos haciendo bien.

¿En Guatemala? Aquí quizás podemos aprender algunas de las lecciones que el Viejo Continente ha fallado en aprender: la tolerancia presupone certeza, una identidad clara en la que creer. De lo contrario, en palabras de Alejandro Navas: “si uno no cree en nada eso también puede ser caldo de cultivo para un relativismo disolvente. En ese clima cultural cualquier convicción se ve como un cuerpo extraño, algo que hay que rechazar, que no se debe permitir. Cuando un creyente pisa fuerte, aun con respeto, eso es algo que se ve mal, que se rechaza, ya sea un creyente cristiano o musulmán”.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo