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Los gastos públicos y la parábola de la ventana rota

Redacción República
13 de septiembre, 2017

En 1850, en su ensayo titulado “Lo que vemos y lo que no vemos”, Frédéric Bastiat nos presenta la parábola de la ventana rota para ilustrar cómo gastos gubernamentales incurridos para recuperarse de algún evento destructivo no representan un beneficio neto para la sociedad. Recordamos la parábola cuando algunos nos relatan los supuestos beneficios económicos y creación de empleos, inherente en los desastres naturales como el huracán Sandy, en las guerras, o en obras publicas financiadas por los contribuyentes.

En la fábula de Bastiat, un joven rompe accidentalmente la ventana de una tienda. Para consolar al tendero por su pérdida, los allí presentes le dicen, “Todo el mundo tiene que vivir, y ¿qué sería de los cristaleros si los paneles de vidrio nunca se rompieran?” De esta forma se argumenta que el vidrio roto estimulará los negocios proporcionando ingresos al reparador, quien a su vez, utilizara esos ingresos para comprar suministros y otros bienes, promoviendo así el crecimiento económico.

Este es el impacto “que vemos”, y sobre esta base se concluye que la rotura del cristal favorece el crecimiento económico. En este caso, tendría sentido ir más allá y quemar la tienda para estimular aún más la actividad económica en otros sectores.

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Pretendamos que el tendero de este cuento representa la sociedad en general y el cristalero un grupo de intereses particulares. “Lo que no vemos”, es el efecto de lo que el tendero (es decir, la sociedad) podría haber hecho con su dinero si no hubiera tenido que arreglar el cristal roto. Previsiblemente, el tendero habría comprado ropa, alimentos, u otros bienes, o hubiera invertido en su negocio. Ahora el dejara de hacer esas compras o invertir ya que tuvo que usar su dinero para reparar la ventana. El daño a la ventana dio lugar a una desfavorable distribución de recursos. El tendero ha empobrecido; en lugar de tener una ventana y algunas ropas nuevas o comestibles, ahora sólo tienen una ventana reparada.

Cuando “lo que no vemos” es tomado en cuenta, es obvio que los programas de obras públicas, aunque benefician a industrias específicas, no representan un estimulo neto para la economía de la comunidad. Eventualmente los programas tienen que ser costeados reduciendo el poder adquisitivo de la ciudadanía a través de impuestos (o inflación) disminuyendo así los gastos en otros sectores económicos. El estímulo en un sector industrial privilegiado se obtiene a un costo real pero invisible en otros sectores.
En fin, lo que se logra es crear empleos – ingresos en algunas industrias al costo de empleos – ingresos en otras.

Bastiat nos insta a observar que no hay sólo dos, sino tres protagonistas en su parábola. Para el tendero- los contribuyentes- la situación ha empeorado. Al tener que reparar la ventana, tendrá que privarse de otras compras. Para el vidriero-un interés particular- su economía mejorara al beneficiarse del trabajo de reparación. El tercer protagonista, el que no vemos, son todos los otros productores desposeídos del consumo que el tendero ya no hará. Por cada trabajo creado por un proyecto de obras públicas, un trabajo privado se ha prescindido en algún otro sector en la economía.

Debido a que los ingresos y el producto de los programas de obras públicas son altamente visibles, es común considerar que benefician a todos. Pero esa evaluación no tiene en cuenta los costos ocultos. Cada dólar de gasto público tiene que ser costeado por un dólar de impuestos. Los contribuyentes son empobrecidos en la misma medida del gasto en la obra pública, y los bienes que los contribuyentes hubieran comprado con ese dinero no serán comprados. Los economistas denominan este “no consumo”, como costos de oportunidad. Bastiat los describe como “lo que no vemos.” Estos costos ocultos son reales, pero como no son visibles, se crea la ilusión de que las obras públicas ofrecen beneficios gratis.

La falacia de la ventana rota es un sofisma que se usa frecuentemente para justificar gastos pródigos en obras públicas. Si una propuesta ofrece utilidad real a la comunidad, este hecho es lo que se debe utilizar para argumentar en su favor y defender la empresa en base de sus méritos intrínsecos.

Ciertas obras públicas son claramente necesarias, y los proyectos humanitarios de ayuda a víctimas de un desastre natural no deben corromperse con argumentos falsos. Cuando escuchamos la tesis falaz de que un programa de obras públicas creará trabajos y estimulara el crecimiento económico de la comunidad, podemos estar seguros de que estamos siendo engatusados con la falacia de la ventana rota.

El último libro del Dr. Azel es “Reflexiones sobre la libertad”

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Los gastos públicos y la parábola de la ventana rota

Redacción República
13 de septiembre, 2017

En 1850, en su ensayo titulado “Lo que vemos y lo que no vemos”, Frédéric Bastiat nos presenta la parábola de la ventana rota para ilustrar cómo gastos gubernamentales incurridos para recuperarse de algún evento destructivo no representan un beneficio neto para la sociedad. Recordamos la parábola cuando algunos nos relatan los supuestos beneficios económicos y creación de empleos, inherente en los desastres naturales como el huracán Sandy, en las guerras, o en obras publicas financiadas por los contribuyentes.

En la fábula de Bastiat, un joven rompe accidentalmente la ventana de una tienda. Para consolar al tendero por su pérdida, los allí presentes le dicen, “Todo el mundo tiene que vivir, y ¿qué sería de los cristaleros si los paneles de vidrio nunca se rompieran?” De esta forma se argumenta que el vidrio roto estimulará los negocios proporcionando ingresos al reparador, quien a su vez, utilizara esos ingresos para comprar suministros y otros bienes, promoviendo así el crecimiento económico.

Este es el impacto “que vemos”, y sobre esta base se concluye que la rotura del cristal favorece el crecimiento económico. En este caso, tendría sentido ir más allá y quemar la tienda para estimular aún más la actividad económica en otros sectores.

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Pretendamos que el tendero de este cuento representa la sociedad en general y el cristalero un grupo de intereses particulares. “Lo que no vemos”, es el efecto de lo que el tendero (es decir, la sociedad) podría haber hecho con su dinero si no hubiera tenido que arreglar el cristal roto. Previsiblemente, el tendero habría comprado ropa, alimentos, u otros bienes, o hubiera invertido en su negocio. Ahora el dejara de hacer esas compras o invertir ya que tuvo que usar su dinero para reparar la ventana. El daño a la ventana dio lugar a una desfavorable distribución de recursos. El tendero ha empobrecido; en lugar de tener una ventana y algunas ropas nuevas o comestibles, ahora sólo tienen una ventana reparada.

Cuando “lo que no vemos” es tomado en cuenta, es obvio que los programas de obras públicas, aunque benefician a industrias específicas, no representan un estimulo neto para la economía de la comunidad. Eventualmente los programas tienen que ser costeados reduciendo el poder adquisitivo de la ciudadanía a través de impuestos (o inflación) disminuyendo así los gastos en otros sectores económicos. El estímulo en un sector industrial privilegiado se obtiene a un costo real pero invisible en otros sectores.
En fin, lo que se logra es crear empleos – ingresos en algunas industrias al costo de empleos – ingresos en otras.

Bastiat nos insta a observar que no hay sólo dos, sino tres protagonistas en su parábola. Para el tendero- los contribuyentes- la situación ha empeorado. Al tener que reparar la ventana, tendrá que privarse de otras compras. Para el vidriero-un interés particular- su economía mejorara al beneficiarse del trabajo de reparación. El tercer protagonista, el que no vemos, son todos los otros productores desposeídos del consumo que el tendero ya no hará. Por cada trabajo creado por un proyecto de obras públicas, un trabajo privado se ha prescindido en algún otro sector en la economía.

Debido a que los ingresos y el producto de los programas de obras públicas son altamente visibles, es común considerar que benefician a todos. Pero esa evaluación no tiene en cuenta los costos ocultos. Cada dólar de gasto público tiene que ser costeado por un dólar de impuestos. Los contribuyentes son empobrecidos en la misma medida del gasto en la obra pública, y los bienes que los contribuyentes hubieran comprado con ese dinero no serán comprados. Los economistas denominan este “no consumo”, como costos de oportunidad. Bastiat los describe como “lo que no vemos.” Estos costos ocultos son reales, pero como no son visibles, se crea la ilusión de que las obras públicas ofrecen beneficios gratis.

La falacia de la ventana rota es un sofisma que se usa frecuentemente para justificar gastos pródigos en obras públicas. Si una propuesta ofrece utilidad real a la comunidad, este hecho es lo que se debe utilizar para argumentar en su favor y defender la empresa en base de sus méritos intrínsecos.

Ciertas obras públicas son claramente necesarias, y los proyectos humanitarios de ayuda a víctimas de un desastre natural no deben corromperse con argumentos falsos. Cuando escuchamos la tesis falaz de que un programa de obras públicas creará trabajos y estimulara el crecimiento económico de la comunidad, podemos estar seguros de que estamos siendo engatusados con la falacia de la ventana rota.

El último libro del Dr. Azel es “Reflexiones sobre la libertad”

República es ajena a la opinión expresada en este artículo