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Libertad, igualdad y fraternidad: la implantación

Warren Orbaugh
01 de noviembre, 2017

En mis tres artículos anteriores propuse que si vamos a iniciar un diálogo nacional para construir la república, convendría partir de aquellos principios en los que todos estemos de acuerdo para luego discutir las distintas interpretaciones y formas de instaurarlos. Afirmé que suponía que estamos de acuerdo en los principios republicanos declarados por los revolucionarios de la Ilustración: Libertad, igualdad y fraternidad.

Sobre la libertad dije que es la capacidad de actuar en búsqueda de la propia idea de la buena vida sin estar sujeto a la voluntad arbitraria de otro, al estar protegido por leyes que salvaguardan nuestra autonomía propia con un gobierno capaz de imponerlas.

Sobre la igualdad dije que se refiere este principio efectivo de justicia donde la determinación de las condiciones en que todo individuo debe actuar sea las mismas normas para todos y cada uno. Este principio se opone a todo privilegio sancionado por ley y a cualquier iniciativa gubernamental que conceda ventajas especiales a algunos sin ofrecerlas a todos.

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Sobre la fraternidad dije que es la amistad cívica, la unión y buena correspondencia entre ciudadanos, la convivencia en concordia, y que exige el respeto al proyecto de vida del otro, respeto a vivir su vida según le aconseje su mejor juicio y por tanto, la igualdad de todos ante la ley legítima.

También dije que el gobierno se establece con el propósito de proteger los derechos individuales de los ciudadanos y por tanto, debe respetar la libertad de cada persona a determinar su propio proyecto de vida y al igual que la justicia y la igualdad que se basa en la igual dignidad de las personas.

Concluí que es difícil ejercer uno su libertad plena sin un sistema efectivo de justicia que proteja los derechos de cada uno por igual y sin una conducta fraternal de respeto mutuo entre ciudadanos. La justicia por si sola carece de significado sin la equidad, o sin la libertad para ejercerla. Así mismo, la igualdad es un concepto vacío si no se pone en práctica por medio de un sistema de justicia que garantice la libertad para vivir uno su proyecto de vida. Estas ideas se dan apoyo entre sí y cobran realidad por medio de la recta conducta amparada por la ley legítima. Como guatemaltecos podemos diferir en lo que debiera y en como lo debiera hacer esta nación, pero no debemos olvidar que estamos del mismo lado –el lado de la libertad, igualdad y fraternidad.
Veamos ahora la implantación.

Todo humano actúa, es decir, se esfuerza para alcanzar ciertos fines –elige un fin y recurre a medios para conseguir el objetivo ansiado. Actúa porque está insatisfecho con el estado de cosas prevalecientes y gracias a su razón prevé un estado más satisfactorio como resultado de su intervención. Su acción es siempre deliberada, por tanto, racional, aunque no necesariamente bien razonada pues es falible. Actúa pues, de acuerdo a su mejor juicio.

El humano descubrió hace tiempo que la labor mediante la división del trabajo resulta más fecunda que la practicada aisladamente y por eso eligió la cooperación social. Para beneficiarse de esta división del trabajo el individuo debe poder comunicar que desea obtener y debe conocer que espera el otro que le provea para poder hacer un intercambio de bienes o servicios. Para tener algo que intercambiar debe poseer algo que le sea propio, pues no puede dar a cambio algo que no sea de su propiedad. Para poder decidir si el intercambio le resulta beneficioso debe poder establecer cuál es su costo (el valor que atribuye a la satisfacción de la que se privará para conseguir el fin propuesto) y cuál es su ganancia (la diferencia entre el costo incurrido y el de la meta alcanzada) y cuál es su beneficio (el incremento de satisfacción obtenido). En otras palabras, debe poder deliberar y para esto debe poder ejercer su derecho a la libertad de expresión, su derecho a la libertad de acción y su derecho a libertad de propiedad –hacer uso de su propiedad como juzgue conveniente. Debe entonces, poder actuar de acuerdo a su mejor juicio.

El lenguaje por el que se comunica con el otro para saber que demanda y por tanto que debe ofertar él es el sistema de precios. Los precios son resultado de diferentes valoraciones, de juicios de valor de los consumidores que prefieren “a” a “b”. Tanto él como el otro y cada uno de nosotros, comprando o dejando de comprar y vendiendo o dejando de vender, contribuimos personalmente a la formación de precios en el mercado. La repetición de intercambios entre individuos y la multiplicación del número de personas que ofrecen y que demandan unas mismas mercancías reduce el margen que separa las mutuas valoraciones. El dinero con su divisibilidad ilimitada a efectos prácticos, además de hacer visible dos operaciones: la compra y la venta, permite precisar, con la máxima justeza, esos tipos de intercambios expresados mediante precios monetarios. Quedan los precios fijados entre márgenes muy estrechos –de un lado, las valoraciones del comprador marginal y del ofertante marginal que se abstiene de vender y, de otro, las valoraciones del vendedor marginal y las del potencial comprador marginal que se abstiene de comprar.

Esta información del sistema de precios le indica al productor si se requiere o no determinado producto y en qué cantidad. Al comparar la información con la de su costo podrá saber (mediante el cálculo económico) si le conviene o no dedicar su energía a producir tal o cual producto –pues la riqueza es el resultado del intercambio de productos demandados. Si produce productos no demandados lo que habrá elaborado es basura tan sólo. Su ganancia se deriva de la diferencia entre el valor de lo producido y el costo de producirlo. El cálculo de costos es pues, un instrumento mental para la acción –es una planificación deliberada para aprovechar mejor los recursos disponibles para la provisión de futuras necesidades.

Si el gobierno interviene en el sistema de precios, estableciendo algunos arbitrariamente por medio de leyes –por juzgar que es en beneficio de la mayoría– distorsiona, cual teléfono descompuesto, la comunicación entre los individuos que tomarán decisiones económicas equivocadas a partir la información falsa que recibieron. El gobierno habrá irrespetado la libertad de cada uno de actuar de acuerdo a su mejor juicio al deformar el estado de cosas sobre la que el ciudadano juzga; habrá irrespetado su dignidad como humano al obligarlo a actuar mediante engaño en contra de su mejor juicio; habrá irrespetado su igualdad ante la ley al haber decretado privilegios que pretenden beneficiar a unos en perjuicio de otros, pero que a la larga, perjudican a todos; y la conducta de los gobernantes no será fraternal al no respetar el proyecto de vida de cada quien al manipularlo para que viva, no de acuerdo a su mejor juicio, sino que de acuerdo al juicio “paternalista” de los gobernantes.

Es preciso pues, que si vamos a construir una república, basados en los principios de libertad, igualdad y fraternidad, que establezcamos, así como lo hicimos entre el estado y la religión, la separación total del estado y de la economía, permitiendo a cada ciudadano vivir su proyecto de vida de acuerdo a su mejor juicio.

Continuará.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Libertad, igualdad y fraternidad: la implantación

Warren Orbaugh
01 de noviembre, 2017

En mis tres artículos anteriores propuse que si vamos a iniciar un diálogo nacional para construir la república, convendría partir de aquellos principios en los que todos estemos de acuerdo para luego discutir las distintas interpretaciones y formas de instaurarlos. Afirmé que suponía que estamos de acuerdo en los principios republicanos declarados por los revolucionarios de la Ilustración: Libertad, igualdad y fraternidad.

Sobre la libertad dije que es la capacidad de actuar en búsqueda de la propia idea de la buena vida sin estar sujeto a la voluntad arbitraria de otro, al estar protegido por leyes que salvaguardan nuestra autonomía propia con un gobierno capaz de imponerlas.

Sobre la igualdad dije que se refiere este principio efectivo de justicia donde la determinación de las condiciones en que todo individuo debe actuar sea las mismas normas para todos y cada uno. Este principio se opone a todo privilegio sancionado por ley y a cualquier iniciativa gubernamental que conceda ventajas especiales a algunos sin ofrecerlas a todos.

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Sobre la fraternidad dije que es la amistad cívica, la unión y buena correspondencia entre ciudadanos, la convivencia en concordia, y que exige el respeto al proyecto de vida del otro, respeto a vivir su vida según le aconseje su mejor juicio y por tanto, la igualdad de todos ante la ley legítima.

También dije que el gobierno se establece con el propósito de proteger los derechos individuales de los ciudadanos y por tanto, debe respetar la libertad de cada persona a determinar su propio proyecto de vida y al igual que la justicia y la igualdad que se basa en la igual dignidad de las personas.

Concluí que es difícil ejercer uno su libertad plena sin un sistema efectivo de justicia que proteja los derechos de cada uno por igual y sin una conducta fraternal de respeto mutuo entre ciudadanos. La justicia por si sola carece de significado sin la equidad, o sin la libertad para ejercerla. Así mismo, la igualdad es un concepto vacío si no se pone en práctica por medio de un sistema de justicia que garantice la libertad para vivir uno su proyecto de vida. Estas ideas se dan apoyo entre sí y cobran realidad por medio de la recta conducta amparada por la ley legítima. Como guatemaltecos podemos diferir en lo que debiera y en como lo debiera hacer esta nación, pero no debemos olvidar que estamos del mismo lado –el lado de la libertad, igualdad y fraternidad.
Veamos ahora la implantación.

Todo humano actúa, es decir, se esfuerza para alcanzar ciertos fines –elige un fin y recurre a medios para conseguir el objetivo ansiado. Actúa porque está insatisfecho con el estado de cosas prevalecientes y gracias a su razón prevé un estado más satisfactorio como resultado de su intervención. Su acción es siempre deliberada, por tanto, racional, aunque no necesariamente bien razonada pues es falible. Actúa pues, de acuerdo a su mejor juicio.

El humano descubrió hace tiempo que la labor mediante la división del trabajo resulta más fecunda que la practicada aisladamente y por eso eligió la cooperación social. Para beneficiarse de esta división del trabajo el individuo debe poder comunicar que desea obtener y debe conocer que espera el otro que le provea para poder hacer un intercambio de bienes o servicios. Para tener algo que intercambiar debe poseer algo que le sea propio, pues no puede dar a cambio algo que no sea de su propiedad. Para poder decidir si el intercambio le resulta beneficioso debe poder establecer cuál es su costo (el valor que atribuye a la satisfacción de la que se privará para conseguir el fin propuesto) y cuál es su ganancia (la diferencia entre el costo incurrido y el de la meta alcanzada) y cuál es su beneficio (el incremento de satisfacción obtenido). En otras palabras, debe poder deliberar y para esto debe poder ejercer su derecho a la libertad de expresión, su derecho a la libertad de acción y su derecho a libertad de propiedad –hacer uso de su propiedad como juzgue conveniente. Debe entonces, poder actuar de acuerdo a su mejor juicio.

El lenguaje por el que se comunica con el otro para saber que demanda y por tanto que debe ofertar él es el sistema de precios. Los precios son resultado de diferentes valoraciones, de juicios de valor de los consumidores que prefieren “a” a “b”. Tanto él como el otro y cada uno de nosotros, comprando o dejando de comprar y vendiendo o dejando de vender, contribuimos personalmente a la formación de precios en el mercado. La repetición de intercambios entre individuos y la multiplicación del número de personas que ofrecen y que demandan unas mismas mercancías reduce el margen que separa las mutuas valoraciones. El dinero con su divisibilidad ilimitada a efectos prácticos, además de hacer visible dos operaciones: la compra y la venta, permite precisar, con la máxima justeza, esos tipos de intercambios expresados mediante precios monetarios. Quedan los precios fijados entre márgenes muy estrechos –de un lado, las valoraciones del comprador marginal y del ofertante marginal que se abstiene de vender y, de otro, las valoraciones del vendedor marginal y las del potencial comprador marginal que se abstiene de comprar.

Esta información del sistema de precios le indica al productor si se requiere o no determinado producto y en qué cantidad. Al comparar la información con la de su costo podrá saber (mediante el cálculo económico) si le conviene o no dedicar su energía a producir tal o cual producto –pues la riqueza es el resultado del intercambio de productos demandados. Si produce productos no demandados lo que habrá elaborado es basura tan sólo. Su ganancia se deriva de la diferencia entre el valor de lo producido y el costo de producirlo. El cálculo de costos es pues, un instrumento mental para la acción –es una planificación deliberada para aprovechar mejor los recursos disponibles para la provisión de futuras necesidades.

Si el gobierno interviene en el sistema de precios, estableciendo algunos arbitrariamente por medio de leyes –por juzgar que es en beneficio de la mayoría– distorsiona, cual teléfono descompuesto, la comunicación entre los individuos que tomarán decisiones económicas equivocadas a partir la información falsa que recibieron. El gobierno habrá irrespetado la libertad de cada uno de actuar de acuerdo a su mejor juicio al deformar el estado de cosas sobre la que el ciudadano juzga; habrá irrespetado su dignidad como humano al obligarlo a actuar mediante engaño en contra de su mejor juicio; habrá irrespetado su igualdad ante la ley al haber decretado privilegios que pretenden beneficiar a unos en perjuicio de otros, pero que a la larga, perjudican a todos; y la conducta de los gobernantes no será fraternal al no respetar el proyecto de vida de cada quien al manipularlo para que viva, no de acuerdo a su mejor juicio, sino que de acuerdo al juicio “paternalista” de los gobernantes.

Es preciso pues, que si vamos a construir una república, basados en los principios de libertad, igualdad y fraternidad, que establezcamos, así como lo hicimos entre el estado y la religión, la separación total del estado y de la economía, permitiendo a cada ciudadano vivir su proyecto de vida de acuerdo a su mejor juicio.

Continuará.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo