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Si Dios me quita la vida (4)

Gabriel Arana Fuentes
03 de diciembre, 2017

Estas son las Crónicas policiales del Comisario Wenceslao Pérez Chanan. Comenzamos con Si Dios me quita la vida. El autor es Francisco Alejandro Méndez. República la publicará domingo a domingo. Para más información consultá el correo [email protected] o en Twitter: @elgranfascinado

Días después, zona dos, 09:00 am.

Yuri era un muchacho joven, de buen aspecto, sociable e intrépito. Era el encargado de sacar la basura de las casas de ese sector. Esa mañana tocó hasta la saciedad la residencia de la familia Figueroa. Nadie abrió. Solamente se escuchaban los lastimeros ladridos de dos perros del otro lado del portón. Yuri sacudió varias veces el vacío saco de la basura como señal de protesta. Ese sucio costal que día a día depositaba los desechos de las familias, el que luego trababa en su espalda y el que lanzaba dentro del camión con las fuerzas de un súperheroe.

Su molestia era porque los miembros o casi todos los miembros de la familia Figueroa eran caritativos con él y el resto del equipo. Les regalaban zapatos y ropa usada, les ofrecían comida. En fin, eran diferentes a los otros vecinos.

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Mientras Yuri escuchó el ladrido, recordó que doña Lucrecia ordenaba siempre a la sirvienta que encerraran al Spaik y al Toby, dos escandalosos y enfurecidos terriers, en el baño de visitas para que no morieran al muchacho que los canes consideraban su invasor.

Por lo buena gente que era la señora, Yuri esperaba pacientemente para que le abrieran la puerta.

Ese lunes, a pesar del escándalo perruno, parecía que dentro del inmueble no había un alma humana. Yuri se agachó, metió la boca dentro del portón y en forma de jarro gritó: La basuuuuura. Luego, como guardavalla, se tiró al piso y atisbó por entre el breve espacio del piso y el portón. Observó las llantas de todos los autos estacionados.

El conductor de camión de la basura, don Chepe, bocinó con insistencia, como manifestando su desesperación porque el muchacho no se apuraba. Entonces Yuri desistió y corrió, casi junto al camión hacia la casa vecina. Allí encontró dos botes repletos de cartones de pizza, envaces plásticos y de vidrio.

—¿Están sus vecinos, doña Lily?

—A vos qué te importa, patojo. Dedicate a tu trabajo y no andés juzgando. Eso le corresponde a otros y no a vos.

Miércoles, 9:00 horas

Yuri y su saco volvieron a aparecer frente al portón. Ese día se topó con un motorista que tocaba el timbre con insistencia.

—¿Nadie, verdad, vos?

—Fíjese que vine el lunes a sacar la basura y no me abrieron.

—¿Se irían? Vine a entregar correspondencia persona el lunes, ayer y nada.

—¿Y por qué no las deja en el buzón, pues?

—Porque alguien tiene que firmar de recibido, patojo baboso. Si no a mí me joden en el trabajo.

Cuando ambos se retiraban del lugar, un auto se detuvo intempestivamente frente a la casa. Un individuo de unos 40 años, vestido con traje gris, con paso apresurado y el seño fruncido los empujó y se acercó a tocar el timbre. Cuando lo hacía por segunda vez esuchó un dúo que coreó: No hay nadie.

El hombre del traje gris, muy molestó, se quitó los anteojos oscuros e interrogó a ambos: quiénes son ustedes y cómo saben eso. Yuri se presentó y luego relató sus fallidos intentos por sacar la basura. El cobrador hizo lo mismo y también manifestó su frustración por la falta de respuesta de los Figueroa.

—Miré señor. Allí están todos los carros, solo que hoy no están ladrando los perros —Yuri se volvió a tirar al piso y se levantó como si tuviera resortes en las piernas.

—Definitivamente, hay que llamar a la policía o a los bomberos. Seguro, algo pasa adentro ¿no les parece? —manifestó el hombre de gris, mientras sacó su teléfono celular y marcó tres números.

Los primeros en llegar fueron los bomberos.

El oficial Darwin Baudilio ordenó a varios de sus elementos, que ingresan por la terraza de alguno de los vecinos. De inmediato el Pupo y el Chasis de Gato ingresaron a la casa de la señora Lily, subieron las gradas y saltaron hacia la terraza de los Figueroa.

Apenas pasaron unos minutos para que el Pupo asomara su canada y diminuta cabeza y con sus palabras confirmará la sospecha de los presentes:

—Oficial Darwin Baudilio. Desde aquí se ve una escena espantosa. Me parece que han asesinado a varios. Quizá sea mejor que tumbemos la puerta por si hay algún sobreviviente.

La patrulla del comisario se estaba estacionando en ese momento.

Estas son las Crónicas policiales del Comisario W.P. Chanan. Comenzamos con Si Dios me quita la vida. El autor es Francisco Alejandro Méndez. República la publicará domingo a domingo. Para más información consultá el correo [email protected] o en Twitter: @elgranfascinado

Francisco Alejandro Méndez es Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2017

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Días después, zona dos, 09:00 am.

Yuri era un muchacho joven, de buen aspecto, sociable e intrépito. Era el encargado de sacar la basura de las casas de ese sector. Esa mañana tocó hasta la saciedad la residencia de la familia Figueroa. Nadie abrió. Solamente se escuchaban los lastimeros ladridos de dos perros del otro lado del portón. Yuri sacudió varias veces el vacío saco de la basura como señal de protesta. Ese sucio costal que día a día depositaba los desechos de las familias, el que luego trababa en su espalda y el que lanzaba dentro del camión con las fuerzas de un súperheroe.

Su molestia era porque los miembros o casi todos los miembros de la familia Figueroa eran caritativos con él y el resto del equipo. Les regalaban zapatos y ropa usada, les ofrecían comida. En fin, eran diferentes a los otros vecinos.

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Mientras Yuri escuchó el ladrido, recordó que doña Lucrecia ordenaba siempre a la sirvienta que encerraran al Spaik y al Toby, dos escandalosos y enfurecidos terriers, en el baño de visitas para que no morieran al muchacho que los canes consideraban su invasor.

Por lo buena gente que era la señora, Yuri esperaba pacientemente para que le abrieran la puerta.

Ese lunes, a pesar del escándalo perruno, parecía que dentro del inmueble no había un alma humana. Yuri se agachó, metió la boca dentro del portón y en forma de jarro gritó: La basuuuuura. Luego, como guardavalla, se tiró al piso y atisbó por entre el breve espacio del piso y el portón. Observó las llantas de todos los autos estacionados.

El conductor de camión de la basura, don Chepe, bocinó con insistencia, como manifestando su desesperación porque el muchacho no se apuraba. Entonces Yuri desistió y corrió, casi junto al camión hacia la casa vecina. Allí encontró dos botes repletos de cartones de pizza, envaces plásticos y de vidrio.

—¿Están sus vecinos, doña Lily?

—A vos qué te importa, patojo. Dedicate a tu trabajo y no andés juzgando. Eso le corresponde a otros y no a vos.

Miércoles, 9:00 horas

Yuri y su saco volvieron a aparecer frente al portón. Ese día se topó con un motorista que tocaba el timbre con insistencia.

—¿Nadie, verdad, vos?

—Fíjese que vine el lunes a sacar la basura y no me abrieron.

—¿Se irían? Vine a entregar correspondencia persona el lunes, ayer y nada.

—¿Y por qué no las deja en el buzón, pues?

—Porque alguien tiene que firmar de recibido, patojo baboso. Si no a mí me joden en el trabajo.

Cuando ambos se retiraban del lugar, un auto se detuvo intempestivamente frente a la casa. Un individuo de unos 40 años, vestido con traje gris, con paso apresurado y el seño fruncido los empujó y se acercó a tocar el timbre. Cuando lo hacía por segunda vez esuchó un dúo que coreó: No hay nadie.

El hombre del traje gris, muy molestó, se quitó los anteojos oscuros e interrogó a ambos: quiénes son ustedes y cómo saben eso. Yuri se presentó y luego relató sus fallidos intentos por sacar la basura. El cobrador hizo lo mismo y también manifestó su frustración por la falta de respuesta de los Figueroa.

—Miré señor. Allí están todos los carros, solo que hoy no están ladrando los perros —Yuri se volvió a tirar al piso y se levantó como si tuviera resortes en las piernas.

—Definitivamente, hay que llamar a la policía o a los bomberos. Seguro, algo pasa adentro ¿no les parece? —manifestó el hombre de gris, mientras sacó su teléfono celular y marcó tres números.

Los primeros en llegar fueron los bomberos.

El oficial Darwin Baudilio ordenó a varios de sus elementos, que ingresan por la terraza de alguno de los vecinos. De inmediato el Pupo y el Chasis de Gato ingresaron a la casa de la señora Lily, subieron las gradas y saltaron hacia la terraza de los Figueroa.

Apenas pasaron unos minutos para que el Pupo asomara su canada y diminuta cabeza y con sus palabras confirmará la sospecha de los presentes:

—Oficial Darwin Baudilio. Desde aquí se ve una escena espantosa. Me parece que han asesinado a varios. Quizá sea mejor que tumbemos la puerta por si hay algún sobreviviente.

La patrulla del comisario se estaba estacionando en ese momento.

Estas son las Crónicas policiales del Comisario W.P. Chanan. Comenzamos con Si Dios me quita la vida. El autor es Francisco Alejandro Méndez. República la publicará domingo a domingo. Para más información consultá el correo [email protected] o en Twitter: @elgranfascinado

Francisco Alejandro Méndez es Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2017

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