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Manual de la perfecta transición cubana

Redacción República
02 de febrero, 2018

Gutenberg Martínez Ocamica, ex presidente de la Cámara de diputados de Chile, y hasta 2006, presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América, señala en su “Manual de la perfecta transición latinoamericana” que nada atemoriza mas a un dictador que una oposición pensando en el futuro. Martínez Ocamica hace eco de la exhortación de Václac Havel: “Piensen el futuro” y presenta diez condiciones para una transición exitosa en vista a la experiencia chilena.

Tristemente, la mayoría de los requerimientos de la formulación de Martínez Ocamica de la “perfecta transición latinoamericana” están ausentes hoy en Cuba.  Él postula, por ejemplo, que para preparar y llevar a cabo una transición exitosa, una oposición unida es requerida; una oposición que pueda proyectar una imagen de ser una alternativa poderosa al gobierno existente.

Para Martínez Ocamica la oposición tiene que de hecho constituir, y ser percibida como una viable y probable alternativa gobernante.  Él razona que la oposición será considerada una opción cuando los coroneles cubanos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR)  perciban que su oportunidad para hacerse generales dependerá de la oposición gobernando en un entorno democrático.  Esto presupone acuerdos construidos sobre gestos de flexibilidad; un consenso centrado en la libertad y en mejorar el bienestar de la ciudadanía.  Estas señales de flexibilidad política, acomodación, y preocupación con el bienestar del pueblo cubano no parecen ser prioritarias para los Castro.

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En otras palabras, no es suficiente para la oposición luchar contra la opresión, también es necesario que la oposición sea vista como una alternativa viable que ofrece una gobernabilidad honesta, capaz y juiciosa.  Martínez Ocamica argumenta que la oposición que sabe y articula como quiere gobernar facilita una transición removiendo la incertidumbre y reduciendo en la población el nivel de ansiedad, y temor de lo desconocido.

De igual manera,  una oposición vista como una alternativa de gobernación responsable debe ofrecer un programa con respecto a los abusos de los derechos humanos por el régimen castrista.  Toda transición pacífica enfrenta este espinoso dilema.  Agendas revanchistas no promueven un proceso de transición. Sin embargo, la justicia es una condición necesaria para construir un estado basado en la ley, y la verdad tiene que triunfar.  Este es un tema en el que la oposición necesita ejercer sabiduría, prudencia, coraje, y una tolerancia heroica para armonizar valores éticos con lo que es posible y necesario para la reconciliación nacional.

En mi libro, Mañana in Cuba, yo argumento que “el pasado es prologo,” y el castrismo no terminara con el fallecimiento de los hermanos Castro quienes legaran a los cubanos un sistema político-económico decadente y una herencia de una sociedad civil sin preparación para las exigencias ciudadanas de una democracia liberal y una economía de mercado competitivo.  Un legado muy pernicioso de la historia cubana, exacerbado por el castrismo, es que la sociedad civil cubana no ha aprendido a apreciar las vicisitudes del gobernar democráticamente y se aferra a la creencia histórica en la violencia como método legitimo para el logro de objetivos políticos.  En la mentalidad política cubana, el liderazgo mesiánico triunfa siempre sobre las instituciones democráticas.

Estas condiciones presentan un desafío muy difícil para la planificación de una transición.  Este es precisamente el primer punto en la tesis de Martínez Ocamica; las transiciones tienen que ser configuradas de antemano siguiendo un camino pacífico y democrático.  No es posible, ni prudente, el concebir un camino del totalitarismo a la democracia compuesto por etapas independientes y no relacionadas.

La oposición cubana (dentro y fuera de la isla) es una oposición que no se aproxima a reunir los requisitos de Martínez Ocamica de unidad, proyección de fuerza, y de estar en una posición de ofrecer una alternativa político-económica viable y cohesiva ante el castrismo.  ¿Cómo entonces puede la oposición cubana preparar una transición exitosa?

Un paso requerido es el reconocimiento pleno de que una transición debe responder a los intereses y aspiraciones de la ciudadanía y que en un sistema que ha negado por largos años libertades básicas, la sociedad está debilitada y corrompida por un miasma de miedo.  Por lo tanto, al centro de estas aspiraciones están las libertades básicas que todos los seres humanos desean, en particular; la de sentirse libre de miedo.

Por cinco décadas, el miedo ha sido una parte integral del quehacer diario de la existencia cubana.  La apatía política y falta de valores cívicos mostrados por la sociedad cubana de hoy, pueden ser consideradas como una manifestación siniestra de miedo.  Es un miedo que, enmascarado como sentido común, condena como tontos, imprudentes, o fútiles, los pequeños actos diarios de heroísmo de los disidentes cubanos.  Es un miedo que debe ser conquistado para que un proyecto nacional de transición pueda  tener posibilidades de éxito.

Iniciativas que dejan al miedo en su lugar en la sociedad y buscan primordialmente alterar políticas oficiales y mecanismos para mejorar condiciones económicas y materiales, tienen pocas probabilidades de éxito sostenido.  La democracia es, fundamentalmente, un sistema político que propone potenciar a los individuos.  Entonces, sentirse libre de miedo es el primer paso para una transición cubana genuina y exitosa. Y porque sentirse libre de miedo es una condición necesaria para vencer sobre la apatía política, es a la vez método y fin.

La oposición cubana no disfruta hoy de un reconocimiento nacional y prestigio como el que la oposición chilena disfruto, ni posee una infraestructura organizativa comparable.  La economía cubana, fallida y en bancarrota, no es la economía chilena vibrante de libre mercado que existía cuando ese país estableció un itinerario de transición.  Todo esto lleva a una transición cubana que es casi por dado que se origine con la clase gobernante o con una improbable explosión social masiva.

Consecuentemente,  una genuina transición cubana tendrá que esperar hasta que los hermanos Castro ya no estén en el poder y será una en la que la oposición tendrá que improvisar creativamente para ganarse una medida de estatura política si pretende jugar un papel importante.

La perfecta transición cubana es una que procede legalmente y pacíficamente; de ley a ley.  Manteniéndonos dentro del marco de lo que es posible, es una transición en la cual la clase gobernante decide cambiar las reglas del juego y abre el proceso político llamando a elecciones libres, justas, y competitivas para elegir un parlamento nuevo que elaborará una nueva constitución según las líneas de la transición española.  Es así como la oposición cubana debe pensar el futuro de Cuba.

Pero una transición negociada de arriba-abajo liderada por oficiales gubernamentales ruega la pregunta: ¿Cómo puede una oposición cubana inarticulada y débil persuadir a la clase gobernante pos castrista a que emprenda reformas que posiblemente resulten en su pérdida de  poder político?

Principios modernos de técnicas de comportamiento y de la “arquitectura del escoger” pueden ser utilizados  para inducir a la ciudadanía a abrazar los valores cívicos requeridos para una gobernación democrática efectiva.  Los mismos principios científicos pueden ser empleados creativamente por la oposición para inducir a un gobierno pos castrista- seguramente renuente a abandonar su preferencia por el estatus quo- a emprender reformas políticas rápidas para desmantelar las instituciones comunistas. Eventualmente una nueva generación de líderes cubanos asumirá el poder.  Su tendencia será la continuidad, pero a diferencia de los Castro, ellos serán más influenciables.

Aquellos oficiales militares esperando gobernar en el primer interregno pos castrista han de heredar una economía en bancarrota, paralizada y con instituciones disfuncionales; una ideología desacreditada, enormes problemas sociales, y más. Tal vez  podrán ejercer control militar, pero económicamente y socialmente, Cuba estará muy cerca de ser un estado fallido.  Un estado fallido es, por definición, uno que ya no puede reproducir las condiciones de su propia existencia.

Estos oficiales se convertirán en los herederos de una, insostenible y peligrosa situación con  pocas probabilidades y efectivos para controlarla.  Con una legitimidad cuestionable, y un aparato represivo que puede estar en desorden o desacuerdo (y carisma no al nivel de un Fidel Castro) ellos tendrán que enfrentar una oposición interna y externa revitalizada dado el vacío político de los Castros.  Su abanico de opciones será muy limitado para refrescar este comprometido ambiente  sociopolítico y económico.

Los oficiales, mientras consideran como navegar entre orillas opuestas del estrecho ideológico encontraran, como Odiseo,  las amenazas de sus propios monstruos del mar – Sila y Caribdis –; y como Odiseo, necesitaran escoger a que monstruo enfrentar.  Pueden mantenerse en el curso totalitario y enfrentar el monstruo Caribdis de perdidas catastróficas con un posible desencadenamiento de eventos culminando en un resultado a la Ceausescu.  O, pueden elegir convertirse en líderes de una apertura democrática política y enfrentar, al otro lado, las perdidas políticas más manejables de Sila.

Estos oficiales conocen íntimamente las brutales purgas que son características de los regímenes totalitarios y se darán cuenta que, para ellos, la prosperidad y la felicidad personal duradera pueden ser obtenidas más fácilmente en un ambiente democrático, aun si esto requiere el entregar algún poder político.

Preparar una transición exitosa – es decir, configurar de antemano un rumbo pacifico hacia la democracia – significa discernir que la oportunidad se presentará solo cuando los Castro estén fuera del poder, y  requiere desarrollar una estrategia para inducir a aquellos que asuman el poder  a gobernar democráticamente.

En términos prácticos esto significa que la oposición tiene que rechazar toda iniciativa que pueda prolongar la existencia política-económica del régimen de los Castro.  Tiene también que posicionarse para orquestar y facilitar un conjunto extraordinario de asistencia internacional disponible a la petición de un gobierno cubano decidido a emprender una transición autentica hacia la democracia y oportunidades económicas de libre mercado para todos los cubanos.  Tal conjunto de asistencia no significa nada para los Castro, pero será extremadamente popular con el pueblo cubano que busca liberarse de cinco décadas de penurias y represión totalitaria. De esta manera, la oposición puede presentarse auténticamente ante el pueblo cubano como una alternativa viable y poderosa. Es una vía para llegar, por poder, a las condiciones delineadas por Martínez Ocamica.

Es importante señalar  que esta no es una propuesta típica de “zanahoria y garrote” diseñada a inducir un cambio en el comportamiento del liderazgo.  Ningún cambio es solicitado o esperado del régimen, y absolutamente ninguna zanahoria o inducimientos son ofrecidos a los Castro, o a cualquier régimen sucesor interesado solamente en mantener el estatus quo.  Iniciativas para asistir a un régimen con voluntad de continuidad pueden eliminar o anular la oportunidad de inducir y motivar a un régimen sucesor que este honestamente interesado en un cambio democrático.  Esta formulación explícitamente reconoce que la oportunidad se presentará solo cuando desaparezca la perversa lógica de intransigencia de los Castro.  Tampoco se esgrime el garrote;  tan solo se afirma muy conciente y públicamente una orden medica de NR – No resucitar.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Manual de la perfecta transición cubana

Redacción República
02 de febrero, 2018

Gutenberg Martínez Ocamica, ex presidente de la Cámara de diputados de Chile, y hasta 2006, presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América, señala en su “Manual de la perfecta transición latinoamericana” que nada atemoriza mas a un dictador que una oposición pensando en el futuro. Martínez Ocamica hace eco de la exhortación de Václac Havel: “Piensen el futuro” y presenta diez condiciones para una transición exitosa en vista a la experiencia chilena.

Tristemente, la mayoría de los requerimientos de la formulación de Martínez Ocamica de la “perfecta transición latinoamericana” están ausentes hoy en Cuba.  Él postula, por ejemplo, que para preparar y llevar a cabo una transición exitosa, una oposición unida es requerida; una oposición que pueda proyectar una imagen de ser una alternativa poderosa al gobierno existente.

Para Martínez Ocamica la oposición tiene que de hecho constituir, y ser percibida como una viable y probable alternativa gobernante.  Él razona que la oposición será considerada una opción cuando los coroneles cubanos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR)  perciban que su oportunidad para hacerse generales dependerá de la oposición gobernando en un entorno democrático.  Esto presupone acuerdos construidos sobre gestos de flexibilidad; un consenso centrado en la libertad y en mejorar el bienestar de la ciudadanía.  Estas señales de flexibilidad política, acomodación, y preocupación con el bienestar del pueblo cubano no parecen ser prioritarias para los Castro.

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En otras palabras, no es suficiente para la oposición luchar contra la opresión, también es necesario que la oposición sea vista como una alternativa viable que ofrece una gobernabilidad honesta, capaz y juiciosa.  Martínez Ocamica argumenta que la oposición que sabe y articula como quiere gobernar facilita una transición removiendo la incertidumbre y reduciendo en la población el nivel de ansiedad, y temor de lo desconocido.

De igual manera,  una oposición vista como una alternativa de gobernación responsable debe ofrecer un programa con respecto a los abusos de los derechos humanos por el régimen castrista.  Toda transición pacífica enfrenta este espinoso dilema.  Agendas revanchistas no promueven un proceso de transición. Sin embargo, la justicia es una condición necesaria para construir un estado basado en la ley, y la verdad tiene que triunfar.  Este es un tema en el que la oposición necesita ejercer sabiduría, prudencia, coraje, y una tolerancia heroica para armonizar valores éticos con lo que es posible y necesario para la reconciliación nacional.

En mi libro, Mañana in Cuba, yo argumento que “el pasado es prologo,” y el castrismo no terminara con el fallecimiento de los hermanos Castro quienes legaran a los cubanos un sistema político-económico decadente y una herencia de una sociedad civil sin preparación para las exigencias ciudadanas de una democracia liberal y una economía de mercado competitivo.  Un legado muy pernicioso de la historia cubana, exacerbado por el castrismo, es que la sociedad civil cubana no ha aprendido a apreciar las vicisitudes del gobernar democráticamente y se aferra a la creencia histórica en la violencia como método legitimo para el logro de objetivos políticos.  En la mentalidad política cubana, el liderazgo mesiánico triunfa siempre sobre las instituciones democráticas.

Estas condiciones presentan un desafío muy difícil para la planificación de una transición.  Este es precisamente el primer punto en la tesis de Martínez Ocamica; las transiciones tienen que ser configuradas de antemano siguiendo un camino pacífico y democrático.  No es posible, ni prudente, el concebir un camino del totalitarismo a la democracia compuesto por etapas independientes y no relacionadas.

La oposición cubana (dentro y fuera de la isla) es una oposición que no se aproxima a reunir los requisitos de Martínez Ocamica de unidad, proyección de fuerza, y de estar en una posición de ofrecer una alternativa político-económica viable y cohesiva ante el castrismo.  ¿Cómo entonces puede la oposición cubana preparar una transición exitosa?

Un paso requerido es el reconocimiento pleno de que una transición debe responder a los intereses y aspiraciones de la ciudadanía y que en un sistema que ha negado por largos años libertades básicas, la sociedad está debilitada y corrompida por un miasma de miedo.  Por lo tanto, al centro de estas aspiraciones están las libertades básicas que todos los seres humanos desean, en particular; la de sentirse libre de miedo.

Por cinco décadas, el miedo ha sido una parte integral del quehacer diario de la existencia cubana.  La apatía política y falta de valores cívicos mostrados por la sociedad cubana de hoy, pueden ser consideradas como una manifestación siniestra de miedo.  Es un miedo que, enmascarado como sentido común, condena como tontos, imprudentes, o fútiles, los pequeños actos diarios de heroísmo de los disidentes cubanos.  Es un miedo que debe ser conquistado para que un proyecto nacional de transición pueda  tener posibilidades de éxito.

Iniciativas que dejan al miedo en su lugar en la sociedad y buscan primordialmente alterar políticas oficiales y mecanismos para mejorar condiciones económicas y materiales, tienen pocas probabilidades de éxito sostenido.  La democracia es, fundamentalmente, un sistema político que propone potenciar a los individuos.  Entonces, sentirse libre de miedo es el primer paso para una transición cubana genuina y exitosa. Y porque sentirse libre de miedo es una condición necesaria para vencer sobre la apatía política, es a la vez método y fin.

La oposición cubana no disfruta hoy de un reconocimiento nacional y prestigio como el que la oposición chilena disfruto, ni posee una infraestructura organizativa comparable.  La economía cubana, fallida y en bancarrota, no es la economía chilena vibrante de libre mercado que existía cuando ese país estableció un itinerario de transición.  Todo esto lleva a una transición cubana que es casi por dado que se origine con la clase gobernante o con una improbable explosión social masiva.

Consecuentemente,  una genuina transición cubana tendrá que esperar hasta que los hermanos Castro ya no estén en el poder y será una en la que la oposición tendrá que improvisar creativamente para ganarse una medida de estatura política si pretende jugar un papel importante.

La perfecta transición cubana es una que procede legalmente y pacíficamente; de ley a ley.  Manteniéndonos dentro del marco de lo que es posible, es una transición en la cual la clase gobernante decide cambiar las reglas del juego y abre el proceso político llamando a elecciones libres, justas, y competitivas para elegir un parlamento nuevo que elaborará una nueva constitución según las líneas de la transición española.  Es así como la oposición cubana debe pensar el futuro de Cuba.

Pero una transición negociada de arriba-abajo liderada por oficiales gubernamentales ruega la pregunta: ¿Cómo puede una oposición cubana inarticulada y débil persuadir a la clase gobernante pos castrista a que emprenda reformas que posiblemente resulten en su pérdida de  poder político?

Principios modernos de técnicas de comportamiento y de la “arquitectura del escoger” pueden ser utilizados  para inducir a la ciudadanía a abrazar los valores cívicos requeridos para una gobernación democrática efectiva.  Los mismos principios científicos pueden ser empleados creativamente por la oposición para inducir a un gobierno pos castrista- seguramente renuente a abandonar su preferencia por el estatus quo- a emprender reformas políticas rápidas para desmantelar las instituciones comunistas. Eventualmente una nueva generación de líderes cubanos asumirá el poder.  Su tendencia será la continuidad, pero a diferencia de los Castro, ellos serán más influenciables.

Aquellos oficiales militares esperando gobernar en el primer interregno pos castrista han de heredar una economía en bancarrota, paralizada y con instituciones disfuncionales; una ideología desacreditada, enormes problemas sociales, y más. Tal vez  podrán ejercer control militar, pero económicamente y socialmente, Cuba estará muy cerca de ser un estado fallido.  Un estado fallido es, por definición, uno que ya no puede reproducir las condiciones de su propia existencia.

Estos oficiales se convertirán en los herederos de una, insostenible y peligrosa situación con  pocas probabilidades y efectivos para controlarla.  Con una legitimidad cuestionable, y un aparato represivo que puede estar en desorden o desacuerdo (y carisma no al nivel de un Fidel Castro) ellos tendrán que enfrentar una oposición interna y externa revitalizada dado el vacío político de los Castros.  Su abanico de opciones será muy limitado para refrescar este comprometido ambiente  sociopolítico y económico.

Los oficiales, mientras consideran como navegar entre orillas opuestas del estrecho ideológico encontraran, como Odiseo,  las amenazas de sus propios monstruos del mar – Sila y Caribdis –; y como Odiseo, necesitaran escoger a que monstruo enfrentar.  Pueden mantenerse en el curso totalitario y enfrentar el monstruo Caribdis de perdidas catastróficas con un posible desencadenamiento de eventos culminando en un resultado a la Ceausescu.  O, pueden elegir convertirse en líderes de una apertura democrática política y enfrentar, al otro lado, las perdidas políticas más manejables de Sila.

Estos oficiales conocen íntimamente las brutales purgas que son características de los regímenes totalitarios y se darán cuenta que, para ellos, la prosperidad y la felicidad personal duradera pueden ser obtenidas más fácilmente en un ambiente democrático, aun si esto requiere el entregar algún poder político.

Preparar una transición exitosa – es decir, configurar de antemano un rumbo pacifico hacia la democracia – significa discernir que la oportunidad se presentará solo cuando los Castro estén fuera del poder, y  requiere desarrollar una estrategia para inducir a aquellos que asuman el poder  a gobernar democráticamente.

En términos prácticos esto significa que la oposición tiene que rechazar toda iniciativa que pueda prolongar la existencia política-económica del régimen de los Castro.  Tiene también que posicionarse para orquestar y facilitar un conjunto extraordinario de asistencia internacional disponible a la petición de un gobierno cubano decidido a emprender una transición autentica hacia la democracia y oportunidades económicas de libre mercado para todos los cubanos.  Tal conjunto de asistencia no significa nada para los Castro, pero será extremadamente popular con el pueblo cubano que busca liberarse de cinco décadas de penurias y represión totalitaria. De esta manera, la oposición puede presentarse auténticamente ante el pueblo cubano como una alternativa viable y poderosa. Es una vía para llegar, por poder, a las condiciones delineadas por Martínez Ocamica.

Es importante señalar  que esta no es una propuesta típica de “zanahoria y garrote” diseñada a inducir un cambio en el comportamiento del liderazgo.  Ningún cambio es solicitado o esperado del régimen, y absolutamente ninguna zanahoria o inducimientos son ofrecidos a los Castro, o a cualquier régimen sucesor interesado solamente en mantener el estatus quo.  Iniciativas para asistir a un régimen con voluntad de continuidad pueden eliminar o anular la oportunidad de inducir y motivar a un régimen sucesor que este honestamente interesado en un cambio democrático.  Esta formulación explícitamente reconoce que la oportunidad se presentará solo cuando desaparezca la perversa lógica de intransigencia de los Castro.  Tampoco se esgrime el garrote;  tan solo se afirma muy conciente y públicamente una orden medica de NR – No resucitar.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo