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El hombre debe aprender a ser quien es para serlo

María Renée Estrada
06 de febrero, 2018

El ser humano es una unidad total de varias dimensiones. Dentro de sus características particulares podemos reconocer la unidad total de cuerpo y el alma. El cuerpo se reconoce como el elemento “material”, externo, del individuo; el alma es el elemento “espiritual”, interno. El alma, o espíritu, es un elemento significativo, ya que diferencia en gran medida al ser humano.

A diferencia de los otros seres vivos con los que el ser humano se relaciona en el mundo, este contiene otros rasgos muy particulares. La inteligencia, o raciocinio, y la voluntad, acción de llevar o no a cabo algo, son elementos que le dan cierta superioridad – al igual que el alma espiritual – al individuo.

Los rasgos o características antes mencionadas son dimensiones muy particulares, las cuales le asignan cierta complejidad y profundidad al ser humano, lo hacen persona humana. Pero, ¿qué es ser persona? Ricardo Sada, en su libro La ética en relación al hombre singular, lo define como el ser “subsistente espiritual”. Sada explica que al ser poseedores de esta existencia espiritual, en dualidad con el cuerpo, cada persona es posee también una dignidad específica. La dignidad humana es entendida como el valor intrínseco que cada individuo posee ‘per se’ (por el simple hecho de ser). Sada explica la dignidad desde dos perspectivas: la dignidad óntica o metafísica y la dignidad ética u operativa.

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La dignidad óntica o metafísica (explicada anteriormente como dignidad humana) es aquella que es inherente a la naturaleza del hombre. Cumple con las siguientes características: es original, pues le es dada a cada individuo desde el momento en que existe (la fecundación del nuevo ser, espermatozoide + óvulo); es gratuita ya que se recibe sin exigir nada a cambio; es imperdible ya que por ningún motivo o razón el ser humano deja de poseerla; es incomunicable ya que forma parte de la naturaleza intrínseca de cada persona humana.

La dignidad ética u operante es aquella que se deriva del comportamiento y la conducta de la persona (Ricardo Sada). Mientras que la dignidad óntica tiene su raíz en el ‘ser’ de cada persona, la dignidad ética la tiene en su ‘hacer’. El ser humano es más o menos digno, con respecto a la forma en la que se desarrolla y desenvuelve en su contexto específico. Las características de la dignidad ética son: el dinamismo, ya que existe a través de la actividad humana; el crecimiento decrecimiento, las personas pueden alcanzar una mayor dignidad moral, o menos, dependiendo de su práctica del bien, conocimiento de la verdad,  etc.; posibilidad de perderla, se refiere específicamente al hecho de referirse a alguien como ‘indigno’ por la forma incorrecta en que ha actuado con respecto a alguna situación.

Todos estos elementos mencionados, hacen del ser humano un individuo complejo y profundo.  La educación y el aprendizaje juegan un papel muy importante en el desarrollo del mismo individualmente, dentro de una familia y dentro de la sociedad.

Como hemos mencionado el ser humano se diferencia, por mucho, de los demás seres vivos con los que coexiste. Es por esto que podemos referirnos a él como una persona humana que, a través de sus elementos particulares, es y busca ser siempre ‘trascendental’. ¿Qué significa esto? Que el ser humano trasciende, va más allá de este aquí, supera los límites terrenales. Al considerarse, y ser, un individuo que trasciende, el ser humano está constantemente en la búsqueda de algo más. Su aprendizaje a través de la cultura y la educación formal e informal, le permite contar con las herramientas necesarias para poder llevar a cabo ese ‘fin’ que tiene como persona humana.  Si consideramos que es un Ser superior el dueño y artífice del elemento espiritual del hombre, podemos concluir que es ese mismo Ser superior el que llama al ser humano a ser trascendental.

A través de su libertad – uso correcto de la inteligencia y la voluntad, buscando la Verdad y el bien común, la persona humana aspira a la grandeza, tiene grandes ideales y busca constantemente satisfacer sus ganas de trascender. La educación, el dominio de sí y el aprendizaje le permiten ir descubriendo las formas correctas y efectivas de alcanzar ese ‘sentido de vida’ (Viktor Frankl) que lleva plasmado en su interior.

Si nos basamos en la aspiración humana a lo trascendental, a la ‘excelencia humana’, podríamos decir que para poder alcanzarla el ser humano debe optar por seguir un camino de verdad y de bien. Este camino es indudablemente el camino que lo llevará a la plenitud y a la felicidad, ¿pero cómo consigue el ser humano alcanzarlo? Para forjar su interior, crecer y madurar como persona, el ser humano debe ser capaz de crear buenos hábitos (o virtudes) que le ayudarán a llevar de una manera más ligera la aventura de vivir. La virtud, que busca siempre el bien propio y el común, será la que guíe al ser humano hacia el camino de la excelencia, a encontrar el ‘sentido de vida’ propio y por ende a la realización y plenitud personal.  Como dijo Aristóteles: “Sé razonable (o virtuoso) y serás feliz”.

Dentro del campo de la educación estos conocimientos son indispensables. Es a través de la correcta formación del ser humano, la cual le confiere principalmente a los padres pero sin duda los educadores apoyamos y reafirmamos, en donde se le debe recordar y enseñar al niño quién es y de dónde viene.  Podemos ver la transmisión de estos conocimientos, tanto a niños como a jóvenes, como un método de prevención muy eficaz para que estos seres – sumamente vulnerables – tengan una noción sumamente clara de lo que es la persona humana, sus características, su dignidad inherente, su valor como individuos, su igualdad ante otros seres humanos, etc.

El ser humano necesita conocer y reconocer, desde muy temprana edad, su papel protagónico en la naturaleza y en la sociedad. No es suficiente que estén anuentes a su importancia a nivel económica, más bien es aún más importante que reconozcan su papel fundamental como seres corporales y espirituales dentro de este mundo materialista.

La importancia de reconocer a la persona humana como el eje central, objetivo y fin, del desarrollo de la sociedad es parte de la ‘norma personalista’ a la que se refiere Ricardo Sada en ‘La ética en relación al hombre singular’“En cualquier situación  donde intervenga la realidad de una persona (propia o ajena), ha de estar siempre la manifestación  de su específica dignidad. La norma personalista es una forma de proceder y de decidir, fundada en la eminente dignidad de la persona humana”.

Es imperante reconocer la urgencia e importancia que tienen estos conocimientos para educar y formar a las futuras generaciones. La prevención de ataques a la dignidad humana está estrechamente ligada a la transmisión correcta de esta información; No a través de la imposición de pensamientos, sino por el contrario, a través de la motivación de querer descubrirse y entenderse como seres humanos. Bien lo dijo J. Choza, de manera magistral, “El hombre debe aprender a ser quien es para serlo”.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

El hombre debe aprender a ser quien es para serlo

María Renée Estrada
06 de febrero, 2018

El ser humano es una unidad total de varias dimensiones. Dentro de sus características particulares podemos reconocer la unidad total de cuerpo y el alma. El cuerpo se reconoce como el elemento “material”, externo, del individuo; el alma es el elemento “espiritual”, interno. El alma, o espíritu, es un elemento significativo, ya que diferencia en gran medida al ser humano.

A diferencia de los otros seres vivos con los que el ser humano se relaciona en el mundo, este contiene otros rasgos muy particulares. La inteligencia, o raciocinio, y la voluntad, acción de llevar o no a cabo algo, son elementos que le dan cierta superioridad – al igual que el alma espiritual – al individuo.

Los rasgos o características antes mencionadas son dimensiones muy particulares, las cuales le asignan cierta complejidad y profundidad al ser humano, lo hacen persona humana. Pero, ¿qué es ser persona? Ricardo Sada, en su libro La ética en relación al hombre singular, lo define como el ser “subsistente espiritual”. Sada explica que al ser poseedores de esta existencia espiritual, en dualidad con el cuerpo, cada persona es posee también una dignidad específica. La dignidad humana es entendida como el valor intrínseco que cada individuo posee ‘per se’ (por el simple hecho de ser). Sada explica la dignidad desde dos perspectivas: la dignidad óntica o metafísica y la dignidad ética u operativa.

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La dignidad óntica o metafísica (explicada anteriormente como dignidad humana) es aquella que es inherente a la naturaleza del hombre. Cumple con las siguientes características: es original, pues le es dada a cada individuo desde el momento en que existe (la fecundación del nuevo ser, espermatozoide + óvulo); es gratuita ya que se recibe sin exigir nada a cambio; es imperdible ya que por ningún motivo o razón el ser humano deja de poseerla; es incomunicable ya que forma parte de la naturaleza intrínseca de cada persona humana.

La dignidad ética u operante es aquella que se deriva del comportamiento y la conducta de la persona (Ricardo Sada). Mientras que la dignidad óntica tiene su raíz en el ‘ser’ de cada persona, la dignidad ética la tiene en su ‘hacer’. El ser humano es más o menos digno, con respecto a la forma en la que se desarrolla y desenvuelve en su contexto específico. Las características de la dignidad ética son: el dinamismo, ya que existe a través de la actividad humana; el crecimiento decrecimiento, las personas pueden alcanzar una mayor dignidad moral, o menos, dependiendo de su práctica del bien, conocimiento de la verdad,  etc.; posibilidad de perderla, se refiere específicamente al hecho de referirse a alguien como ‘indigno’ por la forma incorrecta en que ha actuado con respecto a alguna situación.

Todos estos elementos mencionados, hacen del ser humano un individuo complejo y profundo.  La educación y el aprendizaje juegan un papel muy importante en el desarrollo del mismo individualmente, dentro de una familia y dentro de la sociedad.

Como hemos mencionado el ser humano se diferencia, por mucho, de los demás seres vivos con los que coexiste. Es por esto que podemos referirnos a él como una persona humana que, a través de sus elementos particulares, es y busca ser siempre ‘trascendental’. ¿Qué significa esto? Que el ser humano trasciende, va más allá de este aquí, supera los límites terrenales. Al considerarse, y ser, un individuo que trasciende, el ser humano está constantemente en la búsqueda de algo más. Su aprendizaje a través de la cultura y la educación formal e informal, le permite contar con las herramientas necesarias para poder llevar a cabo ese ‘fin’ que tiene como persona humana.  Si consideramos que es un Ser superior el dueño y artífice del elemento espiritual del hombre, podemos concluir que es ese mismo Ser superior el que llama al ser humano a ser trascendental.

A través de su libertad – uso correcto de la inteligencia y la voluntad, buscando la Verdad y el bien común, la persona humana aspira a la grandeza, tiene grandes ideales y busca constantemente satisfacer sus ganas de trascender. La educación, el dominio de sí y el aprendizaje le permiten ir descubriendo las formas correctas y efectivas de alcanzar ese ‘sentido de vida’ (Viktor Frankl) que lleva plasmado en su interior.

Si nos basamos en la aspiración humana a lo trascendental, a la ‘excelencia humana’, podríamos decir que para poder alcanzarla el ser humano debe optar por seguir un camino de verdad y de bien. Este camino es indudablemente el camino que lo llevará a la plenitud y a la felicidad, ¿pero cómo consigue el ser humano alcanzarlo? Para forjar su interior, crecer y madurar como persona, el ser humano debe ser capaz de crear buenos hábitos (o virtudes) que le ayudarán a llevar de una manera más ligera la aventura de vivir. La virtud, que busca siempre el bien propio y el común, será la que guíe al ser humano hacia el camino de la excelencia, a encontrar el ‘sentido de vida’ propio y por ende a la realización y plenitud personal.  Como dijo Aristóteles: “Sé razonable (o virtuoso) y serás feliz”.

Dentro del campo de la educación estos conocimientos son indispensables. Es a través de la correcta formación del ser humano, la cual le confiere principalmente a los padres pero sin duda los educadores apoyamos y reafirmamos, en donde se le debe recordar y enseñar al niño quién es y de dónde viene.  Podemos ver la transmisión de estos conocimientos, tanto a niños como a jóvenes, como un método de prevención muy eficaz para que estos seres – sumamente vulnerables – tengan una noción sumamente clara de lo que es la persona humana, sus características, su dignidad inherente, su valor como individuos, su igualdad ante otros seres humanos, etc.

El ser humano necesita conocer y reconocer, desde muy temprana edad, su papel protagónico en la naturaleza y en la sociedad. No es suficiente que estén anuentes a su importancia a nivel económica, más bien es aún más importante que reconozcan su papel fundamental como seres corporales y espirituales dentro de este mundo materialista.

La importancia de reconocer a la persona humana como el eje central, objetivo y fin, del desarrollo de la sociedad es parte de la ‘norma personalista’ a la que se refiere Ricardo Sada en ‘La ética en relación al hombre singular’“En cualquier situación  donde intervenga la realidad de una persona (propia o ajena), ha de estar siempre la manifestación  de su específica dignidad. La norma personalista es una forma de proceder y de decidir, fundada en la eminente dignidad de la persona humana”.

Es imperante reconocer la urgencia e importancia que tienen estos conocimientos para educar y formar a las futuras generaciones. La prevención de ataques a la dignidad humana está estrechamente ligada a la transmisión correcta de esta información; No a través de la imposición de pensamientos, sino por el contrario, a través de la motivación de querer descubrirse y entenderse como seres humanos. Bien lo dijo J. Choza, de manera magistral, “El hombre debe aprender a ser quien es para serlo”.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo