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Un fantasma recorre Guatemala: la corrupción.

Redacción República
07 de abril, 2018

Ana Paola García Segura

Un fantasma recorre Guatemala. Un fantasma que todos vemos,  que a todos asusta pero nadie sabe cómo escapar de él.  Es el fantasma de la corrupción. Al igual que un fantasma, la corrupción la percibimos ajena a nosotros en nuestro día a día. Sabemos que está allí, incrustada en las oficinas de los ministerios, de las alcaldías, en todas las instituciones del Estado y en las curules que nos representan. Creemos que está lejos de la tranquilidad de nuestras casas, lejos de la almohada de nuestras camas, lejos de nuestros hijos pero no es así, este fenómeno ha penetrado hasta lo más profundo de nuestra casa y nuestras mentes. Nos ha convertido parte de él y nos ha hecho tolerarlo. Nos hemos convertido en la casa que aloja al fantasma y a pesar de tenerle miedo lo aceptamos porque sabemos que puede convertirse en algo peor.

Los guatemaltecos somos exageradamente tolerantes a la corrupción y nuestra memoria de corto plazo nos convierte en seres permisivos. Tanto que es normal que los políticos involucrados y acusados públicamente de corrupción concurran a elecciones, sean re elegidos y ocupen cargos importantes dentro del Estado. A pesar de la alta rotación de funcionarios en el ejecutivo y legislativo siempre hay un porcentaje repitente y casi todos, por no decir todos, señalados de participar en actos de corrupción.  ¿Pero por qué toleramos la corrupción?

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La toleramos porque a nivel individual actuamos de la misma manera, obviamente a menor escala. Qué más da si llamamos al amigo en un puesto estratégico para que nos agilice algún trámite, manejar media cuadra en contra de vía para llegar más rápido a nuestro destino, colarse en una fila para pasar más rápido, o en ocasiones, darle mordida al policía para evitar ser sancionados. Todos sentimos los beneficios de salirnos con la nuestra y escasamente percibimos las consecuencias. Y nuestra lógica nos dice solo esta vez. Es en ese preciso momento donde tomamos la decisión, que implica menos esfuerzo y que sabemos que no es la correcta, es donde dejamos entrar al fantasma en nosotros y lo alojamos con satisfacción. Luego lo contagiamos y lo recomendamos a todo aquel que desee hacer el mínimo esfuerzo para obtener beneficios. Lo maman nuestros hijos y los hijos de ellos, se nos hace fácil convivir con el fantasma, nos hacemos tolerantes.

Pero esta tolerancia nos ha llevado al acabose, este fantasma nos ha destruido, nos ha enajenado y nos provoca repulsión. Llegamos al punto de ser los mejores señaladores y jueces de todo aquel que aloja al fantasma sin darnos cuenta que nosotros lo alojamos también. Así argumentamos que no nos sentimos representados por la clase política pero no nos damos cuenta que ellos son el reflejo de la sociedad guatemalteca pues fueron elegidos democráticamente. Lo queramos o no, son los funcionarios que elegimos en las urnas.

El problema en Guatemala es que la corrupción no es considerada inmoral, es una acción popular y por tanto, no nos resistimos a ella. Con esto no niego que existan personas probas, dignas de respeto y admiración pero reconozco que son pocas y que prefieren no involucrarse en la vida pública o simplemente no tienen el acceso a la vida pública porque hacerlo es muy costoso y desgastante. El sistema electoral y de partidos ha hecho que la participación política dentro del sistema sea muy exclusiva y logren participar aquellos a quienes les orgullece alojar al fantasma y cuenta con la capacidad económica para hacerlo.

Existen varias soluciones para sacar al fantasma de nuestras casas y para volvernos menos tolerantes. Una de ellas es una buena reforma a la Ley Electoral y de Partidos Políticos, que no premie a los partidos, que permita abrir y transparentar los listados para saber quiénes ocuparán la curul y que incluya mecanismos de sanción individual. Pero especialmente que tenga barreras de entra relativamente bajas para darle espacio a los buenos y probos y se desincentive el clientelismo y el saqueo del Estado. Otra, es darle mayor independencia a los medios de comunicación, permitirles ser críticos y verdaderos comunicadores de la realidad.  Pero la más sencilla y difícil al mismo tiempo, es hacer un proceso de introspección personal y obligarnos a no alojar más al fantasma en nuestras casas, en nuestras almohadas, en las mochilas de nuestros hijos. Ser más críticos con nosotros mismos. Si seguimos tolerando llegaremos a un punto de decadencia extrema donde ni una CICIG, ni una Fiscal General y mucho menos una Embajada nos podrá salvar.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Un fantasma recorre Guatemala: la corrupción.

Redacción República
07 de abril, 2018

Ana Paola García Segura

Un fantasma recorre Guatemala. Un fantasma que todos vemos,  que a todos asusta pero nadie sabe cómo escapar de él.  Es el fantasma de la corrupción. Al igual que un fantasma, la corrupción la percibimos ajena a nosotros en nuestro día a día. Sabemos que está allí, incrustada en las oficinas de los ministerios, de las alcaldías, en todas las instituciones del Estado y en las curules que nos representan. Creemos que está lejos de la tranquilidad de nuestras casas, lejos de la almohada de nuestras camas, lejos de nuestros hijos pero no es así, este fenómeno ha penetrado hasta lo más profundo de nuestra casa y nuestras mentes. Nos ha convertido parte de él y nos ha hecho tolerarlo. Nos hemos convertido en la casa que aloja al fantasma y a pesar de tenerle miedo lo aceptamos porque sabemos que puede convertirse en algo peor.

Los guatemaltecos somos exageradamente tolerantes a la corrupción y nuestra memoria de corto plazo nos convierte en seres permisivos. Tanto que es normal que los políticos involucrados y acusados públicamente de corrupción concurran a elecciones, sean re elegidos y ocupen cargos importantes dentro del Estado. A pesar de la alta rotación de funcionarios en el ejecutivo y legislativo siempre hay un porcentaje repitente y casi todos, por no decir todos, señalados de participar en actos de corrupción.  ¿Pero por qué toleramos la corrupción?

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La toleramos porque a nivel individual actuamos de la misma manera, obviamente a menor escala. Qué más da si llamamos al amigo en un puesto estratégico para que nos agilice algún trámite, manejar media cuadra en contra de vía para llegar más rápido a nuestro destino, colarse en una fila para pasar más rápido, o en ocasiones, darle mordida al policía para evitar ser sancionados. Todos sentimos los beneficios de salirnos con la nuestra y escasamente percibimos las consecuencias. Y nuestra lógica nos dice solo esta vez. Es en ese preciso momento donde tomamos la decisión, que implica menos esfuerzo y que sabemos que no es la correcta, es donde dejamos entrar al fantasma en nosotros y lo alojamos con satisfacción. Luego lo contagiamos y lo recomendamos a todo aquel que desee hacer el mínimo esfuerzo para obtener beneficios. Lo maman nuestros hijos y los hijos de ellos, se nos hace fácil convivir con el fantasma, nos hacemos tolerantes.

Pero esta tolerancia nos ha llevado al acabose, este fantasma nos ha destruido, nos ha enajenado y nos provoca repulsión. Llegamos al punto de ser los mejores señaladores y jueces de todo aquel que aloja al fantasma sin darnos cuenta que nosotros lo alojamos también. Así argumentamos que no nos sentimos representados por la clase política pero no nos damos cuenta que ellos son el reflejo de la sociedad guatemalteca pues fueron elegidos democráticamente. Lo queramos o no, son los funcionarios que elegimos en las urnas.

El problema en Guatemala es que la corrupción no es considerada inmoral, es una acción popular y por tanto, no nos resistimos a ella. Con esto no niego que existan personas probas, dignas de respeto y admiración pero reconozco que son pocas y que prefieren no involucrarse en la vida pública o simplemente no tienen el acceso a la vida pública porque hacerlo es muy costoso y desgastante. El sistema electoral y de partidos ha hecho que la participación política dentro del sistema sea muy exclusiva y logren participar aquellos a quienes les orgullece alojar al fantasma y cuenta con la capacidad económica para hacerlo.

Existen varias soluciones para sacar al fantasma de nuestras casas y para volvernos menos tolerantes. Una de ellas es una buena reforma a la Ley Electoral y de Partidos Políticos, que no premie a los partidos, que permita abrir y transparentar los listados para saber quiénes ocuparán la curul y que incluya mecanismos de sanción individual. Pero especialmente que tenga barreras de entra relativamente bajas para darle espacio a los buenos y probos y se desincentive el clientelismo y el saqueo del Estado. Otra, es darle mayor independencia a los medios de comunicación, permitirles ser críticos y verdaderos comunicadores de la realidad.  Pero la más sencilla y difícil al mismo tiempo, es hacer un proceso de introspección personal y obligarnos a no alojar más al fantasma en nuestras casas, en nuestras almohadas, en las mochilas de nuestros hijos. Ser más críticos con nosotros mismos. Si seguimos tolerando llegaremos a un punto de decadencia extrema donde ni una CICIG, ni una Fiscal General y mucho menos una Embajada nos podrá salvar.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo