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El cambio climático y el emprendedurismo

Redacción
30 de mayo, 2018

Escribo este ensayo a razón de un debate al que fuera invitado por parte de la Escuela Nacional Central de Agricultura (ENCA) el jueves 24 de mayo. En principio, agradezco la oportunidad de expresar mi opinión y de contribuir, en nombre de la Red de Amigos de la Naturaleza (Rana), a la discusión sobre el tema.

Debo iniciar comentando que desde hace varios años vengo postulando la tesis “escéptica” sobre el cambio climático antropogénico, ese que un pequeño grupo de “científicos” aún sostienen como causa de los cambios en el sistema climático mundial. Mi escepticismo nació cuando advertí que el móvil de la discusión era, en el fondo, eminentemente política. En el ínterin tuve la oportunidad e interés en explorar la otra cara de la moneda, una que no sabía que existía pero que, al conocerla, me hizo dudar como hasta la fecha.

Participé en dos convenciones del Panel Internacional No Gubernamental de Cambio Climático, el N-IPCC, un panel de científicos y expertos en diversas ramas que opera con el apoyo del Heartland Institute y que prácticamente constituye la antítesis al panel gubernamental, el IPCC. Ahí conocí a científicos de gran renombre mundial, entre los cuales puedo nombrar a Patrick Moore, Patrick Michales, John Cristy, Fred Singer, Willie Soon, Steve Goreham, Robert Carter, Jay Lehr y Craig Idso, solo por mencionar a algunos. Desde entonces he buscado información, contrastado data y gráficos, analizado argumentos y continúo arribando a la misma conclusión: el asunto es eminentemente político, no científico.

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La ciencia ha sido empleada como medio para enforzar una serie de políticas públicas y mecanismos basados en “el mercado” que suponen mitigar y facilitar la adaptación a los efectos del calentamiento global. Pero, ni existe un calentamiento global peligroso, ni aquellos mecanismos están basados en el mercado. Sí existe, y cada vez más, una fuerte intervención de los gobiernos en la economía, usurpando de esa manera cada vez más funciones, poderes y recursos de los ciudadanos, de los contribuyentes.

Cuestionemos algunos de las premisas alarmistas:

  1. Para empezar, es necesario saber que no existe tal cosa como un “consenso”. Esta falacia cuyo nombre es “argumento de autoridad” no es propia de la ciencia de verdad. Los reportes del IPCC han sido ampliamente cuestionados por científicos que, como John Cristy, fueron expertos que inicialmente apoyaron la causa de encontrar las verdaderas razones de los cambios en el clima, pero que con el tiempo advirtieron que sus opiniones no eran consideradas fielmente en los reportes anuales. El Dr. Cristy, de hecho, fungió en un inicio como experto acreditado del IPCC, pero desistió cuando advirtió que el panel se rehusaba a crear un “red team” o equipo rojo que se ocupara de validar otras hipótesis.

Además, él y muchos otros, fuimos conocedores en su momento del Escándalo del clima (Climategate), un fenómeno de esos muy propios del estatismo, en el cual descubrieron mediante más de mil correos electrónicos, cómo algunos “científicos” manipularon data para lograr arribar a la famosa gráfica del Palo de Hockey, un gráfico que ha sido empleado para demostrar la supuesta influencia del ser humano en el sistema climático mundial. Pocos conocen este escándalo, ahora ya no puedes decir: “no lo sabía”.

  1. Exploremos ahora el tema en particular: el cambio climático existe, y siempre ha existido. Es continuo y permanente. Tan solo en los últimos 4,000 años han ocurrido 4 glaciaciones y varios períodos muy cálidos. La pequeña edad de hielo, por ejemplo, sucedida entre los siglos XV y XVII, y el período cálido medieval, justamente antes, entre los siglos X y XIV, aproximadamente. Es por esta razón que no soy “negacionista”, sino simplemente escéptico del grado de impacto que el ser humano ha tenido sobre el sistema climático mundial. Es por esta razón también que yo me permito hablar de “cambios climáticos”, en plural.

Fuente: By Climatologist Cliff Harris and Meteorologist Randy Mann

  1. Se ha demostrado contundentemente que los modelos computacionales del IPCC están muy lejos de la realidad. El mismo profesor John Cristy, en su testimonio ofrecido en febrero de 2016 al “Comité de ciencia, el espacio y la tecnología” de la Cámara de representantes del Congreso de los Estados Unidos demostró lo errado que están estos modelos y proyecciones respecto de las observaciones reales, las cuales él extrae de dos fuentes: los globos sonda y los satélites.

Fuente: https://docs.house.gov/meetings/SY/SY00/20160202/104399/HHRG-114-SY00-Wstate-ChristyJ-20160202.pdf

  1. El argumento más poderoso que yo personalmente he encontrado para zanjar mi escepticismo es el hecho interesante de que NO existe una correlación entre el dióxido de carbono y la temperatura. Los núcleos de hielo extraídos en Vostok, otro método que los científicos han empleado para medir las temperaturas a lo largo del tiempo, han demostrado que, en lugar de que el CO2 determine las temperaturas, supuesto de los alarmistas climáticos, es la temperatura la que determina las concentraciones de CO2. En efecto, como lo demuestra Joane Nova, científico australiana, ciertamente las temperaturas influyen en las concentraciones del CO2, pero lo hacen entre 800 y 1,000 años después. La influencia que ejerce el sol en este escenario es sumamente importante, curiosamente en los reportes del IPCC no se le ha dado la debida importancia. Este argumento derrumba por completo lo que pensábamos era la relación causa-y-efecto. Bien tenía razón Al Gore cuando en su emblemática presentación cuando aludió a la relación entre el CO2 y la temperatura como “algo complicado”. Nunca aclaró con precisión cuán complicada es aquella relación.

            Fuente: http://joannenova.com.au/global-warming-2/ice-core-graph/

  1. Por si lo anterior fuera poco, que de hecho no lo es y con ello pudiese fácilmente abandonar la discusión, los satélites que circundan el planeta demuestran que no ha existido un calentamiento significativo en los últimos 130 años; el profesor Steve Goreham, cuya página web está disponible desde el sitio de Rana, explica claramente que durante más de un siglo, y particularmente desde 1997, es decir, durante los últimos 21 años solamente ha existido un “ligero” incremento de temperatura en 0.7°C, contrastando este dato con los supuestos incrementos de temperatura plasmados en los reportes del IPCC, los cuales por cierto iniciaron por encima de los 3°C en el primer reporte.
  1. Antes de pasar a mi último argumento, es necesario derribar el mito de la sensibilidad climática. Este establece que al aumentar las concentraciones de CO2, la temperatura aumenta en grado proporcional; de ahí el surgimiento, por ejemplo, del movimiento 350.org, el cual moviliza la opinión pública hacia no incrementar las concentraciones de dióxido de carbono en más de 350 partes por millón (ppm). Como bien lo explica el profesor Paul Driessen en su brillante artículo “Dióxido de carbono: el gas de la vida”: una de las peores cosas que le pueden pasar a nuestro planeta y a sus habitantes, a los animales y a las plantas, sería que los niveles de dióxido de carbono cayeran a los niveles de antes de la Revolución Industrial.  A este gas de efecto invernadero le debemos nada menos de que la vida, pues constituye una molécula importante para el milagro de la fotosíntesis y de ella, que existan alimentos con los cuales los seres humanos podamos alimentarnos. Como claramente lo expresa el físico de la Universidad de Princeton, William Happer, cuando otro escéptico, Marc Morano, le preguntara sobre el calificativo de “negacionista” que le ha endilgado la comunidad científica alarmista: “podrías llamarme un científico que está convencido de que duplicar o triplicar el CO2 en la atmósfera de la Tierra será un gran beneficio para la vida en la Tierra”. Por esta razón en particular nosotros desde Rana nos hemos identificado con la causa de reivindicar los combustibles fósiles, tal y como otro gran filósofo, Alex Epstein y su Centro para el Progreso Industrial, lo han abanderado.
  1. Mi último argumento es corto: los osos polares no se están extinguiendo, el hielo en los polos no se está derritiendo a escala alarmante, no hay más huracanes categoría 4-5, ni más sequías, ni el nivel del mar está subiendo de manera irregular, ni Guatemala es el país más vulnerable. De hecho, la realidad demuestra todo lo contrario: los osos polares se han incrementado, la Antártida bate su récord de extensión, las sequías han venido disminuyendo en sus impactos gracias al progreso tecnológico y la mayor productividad de las plantas, y los huracanes de gran magnitud, ciertamente afectan, pero lo hacen a todos los países que, como Guatemala, tienen una frágil infraestructura a causa de los gobiernos que no hacen bien lo que deben hacer, y además restringen el mercado libre, base de la productividad y la creación de riqueza. Los datos puntuales los puedes encontrar en nuestro sitio web.

Fuente: UICN Polar Bear Specialist Group. https://polarbearscience.com/2015/05/31/global-polar-bear-population-size-is-about-26000-20000-32000-despite-pbsg-waffling/

Habiendo derribado los mitos pseudo-científicos, es necesario plasmar el problema en clave política, porque de ahí su importancia para la libre empresa o “emprendedurismo”, tema clave en este debate. Y para ello partiré del audaz planteamiento que hiciera recientemente el profesor en leyes de la Universidad de Queens (Canadá), Bruce Pardy:

“…el principio de ‘responsabilidades comunes pero diferenciadas y capacidades respectivas’ […] significa que se espera que los países desarrollados sean los primeros, hagan más y paguen más. ‘Para cada uno según sus necesidades, de cada uno según sus capacidades’, como escribió Marx en línea similar.”

A este principio que la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático estableciera desde 1992 subyace claramente una doctrina política inmoral: el marxismo. Una doctrina que efectivamente busca la redistribución de la riqueza, el robo y la abolición de las instituciones de mercado, es decir, la propiedad privada, el ahorro, el trabajo y hasta la familia. Cuando la agenda del cambio climático antropogénico se abalanza sobre el supuesto Capitalismo (liberal), sistema cuyo propósito es la creación de riqueza bajo los signos de la pacífica cooperación social, lo que hace es sofocar, inhibir, entorpecer el proceso productivo. Y, ¿cómo lo hace?

Aprobando leyes malas.

Mediante legislación de corte “positivista”, casuística y particular, como por ejemplo el decreto 7-2013 o Ley marco de cambio climático, los gobiernos usurpan las funciones, poderes y recursos de los guatemaltecos, de los empresarios guatemaltecos y del mundo. Bajo el “emocional” slogan de proteger la tierra y demás parafernalia sentimentalista, los burócratas de las Naciones Unidas y sus pares nacionales impiden prácticamente la libre empresa, imponiendo límites de emisión de CO2, regulando todo tipo de actividad productiva, por mínima que parezca, con su inútil sistema de permisos y licencias, con sus inmorales esquemas de derechos de emisión, incentivos forestales y ambientales, fomento de las energías renovables y todo un menú de opciones propias del estatismo.

¡Compra la verdad y no la vendas! (Prov. 23, 23).

Porque la verdad existe. No sucumbas al “relativismo” que te insiste en que no existe. La verdad es la realidad objetiva, sin sesgo. Y está allí para quien quiera verla, sin velo y con cierto grado de esfuerzo racional. La verdad es que los cambios climáticos existen, que son cíclicos y naturales. Que el ser humano tiene un impacto poco significativo y que a lo más que podemos apostar es a la adaptación enfocada. Ello significa establecer un sistema de gobierno limitado a sus funciones propias, mercados libres y propiedad privada. Un sistema en el que prive el verdadero Capitalismo, el que es para todos y no solo para unos cuantos. Un sistema en el cual los precios señalen dónde hay escases o abundancia, en el cual la productividad y la riqueza se eleven a tal nivel que permitan independizarnos del uso intensivo de los recursos (i.e. leña). Un sistema que permita no sólo proteger los recursos “económicos” de origen natural, sino multiplicarlos. Ese sistema por cierto es definitivamente contrario al Marxismo subyacente a la teoría del cambio climático antropogénico, su nombre es Liberalismo clásico.

El “emprendedurismo” o libre empresa surge precisamente del Capitalismo liberal. Las nuevas ideas y las innovaciones llegan cuando hay libertad, pero cuando un gobierno usurpa las funciones (actividades), poderes (libertades) y recursos (dinero) de las personas ese fenómeno se trunca, se asfixia, se entorpece. Donde hay libertad económica, es decir un sistema de gobierno limitado y propiedad privada, emerge el “emprendimiento”… por ejemplo, el “slingshot”, un invento que permite descontaminar el agua de ríos y lagos, o la membrana de perforeno, un invento que permite desalinizar el agua del mar, o el “fracturación hidráulica” o proceso más eficiente para la explotación de pozos petroleros. Ingenio sobra, y los guatemaltecos no somos excepción. Pero debemos buscar establecer ese sistema de gobierno y economía, porque solo un sistema como ese nos permitirá alcanzar altos niveles de justicia, orden y prosperidad, solo un sistema como ese nos permitirá resguardar nuestros derechos naturales a la vida, a la liberad y a la propiedad privada. ¡Piénsalo! Gracias por la oportunidad.

________

Jorge David Chapas es empresario forestal, académico y director ejecutivo de la Red de Amigos de la Naturaleza (Rana), político liberal y padre homeschooler.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

El cambio climático y el emprendedurismo

Redacción
30 de mayo, 2018

Escribo este ensayo a razón de un debate al que fuera invitado por parte de la Escuela Nacional Central de Agricultura (ENCA) el jueves 24 de mayo. En principio, agradezco la oportunidad de expresar mi opinión y de contribuir, en nombre de la Red de Amigos de la Naturaleza (Rana), a la discusión sobre el tema.

Debo iniciar comentando que desde hace varios años vengo postulando la tesis “escéptica” sobre el cambio climático antropogénico, ese que un pequeño grupo de “científicos” aún sostienen como causa de los cambios en el sistema climático mundial. Mi escepticismo nació cuando advertí que el móvil de la discusión era, en el fondo, eminentemente política. En el ínterin tuve la oportunidad e interés en explorar la otra cara de la moneda, una que no sabía que existía pero que, al conocerla, me hizo dudar como hasta la fecha.

Participé en dos convenciones del Panel Internacional No Gubernamental de Cambio Climático, el N-IPCC, un panel de científicos y expertos en diversas ramas que opera con el apoyo del Heartland Institute y que prácticamente constituye la antítesis al panel gubernamental, el IPCC. Ahí conocí a científicos de gran renombre mundial, entre los cuales puedo nombrar a Patrick Moore, Patrick Michales, John Cristy, Fred Singer, Willie Soon, Steve Goreham, Robert Carter, Jay Lehr y Craig Idso, solo por mencionar a algunos. Desde entonces he buscado información, contrastado data y gráficos, analizado argumentos y continúo arribando a la misma conclusión: el asunto es eminentemente político, no científico.

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La ciencia ha sido empleada como medio para enforzar una serie de políticas públicas y mecanismos basados en “el mercado” que suponen mitigar y facilitar la adaptación a los efectos del calentamiento global. Pero, ni existe un calentamiento global peligroso, ni aquellos mecanismos están basados en el mercado. Sí existe, y cada vez más, una fuerte intervención de los gobiernos en la economía, usurpando de esa manera cada vez más funciones, poderes y recursos de los ciudadanos, de los contribuyentes.

Cuestionemos algunos de las premisas alarmistas:

  1. Para empezar, es necesario saber que no existe tal cosa como un “consenso”. Esta falacia cuyo nombre es “argumento de autoridad” no es propia de la ciencia de verdad. Los reportes del IPCC han sido ampliamente cuestionados por científicos que, como John Cristy, fueron expertos que inicialmente apoyaron la causa de encontrar las verdaderas razones de los cambios en el clima, pero que con el tiempo advirtieron que sus opiniones no eran consideradas fielmente en los reportes anuales. El Dr. Cristy, de hecho, fungió en un inicio como experto acreditado del IPCC, pero desistió cuando advirtió que el panel se rehusaba a crear un “red team” o equipo rojo que se ocupara de validar otras hipótesis.

Además, él y muchos otros, fuimos conocedores en su momento del Escándalo del clima (Climategate), un fenómeno de esos muy propios del estatismo, en el cual descubrieron mediante más de mil correos electrónicos, cómo algunos “científicos” manipularon data para lograr arribar a la famosa gráfica del Palo de Hockey, un gráfico que ha sido empleado para demostrar la supuesta influencia del ser humano en el sistema climático mundial. Pocos conocen este escándalo, ahora ya no puedes decir: “no lo sabía”.

  1. Exploremos ahora el tema en particular: el cambio climático existe, y siempre ha existido. Es continuo y permanente. Tan solo en los últimos 4,000 años han ocurrido 4 glaciaciones y varios períodos muy cálidos. La pequeña edad de hielo, por ejemplo, sucedida entre los siglos XV y XVII, y el período cálido medieval, justamente antes, entre los siglos X y XIV, aproximadamente. Es por esta razón que no soy “negacionista”, sino simplemente escéptico del grado de impacto que el ser humano ha tenido sobre el sistema climático mundial. Es por esta razón también que yo me permito hablar de “cambios climáticos”, en plural.

Fuente: By Climatologist Cliff Harris and Meteorologist Randy Mann

  1. Se ha demostrado contundentemente que los modelos computacionales del IPCC están muy lejos de la realidad. El mismo profesor John Cristy, en su testimonio ofrecido en febrero de 2016 al “Comité de ciencia, el espacio y la tecnología” de la Cámara de representantes del Congreso de los Estados Unidos demostró lo errado que están estos modelos y proyecciones respecto de las observaciones reales, las cuales él extrae de dos fuentes: los globos sonda y los satélites.

Fuente: https://docs.house.gov/meetings/SY/SY00/20160202/104399/HHRG-114-SY00-Wstate-ChristyJ-20160202.pdf

  1. El argumento más poderoso que yo personalmente he encontrado para zanjar mi escepticismo es el hecho interesante de que NO existe una correlación entre el dióxido de carbono y la temperatura. Los núcleos de hielo extraídos en Vostok, otro método que los científicos han empleado para medir las temperaturas a lo largo del tiempo, han demostrado que, en lugar de que el CO2 determine las temperaturas, supuesto de los alarmistas climáticos, es la temperatura la que determina las concentraciones de CO2. En efecto, como lo demuestra Joane Nova, científico australiana, ciertamente las temperaturas influyen en las concentraciones del CO2, pero lo hacen entre 800 y 1,000 años después. La influencia que ejerce el sol en este escenario es sumamente importante, curiosamente en los reportes del IPCC no se le ha dado la debida importancia. Este argumento derrumba por completo lo que pensábamos era la relación causa-y-efecto. Bien tenía razón Al Gore cuando en su emblemática presentación cuando aludió a la relación entre el CO2 y la temperatura como “algo complicado”. Nunca aclaró con precisión cuán complicada es aquella relación.

            Fuente: http://joannenova.com.au/global-warming-2/ice-core-graph/

  1. Por si lo anterior fuera poco, que de hecho no lo es y con ello pudiese fácilmente abandonar la discusión, los satélites que circundan el planeta demuestran que no ha existido un calentamiento significativo en los últimos 130 años; el profesor Steve Goreham, cuya página web está disponible desde el sitio de Rana, explica claramente que durante más de un siglo, y particularmente desde 1997, es decir, durante los últimos 21 años solamente ha existido un “ligero” incremento de temperatura en 0.7°C, contrastando este dato con los supuestos incrementos de temperatura plasmados en los reportes del IPCC, los cuales por cierto iniciaron por encima de los 3°C en el primer reporte.
  1. Antes de pasar a mi último argumento, es necesario derribar el mito de la sensibilidad climática. Este establece que al aumentar las concentraciones de CO2, la temperatura aumenta en grado proporcional; de ahí el surgimiento, por ejemplo, del movimiento 350.org, el cual moviliza la opinión pública hacia no incrementar las concentraciones de dióxido de carbono en más de 350 partes por millón (ppm). Como bien lo explica el profesor Paul Driessen en su brillante artículo “Dióxido de carbono: el gas de la vida”: una de las peores cosas que le pueden pasar a nuestro planeta y a sus habitantes, a los animales y a las plantas, sería que los niveles de dióxido de carbono cayeran a los niveles de antes de la Revolución Industrial.  A este gas de efecto invernadero le debemos nada menos de que la vida, pues constituye una molécula importante para el milagro de la fotosíntesis y de ella, que existan alimentos con los cuales los seres humanos podamos alimentarnos. Como claramente lo expresa el físico de la Universidad de Princeton, William Happer, cuando otro escéptico, Marc Morano, le preguntara sobre el calificativo de “negacionista” que le ha endilgado la comunidad científica alarmista: “podrías llamarme un científico que está convencido de que duplicar o triplicar el CO2 en la atmósfera de la Tierra será un gran beneficio para la vida en la Tierra”. Por esta razón en particular nosotros desde Rana nos hemos identificado con la causa de reivindicar los combustibles fósiles, tal y como otro gran filósofo, Alex Epstein y su Centro para el Progreso Industrial, lo han abanderado.
  1. Mi último argumento es corto: los osos polares no se están extinguiendo, el hielo en los polos no se está derritiendo a escala alarmante, no hay más huracanes categoría 4-5, ni más sequías, ni el nivel del mar está subiendo de manera irregular, ni Guatemala es el país más vulnerable. De hecho, la realidad demuestra todo lo contrario: los osos polares se han incrementado, la Antártida bate su récord de extensión, las sequías han venido disminuyendo en sus impactos gracias al progreso tecnológico y la mayor productividad de las plantas, y los huracanes de gran magnitud, ciertamente afectan, pero lo hacen a todos los países que, como Guatemala, tienen una frágil infraestructura a causa de los gobiernos que no hacen bien lo que deben hacer, y además restringen el mercado libre, base de la productividad y la creación de riqueza. Los datos puntuales los puedes encontrar en nuestro sitio web.

Fuente: UICN Polar Bear Specialist Group. https://polarbearscience.com/2015/05/31/global-polar-bear-population-size-is-about-26000-20000-32000-despite-pbsg-waffling/

Habiendo derribado los mitos pseudo-científicos, es necesario plasmar el problema en clave política, porque de ahí su importancia para la libre empresa o “emprendedurismo”, tema clave en este debate. Y para ello partiré del audaz planteamiento que hiciera recientemente el profesor en leyes de la Universidad de Queens (Canadá), Bruce Pardy:

“…el principio de ‘responsabilidades comunes pero diferenciadas y capacidades respectivas’ […] significa que se espera que los países desarrollados sean los primeros, hagan más y paguen más. ‘Para cada uno según sus necesidades, de cada uno según sus capacidades’, como escribió Marx en línea similar.”

A este principio que la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático estableciera desde 1992 subyace claramente una doctrina política inmoral: el marxismo. Una doctrina que efectivamente busca la redistribución de la riqueza, el robo y la abolición de las instituciones de mercado, es decir, la propiedad privada, el ahorro, el trabajo y hasta la familia. Cuando la agenda del cambio climático antropogénico se abalanza sobre el supuesto Capitalismo (liberal), sistema cuyo propósito es la creación de riqueza bajo los signos de la pacífica cooperación social, lo que hace es sofocar, inhibir, entorpecer el proceso productivo. Y, ¿cómo lo hace?

Aprobando leyes malas.

Mediante legislación de corte “positivista”, casuística y particular, como por ejemplo el decreto 7-2013 o Ley marco de cambio climático, los gobiernos usurpan las funciones, poderes y recursos de los guatemaltecos, de los empresarios guatemaltecos y del mundo. Bajo el “emocional” slogan de proteger la tierra y demás parafernalia sentimentalista, los burócratas de las Naciones Unidas y sus pares nacionales impiden prácticamente la libre empresa, imponiendo límites de emisión de CO2, regulando todo tipo de actividad productiva, por mínima que parezca, con su inútil sistema de permisos y licencias, con sus inmorales esquemas de derechos de emisión, incentivos forestales y ambientales, fomento de las energías renovables y todo un menú de opciones propias del estatismo.

¡Compra la verdad y no la vendas! (Prov. 23, 23).

Porque la verdad existe. No sucumbas al “relativismo” que te insiste en que no existe. La verdad es la realidad objetiva, sin sesgo. Y está allí para quien quiera verla, sin velo y con cierto grado de esfuerzo racional. La verdad es que los cambios climáticos existen, que son cíclicos y naturales. Que el ser humano tiene un impacto poco significativo y que a lo más que podemos apostar es a la adaptación enfocada. Ello significa establecer un sistema de gobierno limitado a sus funciones propias, mercados libres y propiedad privada. Un sistema en el que prive el verdadero Capitalismo, el que es para todos y no solo para unos cuantos. Un sistema en el cual los precios señalen dónde hay escases o abundancia, en el cual la productividad y la riqueza se eleven a tal nivel que permitan independizarnos del uso intensivo de los recursos (i.e. leña). Un sistema que permita no sólo proteger los recursos “económicos” de origen natural, sino multiplicarlos. Ese sistema por cierto es definitivamente contrario al Marxismo subyacente a la teoría del cambio climático antropogénico, su nombre es Liberalismo clásico.

El “emprendedurismo” o libre empresa surge precisamente del Capitalismo liberal. Las nuevas ideas y las innovaciones llegan cuando hay libertad, pero cuando un gobierno usurpa las funciones (actividades), poderes (libertades) y recursos (dinero) de las personas ese fenómeno se trunca, se asfixia, se entorpece. Donde hay libertad económica, es decir un sistema de gobierno limitado y propiedad privada, emerge el “emprendimiento”… por ejemplo, el “slingshot”, un invento que permite descontaminar el agua de ríos y lagos, o la membrana de perforeno, un invento que permite desalinizar el agua del mar, o el “fracturación hidráulica” o proceso más eficiente para la explotación de pozos petroleros. Ingenio sobra, y los guatemaltecos no somos excepción. Pero debemos buscar establecer ese sistema de gobierno y economía, porque solo un sistema como ese nos permitirá alcanzar altos niveles de justicia, orden y prosperidad, solo un sistema como ese nos permitirá resguardar nuestros derechos naturales a la vida, a la liberad y a la propiedad privada. ¡Piénsalo! Gracias por la oportunidad.

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Jorge David Chapas es empresario forestal, académico y director ejecutivo de la Red de Amigos de la Naturaleza (Rana), político liberal y padre homeschooler.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo