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Me gustaría ser como Charlie Watts

Luis Gonzalez
17 de junio, 2018

Me gustaría ser como Charlie Watss, este es el tema de hoy en el blog de Historias Urbanas de José Vicente Solórzano Aguilar.

Abundan los personajes notables entre los bateristas ingleses nacidos entre 1939 y 1948. Ringo Starr conquistó al público con su simpatía y talante. Ginger Baker era temible por su carácter volátil e irascible. Keith Moon devino en party animal y John Bonham pasó de amoroso padre de familia a bebedor desatado apenas se aclimataron en Estados Unidos. Distante y conciso, correcto en su vestir y parco al hablar, se encuentra Charlie Watts.

De no unirse a los Rolling Stones en enero de 1963, el súbdito británico Charles Robert Watts pudo terminar como dueño de firma publicitaria o reconocido baterista de jazz. Aceptó la plaza en el combo armado por el guitarrista Brian Jones sin imaginar que la ocuparía más allá de la edad de la jubilación, dedicado al diseño de escenarios y dibujando cada habitación de hotel donde pasa la noche; dicen que guarda centenares de trazos entre sus carpetas y no sabe para qué lo hace. Gusta de la vida en el campo y se permite excentricidades como comprarse un Alfa Romeo modelo 1936, sin saber manejar, solo para contemplar el tablero. Tiene suficientes méritos, no digamos el porte, para que lo nombren caballero en vida de la reina Isabel II.

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Andrew Loog Oldham, primer apoderado de los Stones, consideró que el pianista fundador Ian Stewart se veía demasiado mayor para representar la rebeldía juvenil y lo relegó tras bastidores. Resulta curioso que no repitiera la faena con Charlie Watts. Su sobriedad contrastó con el desparpajo de sus compañeros y no se le conocieron escarceos con las drogas hasta los cuarenta y tantos años, cuando se refugió en la heroína para encarar crisis familiares.

Lo cierto es que Charlie Watts representa la impasibilidad que se asocia con la flema inglesa. Puede venirse el mundo entero al suelo, o explotar cuantos cuetes se quemen para recibir la Navidad, que Charlie Watts no se despeina; acaso mueva un poquito la nariz para que no lo ahogue el humo y el polvo no le ensucie el traje.

Me gustaría ser como él cuando me toca enfrentar esas situaciones que me hacen enrojecer de vergüenza, sudar en abundancia y sentir que aumenta la velocidad de los latidos de mi corazón. En ocasiones nos toca ser un poco caraduras, cuando no descarados, al recibir alguna reprimenda, enfrentar el enojo real o fingido del pasajero de transmetro que amaneció picado de pulgas, o soltar alguna que otra mentira piadosa cuando queremos evitar esas verdades que molestan. Me gustaría tener ese campo de fuerza que nos blinda contra la insidia del investido con el poder de apretar a la demás gente. Y salir del enojo con la elegancia que mostró Charlie Watts en cierto amanecer de 1984.

Los Rolling Stones se encontraban en Ámsterdam para tratar de negocios con su encargado financiero, el príncipe Rupert von Lowenstein. Keith Richards comenzaba a distanciarse de Mick Jagger, pero salieron a cenar y Keith le prestó la chaqueta que usó al casarse con la modelo Patti Hansen. Regresaron a las cinco de la mañana; todos acudieron a la suite de Mick, menos Charlie. El cantante de los Rollin’ marcó el número de la habitación donde se alojaba Watts y cuando le contestaron preguntó «¿dónde está mi baterista?».

Ahora viene el testimonio de Keith según lo relató al redactor James Fox:

Al cabo de unos veinte minutos, Mick y yo seguíamos por allí bastante puestos (dale un par de copas y ya está trompa), y oímos que llamaban a la puerta. Era Charlie Watts, perfectamente arreglado con su traje de Savile Row, impecable, con corbata, afeitado, hecho un figurín. ¡Hasta olía a colonia! Abrí la puerta y ni siquiera me miró; entró, se fue derecho hacia Mick y le dijo: «Nunca más vuelvas a llamarme “tu batería”». Después lo agarró por las solapas de la chaqueta y le atizó un gancho de derecha.

Philip Norman, biógrafo de Jagger, redondea la anécdota:

Cuando Mick recobró el equilibrio, quiso restar importancia al incidente. Charlie estaba borracho, dijo riendo y, confuso, lo normal aquellos días: no sabía bien lo que hacía. Su diagnóstico se confirmó casi enseguida. Pocos minutos después, Charlie llamó para decir que volvía. «Viene a disculparse», anunció Mick. Charlie entró, se acercó otra vez a él y volvió a atizarle. «Para que no se te olvide», dijo.

Bibliografía

NORMAN, Philip, Mick Jagger, Anagrama, Barcelona, 2014.

RICHARDS, Keith, con la colaboración de James Fox, Vida, Global Rhythm Press/Ediciones Península, Barcelona, 2010.

Me gustaría ser como Charlie Watts

Luis Gonzalez
17 de junio, 2018

Me gustaría ser como Charlie Watss, este es el tema de hoy en el blog de Historias Urbanas de José Vicente Solórzano Aguilar.

Abundan los personajes notables entre los bateristas ingleses nacidos entre 1939 y 1948. Ringo Starr conquistó al público con su simpatía y talante. Ginger Baker era temible por su carácter volátil e irascible. Keith Moon devino en party animal y John Bonham pasó de amoroso padre de familia a bebedor desatado apenas se aclimataron en Estados Unidos. Distante y conciso, correcto en su vestir y parco al hablar, se encuentra Charlie Watts.

De no unirse a los Rolling Stones en enero de 1963, el súbdito británico Charles Robert Watts pudo terminar como dueño de firma publicitaria o reconocido baterista de jazz. Aceptó la plaza en el combo armado por el guitarrista Brian Jones sin imaginar que la ocuparía más allá de la edad de la jubilación, dedicado al diseño de escenarios y dibujando cada habitación de hotel donde pasa la noche; dicen que guarda centenares de trazos entre sus carpetas y no sabe para qué lo hace. Gusta de la vida en el campo y se permite excentricidades como comprarse un Alfa Romeo modelo 1936, sin saber manejar, solo para contemplar el tablero. Tiene suficientes méritos, no digamos el porte, para que lo nombren caballero en vida de la reina Isabel II.

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Andrew Loog Oldham, primer apoderado de los Stones, consideró que el pianista fundador Ian Stewart se veía demasiado mayor para representar la rebeldía juvenil y lo relegó tras bastidores. Resulta curioso que no repitiera la faena con Charlie Watts. Su sobriedad contrastó con el desparpajo de sus compañeros y no se le conocieron escarceos con las drogas hasta los cuarenta y tantos años, cuando se refugió en la heroína para encarar crisis familiares.

Lo cierto es que Charlie Watts representa la impasibilidad que se asocia con la flema inglesa. Puede venirse el mundo entero al suelo, o explotar cuantos cuetes se quemen para recibir la Navidad, que Charlie Watts no se despeina; acaso mueva un poquito la nariz para que no lo ahogue el humo y el polvo no le ensucie el traje.

Me gustaría ser como él cuando me toca enfrentar esas situaciones que me hacen enrojecer de vergüenza, sudar en abundancia y sentir que aumenta la velocidad de los latidos de mi corazón. En ocasiones nos toca ser un poco caraduras, cuando no descarados, al recibir alguna reprimenda, enfrentar el enojo real o fingido del pasajero de transmetro que amaneció picado de pulgas, o soltar alguna que otra mentira piadosa cuando queremos evitar esas verdades que molestan. Me gustaría tener ese campo de fuerza que nos blinda contra la insidia del investido con el poder de apretar a la demás gente. Y salir del enojo con la elegancia que mostró Charlie Watts en cierto amanecer de 1984.

Los Rolling Stones se encontraban en Ámsterdam para tratar de negocios con su encargado financiero, el príncipe Rupert von Lowenstein. Keith Richards comenzaba a distanciarse de Mick Jagger, pero salieron a cenar y Keith le prestó la chaqueta que usó al casarse con la modelo Patti Hansen. Regresaron a las cinco de la mañana; todos acudieron a la suite de Mick, menos Charlie. El cantante de los Rollin’ marcó el número de la habitación donde se alojaba Watts y cuando le contestaron preguntó «¿dónde está mi baterista?».

Ahora viene el testimonio de Keith según lo relató al redactor James Fox:

Al cabo de unos veinte minutos, Mick y yo seguíamos por allí bastante puestos (dale un par de copas y ya está trompa), y oímos que llamaban a la puerta. Era Charlie Watts, perfectamente arreglado con su traje de Savile Row, impecable, con corbata, afeitado, hecho un figurín. ¡Hasta olía a colonia! Abrí la puerta y ni siquiera me miró; entró, se fue derecho hacia Mick y le dijo: «Nunca más vuelvas a llamarme “tu batería”». Después lo agarró por las solapas de la chaqueta y le atizó un gancho de derecha.

Philip Norman, biógrafo de Jagger, redondea la anécdota:

Cuando Mick recobró el equilibrio, quiso restar importancia al incidente. Charlie estaba borracho, dijo riendo y, confuso, lo normal aquellos días: no sabía bien lo que hacía. Su diagnóstico se confirmó casi enseguida. Pocos minutos después, Charlie llamó para decir que volvía. «Viene a disculparse», anunció Mick. Charlie entró, se acercó otra vez a él y volvió a atizarle. «Para que no se te olvide», dijo.

Bibliografía

NORMAN, Philip, Mick Jagger, Anagrama, Barcelona, 2014.

RICHARDS, Keith, con la colaboración de James Fox, Vida, Global Rhythm Press/Ediciones Península, Barcelona, 2010.