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03 de julio, 2018

El resultado en México era ya previsible desde hace varios meses. Ni los debates ni los esfuerzos de sprint final de los partidos políticos tradicionales pudieron hacer variar la tendencia favorable al candidato más anti sistema que haya ganado una elección en este país. Luego del resultado y la polvareda levantada durante la campaña queda por ver cuál México recibe López Obrador, pero quizá más importante, cuál México dejara al final de su sexenio.

¿Sorprende lo sucedido? Seguro que no. Esta elección no puede verse separada de dos fenómenos políticos que llevan años campeando por nuestra región. La aparición del líder mesiánico, cuestionador, anti sistema no es algo que le sea propio a México; del otro lado del muro justamente el Presidente Trump se llevó el triunfo basado en un esquema similar. Y así podemos poner otros ejemplos de la región, por supuesto con sus respectivos matices.  Otro fenómeno es el de la caída libre de los partidos tradicionales y la forma de organizar los intereses políticos de la población electoral. Desde España hasta México los partidos políticos grandes han implosionado, dejando paso a “movimientos”, coaliciones de coyuntura, clubes políticos y polos ciudadanos que se articulan, con nombres muy pintorescos, sobre la base de la figura carismática de un líder y un par de mensajes nada más.  Es decir la intermediación política es cada vez más cosa del momento y de los actores y cada vez menos de plataformas ideológicas bien estructuradas.

A pesar de lo anterior, con muchos de quienes había yo conversado sobre el tema me expresaron que el triunfo político de López Obrador se vería moderado de alguna manera por ciertos factores. Me insistían primero en que se acortarían distancias entre los candidatos, reduciendo así el peso del mandato emanado de las urnas. No fue así; lejos de eso se ha  llevado una importante cuota de los votos. Luego se insistía en que operarían de alguna manera los balances de poder con el organismo  Legislativo. No habrá tal cosa, pues lo resultados han arrojado una mayoría considerable para este proyecto político en ambas cámaras. También escuché que la estructura federal de nuestro país vecino pondría en marcha los  contrapesos y la dilusión territorial del poder del Presidente.  Tampoco parece ser el caso. El movimiento Morena se ha llevado 7 de 9 gobernaciones de estado. Así que los principales marchamos de seguridad de la democracia mexicana se han reventado en una sola jornada.

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Así que hoy México tiene un gran desafío: un presidente proveniente de la marginalidad política, con cuentas por cobrar, con mensajes cargados de emotividad social y con un cúmulo de expectativas generadas por su posición y discurso. Los primeros pasos que tome serán claves para medir la temperatura.  Por el momento quedan reservados algunos pocos marchamos de seguridad más para evitar que México tome el rumbo de otros desafortunados países. La coalición que llevó a López Obrador al poder no es uniforme, ni tiene una estructura muy organizada.  Luego la tentación de generarse grupos que se disputen el poder desde el principio es algo que AMLO tendrá que aprender a manejar, teniendo que equilibrarlos al menos. Por último, no es lo mismo iniciar un proyecto con un estado ausente o destruido (que es el caso de algunos de los países donde hoy el populismo sembró raíz) a otro donde ha existido una estructura corporativa que durante más de 100 años ha creado un modo de vida que ni el mismo PAN pudo romper con el tiempo. Este vendaval electoral no lo ha sustituido ni quebrado; más bien se ha construido a partir de él. Sin embargo nada es garantía frente a las agendas corrosivas de la democracia que en otros lados se han puesto en marcha.

AMLO estará 6 años.  El país y la región que deje luego de su largo sexenio no se parecerá en nada al escenario de hoy y mucho tendrá que ver con las decisiones que se tomen. Un país con  el peso demográfico, la gravitas política, el petróleo como recurso y la vecindad que tiene al norte lo hacen un auténtico jugador en la geopolítica mundial. Estamos pues frente a un nuevo y muy complicado capítulo de nuestra historia continental.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Redacción
03 de julio, 2018

El resultado en México era ya previsible desde hace varios meses. Ni los debates ni los esfuerzos de sprint final de los partidos políticos tradicionales pudieron hacer variar la tendencia favorable al candidato más anti sistema que haya ganado una elección en este país. Luego del resultado y la polvareda levantada durante la campaña queda por ver cuál México recibe López Obrador, pero quizá más importante, cuál México dejara al final de su sexenio.

¿Sorprende lo sucedido? Seguro que no. Esta elección no puede verse separada de dos fenómenos políticos que llevan años campeando por nuestra región. La aparición del líder mesiánico, cuestionador, anti sistema no es algo que le sea propio a México; del otro lado del muro justamente el Presidente Trump se llevó el triunfo basado en un esquema similar. Y así podemos poner otros ejemplos de la región, por supuesto con sus respectivos matices.  Otro fenómeno es el de la caída libre de los partidos tradicionales y la forma de organizar los intereses políticos de la población electoral. Desde España hasta México los partidos políticos grandes han implosionado, dejando paso a “movimientos”, coaliciones de coyuntura, clubes políticos y polos ciudadanos que se articulan, con nombres muy pintorescos, sobre la base de la figura carismática de un líder y un par de mensajes nada más.  Es decir la intermediación política es cada vez más cosa del momento y de los actores y cada vez menos de plataformas ideológicas bien estructuradas.

A pesar de lo anterior, con muchos de quienes había yo conversado sobre el tema me expresaron que el triunfo político de López Obrador se vería moderado de alguna manera por ciertos factores. Me insistían primero en que se acortarían distancias entre los candidatos, reduciendo así el peso del mandato emanado de las urnas. No fue así; lejos de eso se ha  llevado una importante cuota de los votos. Luego se insistía en que operarían de alguna manera los balances de poder con el organismo  Legislativo. No habrá tal cosa, pues lo resultados han arrojado una mayoría considerable para este proyecto político en ambas cámaras. También escuché que la estructura federal de nuestro país vecino pondría en marcha los  contrapesos y la dilusión territorial del poder del Presidente.  Tampoco parece ser el caso. El movimiento Morena se ha llevado 7 de 9 gobernaciones de estado. Así que los principales marchamos de seguridad de la democracia mexicana se han reventado en una sola jornada.

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Así que hoy México tiene un gran desafío: un presidente proveniente de la marginalidad política, con cuentas por cobrar, con mensajes cargados de emotividad social y con un cúmulo de expectativas generadas por su posición y discurso. Los primeros pasos que tome serán claves para medir la temperatura.  Por el momento quedan reservados algunos pocos marchamos de seguridad más para evitar que México tome el rumbo de otros desafortunados países. La coalición que llevó a López Obrador al poder no es uniforme, ni tiene una estructura muy organizada.  Luego la tentación de generarse grupos que se disputen el poder desde el principio es algo que AMLO tendrá que aprender a manejar, teniendo que equilibrarlos al menos. Por último, no es lo mismo iniciar un proyecto con un estado ausente o destruido (que es el caso de algunos de los países donde hoy el populismo sembró raíz) a otro donde ha existido una estructura corporativa que durante más de 100 años ha creado un modo de vida que ni el mismo PAN pudo romper con el tiempo. Este vendaval electoral no lo ha sustituido ni quebrado; más bien se ha construido a partir de él. Sin embargo nada es garantía frente a las agendas corrosivas de la democracia que en otros lados se han puesto en marcha.

AMLO estará 6 años.  El país y la región que deje luego de su largo sexenio no se parecerá en nada al escenario de hoy y mucho tendrá que ver con las decisiones que se tomen. Un país con  el peso demográfico, la gravitas política, el petróleo como recurso y la vecindad que tiene al norte lo hacen un auténtico jugador en la geopolítica mundial. Estamos pues frente a un nuevo y muy complicado capítulo de nuestra historia continental.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo