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El método literario de Ayn Rand, 16a Parte

Warren Orbaugh
03 de octubre, 2018

En mi entrega anterior vimos a dos de los superhombres randianos de la “Rebelión de Atlas”, gigantes del intelecto y la productividad, de razón y habilidad, hombres de principios y prácticos: Francisco d´Anconia y John Galt.

Veamos ahora a otro héroe de la novela: Hank Rearden, el más viejo de ellos, pues tiene cuarenta y cinco años cuando empieza la novela, lucha con un conflicto interno: una sensación de culpa fundamental, cuidadosamente alimentada a lo largo de los años por su despreciable esposa, Lilian. Su respuesta a este conflicto es la represión emocional y su obsesiva fijación con su trabajo. No se interesa por nada excepto el acero y se duerme cuando se ve forzado a atender algún otro tema. Pero su aventura con Dagny empieza a sacar al Rearden que ha permanecido reprimido por tantos años. Sin perder su pasión por su carrera, empieza a florecer y a desarrollar el potencial de su personalidad. Se interesa en ideas, expresa su amor por la belleza y se vuelve alegre y relajado.

Conforme se va dando este proceso, Rearden se abre emocionalmente, desarrolla una relación visiblemente más cordial con Gwen Ives, su secretaria, y responde más afectuosamente hacia sus trabajadores. Incluso logra sacar de su pecho el resentimiento y desprecio que siente por su inútil familia. Logra apreciar a Francisco y puede amar a Dagny. Buena parte de la novela trata sobre el gradual florecimiento emocional de Rearden, necesario para que pueda unirse a los huelguistas, y sólo posible al haber roto las cadenas impuestas por una culpa inmerecida.

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Hay otros héroes que aparecen poco en la novela: Midas Mulligan, Hugh Akston, Dan Conway, Ellis Wyatt, y el más prominente de este grupo que juegan un papel significativo en la novela, Ragnar Danneskjöld, el filósofo que se volvió pirata. Otros como Richard Halley y el Dr. Hendricks sirven como vehículos para disertaciones de temas especializados. Y otro grupo como caracteres de soporte que aparecen poco, entre ellos, Roger Marsh, Kay Ludlow, Lawrence Hammond, y la misma Ayn Rand que como hizo Alfred Hitchcock en sus películas y Velásquez en sus pinturas, aparece como estrella invitada en el papel de la pescadera del valle cuyo amor imposible es Galt:

“Adelante de ellos vio un embarcadero de madera que se adentraba en el agua del lago. Una joven mujer yacía estirada sobre las asoleadas tablas, vigilando una batería de cañas de pescar. Levantó la vista al sonido del auto, se puso de pie mediante un único y repentino movimiento, una sombra muy rápida, y corrió hacia el camino. Llevaba pantalones, enrollados por encima de las rodillas de sus piernas desnudas, tenía pelo oscuro, despeinado y ojos grandes. Galt hizo un gesto con la mano para saludarla.

« ¡Hola John! ¿Cuándo arribaste?» –gritó ella.

«Esta mañana,» –respondió él, sonriendo sin detener el auto.

Dagny volvió bruscamente la cabeza para ver hacia atrás y vio la mirada con la que la joven mujer se quedó viendo a Galt. Y aunque la desesperanza, serenamente aceptada, era parte de la adoración en esa mirada, experimentó un sentimiento que nunca había conocido antes: un golpe de celos.

« ¿Quién es esa?» –preguntó ella.

«Nuestra mejor pescadera. Ella provee el pescado para la abarrotería de Hammond.»

« ¿Y qué más es ella?»

« ¿Has notado que hay un ‘qué otro’ para cada uno de nosotros aquí? Ella es una escritora. El tipo de escritora que no sería publicada afuera. Ella cree que cuando uno trabaja con palabras, uno trata con la mente.»”

[Ayn Rand. Atlas Shrugged. Signet, New York, 664].

El talento literario de Ayn Rand le permite hacer personalidades reales y distintivas de esos personajes menores, con apenas unos pocos párrafos en el texto.

La relación de Ayn Rand con Nietzsche queda manifiesta en la descripción que hace el Dr. Akston de sus pupilos en Atlantis. Nietzsche considera que de entre todos los peligros, el peligro supremo es la moral altruista. La moral prevaleciente en el mundo, nos dice Nietzsche, es una “moral anti natural”, una moral que se vuelve contra la vida. Una moral de abnegación, del valor del no-egoísmo. Una moral que hace sucumbir aun a aquellos con potencial de elevarse por encima de la masa mediocre, presionándolos y reduciéndolos a un tipo menor, casi ridículo, a un animal del rebaño, ansioso de agradar, de complacer, enfermizo y mediocre:

“De suerte que si el más alto grado de poder y de esplendor del tipo hombre, posible en sí mismo, no ha sido alcanzado jamás, la falta será precisamente de la moral. ¿De suerte que, entre todos los peligros, la moral sería el peligro por excelencia?”

[Friedrich Nietzsche. “Zur Genealogie der Moral”. Createspace. North Carolina, 5]

Por mucho tiempo, nos dice el filósofo alemán, los hombres han externalizado sus más elevados valores e ideales de perfección en el cosmos, en mundos ultraterrenos y han despreciado el cuerpo y la vida. Es hora de que el individuo se dé cuenta de que es él el creador de estos valores y por tanto es capaz de forjar su propio significado e incorporar su propia justificación en lugar de depender de instituciones y credos externos. Sin embargo, dado que la moral del rebaño prevalece en la humanidad, y el impulso a ser parte de la manada sigue siendo la fuerza dominante en la psique del hombre, Nietzsche comprendió que las demandas de su Zaratrhusta eran tan antitéticas a la naturaleza humana, que para que el hombre pudiera alcanzarlas, tendría que superar los límites de su humanidad y convertirse en lo que él llamó el superhombre. Para eso debe superar al hombre rebaño, cuyas acciones están motivadas por el resentimiento, y al último hombre, el hedonista por excelencia, que carece de altos ideales y de propósito en la vida.

Así pues el superhombre debe crear su moral natural, pro-vida, y su propósito, el fin primordial que sirve de referencia para establecer la importancia que le asigna a otras cosas, permitiéndole priorizar distintas metas, y así expresar su voluntad de poder. La voluntad de poder es la fuerza vital de todo organismo. Es la voluntad de superarse a sí mismo, es la voluntad de florecer. La felicidad, según Nietzsche, es la superación de los obstáculos que la vida pone delante de uno. El superhombre, debido a que se ha creado un propósito, tiene una extensa lógica en todas sus acciones, difícil de ver debido a su magnitud y consecuentemente engañosa. Tiene la habilidad de extender su voluntad a través de grandes trechos de su vida y de despreciar y rechazar todo aquello que es nimio. El superhombre carece de las virtudes del ‘rebaño’. No sigue a nadie, prefiere ir solo. Es necesariamente juicioso. La fuerza de su voluntad radica en ser libre de todo tipo de ‘dogma’. Es un ‘espíritu libre’. El superhombre es el concepto del más alto desarrollo e integración posible, de poder intelectual, fuerza de carácter y voluntad, independencia, pasión, gusto y físico.

La sociedad dominada por la moral del rebaño, por esa moral ‘anti-natural’, anti-vida’ se ha convertido en una sociedad corrompida, enferma, nos dice Nietzsche:

“Yo llamo corrompido a un animal, a una especie, a un individuo cuando pierde sus instintos, cuando elige, cuando prefiere lo que a él le es perjudicial.”

[Friedrich Nietzsche. “Der Antichrist”. Holzinger. München, 6]

Rand, de manera similar considera que los hombres han sido corrompidos por la moral del altruismo, destruyendo, sobre todo, su capacidad para razonar bien. Como ella consideraba que Nietzsche no defendía el razonamiento juicioso –lo que considero fue un error de ella– distingue su superhombre del nietzscheano por esta característica:

“Contempló a sus discípulos, a las tres figuras agiles y flexibles, contentas y relajadas medio estiradas en las sillas de lona, vestidas con pantalones, cazadoras y camisa de cuello abierto: John Galt, Francisco d´Anconia, Ragnar Danneskjöld.

«No se asombre, señorita Taggart,» –dijo el Dr. Akston, sonriendo, «y no cometa el error de pensar que estos tres pupilos míos son algún tipo de criaturas super-humanas. Son algo muy superior y más asombroso que eso: son hombres normales –algo que el mundo jamás ha visto– y su hazaña es que han logrado sobrevivir como tales. Se necesita una mente excepcional y una integridad aún más excepcional para permanecer indemne a las influencias destructoras de cerebros de las doctrinas del mundo, el mal acumulado por siglos –para permanecer humano, ya que lo humano es lo racional.»”

[Ayn Rand. Atlas Shrugged. Signet, New York, 724].

Continuará.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

El método literario de Ayn Rand, 16a Parte

Warren Orbaugh
03 de octubre, 2018

En mi entrega anterior vimos a dos de los superhombres randianos de la “Rebelión de Atlas”, gigantes del intelecto y la productividad, de razón y habilidad, hombres de principios y prácticos: Francisco d´Anconia y John Galt.

Veamos ahora a otro héroe de la novela: Hank Rearden, el más viejo de ellos, pues tiene cuarenta y cinco años cuando empieza la novela, lucha con un conflicto interno: una sensación de culpa fundamental, cuidadosamente alimentada a lo largo de los años por su despreciable esposa, Lilian. Su respuesta a este conflicto es la represión emocional y su obsesiva fijación con su trabajo. No se interesa por nada excepto el acero y se duerme cuando se ve forzado a atender algún otro tema. Pero su aventura con Dagny empieza a sacar al Rearden que ha permanecido reprimido por tantos años. Sin perder su pasión por su carrera, empieza a florecer y a desarrollar el potencial de su personalidad. Se interesa en ideas, expresa su amor por la belleza y se vuelve alegre y relajado.

Conforme se va dando este proceso, Rearden se abre emocionalmente, desarrolla una relación visiblemente más cordial con Gwen Ives, su secretaria, y responde más afectuosamente hacia sus trabajadores. Incluso logra sacar de su pecho el resentimiento y desprecio que siente por su inútil familia. Logra apreciar a Francisco y puede amar a Dagny. Buena parte de la novela trata sobre el gradual florecimiento emocional de Rearden, necesario para que pueda unirse a los huelguistas, y sólo posible al haber roto las cadenas impuestas por una culpa inmerecida.

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Hay otros héroes que aparecen poco en la novela: Midas Mulligan, Hugh Akston, Dan Conway, Ellis Wyatt, y el más prominente de este grupo que juegan un papel significativo en la novela, Ragnar Danneskjöld, el filósofo que se volvió pirata. Otros como Richard Halley y el Dr. Hendricks sirven como vehículos para disertaciones de temas especializados. Y otro grupo como caracteres de soporte que aparecen poco, entre ellos, Roger Marsh, Kay Ludlow, Lawrence Hammond, y la misma Ayn Rand que como hizo Alfred Hitchcock en sus películas y Velásquez en sus pinturas, aparece como estrella invitada en el papel de la pescadera del valle cuyo amor imposible es Galt:

“Adelante de ellos vio un embarcadero de madera que se adentraba en el agua del lago. Una joven mujer yacía estirada sobre las asoleadas tablas, vigilando una batería de cañas de pescar. Levantó la vista al sonido del auto, se puso de pie mediante un único y repentino movimiento, una sombra muy rápida, y corrió hacia el camino. Llevaba pantalones, enrollados por encima de las rodillas de sus piernas desnudas, tenía pelo oscuro, despeinado y ojos grandes. Galt hizo un gesto con la mano para saludarla.

« ¡Hola John! ¿Cuándo arribaste?» –gritó ella.

«Esta mañana,» –respondió él, sonriendo sin detener el auto.

Dagny volvió bruscamente la cabeza para ver hacia atrás y vio la mirada con la que la joven mujer se quedó viendo a Galt. Y aunque la desesperanza, serenamente aceptada, era parte de la adoración en esa mirada, experimentó un sentimiento que nunca había conocido antes: un golpe de celos.

« ¿Quién es esa?» –preguntó ella.

«Nuestra mejor pescadera. Ella provee el pescado para la abarrotería de Hammond.»

« ¿Y qué más es ella?»

« ¿Has notado que hay un ‘qué otro’ para cada uno de nosotros aquí? Ella es una escritora. El tipo de escritora que no sería publicada afuera. Ella cree que cuando uno trabaja con palabras, uno trata con la mente.»”

[Ayn Rand. Atlas Shrugged. Signet, New York, 664].

El talento literario de Ayn Rand le permite hacer personalidades reales y distintivas de esos personajes menores, con apenas unos pocos párrafos en el texto.

La relación de Ayn Rand con Nietzsche queda manifiesta en la descripción que hace el Dr. Akston de sus pupilos en Atlantis. Nietzsche considera que de entre todos los peligros, el peligro supremo es la moral altruista. La moral prevaleciente en el mundo, nos dice Nietzsche, es una “moral anti natural”, una moral que se vuelve contra la vida. Una moral de abnegación, del valor del no-egoísmo. Una moral que hace sucumbir aun a aquellos con potencial de elevarse por encima de la masa mediocre, presionándolos y reduciéndolos a un tipo menor, casi ridículo, a un animal del rebaño, ansioso de agradar, de complacer, enfermizo y mediocre:

“De suerte que si el más alto grado de poder y de esplendor del tipo hombre, posible en sí mismo, no ha sido alcanzado jamás, la falta será precisamente de la moral. ¿De suerte que, entre todos los peligros, la moral sería el peligro por excelencia?”

[Friedrich Nietzsche. “Zur Genealogie der Moral”. Createspace. North Carolina, 5]

Por mucho tiempo, nos dice el filósofo alemán, los hombres han externalizado sus más elevados valores e ideales de perfección en el cosmos, en mundos ultraterrenos y han despreciado el cuerpo y la vida. Es hora de que el individuo se dé cuenta de que es él el creador de estos valores y por tanto es capaz de forjar su propio significado e incorporar su propia justificación en lugar de depender de instituciones y credos externos. Sin embargo, dado que la moral del rebaño prevalece en la humanidad, y el impulso a ser parte de la manada sigue siendo la fuerza dominante en la psique del hombre, Nietzsche comprendió que las demandas de su Zaratrhusta eran tan antitéticas a la naturaleza humana, que para que el hombre pudiera alcanzarlas, tendría que superar los límites de su humanidad y convertirse en lo que él llamó el superhombre. Para eso debe superar al hombre rebaño, cuyas acciones están motivadas por el resentimiento, y al último hombre, el hedonista por excelencia, que carece de altos ideales y de propósito en la vida.

Así pues el superhombre debe crear su moral natural, pro-vida, y su propósito, el fin primordial que sirve de referencia para establecer la importancia que le asigna a otras cosas, permitiéndole priorizar distintas metas, y así expresar su voluntad de poder. La voluntad de poder es la fuerza vital de todo organismo. Es la voluntad de superarse a sí mismo, es la voluntad de florecer. La felicidad, según Nietzsche, es la superación de los obstáculos que la vida pone delante de uno. El superhombre, debido a que se ha creado un propósito, tiene una extensa lógica en todas sus acciones, difícil de ver debido a su magnitud y consecuentemente engañosa. Tiene la habilidad de extender su voluntad a través de grandes trechos de su vida y de despreciar y rechazar todo aquello que es nimio. El superhombre carece de las virtudes del ‘rebaño’. No sigue a nadie, prefiere ir solo. Es necesariamente juicioso. La fuerza de su voluntad radica en ser libre de todo tipo de ‘dogma’. Es un ‘espíritu libre’. El superhombre es el concepto del más alto desarrollo e integración posible, de poder intelectual, fuerza de carácter y voluntad, independencia, pasión, gusto y físico.

La sociedad dominada por la moral del rebaño, por esa moral ‘anti-natural’, anti-vida’ se ha convertido en una sociedad corrompida, enferma, nos dice Nietzsche:

“Yo llamo corrompido a un animal, a una especie, a un individuo cuando pierde sus instintos, cuando elige, cuando prefiere lo que a él le es perjudicial.”

[Friedrich Nietzsche. “Der Antichrist”. Holzinger. München, 6]

Rand, de manera similar considera que los hombres han sido corrompidos por la moral del altruismo, destruyendo, sobre todo, su capacidad para razonar bien. Como ella consideraba que Nietzsche no defendía el razonamiento juicioso –lo que considero fue un error de ella– distingue su superhombre del nietzscheano por esta característica:

“Contempló a sus discípulos, a las tres figuras agiles y flexibles, contentas y relajadas medio estiradas en las sillas de lona, vestidas con pantalones, cazadoras y camisa de cuello abierto: John Galt, Francisco d´Anconia, Ragnar Danneskjöld.

«No se asombre, señorita Taggart,» –dijo el Dr. Akston, sonriendo, «y no cometa el error de pensar que estos tres pupilos míos son algún tipo de criaturas super-humanas. Son algo muy superior y más asombroso que eso: son hombres normales –algo que el mundo jamás ha visto– y su hazaña es que han logrado sobrevivir como tales. Se necesita una mente excepcional y una integridad aún más excepcional para permanecer indemne a las influencias destructoras de cerebros de las doctrinas del mundo, el mal acumulado por siglos –para permanecer humano, ya que lo humano es lo racional.»”

[Ayn Rand. Atlas Shrugged. Signet, New York, 724].

Continuará.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo