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El coronel Chiroy y ocho soldados cumplen seis años en prisión preventiva

Luis Gonzalez
10 de octubre, 2018

Seis años han pasado en prisión preventiva el coronel Juan Chiroy y los soldados Dimas García Pérez, Marcos Chun Sacul, Ábner Enrique Cruz Pérez, Abraham Gua Cojoc, Felipe Chub Coc, Ana Rosa Cervantes Aguilar, Edín Adolfo Agustín Vásquez y Manuel Lima Vásquez.

Durante estos 72 meses privados de libertad, la tristeza de no estar con su familia los ha golpeado. No han podido asistir al funeral de alguno de sus padres, sus hijos crecen lejos de ellos y en algunos casos, los seres queridos se alejaron y se quedaron casi solos…

La frustración los acompaña porque todo el sistema de justicia pareciera empeñarse en retrasar el proceso. Su mayor deseo es ir a juicio, pero como algo absurdo, es el mismo sistema el que les ha impedido, una y otra vez, ser juzgados.

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Once de octubre de 2012

En los sucesos ocurridos el 4 de octubre de 2012 en la cumbre de Alaska, Totonicapán, fallecieron seis personas. Las víctimas eran parte del grupo que bloqueaba y protestaba en esa jurisdicción. Atacaron a los soldados, hubo disparos, no solo del Ejército, y el saldo fue trágico.

Al verse implicados miembros del Ejército en el incidente, el MP los acusó de ejecución extrajudicial y ejecución extrajudicial en grado de tentativa,  delitos por los cuales fueron ligados a proceso.

En la fase intermedia la jueza Patricia Flores modificó estas imputaciones a incumplimiento de deberes, en el caso del coronel Chiroy, y homicidio en estado de emoción violenta para los soldados.

Durante cinco años estuvieron acusados de esos delitos, hasta que la Sala de Apelaciones de Mayor Riesgo les regresó los cargos por los que fueron acusados inicialmente por el MP.

La esposa del coronel Chiroy, Andrea Mencos, recuerda cómo vivió ese jueves 11 de octubre de 2012.

¿Qué pasó en la vida de los soldados?

Los ochos soldados acusados en este caso permanecen en la cárcel ubicada en al Brigada Mariscal Zavala. Del grupo, República habló con siete de los soldados y cada uno contó su historia.

Edín Agustín: “Parece que jugaran con nuestra vida”

Edín tiene el grado de sargento. Casi la mitad de su vida ha estado vinculado con el Ejército y el suceso lo sorprendió cuando su esposa estaba por dar a luz a su tercer bebé, el que solo ha visto a su papá en estas circunstancias.

El suceso que más le ha causado dolor estando detenido es no haber acompañado el sepelio de su mamá, que falleció el 24 de abril de 2016. La familia le dio tiempo para llegar, pero las autoridades no aprobaron su salida.

Agustín subraya que la tristeza más reciente ocurrió este año cuando les regresaron los delitos. “Parece que jugaran con nuestra vida”, enfatiza.

Y el dolor que no lo deja en paz todo el tiempo es escuchar las preguntas de su pequeña hija, preguntas que no puede responder.

“Cuándo vas a llegar a la casa”, le dice su hija y Agustín no tiene respuesta… Cuando habla de esto no puede contener las lágrimas.

El año pasado su pequeña hija fue Niña Independencia y le dijo a su papá que tenía que acompañarla. “Decile a los policías que ten den permiso, que te dejen salir porque tu hija es Niña Independencia”.

Pero aunque el dolor de no estar cerca de la familia lo lastima, también es la familia la que lo mantiene de pie. Sus seres queridos y la confianza en Dios, asegura, son su sostén.

Ana Rosa Cervantes estuvo a un paso de morir

El 4 de octubre de 2012, día de los sucesos, Ana Rosa custodiaba uno de los dos camiones que transportaban a los soldados antidisturbios. Llegó en el primer camión y como al resto de soldados, la sorprendió la lluvia de piedras y otros objetos que empezaron a llover desde las laderas y de la carretera.

Solo se resguardó y quedó a merced de la turba que empezó a ver cómo incendiaba el camión. Sus compañeros custodios, los únicos armados de la tropa, al ver el peligro en que se encontraba, dispararon al aire y con mucha dificultad logró tirarse del camión, pero ya iba golpeada.

Fueron segundos de angustia en que solo pensó en la muerte. Al verse copados por el grupo de atacantes, los soldados se tiraron a un barranco y Ana Rosa casi fallece.

Sus compañeros recuerdan que solo decía: “Déjenme, déjenme que me maten, váyanse”, pero sus amigos no la abandonaron. Con el rostro ensangrentado y una fractura en la mano, se levantó y caminó varios kilómetros entre sembrados de milpa, para escapar de la turba que los siguió y amenazaba.

Cervantes solo pensaba en su familia. En cuanto pudo les habló para contarles lo sucedido y para que no se preocuparan. Esas horas fueron de mucho dolor físico. Desde las dos de la tarde hasta la media noche de ese jueves, sintió la angustia y fragilidad de la vida.

Las horas pasaron. Fue atendida en un hospital en cuanto pudieron salir de la montaña y se calmó un poco el dolor físico, pero pronto vinieron otros dolores, humillaciones, tristezas y peligros, ya estando privada de libertad.

En la cárcel de Santa Teresa, donde estuvo detenida, escapó de agresiones y de peligrosos motines de las reclusas. Lejos de su familia, pronto se quedó sola y sin poder ver a su hija cuando más la necesitaba, porque estaba en la adolescencia y porque el esposo decidió alejarse.

El dolor más grande que la sigue acompañando y recuerda con lágrimas, es la pérdida de su abuela, que para ella era como su mamá.

En la cárcel, Ana Rosa subsiste vendiendo artesanías que aprendió a fabricar en la prisión y también negociando algunas prendas de vestir y zapatos. Su vida se quebró y ahora solo espera que el sistema de justicia no atrase más el juicio y termine esta pesadilla,

Dimas García Pérez conoció a su hijo hasta los cuatro meses

Siete días tenía de nacido el cuarto de sus hijos cuando lo detuvieron el 11 de octubre de 2012. Ya no hubo tiempo de conocerlo. Tuvo que esperar cuatro meses para ver el rostro del bebé que lleva su nombre: Dimas Alexander.

Y esta es la angustia que lo acompaña todo el tiempo. Su familia vive a 240 kilómetros de la capital, en una aldea de Camotán, Chiquimula y por ello solo puede verlos una vez al año.

Su captura fue difícil para sus hijos. Los más grandes se enteraron de la noticia en la escuela, por medio de sus compañeros y ese momento le duele contarlo.

En la cárcel sufrió de parálisis facial y aunque pidió autorización para ser atendido por un médico, le negaron el permiso. Profesionales detenidos junto con él, le ayudaron a recuperarse.

En la prisión obtiene ingresos cortando cabello y haciendo otras actividades comerciales. Como a todos en la cárcel, lo más doloroso es enfrentar las preguntas de sus hijos que le insisten: “¿Cuándo vas a venir a casa papá?” Lo peor es que no hay respuesta.

Dimas es de los más inquietos del grupo. Estudio bachillerato y ahora también aprende italiano que imparte otro de los detenidos que también busca cómo ocupar el tiempo.

Del los jueces solo espera que valoren las pruebas de la defensa y que sean objetivos. Que atiendan que “nunca se planificó la muerte de esas personas”, que ese día solo llegaron a apoyar a la seguridad civil.

Abraham Gua Cojoc: “En la cárcel hasta una piedra vale oro”

Abraham es de los más alegres del grupo de soldados. Es una persona que valora cada momento de su vida y agradece a Dios por su esposa y sus dos hijos y por sus amigos de la cárcel.

Al escucharlo se entiende la sencillez y grandeza de la vida. “Afuera no se valora nada, acá se valoran las cosas más simples y sencillas. En la cárcel hasta una piedra vale oro”, dice este soldado de 31 años.

Aunque refleja optimismo, Abraham sabe que no ha sido fácil estar detenido durante seis años y sin ser enjuiciados.

“Ni al peor enemigo le deseo estar preso. Es una experiencia triste, pero a la vez sirve para valorar la vida”.

Cuando fue detenido, apenas tenía un mes de haberse unido con su esposa. Luego de tres años de noviazgo decidieron compartir la vida juntos, ignorando la prueba de amor que tenían por delante.

Aunque con mucho dolor, Abraham recuerda que le dijo a su esposa que era libre de decidir seguir con él o no.

“Usted está libre de decidir, si quiere seguir, pero no sé qué pasará. O me da tiempo cinco años de plazo para que salga…” le dijo Abraham y ella decidió quedarse… pero el tiempo pasó y ya son seis años sin libertad.

Una de las preocupaciones de ambos era cómo iban a generar ingresos para vivir. Abraham, acostumbrado a trabajar en el campo, ha logrado superar este obstáculo ayudando a otros detenidos que requieren limpieza y también fabrica hamacas.

“Estar con Dios es el punto número uno, luego la familia y después el trabajo”, comenta Abraham, quien dice muy orgulloso que todos los reconocen por ser “el primer lugar en buena conducta, el más respetuoso de toda el área”.

Al sistema de justicia, en especial al Ministerio Público, le pide que no retrasen más el proceso, que “se aclare la situación porque ya son seis años y no hay debate”.

Terminó la breve conversación con él y nos repitió: “Hay que aprovechar el tiempo y dar buen uso a las cosas”.

Lea mañana los otros testimonios de los soldados

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El coronel Chiroy y ocho soldados cumplen seis años en prisión preventiva

Luis Gonzalez
10 de octubre, 2018

Seis años han pasado en prisión preventiva el coronel Juan Chiroy y los soldados Dimas García Pérez, Marcos Chun Sacul, Ábner Enrique Cruz Pérez, Abraham Gua Cojoc, Felipe Chub Coc, Ana Rosa Cervantes Aguilar, Edín Adolfo Agustín Vásquez y Manuel Lima Vásquez.

Durante estos 72 meses privados de libertad, la tristeza de no estar con su familia los ha golpeado. No han podido asistir al funeral de alguno de sus padres, sus hijos crecen lejos de ellos y en algunos casos, los seres queridos se alejaron y se quedaron casi solos…

La frustración los acompaña porque todo el sistema de justicia pareciera empeñarse en retrasar el proceso. Su mayor deseo es ir a juicio, pero como algo absurdo, es el mismo sistema el que les ha impedido, una y otra vez, ser juzgados.

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Once de octubre de 2012

En los sucesos ocurridos el 4 de octubre de 2012 en la cumbre de Alaska, Totonicapán, fallecieron seis personas. Las víctimas eran parte del grupo que bloqueaba y protestaba en esa jurisdicción. Atacaron a los soldados, hubo disparos, no solo del Ejército, y el saldo fue trágico.

Al verse implicados miembros del Ejército en el incidente, el MP los acusó de ejecución extrajudicial y ejecución extrajudicial en grado de tentativa,  delitos por los cuales fueron ligados a proceso.

En la fase intermedia la jueza Patricia Flores modificó estas imputaciones a incumplimiento de deberes, en el caso del coronel Chiroy, y homicidio en estado de emoción violenta para los soldados.

Durante cinco años estuvieron acusados de esos delitos, hasta que la Sala de Apelaciones de Mayor Riesgo les regresó los cargos por los que fueron acusados inicialmente por el MP.

La esposa del coronel Chiroy, Andrea Mencos, recuerda cómo vivió ese jueves 11 de octubre de 2012.

¿Qué pasó en la vida de los soldados?

Los ochos soldados acusados en este caso permanecen en la cárcel ubicada en al Brigada Mariscal Zavala. Del grupo, República habló con siete de los soldados y cada uno contó su historia.

Edín Agustín: “Parece que jugaran con nuestra vida”

Edín tiene el grado de sargento. Casi la mitad de su vida ha estado vinculado con el Ejército y el suceso lo sorprendió cuando su esposa estaba por dar a luz a su tercer bebé, el que solo ha visto a su papá en estas circunstancias.

El suceso que más le ha causado dolor estando detenido es no haber acompañado el sepelio de su mamá, que falleció el 24 de abril de 2016. La familia le dio tiempo para llegar, pero las autoridades no aprobaron su salida.

Agustín subraya que la tristeza más reciente ocurrió este año cuando les regresaron los delitos. “Parece que jugaran con nuestra vida”, enfatiza.

Y el dolor que no lo deja en paz todo el tiempo es escuchar las preguntas de su pequeña hija, preguntas que no puede responder.

“Cuándo vas a llegar a la casa”, le dice su hija y Agustín no tiene respuesta… Cuando habla de esto no puede contener las lágrimas.

El año pasado su pequeña hija fue Niña Independencia y le dijo a su papá que tenía que acompañarla. “Decile a los policías que ten den permiso, que te dejen salir porque tu hija es Niña Independencia”.

Pero aunque el dolor de no estar cerca de la familia lo lastima, también es la familia la que lo mantiene de pie. Sus seres queridos y la confianza en Dios, asegura, son su sostén.

Ana Rosa Cervantes estuvo a un paso de morir

El 4 de octubre de 2012, día de los sucesos, Ana Rosa custodiaba uno de los dos camiones que transportaban a los soldados antidisturbios. Llegó en el primer camión y como al resto de soldados, la sorprendió la lluvia de piedras y otros objetos que empezaron a llover desde las laderas y de la carretera.

Solo se resguardó y quedó a merced de la turba que empezó a ver cómo incendiaba el camión. Sus compañeros custodios, los únicos armados de la tropa, al ver el peligro en que se encontraba, dispararon al aire y con mucha dificultad logró tirarse del camión, pero ya iba golpeada.

Fueron segundos de angustia en que solo pensó en la muerte. Al verse copados por el grupo de atacantes, los soldados se tiraron a un barranco y Ana Rosa casi fallece.

Sus compañeros recuerdan que solo decía: “Déjenme, déjenme que me maten, váyanse”, pero sus amigos no la abandonaron. Con el rostro ensangrentado y una fractura en la mano, se levantó y caminó varios kilómetros entre sembrados de milpa, para escapar de la turba que los siguió y amenazaba.

Cervantes solo pensaba en su familia. En cuanto pudo les habló para contarles lo sucedido y para que no se preocuparan. Esas horas fueron de mucho dolor físico. Desde las dos de la tarde hasta la media noche de ese jueves, sintió la angustia y fragilidad de la vida.

Las horas pasaron. Fue atendida en un hospital en cuanto pudieron salir de la montaña y se calmó un poco el dolor físico, pero pronto vinieron otros dolores, humillaciones, tristezas y peligros, ya estando privada de libertad.

En la cárcel de Santa Teresa, donde estuvo detenida, escapó de agresiones y de peligrosos motines de las reclusas. Lejos de su familia, pronto se quedó sola y sin poder ver a su hija cuando más la necesitaba, porque estaba en la adolescencia y porque el esposo decidió alejarse.

El dolor más grande que la sigue acompañando y recuerda con lágrimas, es la pérdida de su abuela, que para ella era como su mamá.

En la cárcel, Ana Rosa subsiste vendiendo artesanías que aprendió a fabricar en la prisión y también negociando algunas prendas de vestir y zapatos. Su vida se quebró y ahora solo espera que el sistema de justicia no atrase más el juicio y termine esta pesadilla,

Dimas García Pérez conoció a su hijo hasta los cuatro meses

Siete días tenía de nacido el cuarto de sus hijos cuando lo detuvieron el 11 de octubre de 2012. Ya no hubo tiempo de conocerlo. Tuvo que esperar cuatro meses para ver el rostro del bebé que lleva su nombre: Dimas Alexander.

Y esta es la angustia que lo acompaña todo el tiempo. Su familia vive a 240 kilómetros de la capital, en una aldea de Camotán, Chiquimula y por ello solo puede verlos una vez al año.

Su captura fue difícil para sus hijos. Los más grandes se enteraron de la noticia en la escuela, por medio de sus compañeros y ese momento le duele contarlo.

En la cárcel sufrió de parálisis facial y aunque pidió autorización para ser atendido por un médico, le negaron el permiso. Profesionales detenidos junto con él, le ayudaron a recuperarse.

En la prisión obtiene ingresos cortando cabello y haciendo otras actividades comerciales. Como a todos en la cárcel, lo más doloroso es enfrentar las preguntas de sus hijos que le insisten: “¿Cuándo vas a venir a casa papá?” Lo peor es que no hay respuesta.

Dimas es de los más inquietos del grupo. Estudio bachillerato y ahora también aprende italiano que imparte otro de los detenidos que también busca cómo ocupar el tiempo.

Del los jueces solo espera que valoren las pruebas de la defensa y que sean objetivos. Que atiendan que “nunca se planificó la muerte de esas personas”, que ese día solo llegaron a apoyar a la seguridad civil.

Abraham Gua Cojoc: “En la cárcel hasta una piedra vale oro”

Abraham es de los más alegres del grupo de soldados. Es una persona que valora cada momento de su vida y agradece a Dios por su esposa y sus dos hijos y por sus amigos de la cárcel.

Al escucharlo se entiende la sencillez y grandeza de la vida. “Afuera no se valora nada, acá se valoran las cosas más simples y sencillas. En la cárcel hasta una piedra vale oro”, dice este soldado de 31 años.

Aunque refleja optimismo, Abraham sabe que no ha sido fácil estar detenido durante seis años y sin ser enjuiciados.

“Ni al peor enemigo le deseo estar preso. Es una experiencia triste, pero a la vez sirve para valorar la vida”.

Cuando fue detenido, apenas tenía un mes de haberse unido con su esposa. Luego de tres años de noviazgo decidieron compartir la vida juntos, ignorando la prueba de amor que tenían por delante.

Aunque con mucho dolor, Abraham recuerda que le dijo a su esposa que era libre de decidir seguir con él o no.

“Usted está libre de decidir, si quiere seguir, pero no sé qué pasará. O me da tiempo cinco años de plazo para que salga…” le dijo Abraham y ella decidió quedarse… pero el tiempo pasó y ya son seis años sin libertad.

Una de las preocupaciones de ambos era cómo iban a generar ingresos para vivir. Abraham, acostumbrado a trabajar en el campo, ha logrado superar este obstáculo ayudando a otros detenidos que requieren limpieza y también fabrica hamacas.

“Estar con Dios es el punto número uno, luego la familia y después el trabajo”, comenta Abraham, quien dice muy orgulloso que todos los reconocen por ser “el primer lugar en buena conducta, el más respetuoso de toda el área”.

Al sistema de justicia, en especial al Ministerio Público, le pide que no retrasen más el proceso, que “se aclare la situación porque ya son seis años y no hay debate”.

Terminó la breve conversación con él y nos repitió: “Hay que aprovechar el tiempo y dar buen uso a las cosas”.

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