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Economía para dummies: de emprendimientos, salarios y valores

Redacción
16 de diciembre, 2018
En nuestro país, decir que se está en contra de aumentos arbitrarios al salario mínimo, o que son los empresarios quienes generan empleo y en consecuencia que el trabajo por sí solo no crea valor, son pecados capitales del idealismo que adorna la justicia social.
Ese florido adorno con que las doctrinas que abogan por que unos y otros ganen más por el simple hecho de merecerlo pecan de imprudentes al soslayar las leyes más básicas de la economía pero también al mezclar los hechos históricos con esas mismas leyes. Me explico: al recorrer la historia de las mayores riquezas de nuestro país encontramos que han sido construidas no en un sistema de libre mercado sino a raíz de los beneficios estatales con que han sido benecidos por la todopoderosa mano del Gobierno. Aquí, los liberales coincidimos con los guerreros de la justicia social: no ha sido justa esa construcción y no favorece a nadie más que aquellos que se benefician económicamente de políticas públicas torcidas.
Pero el liberalismo y el progresismo rara vez entrelazan sus puntos más allá de los hechos evidentes, y las conclusiones suelen diferir bastante. El análisis progresista es que, como la riqueza ha sido generada desde la injusticia, utilizando como medio de generación de riqueza el trabajo, entonces no hay de otra: es el trabajador el que genera riqueza, y por tanto merece sueldos más elevados.
Un análisis económico somero subrayaría lo contrario: El trabajo no crea valor por sí mismo. el trabajo, junto con otros factores de producción, crea productos, pero el valor de los productos depende de la utilidad. La utilidad, a su vez, depende de la valoración subjetiva de los individuos, de los beneficios que aportan los productos al consumidor.
El empleo por el empleo no tiene sentido económico, lo que importa es la creación de valor. En ese sentido, el valor de un bien existe independientemente del esfuerzo por producirlo.
La indignación por los salarios mínimos, entonces, no tiene tampoco sustento económico: cuanto más pueda un individuo producir de un bien o servicio demandado voluntariamente por los consumidores en un determinado intervalo de tiempo, mayor deberá ser su remunieración. La productividad, en resumen, determina el salario.
Y como el objetivo final de la producción es el consumo, porque no sirve de nada producir un bien que nadie va a consumir, no se puede exigir un mejor salario, por muy Máster en cualquier cosa que sea quien lo exige, si su servicio no lo requiere nadie.
Todo ello no es posible, en una economía de libre mercado, sin la intervención del empresario: aquel que ahorra e invierte capital, que asume los costes de la produción y que arriesga. Tampoco es posible, efecetivamente, sin la mano de obra necesaria para producri bienes o servicios, pero para que estos existan,dependen de  quienes demandan y quienes ofrecen.
La creación de riqueza tampoco es un pecado: la utilidad es un bonus para la sociedad. Sin utilidades hoy, no hay empleos en el futuro. De eso depende la posibilidad de ahorro e inversión.
Lo más importante es que todos esos postulados económicos son razonamiento sintético a priori, son leyes eminentemente lógicas. No se pueden falsear empíricamente. Se pueden ignorar y violar, pero no cambiar. El crecimiento económico en condiciones de justicia, y en consecuencia el desarrollo de los individuos, dependen de ello.
República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Economía para dummies: de emprendimientos, salarios y valores

Redacción
16 de diciembre, 2018
En nuestro país, decir que se está en contra de aumentos arbitrarios al salario mínimo, o que son los empresarios quienes generan empleo y en consecuencia que el trabajo por sí solo no crea valor, son pecados capitales del idealismo que adorna la justicia social.
Ese florido adorno con que las doctrinas que abogan por que unos y otros ganen más por el simple hecho de merecerlo pecan de imprudentes al soslayar las leyes más básicas de la economía pero también al mezclar los hechos históricos con esas mismas leyes. Me explico: al recorrer la historia de las mayores riquezas de nuestro país encontramos que han sido construidas no en un sistema de libre mercado sino a raíz de los beneficios estatales con que han sido benecidos por la todopoderosa mano del Gobierno. Aquí, los liberales coincidimos con los guerreros de la justicia social: no ha sido justa esa construcción y no favorece a nadie más que aquellos que se benefician económicamente de políticas públicas torcidas.
Pero el liberalismo y el progresismo rara vez entrelazan sus puntos más allá de los hechos evidentes, y las conclusiones suelen diferir bastante. El análisis progresista es que, como la riqueza ha sido generada desde la injusticia, utilizando como medio de generación de riqueza el trabajo, entonces no hay de otra: es el trabajador el que genera riqueza, y por tanto merece sueldos más elevados.
Un análisis económico somero subrayaría lo contrario: El trabajo no crea valor por sí mismo. el trabajo, junto con otros factores de producción, crea productos, pero el valor de los productos depende de la utilidad. La utilidad, a su vez, depende de la valoración subjetiva de los individuos, de los beneficios que aportan los productos al consumidor.
El empleo por el empleo no tiene sentido económico, lo que importa es la creación de valor. En ese sentido, el valor de un bien existe independientemente del esfuerzo por producirlo.
La indignación por los salarios mínimos, entonces, no tiene tampoco sustento económico: cuanto más pueda un individuo producir de un bien o servicio demandado voluntariamente por los consumidores en un determinado intervalo de tiempo, mayor deberá ser su remunieración. La productividad, en resumen, determina el salario.
Y como el objetivo final de la producción es el consumo, porque no sirve de nada producir un bien que nadie va a consumir, no se puede exigir un mejor salario, por muy Máster en cualquier cosa que sea quien lo exige, si su servicio no lo requiere nadie.
Todo ello no es posible, en una economía de libre mercado, sin la intervención del empresario: aquel que ahorra e invierte capital, que asume los costes de la produción y que arriesga. Tampoco es posible, efecetivamente, sin la mano de obra necesaria para producri bienes o servicios, pero para que estos existan,dependen de  quienes demandan y quienes ofrecen.
La creación de riqueza tampoco es un pecado: la utilidad es un bonus para la sociedad. Sin utilidades hoy, no hay empleos en el futuro. De eso depende la posibilidad de ahorro e inversión.
Lo más importante es que todos esos postulados económicos son razonamiento sintético a priori, son leyes eminentemente lógicas. No se pueden falsear empíricamente. Se pueden ignorar y violar, pero no cambiar. El crecimiento económico en condiciones de justicia, y en consecuencia el desarrollo de los individuos, dependen de ello.
República es ajena a la opinión expresada en este artículo