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La belleza, ¿en el ojo del observador?

Warren Orbaugh
18 de noviembre, 2019

En mi entrega anterior expuse que la belleza o simetrías armónicas, nos produce placer por dos razones, una de carácter psicológica: el principio de visibilidad y la otra, de carácter psico-epistemológica: el principio de conceptualización. La primera porque la belleza expresa aptitud vital, que el humano encuentra placentero, ya que esta experiencia lo hace visible ante sus propios ojos como ser vivo, al ver en esta configuración la estructura de una vida exitosa, confirmando su conocimiento de que la vida exitosa es posible. Examinemos ahora el principio de conceptualización.

El principio de conceptualización es psico-epistemológico, pues contemplamos en una instancia concreta, el resultado de cómo debería funcionar nuestra mente para ser vitalmente exitosa. Cuando conceptualizamos, clasificamos en base a menores diferencias contrastadas con un contexto de referencias de mayores diferencias. Relacionamos existentes agrupándolos por sus similitudes, omitiendo sus diferencias específicas, considerando a los existentes como “unidades” de la clasificación. El “grupo o clasificación” sólo existe epistemológicamente pues en la realidad sólo existen cosas individuales. El concebir a unos existentes como “grupo” y una “unidad” como un existente considerado como un miembro separado de un grupo de miembros similares, es una manera humana de apreciar las cosas. Las unidades son clasificadas de acuerdo a una característica conmensurable que Rand llama su Denominador Conceptual Común. El DCC lo define Rand como “la o las características reducibles a una unidad de medida, por medio de la cual el hombre diferencia dos o más existentes de otros existentes que la poseen”. Así, nos dice, un concepto es una integración mental de dos o más unidades que poseen la o las mismas características distintivas, pero omitiendo sus medidas particulares.

 El concepto, resultado de esta clasificación, es una unidad mental, “un todo”, una integración de información variada de los referentes del concepto. Si uno ha formado sus conceptos apropiadamente, los archivos o carpetas mentales tendrán una estructura jerárquica, lo cual ayuda al proceso de integración.  La jerarquía del conocimiento es un orden de dependencia epistémica, es una estructura lógica, de razón, y no una estructura que existe en el mundo real independiente de la acción humana. Las relaciones de la estructura formal que identificamos como “belleza”, es de relaciones de similitudes entre entes variados, diferentes en algunos sentidos, enlazados por una unidad o matriz modular  de medida que es su Denominador Conceptual Común. Este DCC define la simetría armónica por analogías entre formas, similitud entre colores, similitud en las proporciones –relaciones matemáticas entre los componentes, el ritmo –similitud en la relación de medida en una secuencia de intervalos, de la sucesión de partes acentuadas con partes no acentuadas, la definición –la delimitación clara, nítida, exacta y precisa de los componentes. El resultado de esta estructura es un “todo” integral armónico, que al igual que un concepto bien formado e identificado se comprende con claridad. Ésta, la claridad –la facultad de la forma de ser percibida y comprendida sin dificultad ni confusión, es el requisito último de la estructura que denominamos “belleza”, que también  es una estructura lógica, de razón, y no una estructura que existe en el mundo real independiente de la acción humana. 

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Psico-epistemológicamente, el deleite que nos produce la belleza está en la experiencia del pensamiento noético. El pensamiento noético es el pensamiento que forma abstracciones de concretos, es decir, conceptos de primer nivel. Según nos dice Aristóteles en De Anima III, 431b-432a, el nous (intelecto) piensa o entiende (noesis) el noeta en el fantasmata (imagen de lo sentido).  El objeto del pensamiento noético es exactamente lo mismo que en sentido estricto uno percibe. El proceso del pensamiento noético –la  identificación por medio de notar diferencias y similitudes entre objetos percibidos y clasificarlos de acuerdo a su DCC se hace visible, como una estructura armónica, que es un todo integral, en el sistema de relaciones entre componentes del objeto bello. 

La verdadera esencia de la belleza es la simplicidad, una simplicidad que se encuentra en la unidad. La unidad es el carácter esencial de la belleza. La belleza es la forma total en cuanto revela la fuerza que la anima. Esta fuerza es un principio organizador: el pensamiento noético, manifestado en un conjunto de formas, de movimientos independientes y libres que revelan la armonía interna –la integración formal. 

La unidad se muestra como principio, sin contradicción, que une las partes entre sí y con el todo y se manifiesta en forma sensible. El placer se da al notar la perfección de la estructura, la integración formal en una unidad sin contradicciones, en una armonía total, que muestra el proceso noético en su más pura imagen formal, de relaciones sin contenido, básicamente perceptual. El concepto que identificamos, no es el resultado de la clasificación según la nousis, sino que, la nousis misma. El noeton de la nousis es la nousis. El objeto del pensamiento noético es la imagen del mismo pensamiento noético, que se percibe en la estructura de relaciones armónicas, lógicas y no contradictorias. El deleite experimentado es producto de la contemplación de ese proceso de conceptualizar en su más alto grado de perfección.

El deleite psico-epistemológio de ver la belleza, se da por contemplar, en un objeto perceptible, la perfección en el proceso de conceptualizar. Es un deleite puramente conceptual. Al recrear este tipo de estructura, componemos una obra según los elementos componentes de la belleza, que son: el orden; la simetría, que comprende la proporción, el ritmo, la analogía y la armonía; la definición, que comprende la magnitud, la precisión, y la claridad. El producto debe ser un todo integrado por un principio organizador: la perfección noética.

La belleza es entonces, un orden cuyo propósito o principio organizador, manifestado en un conjunto de formas, de movimientos independientes y libres, es crear la armonía interna que une las partes entre sí y con el todo y que se manifiesta en forma sensible como una unidad integral noéticamente placentera. La belleza o perfección de la forma se debe a que su identidad es completa, no contradictoria, integral, armónica y total, de manera que no se pueda alterar o modificar sin destruirla. La belleza es la forma total en cuanto revela la fuerza que la anima. Es, pues, una estructura perfecta; es un todo integrado en el que las partes diversas están unidas entre sí por relaciones mutuas jerárquicamente ordenadas; las partes incluyen la esencia del objeto, su aptitud expresada. 

Belleza es simetrías armónicas perfectas. Es en este sentido y sólo en este sentido que cabe la expresión: “la belleza está en el ojo del observador”, pues requiere de la identificación y valoración de estas relaciones formales por una consciencia conceptual que las observa. Un animal irracional al ver un rostro bello, no ve la belleza, sino sólo la estructura natural que hace al rostro ser lo que es: una cabeza con dos ojos, nariz, boca, orejas. El humano, acostumbrado al pensamiento noético, establece la longitud del ojo como unidad o módulo de medida y advierte que el rostro tiene cinco “ojos” de ancho y seis “ojos” del límite de la barbilla al nacimiento del cabello de la cabeza, dos “ojos” del límite de la barbilla a la parte baja de  la nariz y de ésta a la situación de las cejas otros dos “ojos”, un “ojo” de separación entre ojo y ojo, un “ojo” como ancho de la parte inferior de la nariz, y un “ojo” desde ésta a la parte inferior de la boca, etc. Es decir, el hombre advierte una serie de relaciones de medidas entre las partes diversas que le dan unidad al rostro por la regla de un módulo. El ver las cosas como relaciones regladas por unidades o módulos es adoptar una perspectiva humana en ellas. En el mundo, aparte del hombre no hay unidades ni módulos, sólo entidades, sólo existentes, sólo cosas individuales, separadas con sus propiedades y sus acciones. El humano nota simetrías armónicas que son totalmente invisibles para el animal irracional.

También es cierto que los valores son creados por el sujeto y que si no hubiese valores, nada sería valorado como bello o  feo. Pero estos valores creados por el observador se basan en un estándar en la realidad y deben juzgarse objetivamente. Quien pretenda interpretar que belleza es cualquier cosa que le produzca placer o lo que se le antoje, confunde causa con efecto. La causa son las simetrías armónicas y el efecto es el placer que producen y no al revés.


La belleza, ¿en el ojo del observador?

Warren Orbaugh
18 de noviembre, 2019

En mi entrega anterior expuse que la belleza o simetrías armónicas, nos produce placer por dos razones, una de carácter psicológica: el principio de visibilidad y la otra, de carácter psico-epistemológica: el principio de conceptualización. La primera porque la belleza expresa aptitud vital, que el humano encuentra placentero, ya que esta experiencia lo hace visible ante sus propios ojos como ser vivo, al ver en esta configuración la estructura de una vida exitosa, confirmando su conocimiento de que la vida exitosa es posible. Examinemos ahora el principio de conceptualización.

El principio de conceptualización es psico-epistemológico, pues contemplamos en una instancia concreta, el resultado de cómo debería funcionar nuestra mente para ser vitalmente exitosa. Cuando conceptualizamos, clasificamos en base a menores diferencias contrastadas con un contexto de referencias de mayores diferencias. Relacionamos existentes agrupándolos por sus similitudes, omitiendo sus diferencias específicas, considerando a los existentes como “unidades” de la clasificación. El “grupo o clasificación” sólo existe epistemológicamente pues en la realidad sólo existen cosas individuales. El concebir a unos existentes como “grupo” y una “unidad” como un existente considerado como un miembro separado de un grupo de miembros similares, es una manera humana de apreciar las cosas. Las unidades son clasificadas de acuerdo a una característica conmensurable que Rand llama su Denominador Conceptual Común. El DCC lo define Rand como “la o las características reducibles a una unidad de medida, por medio de la cual el hombre diferencia dos o más existentes de otros existentes que la poseen”. Así, nos dice, un concepto es una integración mental de dos o más unidades que poseen la o las mismas características distintivas, pero omitiendo sus medidas particulares.

 El concepto, resultado de esta clasificación, es una unidad mental, “un todo”, una integración de información variada de los referentes del concepto. Si uno ha formado sus conceptos apropiadamente, los archivos o carpetas mentales tendrán una estructura jerárquica, lo cual ayuda al proceso de integración.  La jerarquía del conocimiento es un orden de dependencia epistémica, es una estructura lógica, de razón, y no una estructura que existe en el mundo real independiente de la acción humana. Las relaciones de la estructura formal que identificamos como “belleza”, es de relaciones de similitudes entre entes variados, diferentes en algunos sentidos, enlazados por una unidad o matriz modular  de medida que es su Denominador Conceptual Común. Este DCC define la simetría armónica por analogías entre formas, similitud entre colores, similitud en las proporciones –relaciones matemáticas entre los componentes, el ritmo –similitud en la relación de medida en una secuencia de intervalos, de la sucesión de partes acentuadas con partes no acentuadas, la definición –la delimitación clara, nítida, exacta y precisa de los componentes. El resultado de esta estructura es un “todo” integral armónico, que al igual que un concepto bien formado e identificado se comprende con claridad. Ésta, la claridad –la facultad de la forma de ser percibida y comprendida sin dificultad ni confusión, es el requisito último de la estructura que denominamos “belleza”, que también  es una estructura lógica, de razón, y no una estructura que existe en el mundo real independiente de la acción humana. 

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La verdadera esencia de la belleza es la simplicidad, una simplicidad que se encuentra en la unidad. La unidad es el carácter esencial de la belleza. La belleza es la forma total en cuanto revela la fuerza que la anima. Esta fuerza es un principio organizador: el pensamiento noético, manifestado en un conjunto de formas, de movimientos independientes y libres que revelan la armonía interna –la integración formal. 

La unidad se muestra como principio, sin contradicción, que une las partes entre sí y con el todo y se manifiesta en forma sensible. El placer se da al notar la perfección de la estructura, la integración formal en una unidad sin contradicciones, en una armonía total, que muestra el proceso noético en su más pura imagen formal, de relaciones sin contenido, básicamente perceptual. El concepto que identificamos, no es el resultado de la clasificación según la nousis, sino que, la nousis misma. El noeton de la nousis es la nousis. El objeto del pensamiento noético es la imagen del mismo pensamiento noético, que se percibe en la estructura de relaciones armónicas, lógicas y no contradictorias. El deleite experimentado es producto de la contemplación de ese proceso de conceptualizar en su más alto grado de perfección.

El deleite psico-epistemológio de ver la belleza, se da por contemplar, en un objeto perceptible, la perfección en el proceso de conceptualizar. Es un deleite puramente conceptual. Al recrear este tipo de estructura, componemos una obra según los elementos componentes de la belleza, que son: el orden; la simetría, que comprende la proporción, el ritmo, la analogía y la armonía; la definición, que comprende la magnitud, la precisión, y la claridad. El producto debe ser un todo integrado por un principio organizador: la perfección noética.

La belleza es entonces, un orden cuyo propósito o principio organizador, manifestado en un conjunto de formas, de movimientos independientes y libres, es crear la armonía interna que une las partes entre sí y con el todo y que se manifiesta en forma sensible como una unidad integral noéticamente placentera. La belleza o perfección de la forma se debe a que su identidad es completa, no contradictoria, integral, armónica y total, de manera que no se pueda alterar o modificar sin destruirla. La belleza es la forma total en cuanto revela la fuerza que la anima. Es, pues, una estructura perfecta; es un todo integrado en el que las partes diversas están unidas entre sí por relaciones mutuas jerárquicamente ordenadas; las partes incluyen la esencia del objeto, su aptitud expresada. 

Belleza es simetrías armónicas perfectas. Es en este sentido y sólo en este sentido que cabe la expresión: “la belleza está en el ojo del observador”, pues requiere de la identificación y valoración de estas relaciones formales por una consciencia conceptual que las observa. Un animal irracional al ver un rostro bello, no ve la belleza, sino sólo la estructura natural que hace al rostro ser lo que es: una cabeza con dos ojos, nariz, boca, orejas. El humano, acostumbrado al pensamiento noético, establece la longitud del ojo como unidad o módulo de medida y advierte que el rostro tiene cinco “ojos” de ancho y seis “ojos” del límite de la barbilla al nacimiento del cabello de la cabeza, dos “ojos” del límite de la barbilla a la parte baja de  la nariz y de ésta a la situación de las cejas otros dos “ojos”, un “ojo” de separación entre ojo y ojo, un “ojo” como ancho de la parte inferior de la nariz, y un “ojo” desde ésta a la parte inferior de la boca, etc. Es decir, el hombre advierte una serie de relaciones de medidas entre las partes diversas que le dan unidad al rostro por la regla de un módulo. El ver las cosas como relaciones regladas por unidades o módulos es adoptar una perspectiva humana en ellas. En el mundo, aparte del hombre no hay unidades ni módulos, sólo entidades, sólo existentes, sólo cosas individuales, separadas con sus propiedades y sus acciones. El humano nota simetrías armónicas que son totalmente invisibles para el animal irracional.

También es cierto que los valores son creados por el sujeto y que si no hubiese valores, nada sería valorado como bello o  feo. Pero estos valores creados por el observador se basan en un estándar en la realidad y deben juzgarse objetivamente. Quien pretenda interpretar que belleza es cualquier cosa que le produzca placer o lo que se le antoje, confunde causa con efecto. La causa son las simetrías armónicas y el efecto es el placer que producen y no al revés.