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Historias Urbanas: El Joker y las miserias del transporte público

Redacción República
19 de enero, 2020

El Joker y las miserias del transporte público, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.


1) Con el mismo esmero del director mexicano Alfonso Cuarón al rehacer los escenarios donde pasó su infancia en Roma (Netflix, 2018), el equipo a cargo del director estadunidense Todd Phillips reconstruyó en Joker (Warner Bros., 2019) el ambiente que recibió a la octava década del siglo XX en las grandes ciudades de la costa este de los Estados Unidos.

Joker no solo retrata cuanto sucede en la mente de Arthur Fleck, sea real o imaginario: también se fija en la violencia que rodea a los suburbios, el empobrecimiento de la clase media carente de los ingresos económicos para mudarse a un mejor barrio y la arrogancia que emerge de las familias ricas de Gotham City, bien alejadas del centro de la ciudad, cuando deciden incursionar en política al creerse con el mandato de solucionar las carencias que afectan al resto de la población.

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De los varios aspectos que cubre la película me centro en algo que nos resulta cercano y común a millones de personas: el uso diario del transporte público.

Recuerdo cierta historia, leída hace años, donde el autor describe a los pasajeros de bus como los condenados que viajan en silencio dentro de una nave espacial, con la mirada fija hacia adelante, sin preguntarse a dónde se los llevan.

Entre cada persona se alza un campo de fuerza que impide toda plática y todo contacto visual.

Nos resignamos a aceptar el producto manoseado que reparten los vendedores de golosinas y caramelos; nos preguntamos a qué horas terminará de gritar el predicador que subió a anunciarnos que el día de la ira de Jehová está cerca y nos consumiremos en el fuego eterno de no arrepentirnos; nuestro miedo enloquece las alarmas al pensar que se suben ladrones a asaltar.

Arthur Fleck, en su lento avance a ponerse el disfraz y el maquillaje del Joker, ejercita su don para la comedia al entretener a un niño, un negrito.

Los niños rubios siempre evocarán a los angelitos; los niños de linaje africano se nos hacen más retozones y amigables.

La camaradería se interrumpe ante la desconfianza de la madre y la risa que brota incontenible del interior de Arthur Fleck.

Hasta que no le muestra la tarjeta donde explica que sufre de un trastorno que lo hace reír sin motivo, de no ser por esa aclaración, los demás pasajeros regresarán a sus apartamentos seguros de que estuvieron a la par de un loco.

La explicación de Fleck, en vez de tranquilizarlos, aumenta la desconfianza y acrecienta el temor que inspira la cercanía de los enfermos cuando resultan compartiendo el mismo bus con los demás.

2) Al inaugurarse los primeros trenes subterráneos, la elegancia y el buen vestir se hicieron presentes entre los pasajeros atraídos por la novedad.

Algunas estaciones centrales conservan su aspecto de catedrales iluminadas; otras retan a la calma y a la serenidad, debido al deterioro que las rodea, mientras el pasajero en ciernes se pregunta por qué diablos se tarda tanto en llegar el metro.

Arthur Fleck entra al camino sin marcha atrás cuando ejecuta a los tres jóvenes trabajadores de la empresa propiedad del millonario Thomas Wayne.

El olfato es el sentido vedado al cine, pero sí se puede imaginar la mezcla de colonia fina, aliento a licor caro y olor a ropa de estreno que rodea a los veinteañeros.

En sus carteras llevan las tarjetas de crédito que los libran de preocupaciones al pagar la cuenta en el restaurante, caminan por los senderos que abrieron sus mayores.

La muchacha a la que acosan, antes que los atraiga la risa de Arthur Fleck, carece de todo eso.

Solo tiene la dignidad y el respeto debido a su condición de mujer, detalles en los que nunca reparan los que tienen algo de poder a su cargo.

Así, el regreso a casa se dilata en una tensa y nerviosa espera, contando los minutos que faltan para llegar a la estación donde se transborda.

Se siente más tranquilidad entre la multitud de pasajeros y más preocupación cuando uno se va quedando solo.

Al llegar al fin a casa da las buenas noches, medio cena algo y dormitará por tres o cuatro horas hasta el próximo despertar, a toda prisa, pues con cinco minutos que se atrase quedará atrapado entre el tráfico, a merced del ponchis ponchis que brota insistente y trepanador de las bocinas dispersas cual regaderas por el techo del autobús.

3) Todo cambia cuando Arthur Fleck decide ir a la búsqueda de Thomas Wayne, a quien cree su padre.

El transporte hacia los repartos acomodados de Gotham City refleja su limpieza y modernidad.

Las barras relucen de tan cromadas y no hay ningún asiento roto, desajustado, rayado a navajazos, con el relleno de fuera.

Reflejan orden y pulcritud durante los cortos minutos que duran en pantalla.

Los usuarios saben que llegarán puntuales a la estación recién remodelada, sin el riesgo de que algún roto desharrapado les pase sonando la lata o la palangana donde recibe las monedas que limosnea.

Al final, el metro ofrece sus vagones para el estallido que se desata entre la población molesta de Gotham City; sin proponérselo coincidió con lo que empezó en Santiago de Chile el 18 de octubre de 2019, cuando la gente se alzó contra el aumento al pasaje y el resto –los saqueos, el uso de balas de goma para dejar tuertos a los manifestantes, las promesas de asegurar un orden más justo por parte de los políticos– se dejó venir en cascada.

  • TAGS RELACIONADOS:
  • joker

Historias Urbanas: El Joker y las miserias del transporte público

Redacción República
19 de enero, 2020

El Joker y las miserias del transporte público, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.


1) Con el mismo esmero del director mexicano Alfonso Cuarón al rehacer los escenarios donde pasó su infancia en Roma (Netflix, 2018), el equipo a cargo del director estadunidense Todd Phillips reconstruyó en Joker (Warner Bros., 2019) el ambiente que recibió a la octava década del siglo XX en las grandes ciudades de la costa este de los Estados Unidos.

Joker no solo retrata cuanto sucede en la mente de Arthur Fleck, sea real o imaginario: también se fija en la violencia que rodea a los suburbios, el empobrecimiento de la clase media carente de los ingresos económicos para mudarse a un mejor barrio y la arrogancia que emerge de las familias ricas de Gotham City, bien alejadas del centro de la ciudad, cuando deciden incursionar en política al creerse con el mandato de solucionar las carencias que afectan al resto de la población.

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De los varios aspectos que cubre la película me centro en algo que nos resulta cercano y común a millones de personas: el uso diario del transporte público.

Recuerdo cierta historia, leída hace años, donde el autor describe a los pasajeros de bus como los condenados que viajan en silencio dentro de una nave espacial, con la mirada fija hacia adelante, sin preguntarse a dónde se los llevan.

Entre cada persona se alza un campo de fuerza que impide toda plática y todo contacto visual.

Nos resignamos a aceptar el producto manoseado que reparten los vendedores de golosinas y caramelos; nos preguntamos a qué horas terminará de gritar el predicador que subió a anunciarnos que el día de la ira de Jehová está cerca y nos consumiremos en el fuego eterno de no arrepentirnos; nuestro miedo enloquece las alarmas al pensar que se suben ladrones a asaltar.

Arthur Fleck, en su lento avance a ponerse el disfraz y el maquillaje del Joker, ejercita su don para la comedia al entretener a un niño, un negrito.

Los niños rubios siempre evocarán a los angelitos; los niños de linaje africano se nos hacen más retozones y amigables.

La camaradería se interrumpe ante la desconfianza de la madre y la risa que brota incontenible del interior de Arthur Fleck.

Hasta que no le muestra la tarjeta donde explica que sufre de un trastorno que lo hace reír sin motivo, de no ser por esa aclaración, los demás pasajeros regresarán a sus apartamentos seguros de que estuvieron a la par de un loco.

La explicación de Fleck, en vez de tranquilizarlos, aumenta la desconfianza y acrecienta el temor que inspira la cercanía de los enfermos cuando resultan compartiendo el mismo bus con los demás.

2) Al inaugurarse los primeros trenes subterráneos, la elegancia y el buen vestir se hicieron presentes entre los pasajeros atraídos por la novedad.

Algunas estaciones centrales conservan su aspecto de catedrales iluminadas; otras retan a la calma y a la serenidad, debido al deterioro que las rodea, mientras el pasajero en ciernes se pregunta por qué diablos se tarda tanto en llegar el metro.

Arthur Fleck entra al camino sin marcha atrás cuando ejecuta a los tres jóvenes trabajadores de la empresa propiedad del millonario Thomas Wayne.

El olfato es el sentido vedado al cine, pero sí se puede imaginar la mezcla de colonia fina, aliento a licor caro y olor a ropa de estreno que rodea a los veinteañeros.

En sus carteras llevan las tarjetas de crédito que los libran de preocupaciones al pagar la cuenta en el restaurante, caminan por los senderos que abrieron sus mayores.

La muchacha a la que acosan, antes que los atraiga la risa de Arthur Fleck, carece de todo eso.

Solo tiene la dignidad y el respeto debido a su condición de mujer, detalles en los que nunca reparan los que tienen algo de poder a su cargo.

Así, el regreso a casa se dilata en una tensa y nerviosa espera, contando los minutos que faltan para llegar a la estación donde se transborda.

Se siente más tranquilidad entre la multitud de pasajeros y más preocupación cuando uno se va quedando solo.

Al llegar al fin a casa da las buenas noches, medio cena algo y dormitará por tres o cuatro horas hasta el próximo despertar, a toda prisa, pues con cinco minutos que se atrase quedará atrapado entre el tráfico, a merced del ponchis ponchis que brota insistente y trepanador de las bocinas dispersas cual regaderas por el techo del autobús.

3) Todo cambia cuando Arthur Fleck decide ir a la búsqueda de Thomas Wayne, a quien cree su padre.

El transporte hacia los repartos acomodados de Gotham City refleja su limpieza y modernidad.

Las barras relucen de tan cromadas y no hay ningún asiento roto, desajustado, rayado a navajazos, con el relleno de fuera.

Reflejan orden y pulcritud durante los cortos minutos que duran en pantalla.

Los usuarios saben que llegarán puntuales a la estación recién remodelada, sin el riesgo de que algún roto desharrapado les pase sonando la lata o la palangana donde recibe las monedas que limosnea.

Al final, el metro ofrece sus vagones para el estallido que se desata entre la población molesta de Gotham City; sin proponérselo coincidió con lo que empezó en Santiago de Chile el 18 de octubre de 2019, cuando la gente se alzó contra el aumento al pasaje y el resto –los saqueos, el uso de balas de goma para dejar tuertos a los manifestantes, las promesas de asegurar un orden más justo por parte de los políticos– se dejó venir en cascada.

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