Política
Política
Empresa
Empresa
Investigación y Análisis
Investigación y Análisis
Internacional
Internacional
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial

Historias Urbanas: ¿Fue la Llorona?

Redacción República
29 de marzo, 2020

¿Fue la Llorona?, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

No sé cómo empezar, vos. Seguro no me vas a creer. Pero acá te va.

Estaba el otro día leyendo antes de acostarme. Serían como las once de la noche, ahora que no estoy yendo a trabajar por la cuarentena me puedo dar ese lujo.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

En el cuarto de mis papás seguían viendo noticias acerca de Venezuela. A mi papá le agarró por echar pestes de Nicolás Maduro y todos los días, antes de dormir, se conecta a Youtube para mentarle la madre a Hugo Chávez. De nada sirve interesarlo por otras cosas. Para qué te cuento.

En el cuarto de enfrente están mi hermano y mi cuñada; vinieron de visita, los agarró el estado de calamidad, tuvieron que quedarse con nosotros y a saber hasta cuándo podrán irse.

Seguro ya habían reservado sus pasajes de vuelta. Y al fondo está el cuarto de mi hermana menor: ni poniéndole todo el volumen a su tele alcanzaría yo a escucharlo.

Lo que te quiero decir es que serían las once de la noche, estaba probando a leer la poesía casi completa de Miguel Ángel Asturias –le acabo de comprar a un cuate la primera edición de Sien de alondra, publicada en Buenos Aires, 1948, con prólogo de Alfonso Reyes– cuando oí bien clarito que decían «aaaaaaay mis hiiiijoooooos».

Lo sabía, no me ibas a creer. Pero no me colgués, hombre. Mano, me extraña. Esperáte, ya voy a terminar

No te había dicho que mi cuarto tiene ventana que da a la calle. Y el lamento de la Llorona lo oí del lado izquierdo. Para qué te cuento: sentía aquel chorrear y chorrear de adrenalina por la espalda.

Me puse a leer para que se me fuera bajando el susto, pero los poemas se me hicieron un revoltijo.

Y me acordé de todo lo que escribió el difunto Celso Lara; dijo que la Llorona lo espantó y es un grito que hiela la sangre.

Pero no me recordaba si al escuchar a la Llorona de cerca era porque estaba bien lejos, o al revés. Decí que no se me pusieron los pies como badajos de campana y la lengua no se me volvió cosa amarga dentro de la boca.

Después me fui calmando y me dije, a ver, no están ladrando los perros. Se supone que los perros pueden detectar el paso de los espíritus y reaccionan ante su presencia.

Ni mis papás, ni mis hermanos y mi cuñada salieron a ver qué pasaba. Puse atención y ya no escuché más nada. Me fui tranquilizando; al poco rato salí a orinar –pues sí, tuve que hacerme el valiente, todos los baños quedan muy retirados– y después me acosté.

Ahora se me ocurre pensar que algún bromista no hizo caso del toque de queda, salió a pasar el rato y al ver la luz encendida en mi cuarto puso a echar la grabación que tiene en su teléfono. Es la única explicación. Porque de sólo pensar que la Llorona estuvo a punto de ganarme… no, mejor ni imaginárselo.

Va pues, no te quito más el tiempo, a ver si nos juntamos cuando salgamos de todo esto. Ahí platicamos. Me saludás a tu gente. Órale pues.

Historias Urbanas: ¿Fue la Llorona?

Redacción República
29 de marzo, 2020

¿Fue la Llorona?, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

No sé cómo empezar, vos. Seguro no me vas a creer. Pero acá te va.

Estaba el otro día leyendo antes de acostarme. Serían como las once de la noche, ahora que no estoy yendo a trabajar por la cuarentena me puedo dar ese lujo.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

En el cuarto de mis papás seguían viendo noticias acerca de Venezuela. A mi papá le agarró por echar pestes de Nicolás Maduro y todos los días, antes de dormir, se conecta a Youtube para mentarle la madre a Hugo Chávez. De nada sirve interesarlo por otras cosas. Para qué te cuento.

En el cuarto de enfrente están mi hermano y mi cuñada; vinieron de visita, los agarró el estado de calamidad, tuvieron que quedarse con nosotros y a saber hasta cuándo podrán irse.

Seguro ya habían reservado sus pasajes de vuelta. Y al fondo está el cuarto de mi hermana menor: ni poniéndole todo el volumen a su tele alcanzaría yo a escucharlo.

Lo que te quiero decir es que serían las once de la noche, estaba probando a leer la poesía casi completa de Miguel Ángel Asturias –le acabo de comprar a un cuate la primera edición de Sien de alondra, publicada en Buenos Aires, 1948, con prólogo de Alfonso Reyes– cuando oí bien clarito que decían «aaaaaaay mis hiiiijoooooos».

Lo sabía, no me ibas a creer. Pero no me colgués, hombre. Mano, me extraña. Esperáte, ya voy a terminar

No te había dicho que mi cuarto tiene ventana que da a la calle. Y el lamento de la Llorona lo oí del lado izquierdo. Para qué te cuento: sentía aquel chorrear y chorrear de adrenalina por la espalda.

Me puse a leer para que se me fuera bajando el susto, pero los poemas se me hicieron un revoltijo.

Y me acordé de todo lo que escribió el difunto Celso Lara; dijo que la Llorona lo espantó y es un grito que hiela la sangre.

Pero no me recordaba si al escuchar a la Llorona de cerca era porque estaba bien lejos, o al revés. Decí que no se me pusieron los pies como badajos de campana y la lengua no se me volvió cosa amarga dentro de la boca.

Después me fui calmando y me dije, a ver, no están ladrando los perros. Se supone que los perros pueden detectar el paso de los espíritus y reaccionan ante su presencia.

Ni mis papás, ni mis hermanos y mi cuñada salieron a ver qué pasaba. Puse atención y ya no escuché más nada. Me fui tranquilizando; al poco rato salí a orinar –pues sí, tuve que hacerme el valiente, todos los baños quedan muy retirados– y después me acosté.

Ahora se me ocurre pensar que algún bromista no hizo caso del toque de queda, salió a pasar el rato y al ver la luz encendida en mi cuarto puso a echar la grabación que tiene en su teléfono. Es la única explicación. Porque de sólo pensar que la Llorona estuvo a punto de ganarme… no, mejor ni imaginárselo.

Va pues, no te quito más el tiempo, a ver si nos juntamos cuando salgamos de todo esto. Ahí platicamos. Me saludás a tu gente. Órale pues.