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Los edificios se construirán a balón parado, sin goles y chamusca

Braulio Palacios
29 de abril, 2020

Jośe Nehemías Duarte es un maestro de obras con 32 años de experiencia en el sector de la construcción. La llegada del Covid-19 trajo a su agenda diaria una nueva responsabilidad. “Debo supervisar que las 58 personas que están en este proyecto cumplan con las medidas”, cuenta.

Desde hace varias semanas muchas obras de construcción en Guatemala, y en todo el mundo, han adoptado protocolos internos de prevención de contagios de Covid-19. Si bien parecen “reglas sencillas”, hay quienes las adoptan, pero no pueden creer lo que viven a diario. 

En el octavo piso de un edificio en construcción en la zona 14 capitalina, José Nehemías Duarte, al lado de descomunales columnas de concreto y una imponente grúa torre, reconoce que nunca imaginó vivir algo así.

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“Qué iba a pensar que un día mi trabajo iba a ser cuidar que mis compañeros guardaran distancia entre ellos. Que se lavaran las manos a cada rato y se pasaran (alcohol en) gel para desinfectarse”, comenta. 

Al igual que Duarte, a muchos trabajadores del sector de la construcción, llegar a una obra le resulta una situación “extraña”. Cualquier persona ajena a ese mundo creería que la coreografía de trabajadores con casco protector y ropa cubierta de polvo gris blanquecino se desenvuelve con toda normalidad. 

Solo ellos, quienes cada día a día, mes a mes, son testigos de cómo se erige un edificio desde cero, saben que en el fondo “algo ha cambiado” y hay un “nuevo normal”. Ir a una a obra en construcción no es lo mismo que hace tres meses, un año o 30 años atrás.  

“Ya no hay un mismo horario de comida para todos. De ‘chamusquear’ al mediodía, ni hablar. En una construcción era obvio que en algún momento del día los muchachos iban a jugar futbol o naipes, ahora ya no se puede”, cuenta el maestro de obra de 55 años de edad, cuyo prominente bigote se esconde detrás de una mascarilla blanca. 

Protocolos, por el bien de todos

Diego Flores, director general de la inmobiliaria y desarrolladora Idea Central, cuenta que una semana después de que se anunciara la suspensión de actividades laborales en el país surgió la oportunidad de solicitar un permiso para continuar con las obras en fase de construcción

El Gobierno de Guatemala les permitió trabajar bajo la obligación, entre otras, de proveer a los trabajadores alcohol en gel, mascarillas y tener un protocolo interno para la prevención del Covid-19 en las obras. A diferencia de otras medidas, esta parece que llegó para quedarse.

“El protocolo me atrevo a decir quedará porque la pandemia no vino de paso, debemos cambiar nuestra rutina”, comenta Flores al explicar que al llegar al proyecto, los trabajadores son recibidos por sus propios compañeros, quienes aplican alcohol en gel en las manos, desinfectan el calzado y toman la temperatura corporal.

En los proyectos han recibido el permiso para continuar labores. Se maneja un listado de las personas que trabajan en la obra. Ahí están los nombres de los trabajadores -maestro de obras, albañiles y contratistas (electricistas, fontaneros), junto con una dirección, y un número de contacto en caso de una emergencia.

Al entrar en las obras se les toma temperatura. Si la persona tiene su temperatura normal -en torno a los 36.5° y 37°- pasa a cambiarse de mudada y aplicarse gel. De ahí pasa por herramientas y de ahí a su lugar de trabajo”, cuenta Flores.

La temperatura se mide al ingreso y la salida. Si alguien registra la temperatura alta se le aísla en una oficina destinada como una “cabina segura”. Se avisa al contacto de emergencia y a las autoridades para descartar que sea un caso de Covid-19.

Una vez llegan a su área de trabajo, los trabajadores sienten la diferencia de lo que vivían meses atrás. Atrás quedaron los días dar un apretón de manos, una palmada en el brazo o soltar una sonrisa al aire libre. Ahora, el compañero más cercano está a dos metros o más de distancia. 

Al recorrer pasillos o subir gradas se pueden escuchar martillazos solitarios. Incluso, el silencio puede ser quebrantado por un clavo que cae al suelo. Si se tiene suerte, y uno se cruza con alguien, lo natural es saludar con un sutil movimiento de cabeza o un frío “buenos días”. El trato nunca se habían asemejado tanto al gris del concreto seco.

“Las medidas son para cuidarnos a nosotros mismos y nos ha cambiado rotundamente nuestro día a día. La mascarilla no todos la usábamos. Pero son protocolos que se deben cumplir por el bien de todos”, indica Duarte.

“Uno como albañil no estaba acostumbrado a estar lavándose las manos o echándose gel. Ahora hay más higiene en las obras”

Ever Chacón, albañil.

Chamusca: El balón que libera la mente

La hora del almuerzo es otro llamado a la nostalgia. No existen las salidas en grupo para “ir por las tortillas” o ir a la tienda de la esquina para comprar un Tortrix y una Coca-Cola. Ahora, cada quien almuerza en su espacio, en silencio y con ganas de escuchar un chiste jocoso.

“Se colocó un horario de comer por nivel. Hay un esparcimiento de 20 minutos por nivel con la idea de evitar que vayan a dejar de guardar los dos metros de distancia y no haya aglomeración de gente. La idea es que tenga el menor contacto posible”, indica Flores.

Después de almorzar, entre empujones y risas, venía el ansiado duelo de cinco hombres contra otros cinco, o más, en la chamusca. Un partido de futbol informal, sin árbitros, porterías, cancha con césped verde o afición. Lo único real es ese balón semi-inflado que espera su momento de gloria al mediodía. 

Duarte recuerda su época de albañil, y es así como resulta sencillo comprender qué sienten sus compañeros al patear un balón con sus botas cubiertas de cemento o tierra húmeda. “Trabajan de las siete de la mañana hasta al mediodía. Y en ese momento, por más que estén estresados por algo del trabajo, su mente se libera cuando patean la pelota por unos minutos”.

Ese partido de fútbol amistoso, cuyo marcador final no lleva a ganar ningún título o “Champions League”, es un rito impregnado en el ADN de las construcciones, tanto como lo es el cemento, una barra de aluminio, el piedrín o una pila de blocks de cemento

Ever Chacón, un supervisor de obra de 32 años, comenta que las chamuscas no están permitidas y eso es un hecho que nunca había visto en 15 años de trabajar en el sector de la construcción. La razón es comprensible. El fútbol es un deporte de contacto. Justo eso es lo que se quiere evitar”, dice. 

Bendecido trabajo

Si bien todo parece gris como el cemento seco, detrás de cada trabajador hay un sentimiento de agradecimiento por tener un trabajo. El sector de la construcción y el sector inmobiliario han sido, como muchos otros, golpeados por la llegada del brote del Covid-19: construcciones paradas, desempleo y una caída en la demanda. 

En el gremio constructor hay una preocupación por la cantidad de trabajos que se han perdido por el paro temporal de labores. Si bien no hay una cifra oficial, Idea Central trabaja con un 25% de la fuerza laboral acostumbrada (Menos de 50 personas en una obra).

“Todas las constructoras están en un mismo porcentaje”, señala Flores al indicar que quienes no han iniciado labores tienen puestos de trabajo parados. 

Flores visitó tres proyectos de Idea Central en persona y cuenta que su percepción es que la gente siente “gratitud”. “Si bien las obras hay mayor seriedad, porque ya no hay una relación tan cordial, las personas están muy agradecidas de tener un trabajo”, señala. 

Las personas que trabajan en la industria, principalmente ayudantes de albañilería, no entran al régimen especial de la economía informal para recibir la ayuda que ofreció el Gobierno de Guatemala o para ser suspendidos por el IGSS

Un porcentaje de estas personas no están en una planilla. Su ocupación está a merced de los picos de la demanda. Así pasa con los carpinteros, electricistas, plomeros y otros contratistas del sector construcción

Estar al borde del despido era algo que no sucedía meses atrás. En varios puntos del área metropolitana de la Ciudad de Guatemala se veía la bonanza de la construcción. Según un estudio de Inmosight antes de la llegada del Covid-19, al menos 200 proyectos inmobiliarios se encontraban en construcción, venta o ya finalizados.

Esa situación abría las posibilidades que un ayudante de albañil despedido -por cualquier razón- pudiera ser contratado en otro proyecto, si era considerado buena mano de obra. Ahora, no cumplir los protocolos puede llevar a ser despedido, sin la certeza que allá fuera hay una vacante.

“Los trabajadores de la construcción están preocupados. Saben que hay un hermano, primo o amigo, que se dedica a lo mismo que ellos, que está en la casa sin trabajo y sin un sustento para su familia”, señala Diego Flores.

El electricista Roberto Samayoa cuenta que debido a la situación en la industria constructora pasó 10 días sin poder trabajar. Es por ello que en su pensamiento están los compañeros que por alguna razón no pueden llegar a la obra.

Para Marcos Vinicio, un bodeguero en una obra en construcción en la zona 10 capitalina, si bien los protocolos son perceptibles, dentro de las obras, la principal diferencia es que “antes éramos 56, ahora somos 25”.

“Hay muchos compañeros que no tiene transporte para venir a trabajar y tienen la pena de no llevar el sustento a sus hogares. Y eso es algo agónico. Gracias a Dios, a nosotros nos llamaron de nuevo.”, comenta Samayoa. 

“Por un lado es complicado adaptarse a la situación pero por otro lado, debemos pensar en quienes nos esperan en casa”

Roberto Samayoa, electricista.

Bendita mascarilla

El trabajo de Marcos Vinicio, de 21 años, le permite ser un espectador del ritmo de trabajo en la obras. Mientras espera en la bodega, dice que ha notado que la convivencia y comunicación es menor entre los compañeros.

Además, le ha tocado vivir de primera mano la adaptación de un nuevo equipamiento obligatorio: la mascarilla.

“En los primero días era extraño entregar mascarillas a los compañeros, cuando lo habitual era entregar clavos o herramientas. Ya casi un mes después de hacerlo, es normal para mí entregar la mascarilla”, comenta. 

Samayoa reconoce que acostumbrarse a cambios tan radicales en las últimas semanas ha sido un reto, empezando por el uso de la mascarilla. “Es incómoda. Se deben subir gradas, y uno se fatiga rápido”, comenta. 

Para Samayoa uno de las principales dificultades es el distanciamiento. Mientras trabaja siempre busca la manera de estar al menos a un metro y medio de su compañero. “Las medidas son buenas para el bienestar propio y de quienes nos esperan en casa”, asegura. 

Samayoa señala que en 25 años de trabajar en el sector de la construcción ha hecho muchas amistades por lo que era común que diera un saludo fraternal, entre risas, a la hora de entrada o el almuerzo. 

“Es una convivencia fuerte, hasta llega a sentirse familiar. Ahora no se hace. Ahora todo es ‘cada quien por su lado’”, narra mientras su mirada se pierde en un pasillo donde se escucha el andar solitario un compañero.

Para Fernando Ávalos, encargado de un grupo de albañiles en un edificio que se construye en la zona 10 capitalina, las medidas preventivas han llevado a que ya no puedan estar juntos y “las chamuscas se acabaron”. Lo mismo pasó con las convivencias al mediodía, durante el almuerzo. 

“Tengo más 30 años de trabajar en la construcción. Y claro que se extraña esa cercanía con los compañeros, pero mientras todo vuelve a la normalidad seguiré usando la mascarilla para trabajar“, indica.

Sustituto para la chamusca

Daniel Morales, director comercial de Sur Desarrollo, comenta que los protocolos para evitar contagios en las obras serán muy rígidos en adelante. “Estamos cambiando hábitos personales y laborales. La mascarilla, por ejemplo, la usaremos de aquí a unos seis a 12 meses”.

Para Morales será difícil que todo vuelva a ser lo mismo. Se tendrá que analizar más el espacio que hay entre los trabajadores y tampoco habrá las habituales “pláticas en los pasillos” de las obras.  

“Las obras van a ser muy estrictas. Se van a definir protocolos y se van a tener a personas que supervisen su cumplimiento. Las pobres chamuscas muy difícilmente las vamos a lograr volver a ver”, opina.

Samayoa, quien reconoce que en algún momento de su vida participó en una chamusca, señala que patear un balón era una forma de “relajarse, distraerse y convivir” con los compañeros. 

“Cuándo van a volver las chamuscas, no se sabe. Pero primero Dios, algún día regresan”, apunta, al indicar que no habrá sustituto para la chamusca. Y si bien podrían encontrar un reemplazo, no será lo mismo. 

“Son cosas que no se suplen. Son únicas”, indica en tanto se acomoda la mascarilla. Comenta que el ambiente es más triste. “Las obras no son así de callados. Habían bromas. Todos los compañeros estaban cerca, hacían chistes. Y eso es algo difícil de asimilar”, agrega. 

La psicóloga clínica y tanatóloga, Betty Coppola, tiene una opinión menos “romántica” de la situación. Para ella, si bien las “chamuscas” eran  una costumbre, el mejor “arma” será la capacidad de re-adaptarse.

“Será el arma más fuerte que podamos tener en esta situación. La pandemia no generará un cambio radical”, asevera. 

En el caso de los fieles “chamusqueros” advierte que sólo tendrán un camino: la adaptación. “Seguro no podrán jugar la chamusca a la que están acostumbrados, pero encontrarán un reemplazo. Una vez lo encuentren, van a mejorar su ambiente laboral. La alegría es innata para ellos, son guatemaltecos”, explica. 

El grito ahogado de gol

La hora de salida llega pasadas cerca de las 14:00 horas, y el protocolo se invierte. Los trabajadores hacen fila, guardando su distancia, para devolver la herramienta. La herramienta se esteriliza y se acomoda en un rincón de la bodega. 

Una vez dejan la herramientas de trabajo, las manos empolvadas reciben una última untada de gel. Luego se retiran a los vestuarios. Antes de retirarse del proyecto se les toma la temperatura.

Según el termómetro todo está bien, sin embargo, hay algo que el aparato no registra: El grito ahogado del gol en el pecho de cada uno de ellos. Ya sea el del maestro de obras Jośe Nehemías Duarte, los albañiles Ever Chacón y Fernando Ávalos o el electricista Roberto Samayoa.

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Jośe Nehemías Duarte es un maestro de obras con 32 años de experiencia en el sector de la construcción. La llegada del Covid-19 trajo a su agenda diaria una nueva responsabilidad. “Debo supervisar que las 58 personas que están en este proyecto cumplan con las medidas”, cuenta.

Desde hace varias semanas muchas obras de construcción en Guatemala, y en todo el mundo, han adoptado protocolos internos de prevención de contagios de Covid-19. Si bien parecen “reglas sencillas”, hay quienes las adoptan, pero no pueden creer lo que viven a diario. 

En el octavo piso de un edificio en construcción en la zona 14 capitalina, José Nehemías Duarte, al lado de descomunales columnas de concreto y una imponente grúa torre, reconoce que nunca imaginó vivir algo así.

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“Qué iba a pensar que un día mi trabajo iba a ser cuidar que mis compañeros guardaran distancia entre ellos. Que se lavaran las manos a cada rato y se pasaran (alcohol en) gel para desinfectarse”, comenta. 

Al igual que Duarte, a muchos trabajadores del sector de la construcción, llegar a una obra le resulta una situación “extraña”. Cualquier persona ajena a ese mundo creería que la coreografía de trabajadores con casco protector y ropa cubierta de polvo gris blanquecino se desenvuelve con toda normalidad. 

Solo ellos, quienes cada día a día, mes a mes, son testigos de cómo se erige un edificio desde cero, saben que en el fondo “algo ha cambiado” y hay un “nuevo normal”. Ir a una a obra en construcción no es lo mismo que hace tres meses, un año o 30 años atrás.  

“Ya no hay un mismo horario de comida para todos. De ‘chamusquear’ al mediodía, ni hablar. En una construcción era obvio que en algún momento del día los muchachos iban a jugar futbol o naipes, ahora ya no se puede”, cuenta el maestro de obra de 55 años de edad, cuyo prominente bigote se esconde detrás de una mascarilla blanca. 

Protocolos, por el bien de todos

Diego Flores, director general de la inmobiliaria y desarrolladora Idea Central, cuenta que una semana después de que se anunciara la suspensión de actividades laborales en el país surgió la oportunidad de solicitar un permiso para continuar con las obras en fase de construcción

El Gobierno de Guatemala les permitió trabajar bajo la obligación, entre otras, de proveer a los trabajadores alcohol en gel, mascarillas y tener un protocolo interno para la prevención del Covid-19 en las obras. A diferencia de otras medidas, esta parece que llegó para quedarse.

“El protocolo me atrevo a decir quedará porque la pandemia no vino de paso, debemos cambiar nuestra rutina”, comenta Flores al explicar que al llegar al proyecto, los trabajadores son recibidos por sus propios compañeros, quienes aplican alcohol en gel en las manos, desinfectan el calzado y toman la temperatura corporal.

En los proyectos han recibido el permiso para continuar labores. Se maneja un listado de las personas que trabajan en la obra. Ahí están los nombres de los trabajadores -maestro de obras, albañiles y contratistas (electricistas, fontaneros), junto con una dirección, y un número de contacto en caso de una emergencia.

Al entrar en las obras se les toma temperatura. Si la persona tiene su temperatura normal -en torno a los 36.5° y 37°- pasa a cambiarse de mudada y aplicarse gel. De ahí pasa por herramientas y de ahí a su lugar de trabajo”, cuenta Flores.

La temperatura se mide al ingreso y la salida. Si alguien registra la temperatura alta se le aísla en una oficina destinada como una “cabina segura”. Se avisa al contacto de emergencia y a las autoridades para descartar que sea un caso de Covid-19.

Una vez llegan a su área de trabajo, los trabajadores sienten la diferencia de lo que vivían meses atrás. Atrás quedaron los días dar un apretón de manos, una palmada en el brazo o soltar una sonrisa al aire libre. Ahora, el compañero más cercano está a dos metros o más de distancia. 

Al recorrer pasillos o subir gradas se pueden escuchar martillazos solitarios. Incluso, el silencio puede ser quebrantado por un clavo que cae al suelo. Si se tiene suerte, y uno se cruza con alguien, lo natural es saludar con un sutil movimiento de cabeza o un frío “buenos días”. El trato nunca se habían asemejado tanto al gris del concreto seco.

“Las medidas son para cuidarnos a nosotros mismos y nos ha cambiado rotundamente nuestro día a día. La mascarilla no todos la usábamos. Pero son protocolos que se deben cumplir por el bien de todos”, indica Duarte.

“Uno como albañil no estaba acostumbrado a estar lavándose las manos o echándose gel. Ahora hay más higiene en las obras”

Ever Chacón, albañil.

Chamusca: El balón que libera la mente

La hora del almuerzo es otro llamado a la nostalgia. No existen las salidas en grupo para “ir por las tortillas” o ir a la tienda de la esquina para comprar un Tortrix y una Coca-Cola. Ahora, cada quien almuerza en su espacio, en silencio y con ganas de escuchar un chiste jocoso.

“Se colocó un horario de comer por nivel. Hay un esparcimiento de 20 minutos por nivel con la idea de evitar que vayan a dejar de guardar los dos metros de distancia y no haya aglomeración de gente. La idea es que tenga el menor contacto posible”, indica Flores.

Después de almorzar, entre empujones y risas, venía el ansiado duelo de cinco hombres contra otros cinco, o más, en la chamusca. Un partido de futbol informal, sin árbitros, porterías, cancha con césped verde o afición. Lo único real es ese balón semi-inflado que espera su momento de gloria al mediodía. 

Duarte recuerda su época de albañil, y es así como resulta sencillo comprender qué sienten sus compañeros al patear un balón con sus botas cubiertas de cemento o tierra húmeda. “Trabajan de las siete de la mañana hasta al mediodía. Y en ese momento, por más que estén estresados por algo del trabajo, su mente se libera cuando patean la pelota por unos minutos”.

Ese partido de fútbol amistoso, cuyo marcador final no lleva a ganar ningún título o “Champions League”, es un rito impregnado en el ADN de las construcciones, tanto como lo es el cemento, una barra de aluminio, el piedrín o una pila de blocks de cemento

Ever Chacón, un supervisor de obra de 32 años, comenta que las chamuscas no están permitidas y eso es un hecho que nunca había visto en 15 años de trabajar en el sector de la construcción. La razón es comprensible. El fútbol es un deporte de contacto. Justo eso es lo que se quiere evitar”, dice. 

Bendecido trabajo

Si bien todo parece gris como el cemento seco, detrás de cada trabajador hay un sentimiento de agradecimiento por tener un trabajo. El sector de la construcción y el sector inmobiliario han sido, como muchos otros, golpeados por la llegada del brote del Covid-19: construcciones paradas, desempleo y una caída en la demanda. 

En el gremio constructor hay una preocupación por la cantidad de trabajos que se han perdido por el paro temporal de labores. Si bien no hay una cifra oficial, Idea Central trabaja con un 25% de la fuerza laboral acostumbrada (Menos de 50 personas en una obra).

“Todas las constructoras están en un mismo porcentaje”, señala Flores al indicar que quienes no han iniciado labores tienen puestos de trabajo parados. 

Flores visitó tres proyectos de Idea Central en persona y cuenta que su percepción es que la gente siente “gratitud”. “Si bien las obras hay mayor seriedad, porque ya no hay una relación tan cordial, las personas están muy agradecidas de tener un trabajo”, señala. 

Las personas que trabajan en la industria, principalmente ayudantes de albañilería, no entran al régimen especial de la economía informal para recibir la ayuda que ofreció el Gobierno de Guatemala o para ser suspendidos por el IGSS

Un porcentaje de estas personas no están en una planilla. Su ocupación está a merced de los picos de la demanda. Así pasa con los carpinteros, electricistas, plomeros y otros contratistas del sector construcción

Estar al borde del despido era algo que no sucedía meses atrás. En varios puntos del área metropolitana de la Ciudad de Guatemala se veía la bonanza de la construcción. Según un estudio de Inmosight antes de la llegada del Covid-19, al menos 200 proyectos inmobiliarios se encontraban en construcción, venta o ya finalizados.

Esa situación abría las posibilidades que un ayudante de albañil despedido -por cualquier razón- pudiera ser contratado en otro proyecto, si era considerado buena mano de obra. Ahora, no cumplir los protocolos puede llevar a ser despedido, sin la certeza que allá fuera hay una vacante.

“Los trabajadores de la construcción están preocupados. Saben que hay un hermano, primo o amigo, que se dedica a lo mismo que ellos, que está en la casa sin trabajo y sin un sustento para su familia”, señala Diego Flores.

El electricista Roberto Samayoa cuenta que debido a la situación en la industria constructora pasó 10 días sin poder trabajar. Es por ello que en su pensamiento están los compañeros que por alguna razón no pueden llegar a la obra.

Para Marcos Vinicio, un bodeguero en una obra en construcción en la zona 10 capitalina, si bien los protocolos son perceptibles, dentro de las obras, la principal diferencia es que “antes éramos 56, ahora somos 25”.

“Hay muchos compañeros que no tiene transporte para venir a trabajar y tienen la pena de no llevar el sustento a sus hogares. Y eso es algo agónico. Gracias a Dios, a nosotros nos llamaron de nuevo.”, comenta Samayoa. 

“Por un lado es complicado adaptarse a la situación pero por otro lado, debemos pensar en quienes nos esperan en casa”

Roberto Samayoa, electricista.

Bendita mascarilla

El trabajo de Marcos Vinicio, de 21 años, le permite ser un espectador del ritmo de trabajo en la obras. Mientras espera en la bodega, dice que ha notado que la convivencia y comunicación es menor entre los compañeros.

Además, le ha tocado vivir de primera mano la adaptación de un nuevo equipamiento obligatorio: la mascarilla.

“En los primero días era extraño entregar mascarillas a los compañeros, cuando lo habitual era entregar clavos o herramientas. Ya casi un mes después de hacerlo, es normal para mí entregar la mascarilla”, comenta. 

Samayoa reconoce que acostumbrarse a cambios tan radicales en las últimas semanas ha sido un reto, empezando por el uso de la mascarilla. “Es incómoda. Se deben subir gradas, y uno se fatiga rápido”, comenta. 

Para Samayoa uno de las principales dificultades es el distanciamiento. Mientras trabaja siempre busca la manera de estar al menos a un metro y medio de su compañero. “Las medidas son buenas para el bienestar propio y de quienes nos esperan en casa”, asegura. 

Samayoa señala que en 25 años de trabajar en el sector de la construcción ha hecho muchas amistades por lo que era común que diera un saludo fraternal, entre risas, a la hora de entrada o el almuerzo. 

“Es una convivencia fuerte, hasta llega a sentirse familiar. Ahora no se hace. Ahora todo es ‘cada quien por su lado’”, narra mientras su mirada se pierde en un pasillo donde se escucha el andar solitario un compañero.

Para Fernando Ávalos, encargado de un grupo de albañiles en un edificio que se construye en la zona 10 capitalina, las medidas preventivas han llevado a que ya no puedan estar juntos y “las chamuscas se acabaron”. Lo mismo pasó con las convivencias al mediodía, durante el almuerzo. 

“Tengo más 30 años de trabajar en la construcción. Y claro que se extraña esa cercanía con los compañeros, pero mientras todo vuelve a la normalidad seguiré usando la mascarilla para trabajar“, indica.

Sustituto para la chamusca

Daniel Morales, director comercial de Sur Desarrollo, comenta que los protocolos para evitar contagios en las obras serán muy rígidos en adelante. “Estamos cambiando hábitos personales y laborales. La mascarilla, por ejemplo, la usaremos de aquí a unos seis a 12 meses”.

Para Morales será difícil que todo vuelva a ser lo mismo. Se tendrá que analizar más el espacio que hay entre los trabajadores y tampoco habrá las habituales “pláticas en los pasillos” de las obras.  

“Las obras van a ser muy estrictas. Se van a definir protocolos y se van a tener a personas que supervisen su cumplimiento. Las pobres chamuscas muy difícilmente las vamos a lograr volver a ver”, opina.

Samayoa, quien reconoce que en algún momento de su vida participó en una chamusca, señala que patear un balón era una forma de “relajarse, distraerse y convivir” con los compañeros. 

“Cuándo van a volver las chamuscas, no se sabe. Pero primero Dios, algún día regresan”, apunta, al indicar que no habrá sustituto para la chamusca. Y si bien podrían encontrar un reemplazo, no será lo mismo. 

“Son cosas que no se suplen. Son únicas”, indica en tanto se acomoda la mascarilla. Comenta que el ambiente es más triste. “Las obras no son así de callados. Habían bromas. Todos los compañeros estaban cerca, hacían chistes. Y eso es algo difícil de asimilar”, agrega. 

La psicóloga clínica y tanatóloga, Betty Coppola, tiene una opinión menos “romántica” de la situación. Para ella, si bien las “chamuscas” eran  una costumbre, el mejor “arma” será la capacidad de re-adaptarse.

“Será el arma más fuerte que podamos tener en esta situación. La pandemia no generará un cambio radical”, asevera. 

En el caso de los fieles “chamusqueros” advierte que sólo tendrán un camino: la adaptación. “Seguro no podrán jugar la chamusca a la que están acostumbrados, pero encontrarán un reemplazo. Una vez lo encuentren, van a mejorar su ambiente laboral. La alegría es innata para ellos, son guatemaltecos”, explica. 

El grito ahogado de gol

La hora de salida llega pasadas cerca de las 14:00 horas, y el protocolo se invierte. Los trabajadores hacen fila, guardando su distancia, para devolver la herramienta. La herramienta se esteriliza y se acomoda en un rincón de la bodega. 

Una vez dejan la herramientas de trabajo, las manos empolvadas reciben una última untada de gel. Luego se retiran a los vestuarios. Antes de retirarse del proyecto se les toma la temperatura.

Según el termómetro todo está bien, sin embargo, hay algo que el aparato no registra: El grito ahogado del gol en el pecho de cada uno de ellos. Ya sea el del maestro de obras Jośe Nehemías Duarte, los albañiles Ever Chacón y Fernando Ávalos o el electricista Roberto Samayoa.

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