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Pastoreando ciudadanos

María Dolores Arias
20 de mayo, 2020

La idea de que las personas, en lo individual, desconocen qué es lo mejor para ellos, puede llevar a concluir que en libertad se harían daño a sí mismos, por consiguiente

 el gobierno debería cuidarlo de sí mismo y de sus decisiones. Esta idea ha permeado de tal manera que, en tiempos de COVID-19, no sólo se justifica la intervención estatal, sino que además se pide mayor injerencia en la esfera privada, a tal grado que algunos piensan que la función del gobierno es “pastorear” ciudadanos.

Es importante aclarar que los individuos pueden actuar de manera irracional, pueden razonar incorrectamente, pueden hacerse daño a sí mismos, pueden cometer errores, pueden decidir no pensar y ceder su autonomía moral. Así como también pueden perseguir sus fines, hacer el esfuerzo de pensar, de aprender, encontrar un propósito a su vida, pueden florecer y perseguir una buena vida en el largo plazo. 

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Es decir, en libertad se pueden tomar buenas o malas decisiones eso es evidente. Sin embargo eso no justifica que el gobierno nos cuide como niños que deben ser tutelados por una autoridad.

Durante esta pandemia de COVID-19, el lenguaje manejado por los políticos de muchos países ha sido un lenguaje tutelar en el cual el gobierno nos cuida de nosotros mismos y sabe qué es mejor para nosotros. Con ese razonamiento, las medidas van desde restricciones a la locomoción hasta reclusión en instalaciones hospitalarias sin poder de decisión alguna del paciente.

Un ejemplo de estas restricciones, fueron las órdenes del presidente en Guatemala de cerrar, casi totalmente, el país durante el fin de semana pasado; o las órdenes del presidente de El Salvador de restringir al máximo la movilidad de los ciudadanos salvadoreños, por solo mencionar algunas de estas restricciones que contrastan con las medidas de otros gobiernos.

El tema de salud es, ciertamente, un tema delicado; nadie quiere enfermarse, menos aún de una enfermedad relativamente nueva como el COVID-19. Sin embargo, se ha preguntado ¿por qué los enfermos o sus familiares no tienen el derecho a decidir cuál protocolo médico seguir? ¿por qué al contagiarse de COVID-19 el ciudadano deja de serlo y se convierte en propiedad del gobierno, de tal forma que dispone dónde debe ser tratado y cuál es tratamiento médico que debe seguir? 

En lo personal, este “pastoreo” del gobierno hacia los ciudadanos me lleva a cuestionar el principio del gobierno limitado ¿en qué momento se perdió la dimensión de la intervención estatal? ¿En qué momento olvidamos para qué queremos gobierno?

Entiendo que el miedo, algunas veces transformado en pánico, hace que olvidemos principios básicos como el de un gobierno limitado a sus funciones básicas. Sin embargo, las decisiones de políticos de imponer restricciones que rayan en lo arbitrario es un llamado de alerta al límite que deben tener los políticos, que en última instancia son tan humanos como cualquiera de nosotros, sólo con una significativa diferencia, el gran poder que pueden llegar a detentar. Ayn Rand nos advierte que “si una sociedad ha de ser libre su gobierno debe ser controlado”.

“Pastorear” ciudadanos implica asumir que el político sabe qué es mejor que el propio ciudadano a tal punto que si usted enferma de COVID-19, el político decide qué médicos lo deben atender, cuál es el tratamiento o protocolo médico que debe seguir y en dónde debe ser tratado. Es tan buen “pastor” que incluso debe asumir la custodia de los menores o discapacitados de la familia que se contagien de COVID-19. 

Es tal el “pastoreo” de los ciudadanos que incluso nos dicen que, si “nos portamos bien”, nos darán permiso de salir a ganarnos la vida y, obviamente, pagar impuestos. Que, si “nos portamos bien”, obtendremos permisos que no es lo mismo qué libertad, para producir y perseguir nuestros fines.  ¿En qué momento dejamos de ser ciudadanos para convertirnos en rebaño?

@Md30

Facebook.com/Mda30 

Pastoreando ciudadanos

María Dolores Arias
20 de mayo, 2020

La idea de que las personas, en lo individual, desconocen qué es lo mejor para ellos, puede llevar a concluir que en libertad se harían daño a sí mismos, por consiguiente

 el gobierno debería cuidarlo de sí mismo y de sus decisiones. Esta idea ha permeado de tal manera que, en tiempos de COVID-19, no sólo se justifica la intervención estatal, sino que además se pide mayor injerencia en la esfera privada, a tal grado que algunos piensan que la función del gobierno es “pastorear” ciudadanos.

Es importante aclarar que los individuos pueden actuar de manera irracional, pueden razonar incorrectamente, pueden hacerse daño a sí mismos, pueden cometer errores, pueden decidir no pensar y ceder su autonomía moral. Así como también pueden perseguir sus fines, hacer el esfuerzo de pensar, de aprender, encontrar un propósito a su vida, pueden florecer y perseguir una buena vida en el largo plazo. 

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Es decir, en libertad se pueden tomar buenas o malas decisiones eso es evidente. Sin embargo eso no justifica que el gobierno nos cuide como niños que deben ser tutelados por una autoridad.

Durante esta pandemia de COVID-19, el lenguaje manejado por los políticos de muchos países ha sido un lenguaje tutelar en el cual el gobierno nos cuida de nosotros mismos y sabe qué es mejor para nosotros. Con ese razonamiento, las medidas van desde restricciones a la locomoción hasta reclusión en instalaciones hospitalarias sin poder de decisión alguna del paciente.

Un ejemplo de estas restricciones, fueron las órdenes del presidente en Guatemala de cerrar, casi totalmente, el país durante el fin de semana pasado; o las órdenes del presidente de El Salvador de restringir al máximo la movilidad de los ciudadanos salvadoreños, por solo mencionar algunas de estas restricciones que contrastan con las medidas de otros gobiernos.

El tema de salud es, ciertamente, un tema delicado; nadie quiere enfermarse, menos aún de una enfermedad relativamente nueva como el COVID-19. Sin embargo, se ha preguntado ¿por qué los enfermos o sus familiares no tienen el derecho a decidir cuál protocolo médico seguir? ¿por qué al contagiarse de COVID-19 el ciudadano deja de serlo y se convierte en propiedad del gobierno, de tal forma que dispone dónde debe ser tratado y cuál es tratamiento médico que debe seguir? 

En lo personal, este “pastoreo” del gobierno hacia los ciudadanos me lleva a cuestionar el principio del gobierno limitado ¿en qué momento se perdió la dimensión de la intervención estatal? ¿En qué momento olvidamos para qué queremos gobierno?

Entiendo que el miedo, algunas veces transformado en pánico, hace que olvidemos principios básicos como el de un gobierno limitado a sus funciones básicas. Sin embargo, las decisiones de políticos de imponer restricciones que rayan en lo arbitrario es un llamado de alerta al límite que deben tener los políticos, que en última instancia son tan humanos como cualquiera de nosotros, sólo con una significativa diferencia, el gran poder que pueden llegar a detentar. Ayn Rand nos advierte que “si una sociedad ha de ser libre su gobierno debe ser controlado”.

“Pastorear” ciudadanos implica asumir que el político sabe qué es mejor que el propio ciudadano a tal punto que si usted enferma de COVID-19, el político decide qué médicos lo deben atender, cuál es el tratamiento o protocolo médico que debe seguir y en dónde debe ser tratado. Es tan buen “pastor” que incluso debe asumir la custodia de los menores o discapacitados de la familia que se contagien de COVID-19. 

Es tal el “pastoreo” de los ciudadanos que incluso nos dicen que, si “nos portamos bien”, nos darán permiso de salir a ganarnos la vida y, obviamente, pagar impuestos. Que, si “nos portamos bien”, obtendremos permisos que no es lo mismo qué libertad, para producir y perseguir nuestros fines.  ¿En qué momento dejamos de ser ciudadanos para convertirnos en rebaño?

@Md30

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