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Apreciar el ‘chance’ (I)

Redacción
15 de junio, 2020

Caí en la cuenta durante una conversación con colegas extranjeros, cuando mencioné la palabra y me preguntaron por su significado. “¿Chance? Pues chance (pronúnciese en español: ‘chan – sé’) es una forma coloquial que usamos en Guatemala para referirnos al empleo”, respondí. Es, de hecho, otro de los miles de extranjerismos adaptados que hemos incorporado a nuestro lenguaje. “Pero chance significa ‘oportunidad’ en inglés, no trabajo. ¿Por qué llamarle oportunidad al empleo?”, preguntó de otro curioso. 

Y ¿por qué no?

El chance es oportunidad. No solo para ganar una suma de dinero que nos permita vivir en condiciones dignas; es una oportunidad para facultar las posibilidades de cada individuo en pro de su comunidad. Va más allá de solo “prestar un servicio”, porque al trabajar nos convertimos en los autores de una sucesión de acciones que nos permiten mejorar, modificar y potenciar nuestro entorno mediante un servicio prestado con base en nuestras habilidades,  intereses, conocimientos adquiridos y talentos. Así el chance no se limita solo a seguir unas pautas establecidas por la institución —o la propia sociedad— y tachar de la lista un número de asignaciones pendientes. Requiere de la práctica de virtudes como respeto, generosidad, alegría, paciencia, honradez, amabilidad, dedicación y orden; virtudes que  se valoran ahora más que nunca, en un mundo hiperconectado y dependiente de la tecnología y las máquinas.  

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Pero el chance también es el sano intercambio. Es el mejor ejemplo de “dar y recibir” y del “ganar-ganar”. Quien presta un servicio (el trabajador) recibe un pago a cambio y la oportunidad para crecer personal, intelectual y socialmente. Quien paga por ese servicio (el cliente) se beneficia del mismo, ya sea por razones de ocio o por trabajo. Y quien genera esta posibilidad (el empleador) de que haya un cliente satisfecho con un producto desarrollado por un trabajador, también gana, no solo en cuanto a ingresos pero también por el aporte directo e indirecto que hace su empresa a la sociedad. Por eso, cuando una actividad no genera un beneficio real para los tres, no hablamos de chance sino de corrupción, de irresponsabilidad empresarial (como la contaminación de recursos naturales, por ejemplo), de un Estado paternalista, de monopolios y oligopolios, de competencia desleal.  

El chance, además, es una de las expresiones más claras de la libertad, si comprendemos que el trabajo se ordena al bien del hombre. En otras palabras, si el bienestar de la persona —y por consiguiente, de la sociedad— es el fin, entonces el trabajo es un medio que se apoya en la libertad (autodeterminación al bien) como herramienta vital para alcanzar ese bienestar, la felicidad. Por eso el trabajo forzado, el trabajo carente de derechos laborales y remuneraciones justas, es esclavitud y no chance. Aunque pocos sepan distinguirlo. 

Sin embargo, en Guatemala todavía no hemos alcanzado que todos los chances sean chances libres, oportunos ni intercambios sanos. Es cierto, tenemos el récord de la nación con el menor desempleo en toda Latinoamérica (un 2,5%) según el informe de desempleo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicado a fines de enero, y, por supuesto, antes de la pandemia por el coronavirus. Pero la cifra es engañosa. En Guatemala el desempleo es mínimo porque la economía informal es máxima: un 30% vive de un empleo formal frente a un 70% que tiene un trabajo informal. 

Ahora, “gracias a la pandemia”, vemos las consecuencias de habernos acostumbrado a que la mayoría de la población viva “al día”, sin derechos laborales, a merced de las calles y la mayoría de veces no por decisión propia, pero por obligación: de lo contrario, no come. Cerca de ocho mil empresas (unos 300 mil empleados) dejaron de cotizar al IGSS y han cerrado o suspendido labores indefinidamente. Múltiples gobiernos que por décadas han ignorado a la mayoría, un centralismo obsesivo, empresas corruptas que han ensuciado el trabajo honrado y digno de miles de empresarios, obstáculos inútiles impuestos por el Estado, una burocracia que impide el emprendimiento y coarta la libertad de quienes generan empleo y la falta de tecnología para agilizar procesos, son los enemigos actuales del chance.

Nos hemos esforzado para que el chance —ese sano intercambio, libre y oportuno— no exista en Guatemala, o sólo exista en la Guatemala de los pocos, la centralista, la de los 3 millones. ¿Por qué? 

Apreciar el ‘chance’ (I)

Redacción
15 de junio, 2020

Caí en la cuenta durante una conversación con colegas extranjeros, cuando mencioné la palabra y me preguntaron por su significado. “¿Chance? Pues chance (pronúnciese en español: ‘chan – sé’) es una forma coloquial que usamos en Guatemala para referirnos al empleo”, respondí. Es, de hecho, otro de los miles de extranjerismos adaptados que hemos incorporado a nuestro lenguaje. “Pero chance significa ‘oportunidad’ en inglés, no trabajo. ¿Por qué llamarle oportunidad al empleo?”, preguntó de otro curioso. 

Y ¿por qué no?

El chance es oportunidad. No solo para ganar una suma de dinero que nos permita vivir en condiciones dignas; es una oportunidad para facultar las posibilidades de cada individuo en pro de su comunidad. Va más allá de solo “prestar un servicio”, porque al trabajar nos convertimos en los autores de una sucesión de acciones que nos permiten mejorar, modificar y potenciar nuestro entorno mediante un servicio prestado con base en nuestras habilidades,  intereses, conocimientos adquiridos y talentos. Así el chance no se limita solo a seguir unas pautas establecidas por la institución —o la propia sociedad— y tachar de la lista un número de asignaciones pendientes. Requiere de la práctica de virtudes como respeto, generosidad, alegría, paciencia, honradez, amabilidad, dedicación y orden; virtudes que  se valoran ahora más que nunca, en un mundo hiperconectado y dependiente de la tecnología y las máquinas.  

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Pero el chance también es el sano intercambio. Es el mejor ejemplo de “dar y recibir” y del “ganar-ganar”. Quien presta un servicio (el trabajador) recibe un pago a cambio y la oportunidad para crecer personal, intelectual y socialmente. Quien paga por ese servicio (el cliente) se beneficia del mismo, ya sea por razones de ocio o por trabajo. Y quien genera esta posibilidad (el empleador) de que haya un cliente satisfecho con un producto desarrollado por un trabajador, también gana, no solo en cuanto a ingresos pero también por el aporte directo e indirecto que hace su empresa a la sociedad. Por eso, cuando una actividad no genera un beneficio real para los tres, no hablamos de chance sino de corrupción, de irresponsabilidad empresarial (como la contaminación de recursos naturales, por ejemplo), de un Estado paternalista, de monopolios y oligopolios, de competencia desleal.  

El chance, además, es una de las expresiones más claras de la libertad, si comprendemos que el trabajo se ordena al bien del hombre. En otras palabras, si el bienestar de la persona —y por consiguiente, de la sociedad— es el fin, entonces el trabajo es un medio que se apoya en la libertad (autodeterminación al bien) como herramienta vital para alcanzar ese bienestar, la felicidad. Por eso el trabajo forzado, el trabajo carente de derechos laborales y remuneraciones justas, es esclavitud y no chance. Aunque pocos sepan distinguirlo. 

Sin embargo, en Guatemala todavía no hemos alcanzado que todos los chances sean chances libres, oportunos ni intercambios sanos. Es cierto, tenemos el récord de la nación con el menor desempleo en toda Latinoamérica (un 2,5%) según el informe de desempleo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicado a fines de enero, y, por supuesto, antes de la pandemia por el coronavirus. Pero la cifra es engañosa. En Guatemala el desempleo es mínimo porque la economía informal es máxima: un 30% vive de un empleo formal frente a un 70% que tiene un trabajo informal. 

Ahora, “gracias a la pandemia”, vemos las consecuencias de habernos acostumbrado a que la mayoría de la población viva “al día”, sin derechos laborales, a merced de las calles y la mayoría de veces no por decisión propia, pero por obligación: de lo contrario, no come. Cerca de ocho mil empresas (unos 300 mil empleados) dejaron de cotizar al IGSS y han cerrado o suspendido labores indefinidamente. Múltiples gobiernos que por décadas han ignorado a la mayoría, un centralismo obsesivo, empresas corruptas que han ensuciado el trabajo honrado y digno de miles de empresarios, obstáculos inútiles impuestos por el Estado, una burocracia que impide el emprendimiento y coarta la libertad de quienes generan empleo y la falta de tecnología para agilizar procesos, son los enemigos actuales del chance.

Nos hemos esforzado para que el chance —ese sano intercambio, libre y oportuno— no exista en Guatemala, o sólo exista en la Guatemala de los pocos, la centralista, la de los 3 millones. ¿Por qué?