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Carta a Manuel Ayau, diez años después

Luis Enrique Pérez
05 de agosto, 2020

Nunca hubiera querido que el motivo para escribirte esta carta fuera el décimo aniversario de tu muerte. Nunca lo hubiera querido porque nunca debiste morir, como nunca debe morir la esperanzadora y fogosa, vehemente y creativa, renovada y fortificada, voluntad libertaria. Hubiera querido que el motivo hubiera sido una nueva obra tuya; o un nuevo destello de tu genio libertario, apto para disipar sombras, crear sendas y revelar horizontes.

Han sido diez años de recuerdo que gratamente te resucita, y de renovada vigencia de tu pensamiento; pero también diez años de doliente silencio de tu palabra, portadora de persuasiva lucidez intelectual; de aquella palabra que denunciaba la demencial perversión socialista de la humanidad, y mostraba la sensatez de la sociedad erigida sobre el primer derecho del ser humano: la libertad.

Insististe en que la libertad posee grandioso valor moral y es poderosa fuerza motriz del progreso de la humanidad. Creaste y preservaste la convicción nuestra sobre el valor de la cooperación social de seres humanos libres. Nos advertiste sobre el peligro de aumentar el poder de los gobernantes y reducir el poder de los gobernados. Y tu mérito te confirió una inmortalidad que nunca reclamaste, pero siempre mereciste.

Milton Friedman dijo que “la libertad es una flor rara y delicada”. Tú contribuiste a revelar la magnitud de esa rareza y de esa delicadeza. Y nos exhortaste a actuar para que esa rareza se convirtiera en beatífica abundancia, y esa delicadeza se convirtiera en sagrada fortaleza.

La providencia pareció reconocer que Guatemala mucho te necesitaba, y prolongó tu vida por lo menos hasta los 84 años de edad. Y ahora yaces en el panteón universal de los grandes pensadores de la sociedad libre y en el templo luminoso de los más ilustres predicadores de la libertad.

Puedo decir sobre tu muerte, aquello mismo que Rubén Darío dijo cuando Víctor Hugo murió: el mundo pesa menos. Empero, aunque por tu muerte el mundo pese menos, pesa más por el tesoro que has legado.

Sea la tumba que guarda tu gloria un jardín de las más bellas flores, cuyo polen propaguen mágicas abejas escapadas del antiguo monte ático Himeto. Y sea para ti la corona de laurel que ciñe la egregia cabeza de los mejores.

La historia misma lamenta tu ausencia, y presiente que mucho le costará reponerte; pero conjeturo que tú mismo, desde la tumba, exhortas a persistir en arribar al reino de los hombres libres; ese reino que, en el Universo, ha de brillar más que las más brillantes estrellas.

Y diez años después evoco una carta del poeta Friedrich Schiller dirigida al filósofo Immanuel Kant, y te digo, ante tu tumba: “Recibid, excelente maestro… mi emocionado agradecimiento por la benefactora luz que habéis encendido en mi espíritu. Es un agradecimiento que, como el regalo que me habéis brindado, no tiene límites, y será perdurable.”

Sin reverencia deificadora, ni admiración mística, y sin dogmatismo teórico o fanatismo ideológico, sino como ser humano que comparte el precioso ideal de la sociedad de la libertad, reconozco, con tanta sinceridad como gratitud, tu obra magna; obra creada por el ímpetu de tu voluntad, por tu privilegiado intelecto y por tu ideal radiante.

Post scriptum: Amigo y maestro Manuel Ayau: declaro que eres, en la historia de Guatemala, el ciudadano más preclaro, que nunca pretendiste una violenta imposición de tu ideal libertario, sino que siempre creíste que podíamos aproximarnos a él con pacífica y persuasiva perseverancia.

Carta a Manuel Ayau, diez años después

Luis Enrique Pérez
05 de agosto, 2020

Nunca hubiera querido que el motivo para escribirte esta carta fuera el décimo aniversario de tu muerte. Nunca lo hubiera querido porque nunca debiste morir, como nunca debe morir la esperanzadora y fogosa, vehemente y creativa, renovada y fortificada, voluntad libertaria. Hubiera querido que el motivo hubiera sido una nueva obra tuya; o un nuevo destello de tu genio libertario, apto para disipar sombras, crear sendas y revelar horizontes.

Han sido diez años de recuerdo que gratamente te resucita, y de renovada vigencia de tu pensamiento; pero también diez años de doliente silencio de tu palabra, portadora de persuasiva lucidez intelectual; de aquella palabra que denunciaba la demencial perversión socialista de la humanidad, y mostraba la sensatez de la sociedad erigida sobre el primer derecho del ser humano: la libertad.

Insististe en que la libertad posee grandioso valor moral y es poderosa fuerza motriz del progreso de la humanidad. Creaste y preservaste la convicción nuestra sobre el valor de la cooperación social de seres humanos libres. Nos advertiste sobre el peligro de aumentar el poder de los gobernantes y reducir el poder de los gobernados. Y tu mérito te confirió una inmortalidad que nunca reclamaste, pero siempre mereciste.

Milton Friedman dijo que “la libertad es una flor rara y delicada”. Tú contribuiste a revelar la magnitud de esa rareza y de esa delicadeza. Y nos exhortaste a actuar para que esa rareza se convirtiera en beatífica abundancia, y esa delicadeza se convirtiera en sagrada fortaleza.

La providencia pareció reconocer que Guatemala mucho te necesitaba, y prolongó tu vida por lo menos hasta los 84 años de edad. Y ahora yaces en el panteón universal de los grandes pensadores de la sociedad libre y en el templo luminoso de los más ilustres predicadores de la libertad.

Puedo decir sobre tu muerte, aquello mismo que Rubén Darío dijo cuando Víctor Hugo murió: el mundo pesa menos. Empero, aunque por tu muerte el mundo pese menos, pesa más por el tesoro que has legado.

Sea la tumba que guarda tu gloria un jardín de las más bellas flores, cuyo polen propaguen mágicas abejas escapadas del antiguo monte ático Himeto. Y sea para ti la corona de laurel que ciñe la egregia cabeza de los mejores.

La historia misma lamenta tu ausencia, y presiente que mucho le costará reponerte; pero conjeturo que tú mismo, desde la tumba, exhortas a persistir en arribar al reino de los hombres libres; ese reino que, en el Universo, ha de brillar más que las más brillantes estrellas.

Y diez años después evoco una carta del poeta Friedrich Schiller dirigida al filósofo Immanuel Kant, y te digo, ante tu tumba: “Recibid, excelente maestro… mi emocionado agradecimiento por la benefactora luz que habéis encendido en mi espíritu. Es un agradecimiento que, como el regalo que me habéis brindado, no tiene límites, y será perdurable.”

Sin reverencia deificadora, ni admiración mística, y sin dogmatismo teórico o fanatismo ideológico, sino como ser humano que comparte el precioso ideal de la sociedad de la libertad, reconozco, con tanta sinceridad como gratitud, tu obra magna; obra creada por el ímpetu de tu voluntad, por tu privilegiado intelecto y por tu ideal radiante.

Post scriptum: Amigo y maestro Manuel Ayau: declaro que eres, en la historia de Guatemala, el ciudadano más preclaro, que nunca pretendiste una violenta imposición de tu ideal libertario, sino que siempre creíste que podíamos aproximarnos a él con pacífica y persuasiva perseverancia.