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La política, o la ciencia regia

Luis Enrique Pérez
26 de agosto, 2020

El término gobernante deriva del latín governor, que a su vez deriva del griego kybernétes, que significa timonel. La función del timonel es gobernar el barco. Por analogía con el timonel, el matemático Norbert Wiener denominó cibernética a la teoría del gobierno automático de procesos mecánicos y biológicos.

Platón, en el diálogo El Político o de la Realeza, afirmó que el político era aquel que poseía la ciencia del gobierno del Estado, o ciencia cuya finalidad era el bien del Estado. Esa ciencia era la política. Platón la denominó ciencia regia porque, precisamente por procurar el bien del Estado, reinaba sobre las otras ciencias.

Efectivamente, procurar ese bien no era, por ejemplo, finalidad de la geometría, o la astronomía, o la física; y entonces quien debía gobernar el Estado no era el geómetra, el astrónomo o el físico. Era el político. Por supuesto, ya que gobernar el Estado requería saber del Estado, el político podía denominarse estadista.

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Empero, según Platón, la política no era una ciencia puramente teórica, porque su finalidad era dirigir el Estado. Por esa razón, el poseedor de esa ciencia regia, es decir, el político, tenía el poder de mandar; pero él mismo no era mandado. Era un supremo timonel. Es decir, no había un orden ilimitado de mandantes que a su vez eran mandados, sino que había un mandante que ya no era mandado.

Aristóteles, en su obra La Política, afirmó que una sociedad de seres humanos se constituye para lograr un determinado bien. El Estado era precisamente una sociedad; pero no cualquier clase de sociedad. Era la sociedad superior; lo cual significa que no era parte de otra sociedad, sino la sociedad de la cual era parte cualquier otra. Por esta razón, el bien que se proponía lograr el Estado era superior al bien de cualquier sociedad comprendida en él.

Ser político, es decir, poseer la ciencia de gobernar, es saber dirigir el Estado hacia el bien de todos sus miembros, de modo tal que cada quien pueda procurar su propio bien particular; lo cual implica limitar el bien de cada quien para que sea posible el bien de todos. En un Estado que pretende ser justo, todos los ciudadanos deben estar sujetos a la misma limitación. En un Estado que no tiene tal pretensión, unos ciudadanos están sometidos a una menor limitación, y otros, a una mayor.

Hay buenos y malos políticos, de la misma manera que hay buenos y malos médicos. El médico que previene oportunamente la enfermedad, o que la diagnostica exactamente, o que la cura eficazmente es, por definición, un buen médico. El que no la previene oportunamente, ni la diagnostica exactamente, ni la cura eficazmente, es, por definición, un mal médico. El político que dirige el Estado para procurar el bien de todos es, por definición, un buen político. Aquel que lo dirige para procurar el bien de algunos, y hasta lo dirige de tal manera que provoca la ruina de los otros, es, por definición, un mal político.

El problema del ciudadano no es que haya o no haya políticos. Los políticos son necesarios, en el supuesto de que el Estado debe ser gobernado. El problema es ser gobernado por malos políticos. Evidentemente, un político que originalmente es buen político puede transformarse en un mal político. Quizá nadie pueda predecir esa transformación. Empero, el Estado debe estar constituido de modo tal que, con urgencia, despoje del poder al mal político.

No parece ser buen político aquel que emplea el poder del Estado para adjudicar privilegios, es decir, para beneficiar a algunos y maleficiar a otros. No parece serlo aquel que emplea el poder del Estado para beneficiarse él mismo ilícitamente. No parece serlo aquel que cree que ha sido electo, no para ejercer el poder y servir a los electores, sino para disfrutar del poder y servir a sus amigos. No parece serlo aquel que, mediante tributos, incrementa la expropiación de patrimonio privado.

No parece ser un buen político aquel que, ajeno a la voluntad de los gobernados, aumenta la deuda pública y compromete parte del patrimonio privado de la generación presente y de la futura generación.No parece serlo aquel que inventa derechos como si el pueblo se enriqueciera con la invención de derechos.

El Estado ha de pagarle al político por dirigir el Estado, de manera similar a como un ciudadano le paga a un médico por conservar su salud. No se trata, entonces, de que el político tenga o no tenga un interés privado, como el de ganar dinero. Es imposible que no lo tenga. Se trata de que satisfaga lícitamente ese interés. Se trata de que posea y aplique la ciencia que Platón denominaba ciencia regia: la ciencia del gobierno del Estado, o política. El político que posea tal ciencia sabe, por ejemplo, cuáles son y cuáles no son funciones propias del gobierno, y cómo desempeñarlas, para procurar el bien de todos los ciudadanos, y no solo de algunos.

Post scriptum. Aquel Estado cuyo legislador es más apto para podar jardines que para dictar normas generales de conducta justa; o aquel Estado cuyo juez es más apto para vender veredictos que para impartir justicia; o aquel Estado cuyo gobernante es más apto para corromperse que para gobernar, está destinado a la ruina.SOBRE EL AUTOR

La política, o la ciencia regia

Luis Enrique Pérez
26 de agosto, 2020

El término gobernante deriva del latín governor, que a su vez deriva del griego kybernétes, que significa timonel. La función del timonel es gobernar el barco. Por analogía con el timonel, el matemático Norbert Wiener denominó cibernética a la teoría del gobierno automático de procesos mecánicos y biológicos.

Platón, en el diálogo El Político o de la Realeza, afirmó que el político era aquel que poseía la ciencia del gobierno del Estado, o ciencia cuya finalidad era el bien del Estado. Esa ciencia era la política. Platón la denominó ciencia regia porque, precisamente por procurar el bien del Estado, reinaba sobre las otras ciencias.

Efectivamente, procurar ese bien no era, por ejemplo, finalidad de la geometría, o la astronomía, o la física; y entonces quien debía gobernar el Estado no era el geómetra, el astrónomo o el físico. Era el político. Por supuesto, ya que gobernar el Estado requería saber del Estado, el político podía denominarse estadista.

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Empero, según Platón, la política no era una ciencia puramente teórica, porque su finalidad era dirigir el Estado. Por esa razón, el poseedor de esa ciencia regia, es decir, el político, tenía el poder de mandar; pero él mismo no era mandado. Era un supremo timonel. Es decir, no había un orden ilimitado de mandantes que a su vez eran mandados, sino que había un mandante que ya no era mandado.

Aristóteles, en su obra La Política, afirmó que una sociedad de seres humanos se constituye para lograr un determinado bien. El Estado era precisamente una sociedad; pero no cualquier clase de sociedad. Era la sociedad superior; lo cual significa que no era parte de otra sociedad, sino la sociedad de la cual era parte cualquier otra. Por esta razón, el bien que se proponía lograr el Estado era superior al bien de cualquier sociedad comprendida en él.

Ser político, es decir, poseer la ciencia de gobernar, es saber dirigir el Estado hacia el bien de todos sus miembros, de modo tal que cada quien pueda procurar su propio bien particular; lo cual implica limitar el bien de cada quien para que sea posible el bien de todos. En un Estado que pretende ser justo, todos los ciudadanos deben estar sujetos a la misma limitación. En un Estado que no tiene tal pretensión, unos ciudadanos están sometidos a una menor limitación, y otros, a una mayor.

Hay buenos y malos políticos, de la misma manera que hay buenos y malos médicos. El médico que previene oportunamente la enfermedad, o que la diagnostica exactamente, o que la cura eficazmente es, por definición, un buen médico. El que no la previene oportunamente, ni la diagnostica exactamente, ni la cura eficazmente, es, por definición, un mal médico. El político que dirige el Estado para procurar el bien de todos es, por definición, un buen político. Aquel que lo dirige para procurar el bien de algunos, y hasta lo dirige de tal manera que provoca la ruina de los otros, es, por definición, un mal político.

El problema del ciudadano no es que haya o no haya políticos. Los políticos son necesarios, en el supuesto de que el Estado debe ser gobernado. El problema es ser gobernado por malos políticos. Evidentemente, un político que originalmente es buen político puede transformarse en un mal político. Quizá nadie pueda predecir esa transformación. Empero, el Estado debe estar constituido de modo tal que, con urgencia, despoje del poder al mal político.

No parece ser buen político aquel que emplea el poder del Estado para adjudicar privilegios, es decir, para beneficiar a algunos y maleficiar a otros. No parece serlo aquel que emplea el poder del Estado para beneficiarse él mismo ilícitamente. No parece serlo aquel que cree que ha sido electo, no para ejercer el poder y servir a los electores, sino para disfrutar del poder y servir a sus amigos. No parece serlo aquel que, mediante tributos, incrementa la expropiación de patrimonio privado.

No parece ser un buen político aquel que, ajeno a la voluntad de los gobernados, aumenta la deuda pública y compromete parte del patrimonio privado de la generación presente y de la futura generación.No parece serlo aquel que inventa derechos como si el pueblo se enriqueciera con la invención de derechos.

El Estado ha de pagarle al político por dirigir el Estado, de manera similar a como un ciudadano le paga a un médico por conservar su salud. No se trata, entonces, de que el político tenga o no tenga un interés privado, como el de ganar dinero. Es imposible que no lo tenga. Se trata de que satisfaga lícitamente ese interés. Se trata de que posea y aplique la ciencia que Platón denominaba ciencia regia: la ciencia del gobierno del Estado, o política. El político que posea tal ciencia sabe, por ejemplo, cuáles son y cuáles no son funciones propias del gobierno, y cómo desempeñarlas, para procurar el bien de todos los ciudadanos, y no solo de algunos.

Post scriptum. Aquel Estado cuyo legislador es más apto para podar jardines que para dictar normas generales de conducta justa; o aquel Estado cuyo juez es más apto para vender veredictos que para impartir justicia; o aquel Estado cuyo gobernante es más apto para corromperse que para gobernar, está destinado a la ruina.SOBRE EL AUTOR