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Historias Urbanas | Vida diaria retratada en tres cuadros

Redacción República
13 de septiembre, 2020

Vida diaria retratada en tres cuadros, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

1 Al principio, pensé que el perro de la casa se estaba quejando. Emite un leve aullido cada vez que pasa una patrulla de la policía o una ambulancia de los bomberos abriéndose paso con la sirena para avisar que esta es una emergencia y por favor háganse a un lado.

Mi mamá, que estaba pasando el trapeador en la sala, oyó el ruido de algo que choca contra alguien. Y salió a ver qué estaba pasando.

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Poco después me contó que «atropellaron a un señor». Lo pasó tirando una muchacha que iba en motoneta. Apenas se repuso del susto, dijo que no se podía quedar porque tenía que ir a traer unos papeles. Y se fue volada, sin que nadie hiciera intento por retenerla o memorizar el número de placa.

Me contó que el señor estaba muy bien trajeado, como si fuera a una cita, y le llamaron la atención los zapatos que traía puestos. No supo quién era porque tenía su mascarilla puesta. Don Edgar el vecino llegó, lo cubrió con una sábana, dejó una veladora encendida a la par de los pies, también un vaso con agua, y comenzó a rezar. Llegaron los del Ministerio Público a colocar cinta amarilla para que nadie pasara.

Los bomberos dijeron que el señor murió al pegar de cabeza contra el suelo.

Sólo espero que la muchacha de la moto tenga pesadillas cuando vea las noticias del cable local. Ahí estaban, filmándolo todo.

2 A mi hermana le tocó ir a la escuela donde trabaja para repartir las guías de estudio a los papás. Es muy delicada; la tarde antes compró varios pares de guantes de goma y se fue con su bote de alcohol para desinfectar las manos de todo aquel que estuviera cerca.

Cómo les costó que los papás respetaran la distancia de metro y medio entre cada uno para evitar contagios del covid-19, regresó contando. Tenía miedo que llegaran de la supervisión educativa a verificar si cumplían con todo lo ordenado por el Ministerio de Salud y les levantaran acta ahí mismo, sin derecho a protestar.

Algunos llevaban la mascarilla como si fuera babero o protector de garganta. Y, faltaba más, se enojaban si les pedían que se las colocaran para taparse la boca y la nariz. ‘Ay seño, es que siento que me ahogo’, le decían.

Ahora su preocupación es que tres o cuatro de las mamás se la pasaron cuidando a sus familiares en cuarentena. Otra le comentó aquí entre nos que su esposo acababa de salir del hospital y gracias a Dios que se lo devolvió porque ‘estuvo muy grave, fíjese, ya sentía que se nos iba’.

Mi hermana entró corriendo a poner su ropa en balde aparte, con bastante cloro, y se pasó buen rato bajo la regadera. Lleva el conteo de los días que pasaron desde la entrega, tomándose la temperatura a cada rato y pidiéndole a la Virgen del Rosario que la cuide de toda enfermedad. No ve la hora de que pasen las dos semanas plazo, tiempo que tarda en incubarse el coronavirus, para estar segura de que no se contagió.

3 «A mí me caen mal los mexicanos, usté», me comentó el señor del pinchazo entre plática y plática el otro día. «Nos quitaron Chiapas y si no se ponen pilas en aquel tiempo se quedan con Petén y hasta Belice».

En la radio pasaron sonando las canciones de Vicente Fernández, Ana Gabriel y los Tigres del Norte. «Lo que más me arrepiento es que no pude ir a ver a Juan Gabriel la última vez que vino a Guate», prosiguió cuando empezó la canción que escribió para Isabel Pantoja, «creo que su concierto fue el mismo día que el de Chente y todos en la casa votaron que querían ver a Chente y pues ni modo, la mayoría gana».

En las paredes del taller colgaban posters desteñidos de Gloria Trevi, Paulina Rubio y Alejandra Guzmán. «Son recuerdos de mi hijo que se me fue para Estados Unidos. Quiere venir a vernos desde hace ratos, pero todavía no hay vuelos, y nosotros le decimos que mejor se quede, estamos bien gracias a Dios y fuerzas no nos faltan. Se casó con una su patoja bien galana, me contó que era de Guadalajara. Y usted a quién le va, ¿a la águilas o a las chivas?».

–Pues yo le voy al Boca Juniors –contesté, dispuesto a defender mi militancia xeneize y de paso agregar que simpatizo con el Colo Colo de Chile y el Peñarol de Uruguay; también apoyo al Palestino.

–Buen equipo usté. A veces me pongo a ver los partidos –comentó el señor al completar el inflado de las llantas de mi bicicleta.

Estaba por despedirme cuando me fijé en una foto donde lo vi muy joven con su esposa, a bordo de una lancha adornada con flores.

–¿Esa foto donde se la tomaron? Se me hace que es el lago de Amatitlán, ¿no?

–A ver –el señor se puso sus lentes–, estábamos recién casados con mi señora. Eso fue allá por 1975, poquito antes del terremoto. Andábamos de luna de miel por México, en un lugar que le dicen Xochimilco. Y la foto que está a la par, esa no, la otra, la que tiene marco dorado, nos la tomaron cuando andábamos de excursión por Acapulco. En aquel tiempo salían bien baratos los viajes. El pisto abundaba y qué no se podía traer de allá. Ahí me saluda a sus papás, hace ratos que no los veo.

Historias Urbanas | Vida diaria retratada en tres cuadros

Redacción República
13 de septiembre, 2020

Vida diaria retratada en tres cuadros, ESTA ES LA HISTORIA URBANA DE JOSÉ VICENTE SOLÓRZANO AGUILAR.

1 Al principio, pensé que el perro de la casa se estaba quejando. Emite un leve aullido cada vez que pasa una patrulla de la policía o una ambulancia de los bomberos abriéndose paso con la sirena para avisar que esta es una emergencia y por favor háganse a un lado.

Mi mamá, que estaba pasando el trapeador en la sala, oyó el ruido de algo que choca contra alguien. Y salió a ver qué estaba pasando.

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Poco después me contó que «atropellaron a un señor». Lo pasó tirando una muchacha que iba en motoneta. Apenas se repuso del susto, dijo que no se podía quedar porque tenía que ir a traer unos papeles. Y se fue volada, sin que nadie hiciera intento por retenerla o memorizar el número de placa.

Me contó que el señor estaba muy bien trajeado, como si fuera a una cita, y le llamaron la atención los zapatos que traía puestos. No supo quién era porque tenía su mascarilla puesta. Don Edgar el vecino llegó, lo cubrió con una sábana, dejó una veladora encendida a la par de los pies, también un vaso con agua, y comenzó a rezar. Llegaron los del Ministerio Público a colocar cinta amarilla para que nadie pasara.

Los bomberos dijeron que el señor murió al pegar de cabeza contra el suelo.

Sólo espero que la muchacha de la moto tenga pesadillas cuando vea las noticias del cable local. Ahí estaban, filmándolo todo.

2 A mi hermana le tocó ir a la escuela donde trabaja para repartir las guías de estudio a los papás. Es muy delicada; la tarde antes compró varios pares de guantes de goma y se fue con su bote de alcohol para desinfectar las manos de todo aquel que estuviera cerca.

Cómo les costó que los papás respetaran la distancia de metro y medio entre cada uno para evitar contagios del covid-19, regresó contando. Tenía miedo que llegaran de la supervisión educativa a verificar si cumplían con todo lo ordenado por el Ministerio de Salud y les levantaran acta ahí mismo, sin derecho a protestar.

Algunos llevaban la mascarilla como si fuera babero o protector de garganta. Y, faltaba más, se enojaban si les pedían que se las colocaran para taparse la boca y la nariz. ‘Ay seño, es que siento que me ahogo’, le decían.

Ahora su preocupación es que tres o cuatro de las mamás se la pasaron cuidando a sus familiares en cuarentena. Otra le comentó aquí entre nos que su esposo acababa de salir del hospital y gracias a Dios que se lo devolvió porque ‘estuvo muy grave, fíjese, ya sentía que se nos iba’.

Mi hermana entró corriendo a poner su ropa en balde aparte, con bastante cloro, y se pasó buen rato bajo la regadera. Lleva el conteo de los días que pasaron desde la entrega, tomándose la temperatura a cada rato y pidiéndole a la Virgen del Rosario que la cuide de toda enfermedad. No ve la hora de que pasen las dos semanas plazo, tiempo que tarda en incubarse el coronavirus, para estar segura de que no se contagió.

3 «A mí me caen mal los mexicanos, usté», me comentó el señor del pinchazo entre plática y plática el otro día. «Nos quitaron Chiapas y si no se ponen pilas en aquel tiempo se quedan con Petén y hasta Belice».

En la radio pasaron sonando las canciones de Vicente Fernández, Ana Gabriel y los Tigres del Norte. «Lo que más me arrepiento es que no pude ir a ver a Juan Gabriel la última vez que vino a Guate», prosiguió cuando empezó la canción que escribió para Isabel Pantoja, «creo que su concierto fue el mismo día que el de Chente y todos en la casa votaron que querían ver a Chente y pues ni modo, la mayoría gana».

En las paredes del taller colgaban posters desteñidos de Gloria Trevi, Paulina Rubio y Alejandra Guzmán. «Son recuerdos de mi hijo que se me fue para Estados Unidos. Quiere venir a vernos desde hace ratos, pero todavía no hay vuelos, y nosotros le decimos que mejor se quede, estamos bien gracias a Dios y fuerzas no nos faltan. Se casó con una su patoja bien galana, me contó que era de Guadalajara. Y usted a quién le va, ¿a la águilas o a las chivas?».

–Pues yo le voy al Boca Juniors –contesté, dispuesto a defender mi militancia xeneize y de paso agregar que simpatizo con el Colo Colo de Chile y el Peñarol de Uruguay; también apoyo al Palestino.

–Buen equipo usté. A veces me pongo a ver los partidos –comentó el señor al completar el inflado de las llantas de mi bicicleta.

Estaba por despedirme cuando me fijé en una foto donde lo vi muy joven con su esposa, a bordo de una lancha adornada con flores.

–¿Esa foto donde se la tomaron? Se me hace que es el lago de Amatitlán, ¿no?

–A ver –el señor se puso sus lentes–, estábamos recién casados con mi señora. Eso fue allá por 1975, poquito antes del terremoto. Andábamos de luna de miel por México, en un lugar que le dicen Xochimilco. Y la foto que está a la par, esa no, la otra, la que tiene marco dorado, nos la tomaron cuando andábamos de excursión por Acapulco. En aquel tiempo salían bien baratos los viajes. El pisto abundaba y qué no se podía traer de allá. Ahí me saluda a sus papás, hace ratos que no los veo.