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Caminando por la Ciudad | Visita al Cementerio General

Redacción República
01 de noviembre, 2020

Visita al Cementerio General. Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

“Flores, flores para su ser querido, para su madrecita, papaíto o hijito que se nos adelantó”, gritan de manera frenética las vendedoras en el día de los muertos.

Todos los alrededores del Cementerio General reflejan algarabía, fiesta o tradición. El bar de enfrente, llamado “El último adiós”, está repleto de dolientes.

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Mientra tanto, los vendedores de lápidas de mármol no se dan abasto escribiendo mensajes de esperanza y sacros. Algunos de corazón, otros por remordimiento de los familiares que no fueron tan empáticos cuando el difunto estuvo vivo.

Los mariachis brindan sus mejores canciones de dolor, despecho, melancolía y hasta desamor a los visitantes.

Don Víctor ofrece ir a adornar, limpiar y colocar flores al difunto ya sepultado a cambio de un módico pago. Hasta se observan jóvenes con improvisados instrumentos musicales en miniconciertos de marchas fúnebres en los alrededores de cada panteón.

Ese día se almuerza fiambre, preparado con mucho curtido de vegetales, verduras y embutidos, con su toque de caldillo para sazonar y darle el sabor único que se disfruta una vez al año.

Algunos acostumbran comerlo al lado de la tumba del ser querido y compensado con un rico ayote en miel, manzanillas en dulce y su bebida espirituosa.

Doña Alicia, quien viaja desde Cobán con sus hermosas orquídeas para la venta, comenta que ese día es una locura en el mercadito de flores.

Hay quienes llegan por los crisantemos, otros prefieren las coronas florales, y no falta quien busque las flores de plástico para que le duren mucho tiempo como adorno en la tumba.

Se fija la cantidad de flores a comprar, se regatea el precio final. Siempre se le pone un regalito por su compra, ya sea velo de novia, follaje o algunas hojitas verdes para que el arreglo se vea más abundante y elegante, ya que es para un ser querido.

Don Víctor, aparte de limpiar y dar una manita de pintura de aceite a las tumbas, comenta que reconoce la actitud de algunos visitantes.

Mientras unos llegan con un gran dolor y mucho llanto sincero por la pena de haber perdido a su familiar.

Otros llegan muy tristes por el cargo de conciencia por no haber amado tanto a su ser que se fue, o por haber sido poco amoroso y no haber sido el mejor familiar.

Otros, según dice don Víctor, sólo visitan resignados y con desánimo porque no pueden cambiar el presente.

Algunos niños llegan con la ilusión de un paseo y comer rico al aire libre. No falta el que se asoma enojado porque el abuelo no le dejó nada en la herencia, pero debe llegar por guardar apariencias.

Lo que don Víctor y doña Alicia no se explican es por qué algunos dicen “el día de todos los santos”, “el día de los santos finados” o “el día de los muertos”. Parecieran distintas celebraciones pero son la misma fecha y la misma intención.

Lo que sí es un hecho es que ese día se celebra a los que ya partieron al más allá, se les recuerda, se cuentan anécdotas, experiencias y vivencias con ese amigo, vecino, familiar e incluso enemigo.

Se cuentan chistes, bromas y peleas que al final entrelazaron sus vidas, sin saber exactamente en dónde se encuentran, si pueden ver o escuchar lo que pasa aquí.

Es grato tomarse el tiempo un día al año para ir a adornar su actual morada, revivir su recuerdo, reír con dolor en el corazón, llorar y desahogarse, gritarle y pedirle perdón por lo que se les ofendió en vida. Hablar al aire como un loco y no perder la esperanza que algún día se puedan reencontrar en algún plano diferente.

Con la esperanza de volverse a ver, platicar y contarse tantas cosas que les tocó vivir separados, como crecieron los niños, como se ha envejecido un poco con el paso de los día. Con la promesa de volver el otro año y el otro, aunque hayan compromisos de otra índole.

Ese día es reservado para comer fiambre, ayote en miel, comprar flores, pintar, limpiar, cantar, llorar, reír, gritar y guardar silencio. Además, para confesar, correr, llevar sol o lluvia, brindar y retirarse con la esperanza más fuerte que nunca de saludarse de nuevo.

Caminando por la Ciudad | Visita al Cementerio General

Redacción República
01 de noviembre, 2020

Visita al Cementerio General. Caminando por la Ciudad es el blog de Ángel Álvarez, quien narra historias y situaciones de los habitantes de la capital y otras ciudades.

“Flores, flores para su ser querido, para su madrecita, papaíto o hijito que se nos adelantó”, gritan de manera frenética las vendedoras en el día de los muertos.

Todos los alrededores del Cementerio General reflejan algarabía, fiesta o tradición. El bar de enfrente, llamado “El último adiós”, está repleto de dolientes.

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Mientra tanto, los vendedores de lápidas de mármol no se dan abasto escribiendo mensajes de esperanza y sacros. Algunos de corazón, otros por remordimiento de los familiares que no fueron tan empáticos cuando el difunto estuvo vivo.

Los mariachis brindan sus mejores canciones de dolor, despecho, melancolía y hasta desamor a los visitantes.

Don Víctor ofrece ir a adornar, limpiar y colocar flores al difunto ya sepultado a cambio de un módico pago. Hasta se observan jóvenes con improvisados instrumentos musicales en miniconciertos de marchas fúnebres en los alrededores de cada panteón.

Ese día se almuerza fiambre, preparado con mucho curtido de vegetales, verduras y embutidos, con su toque de caldillo para sazonar y darle el sabor único que se disfruta una vez al año.

Algunos acostumbran comerlo al lado de la tumba del ser querido y compensado con un rico ayote en miel, manzanillas en dulce y su bebida espirituosa.

Doña Alicia, quien viaja desde Cobán con sus hermosas orquídeas para la venta, comenta que ese día es una locura en el mercadito de flores.

Hay quienes llegan por los crisantemos, otros prefieren las coronas florales, y no falta quien busque las flores de plástico para que le duren mucho tiempo como adorno en la tumba.

Se fija la cantidad de flores a comprar, se regatea el precio final. Siempre se le pone un regalito por su compra, ya sea velo de novia, follaje o algunas hojitas verdes para que el arreglo se vea más abundante y elegante, ya que es para un ser querido.

Don Víctor, aparte de limpiar y dar una manita de pintura de aceite a las tumbas, comenta que reconoce la actitud de algunos visitantes.

Mientras unos llegan con un gran dolor y mucho llanto sincero por la pena de haber perdido a su familiar.

Otros llegan muy tristes por el cargo de conciencia por no haber amado tanto a su ser que se fue, o por haber sido poco amoroso y no haber sido el mejor familiar.

Otros, según dice don Víctor, sólo visitan resignados y con desánimo porque no pueden cambiar el presente.

Algunos niños llegan con la ilusión de un paseo y comer rico al aire libre. No falta el que se asoma enojado porque el abuelo no le dejó nada en la herencia, pero debe llegar por guardar apariencias.

Lo que don Víctor y doña Alicia no se explican es por qué algunos dicen “el día de todos los santos”, “el día de los santos finados” o “el día de los muertos”. Parecieran distintas celebraciones pero son la misma fecha y la misma intención.

Lo que sí es un hecho es que ese día se celebra a los que ya partieron al más allá, se les recuerda, se cuentan anécdotas, experiencias y vivencias con ese amigo, vecino, familiar e incluso enemigo.

Se cuentan chistes, bromas y peleas que al final entrelazaron sus vidas, sin saber exactamente en dónde se encuentran, si pueden ver o escuchar lo que pasa aquí.

Es grato tomarse el tiempo un día al año para ir a adornar su actual morada, revivir su recuerdo, reír con dolor en el corazón, llorar y desahogarse, gritarle y pedirle perdón por lo que se les ofendió en vida. Hablar al aire como un loco y no perder la esperanza que algún día se puedan reencontrar en algún plano diferente.

Con la esperanza de volverse a ver, platicar y contarse tantas cosas que les tocó vivir separados, como crecieron los niños, como se ha envejecido un poco con el paso de los día. Con la promesa de volver el otro año y el otro, aunque hayan compromisos de otra índole.

Ese día es reservado para comer fiambre, ayote en miel, comprar flores, pintar, limpiar, cantar, llorar, reír, gritar y guardar silencio. Además, para confesar, correr, llevar sol o lluvia, brindar y retirarse con la esperanza más fuerte que nunca de saludarse de nuevo.