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De Autoridad y Autoritarismo

Carlos Díaz-Durán
26 de noviembre, 2020

La aprobación de un presupuesto deficitario e insostenible que requiere un nivel de deuda que tendremos que pagar por generaciones fue una afrenta para la población del país, que ya de por sí ha recibido golpe tras golpe este año. La respuesta, tanto de los diputados que aprobaron el presupuesto, como de las autoridades del ejecutivo que lo solicitaron, fue aún peor. El hartazgo de los ciudadanos provocó que nuevamente se produjeran manifestaciones, más o menos como aquellas de 2015 que tanta gente añora y muchas veces idealiza. 

En las manifestaciones, esta vez hubo una gran diferencia. Aunque la mayoría de las personas expresó su inconformidad de forma pacífica y ordenada, hubo un grupo que recurrió a la violencia y a la destrucción del patrimonio nacional, manchando y restando legitimidad a la actividad que había nuevamente logrado unir a población de diferentes sectores, trasfondos y líneas de pensamiento. 

El manejo de las autoridades de seguridad fue preocupante. El uso excesivo de fuerza y la aspersión de gases lacrimógenos en contra de personas que estaban congregadas pacíficamente no puede justificarse desde ninguna perspectiva. El manejo de las manifestaciones con tal uso de fuerza preocupa especialmente viniendo de un gobierno que ha recurrido sistemáticamente a los estados de excepción y ha transmitido constantemente un mensaje autoritario. 

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La tendencia al autoritarismo de nuestras actuales autoridades es cada vez mayor y se ve en los tres poderes del estado: diputados que aprueban leyes ilegítimas -el presupuesto es el ejemplo más reciente-; ejecutivo que hace lo que quiere y que recurre al uso excesivo de la fuerza y jueces y magistrados que en muchos casos resuelven en forma antojadiza y contraria a la ley. Día tras día, nuestras autoridades pierden cada vez más legitimidad y los ciudadanos muchas veces somos cómplices con nuestra permisividad. La pérdida de legitimidad de las autoridades que muchas veces parecen reírse en nuestra cara y el hartazgo de los ciudadanos llenos de indignación que pueden ser fácilmente manipulados por otro tipo de liderazgos oportunistas e igual de nefastos o peores que los actuales puede convertirse en la fórmula para el desastre. 

El respeto a las leyes y a las autoridades que están a cargo de cumplirlas y aplicarlas son fundamentales para que podamos convivir en sociedad de forma pacífica. El actuar de nuestros gobernantes y esa pérdida de legitimidad ha provocado que exista cada vez menos respeto a las leyes y a las autoridades, pues las autoridades y las normas que promulgan son cada vez menos respetables al ser injustas y contrarias a los principios sobre los que debe estar cimentada la república. Debemos tomar acción y poner un alto al actuar de nuestras autoridades, antes de que sea demasiado tarde. 

Ninguna sociedad puede existir, si no impera en algún grado el respeto a las leyes; pero es el caso que lo que da más seguridad para que sean respetadas las leyes, es que sean respetables. Cuando la ley y la moral se encuentran en contradicción, el ciudadano se encuentra en la cruel disyuntiva de perder la noción de lo moral o de perder el respeto a la ley, dos desgracias tan grandes una como la otra y entre las cuales es difícil elegir. Frederic Bastiat 

De Autoridad y Autoritarismo

Carlos Díaz-Durán
26 de noviembre, 2020

La aprobación de un presupuesto deficitario e insostenible que requiere un nivel de deuda que tendremos que pagar por generaciones fue una afrenta para la población del país, que ya de por sí ha recibido golpe tras golpe este año. La respuesta, tanto de los diputados que aprobaron el presupuesto, como de las autoridades del ejecutivo que lo solicitaron, fue aún peor. El hartazgo de los ciudadanos provocó que nuevamente se produjeran manifestaciones, más o menos como aquellas de 2015 que tanta gente añora y muchas veces idealiza. 

En las manifestaciones, esta vez hubo una gran diferencia. Aunque la mayoría de las personas expresó su inconformidad de forma pacífica y ordenada, hubo un grupo que recurrió a la violencia y a la destrucción del patrimonio nacional, manchando y restando legitimidad a la actividad que había nuevamente logrado unir a población de diferentes sectores, trasfondos y líneas de pensamiento. 

El manejo de las autoridades de seguridad fue preocupante. El uso excesivo de fuerza y la aspersión de gases lacrimógenos en contra de personas que estaban congregadas pacíficamente no puede justificarse desde ninguna perspectiva. El manejo de las manifestaciones con tal uso de fuerza preocupa especialmente viniendo de un gobierno que ha recurrido sistemáticamente a los estados de excepción y ha transmitido constantemente un mensaje autoritario. 

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La tendencia al autoritarismo de nuestras actuales autoridades es cada vez mayor y se ve en los tres poderes del estado: diputados que aprueban leyes ilegítimas -el presupuesto es el ejemplo más reciente-; ejecutivo que hace lo que quiere y que recurre al uso excesivo de la fuerza y jueces y magistrados que en muchos casos resuelven en forma antojadiza y contraria a la ley. Día tras día, nuestras autoridades pierden cada vez más legitimidad y los ciudadanos muchas veces somos cómplices con nuestra permisividad. La pérdida de legitimidad de las autoridades que muchas veces parecen reírse en nuestra cara y el hartazgo de los ciudadanos llenos de indignación que pueden ser fácilmente manipulados por otro tipo de liderazgos oportunistas e igual de nefastos o peores que los actuales puede convertirse en la fórmula para el desastre. 

El respeto a las leyes y a las autoridades que están a cargo de cumplirlas y aplicarlas son fundamentales para que podamos convivir en sociedad de forma pacífica. El actuar de nuestros gobernantes y esa pérdida de legitimidad ha provocado que exista cada vez menos respeto a las leyes y a las autoridades, pues las autoridades y las normas que promulgan son cada vez menos respetables al ser injustas y contrarias a los principios sobre los que debe estar cimentada la república. Debemos tomar acción y poner un alto al actuar de nuestras autoridades, antes de que sea demasiado tarde. 

Ninguna sociedad puede existir, si no impera en algún grado el respeto a las leyes; pero es el caso que lo que da más seguridad para que sean respetadas las leyes, es que sean respetables. Cuando la ley y la moral se encuentran en contradicción, el ciudadano se encuentra en la cruel disyuntiva de perder la noción de lo moral o de perder el respeto a la ley, dos desgracias tan grandes una como la otra y entre las cuales es difícil elegir. Frederic Bastiat