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Imperativo categórico

Warren Orbaugh
14 de diciembre, 2020

El otro día me preguntaba un alumno si podía ampliar sobre un término que use en mi artículo sobre Capitán América: el imperativo categórico de Kant. Este término lo usa el filósofo alemán en su libro Grundlegung zur Metaphysik der Sitten, que puede traducirse como Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, el primero de sus libros maduros en la filosofía de la moral y que sigue siendo uno de los más influyentes en su campo. La moral deriva su nombre del latín moralis, una palabra formada por Cicerón a partir de mos o moris que significa la voluntad y costumbre de una persona de actuar apropiadamente, de ahí que también sea sinónimo de bueno o correcto. A la filosofía moral también se la denomina ética, término derivado del griego éthos que significa forma de vida habitual o costumbre. 

La moralidad trata pues, de la correcta conducta habitual del hombre basada en su libre determinación, sujetas a su voluntad, por lo tanto, aquellas de las que es responsable. Un código moral entonces, es un conjunto de valores morales y reglas o normas para alcanzarlos, que sirven de guía para las elecciones y acciones del hombre, determinados por su concepción del mundo. Se compone pues, de dos partes: una que evalúa lo que es bueno; y la otra, cómo alcanzamos lo bueno. Es una teoría normativa – que dice como uno debe actuar –, derivada de una teoría descriptiva, una concepción del mundo. De su visión del mundo es que el hombre concibe cual es el propósito de su vida. Si cree que el mundo se compone de seres con alma, una tierra donde la vida es una prueba, un infierno a donde se va por la eternidad si se porta mal y un cielo a donde se va si se porta bien, su propósito será actuar para salvar su alma. Si cree que sólo existe esta tierra, y que su vida es limitada temporalmente, su propósito será actuar para vivir su vida lo mejor que pueda. 

Existen tantos códigos morales como visiones del mundo: el místico, que declara que las verdades morales son mandamientos dados por Dios; el intuicionista, que supone que las verdades morales son evidentes; el contractualista, que supone que las verdades morales se establecen por consenso entre los individuos de un grupo; el racionalista, que afirma que las verdades morales son objetivas y tienen su base en la razón a priori; el utilitarista, que sostiene que las verdades morales se determinan por su utilidad; el prudencial, que manifiesta que las verdades morales son objetivas y se determinan por la razón a posteriori. Éstos a su vez pueden clasificarse en deontología, que se enfoca en principios o reglas y en la pregunta “¿es esta acción correcta?”; en consecuencialismo, que se enfoca en los resultados del acto y en la pregunta “¿es esta la mejor acción?”; y en ética de las virtudes, que se enfoca en el carácter y en la pregunta “¿es esto lo que haría una persona virtuosa o buena?”.

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La preocupación de Kant, el más importante exponente del racionalismo y la deontología, es metaética, es decir, con los fundamentos de la moralidad misma. La metaética se ocupa de preguntas como “¿qué es moral?”, ¿cuál es su naturaleza?”, “¿es algo objetivo que debe descubrirse?”, o “¿es más bien una preferencia, una opinión, o convención cultural?”. El filósofo prusiano sostiene que la ética es una ciencia que busca descubrir verdades morales. Su posición en este asunto se denomina realismo moral, la convicción de que existen hechos morales, de la misma manera que hechos científicos. Desde esta perspectiva, cada proposición moral sólo puede ser verdadera o falsa, algunas acciones son simplemente malas y otras indisputablemente buenas. Por ejemplo, iniciar la violencia contra otro es siempre malo y respetar los derechos individuales siempre bueno. El problema con el que se ocupa en sus libros se conoce como el problema de fundamentación, que consiste en la búsqueda de un fundamento para nuestras convicciones morales, algo sólido que las haga verdad en el sentido de ser claras, objetivas y firmes.  

Considera Kant, que la religión y la moral hacen una pareja terrible y que deben mantenerse separadas. Para determinar lo que es correcto se debe usar la razón, y las verdades morales son las mismas para todos, al igual que 2 + 2 = 4, independientemente de sus creencias religiosas o falta de ellas. En la búsqueda de estos fundamentos, Kant reflexiona sobre varios tipos de acciones. Por ejemplo, si una persona desea tener más dinero, debe conseguir un trabajo extra para producirlo. Si desea ser campeón mundial de ciclismo, debe entrenar más. Pero este tipo de actos dice Kant, carecen de valor moral. No se puede acusar a alguien de moral o inmoral por desear o no desear más dinero y por tanto actuar o no actuar para obtenerlo. Lo mismo con el deportista. Puede ser que el sujeto valore más el tiempo que pasa con su familia que el dinero extra o un campeonato mundial en ciclismo. La mayor de las veces, el que debamos o no hacer algo, no es realmente una elección moral, sino más bien contingente con los deseos o inclinaciones.

Los actos para alcanzar un fin determinado precisan de lo que Kant llama un imperativo. El imperativo es un mandato de la razón que indica que algo sería bueno hacerlo o no hacerlo y se lo dice a una voluntad que no siempre hace algo porque ha sido informada que esto es bueno hacerlo. Los imperativos son pues, fórmulas para expresar la relación de reglas o leyes objetivas de la voluntad con la imperfección subjetiva de la voluntad de esta o aquella voluntad humana que puede ceder a sus inclinaciones sin cuestionar si la acción es buena o no. Todo imperativo se expresa por un “debe”. Por éste se marca la relación de una ley objetiva de la razón con una voluntad que no está necesariamente determinada por esta ley en virtud de su constitución subjetiva. Así, si desea ganar más dinero, debe conseguir un trabajo extra y no ceder a su holgazanería. Si desea ser el campeón mundial de ciclismo, debe entrenar más y no ceder a su pereza.

Todo mandato imperativo es o hipotético o categórico. El imperativo hipotético declara que una posible acción es prácticamente necesaria como medio para alcanzar un fin, es decir, algo que uno desea o que uno puede desear, como ganar más dinero o ganar el campeonato mundial de ciclismo. Éste es un imperativo pragmático – le atañe el bienestar. Se expresa como una proposición hipotética, con un antecedente y un consecuente: «Si deseo ganar más dinero, entonces debo conseguir un trabajo extra.»

El imperativo categórico declara que una acción es objetivamente necesaria en sí misma, independientemente de su relación con un fin futuro. Éste es un imperativo moral – le atañe la conducta libre y moralmente buena. Se expresa como una proposición categórica: «La conducta correcta es obrar sólo según una máxima tal, que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal sin contradicción.» O «Lo correcto es obrar de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio.» 

Kant reconoce el hecho evidente en sí mismo de que no somos meramente objetos que existen para ser utilizados por otros. Somos nuestros propios fines. Por ser racionales y autónomos, tenemos la habilidad de establecer nuestros fines y actuar para alcanzarlos. Las tazas existen para los que toman café. El humano existe para sí mismo. Y de este hecho, por mero raciocinio a priori llega a establecer la fórmula de ley universal y la de humanismo como principios prácticos apodícticos expresados en los imperativos categóricos morales antes mencionados. El principio de la humanidad, y en general de cada agente racional, como un fin en sí mismo, no viene de la experiencia; primero porque es universal, aplicando a todo ser racional; segundo porque en éste se concibe a la humanidad, no como un fin del hombre – es decir, como objeto que puede convertirse en un fin – sino que como un fin objetivo – uno que, sean nuestros fines los que sean, debe, como ley, constituir la condición limitante suprema de todo fin subjetivo y por tanto debe surgir de la razón pura.

Y hay un fin, dice Kant, que puede presuponerse como actual en todo ser racional, y por tanto hay un propósito que no sólo pueden tener, pero que ciertamente todos tienen por necesidad natural – el propósito de la felicidad, que es la satisfacción de todas nuestras inclinaciones. La habilidad en la elección de medios para fomentar la propia felicidad y bienestar puede denominarse prudencia, en el sentido de buscar lo que a uno le es ventajoso. Así pues, un imperativo pragmático que se ocupa con la elección de medios para conseguir la propia felicidad – es decir, un mandato de prudencia – es hipotético: una acción que es comandada, no absolutamente, sino sólo como medio para un fin.

Ahora, afirma Kant que la felicidad por sí sola dista mucho de ser para nuestra razón el bien más completo. Ésta no la aprueba, por más que la inclinación pueda desearla, si no va unida a la dignidad de ser feliz, es decir, al buen comportamiento moral. Por tanto, la felicidad, aunque un bien, no es el bien supremo, sino la felicidad proporcionada a la moralidad de los entes racionales por el hecho de que sean dignos de ella. 

Indispensable del buen comportamiento moral es la buena voluntad.  La buena voluntad es lo único en el mundo que puede concebirse como bueno sin calificación, porque la inteligencia, el ingenio, el juicio y cualquier otro talento de la mente que se desee mencionar, o la valentía, resolución, determinación, como cualidades del temperamento, son sin duda buenos y deseables, pero pueden también ser malos y dañinos cuando la voluntad de usar esos talentos es mala, cuando la intención es mala. 

La buena voluntad es la disposición a regir la propia conducta conforme a leyes morales, es decir, a los imperativos categóricos. La voluntad es por tanto no meramente sujeto de la ley, sino también sujeto que debe considerarse como hacedor de la ley. Los imperativos así formulados gozan conformidad de acción con la ley universal en la analogía de un orden natural y en la imposición universal de la supremacía de seres racionales en ellos mismos como fines – por el hecho de ser categóricos y excluyen de autoridad soberana toda mezcla de interés como motivo. Este es el principio de autonomía que se distingue de todos los otros que llamamos heteronomía. Así, un ser racional pertenece al reino universal de los fines morales como miembro, cuando, aunque él hace la ley universal, él también se rige por estas leyes. 

Examinemos los ejemplos del que quiere ganar más dinero y del que desea ser campeón mundial de ciclismo. Sus respectivas acciones serán morales si y sólo si, su imperativo pragmático o prudencial va unido al imperativo moral. Es en la libre elección de los medios a su disposición que reside el valor moral. Bernie Madoff eligió como medio para aumentar su riqueza y tener lo que anhelaba, el fraude. Usó a sus clientes meramente como medios para conseguir sus fines, no respetó su humanidad, no se hizo digno de ser feliz. Lance Armstrong eligió como medio para ser campeón mundial de ciclismo, el fraude. Se usó a sí mismo meramente como un medio poniendo en riesgo su salud al doparse, y uso a los árbitros y jueces meramente como medios al engañarlos, ya que de saber que él hacía trampa, no le habrían concedido ninguna victoria ni medalla. Tampoco se hizo digno de ser feliz.

El imperativo categórico es una ley de moralidad objetiva, general y universal, aplicable a toda situación.

Imperativo categórico

Warren Orbaugh
14 de diciembre, 2020

El otro día me preguntaba un alumno si podía ampliar sobre un término que use en mi artículo sobre Capitán América: el imperativo categórico de Kant. Este término lo usa el filósofo alemán en su libro Grundlegung zur Metaphysik der Sitten, que puede traducirse como Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, el primero de sus libros maduros en la filosofía de la moral y que sigue siendo uno de los más influyentes en su campo. La moral deriva su nombre del latín moralis, una palabra formada por Cicerón a partir de mos o moris que significa la voluntad y costumbre de una persona de actuar apropiadamente, de ahí que también sea sinónimo de bueno o correcto. A la filosofía moral también se la denomina ética, término derivado del griego éthos que significa forma de vida habitual o costumbre. 

La moralidad trata pues, de la correcta conducta habitual del hombre basada en su libre determinación, sujetas a su voluntad, por lo tanto, aquellas de las que es responsable. Un código moral entonces, es un conjunto de valores morales y reglas o normas para alcanzarlos, que sirven de guía para las elecciones y acciones del hombre, determinados por su concepción del mundo. Se compone pues, de dos partes: una que evalúa lo que es bueno; y la otra, cómo alcanzamos lo bueno. Es una teoría normativa – que dice como uno debe actuar –, derivada de una teoría descriptiva, una concepción del mundo. De su visión del mundo es que el hombre concibe cual es el propósito de su vida. Si cree que el mundo se compone de seres con alma, una tierra donde la vida es una prueba, un infierno a donde se va por la eternidad si se porta mal y un cielo a donde se va si se porta bien, su propósito será actuar para salvar su alma. Si cree que sólo existe esta tierra, y que su vida es limitada temporalmente, su propósito será actuar para vivir su vida lo mejor que pueda. 

Existen tantos códigos morales como visiones del mundo: el místico, que declara que las verdades morales son mandamientos dados por Dios; el intuicionista, que supone que las verdades morales son evidentes; el contractualista, que supone que las verdades morales se establecen por consenso entre los individuos de un grupo; el racionalista, que afirma que las verdades morales son objetivas y tienen su base en la razón a priori; el utilitarista, que sostiene que las verdades morales se determinan por su utilidad; el prudencial, que manifiesta que las verdades morales son objetivas y se determinan por la razón a posteriori. Éstos a su vez pueden clasificarse en deontología, que se enfoca en principios o reglas y en la pregunta “¿es esta acción correcta?”; en consecuencialismo, que se enfoca en los resultados del acto y en la pregunta “¿es esta la mejor acción?”; y en ética de las virtudes, que se enfoca en el carácter y en la pregunta “¿es esto lo que haría una persona virtuosa o buena?”.

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La preocupación de Kant, el más importante exponente del racionalismo y la deontología, es metaética, es decir, con los fundamentos de la moralidad misma. La metaética se ocupa de preguntas como “¿qué es moral?”, ¿cuál es su naturaleza?”, “¿es algo objetivo que debe descubrirse?”, o “¿es más bien una preferencia, una opinión, o convención cultural?”. El filósofo prusiano sostiene que la ética es una ciencia que busca descubrir verdades morales. Su posición en este asunto se denomina realismo moral, la convicción de que existen hechos morales, de la misma manera que hechos científicos. Desde esta perspectiva, cada proposición moral sólo puede ser verdadera o falsa, algunas acciones son simplemente malas y otras indisputablemente buenas. Por ejemplo, iniciar la violencia contra otro es siempre malo y respetar los derechos individuales siempre bueno. El problema con el que se ocupa en sus libros se conoce como el problema de fundamentación, que consiste en la búsqueda de un fundamento para nuestras convicciones morales, algo sólido que las haga verdad en el sentido de ser claras, objetivas y firmes.  

Considera Kant, que la religión y la moral hacen una pareja terrible y que deben mantenerse separadas. Para determinar lo que es correcto se debe usar la razón, y las verdades morales son las mismas para todos, al igual que 2 + 2 = 4, independientemente de sus creencias religiosas o falta de ellas. En la búsqueda de estos fundamentos, Kant reflexiona sobre varios tipos de acciones. Por ejemplo, si una persona desea tener más dinero, debe conseguir un trabajo extra para producirlo. Si desea ser campeón mundial de ciclismo, debe entrenar más. Pero este tipo de actos dice Kant, carecen de valor moral. No se puede acusar a alguien de moral o inmoral por desear o no desear más dinero y por tanto actuar o no actuar para obtenerlo. Lo mismo con el deportista. Puede ser que el sujeto valore más el tiempo que pasa con su familia que el dinero extra o un campeonato mundial en ciclismo. La mayor de las veces, el que debamos o no hacer algo, no es realmente una elección moral, sino más bien contingente con los deseos o inclinaciones.

Los actos para alcanzar un fin determinado precisan de lo que Kant llama un imperativo. El imperativo es un mandato de la razón que indica que algo sería bueno hacerlo o no hacerlo y se lo dice a una voluntad que no siempre hace algo porque ha sido informada que esto es bueno hacerlo. Los imperativos son pues, fórmulas para expresar la relación de reglas o leyes objetivas de la voluntad con la imperfección subjetiva de la voluntad de esta o aquella voluntad humana que puede ceder a sus inclinaciones sin cuestionar si la acción es buena o no. Todo imperativo se expresa por un “debe”. Por éste se marca la relación de una ley objetiva de la razón con una voluntad que no está necesariamente determinada por esta ley en virtud de su constitución subjetiva. Así, si desea ganar más dinero, debe conseguir un trabajo extra y no ceder a su holgazanería. Si desea ser el campeón mundial de ciclismo, debe entrenar más y no ceder a su pereza.

Todo mandato imperativo es o hipotético o categórico. El imperativo hipotético declara que una posible acción es prácticamente necesaria como medio para alcanzar un fin, es decir, algo que uno desea o que uno puede desear, como ganar más dinero o ganar el campeonato mundial de ciclismo. Éste es un imperativo pragmático – le atañe el bienestar. Se expresa como una proposición hipotética, con un antecedente y un consecuente: «Si deseo ganar más dinero, entonces debo conseguir un trabajo extra.»

El imperativo categórico declara que una acción es objetivamente necesaria en sí misma, independientemente de su relación con un fin futuro. Éste es un imperativo moral – le atañe la conducta libre y moralmente buena. Se expresa como una proposición categórica: «La conducta correcta es obrar sólo según una máxima tal, que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal sin contradicción.» O «Lo correcto es obrar de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio.» 

Kant reconoce el hecho evidente en sí mismo de que no somos meramente objetos que existen para ser utilizados por otros. Somos nuestros propios fines. Por ser racionales y autónomos, tenemos la habilidad de establecer nuestros fines y actuar para alcanzarlos. Las tazas existen para los que toman café. El humano existe para sí mismo. Y de este hecho, por mero raciocinio a priori llega a establecer la fórmula de ley universal y la de humanismo como principios prácticos apodícticos expresados en los imperativos categóricos morales antes mencionados. El principio de la humanidad, y en general de cada agente racional, como un fin en sí mismo, no viene de la experiencia; primero porque es universal, aplicando a todo ser racional; segundo porque en éste se concibe a la humanidad, no como un fin del hombre – es decir, como objeto que puede convertirse en un fin – sino que como un fin objetivo – uno que, sean nuestros fines los que sean, debe, como ley, constituir la condición limitante suprema de todo fin subjetivo y por tanto debe surgir de la razón pura.

Y hay un fin, dice Kant, que puede presuponerse como actual en todo ser racional, y por tanto hay un propósito que no sólo pueden tener, pero que ciertamente todos tienen por necesidad natural – el propósito de la felicidad, que es la satisfacción de todas nuestras inclinaciones. La habilidad en la elección de medios para fomentar la propia felicidad y bienestar puede denominarse prudencia, en el sentido de buscar lo que a uno le es ventajoso. Así pues, un imperativo pragmático que se ocupa con la elección de medios para conseguir la propia felicidad – es decir, un mandato de prudencia – es hipotético: una acción que es comandada, no absolutamente, sino sólo como medio para un fin.

Ahora, afirma Kant que la felicidad por sí sola dista mucho de ser para nuestra razón el bien más completo. Ésta no la aprueba, por más que la inclinación pueda desearla, si no va unida a la dignidad de ser feliz, es decir, al buen comportamiento moral. Por tanto, la felicidad, aunque un bien, no es el bien supremo, sino la felicidad proporcionada a la moralidad de los entes racionales por el hecho de que sean dignos de ella. 

Indispensable del buen comportamiento moral es la buena voluntad.  La buena voluntad es lo único en el mundo que puede concebirse como bueno sin calificación, porque la inteligencia, el ingenio, el juicio y cualquier otro talento de la mente que se desee mencionar, o la valentía, resolución, determinación, como cualidades del temperamento, son sin duda buenos y deseables, pero pueden también ser malos y dañinos cuando la voluntad de usar esos talentos es mala, cuando la intención es mala. 

La buena voluntad es la disposición a regir la propia conducta conforme a leyes morales, es decir, a los imperativos categóricos. La voluntad es por tanto no meramente sujeto de la ley, sino también sujeto que debe considerarse como hacedor de la ley. Los imperativos así formulados gozan conformidad de acción con la ley universal en la analogía de un orden natural y en la imposición universal de la supremacía de seres racionales en ellos mismos como fines – por el hecho de ser categóricos y excluyen de autoridad soberana toda mezcla de interés como motivo. Este es el principio de autonomía que se distingue de todos los otros que llamamos heteronomía. Así, un ser racional pertenece al reino universal de los fines morales como miembro, cuando, aunque él hace la ley universal, él también se rige por estas leyes. 

Examinemos los ejemplos del que quiere ganar más dinero y del que desea ser campeón mundial de ciclismo. Sus respectivas acciones serán morales si y sólo si, su imperativo pragmático o prudencial va unido al imperativo moral. Es en la libre elección de los medios a su disposición que reside el valor moral. Bernie Madoff eligió como medio para aumentar su riqueza y tener lo que anhelaba, el fraude. Usó a sus clientes meramente como medios para conseguir sus fines, no respetó su humanidad, no se hizo digno de ser feliz. Lance Armstrong eligió como medio para ser campeón mundial de ciclismo, el fraude. Se usó a sí mismo meramente como un medio poniendo en riesgo su salud al doparse, y uso a los árbitros y jueces meramente como medios al engañarlos, ya que de saber que él hacía trampa, no le habrían concedido ninguna victoria ni medalla. Tampoco se hizo digno de ser feliz.

El imperativo categórico es una ley de moralidad objetiva, general y universal, aplicable a toda situación.