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Narcisos Virtuales: la depravación de las redes sociales (I)

Juan Diego Godoy
17 de diciembre, 2020

Estamos metidos un gran lío y pareciera que no nos estamos dando cuenta. Yo por lo menos no era consciente hasta ahora, gracias que he estado trabajando de cerca con un sin número de ex- pertos y profesionales —desde psicólogos, profesores, sociólogos, economistas, mercadólogos, científicos y desarrolladores web— haciendo artículos y reportajes periodísticos sobre tecnología y redes sociales. El lío es este: estamos priorizando aquello que supuestamente somos y que su- cede en el mundo virtual sobre lo que realmente somos y sucede en el mundo real.

Vamos a ello.

No hay ningún secreto detrás. El estimulo de las redes sociales es altísimo. La retroalimentación inmediata que producen las interacciones en el contenido que publicamos —como los “me gus- ta”, “compartidos” y “comentarios”— es adictiva porque responde rápida y eficazmente a una necesidad humana: sentirnos apreciados, saber que encajamos y rodearnos de cariño…aunque sea virtual. Por eso, nos encantan las redes sociales pues además de los estímulos buenos, estas también nos permiten crear nuestras propias circunstancias; un avatar de una imagen idealizada de ti, de vos, de usted. Es lo que el usuario quisiera ser o la mejor versión de él mismo. Sin em- bargo, sucede que si tenemos la capacidad de crearnos una imagen que vamos a presentar al público de la manera que nosotros queramos —estética, intelectual, moral e idealista— comen- zamos a enamorarnos de aquella representación perfecta. En las redes controlamos las circuns- tancias virtuales: qué digo, cómo lo digo, cuándo lo digo y además, como quiero que los demás reaccionen con eso que digo y a quiénes va dirigido —cosa que nunca pasa con las circunstan- cias reales. Y por eso cada vez le dedicamos más tiempo. Más minutos al intercambio de mensa- jes instantáneos, más horas a la lectura de tuits, más días a la elección, producción y edición de fotografías para Instagram.

Ese Yo Virtual —el avatar que somos en redes— es cada vez más demandante. Pero el problema está en que el Yo Real —quien realmente somos— no desaparece ni se puede poner en pausa. Conviven entonces las circunstancias virtuales con las reales y para muchos el Yo Virtual comien- za a condicionar al Yo Real y no al revés, como lógicamente debería ser. El Yo Real, que es lo úni- co auténtico, es lo que es y lo que hay y lo que realmente vale, se convierte en un títere del Yo Virtual y claro, en un personaje que como no puede ser perfecto —porque es humano— frustra. El Yo Real no puede ser siempre cordial ni tampoco saberlo todo. El Yo Real no puede estar en forma y lucir siempre el tipo cuerpo que la moda impone. El Yo Real no puede estar en todas par- tes y socializar con todas las personas. El Yo Real necesita dormir. El Yo Real se deprime, se en- fada, se equivoca y fracasa. El Yo Real no siempre es un imán de todo tipo de “me gustas” por- que no está hecho para eso. Y allí es cuando hacemos corto circuito.

Esta dualidad del Yo me recuerda al mito de Narciso. Para quienes no lo recuerdan, aquí un re- sumen del resumen: Narciso, un joven guapo, cuerpo de David, perfil griego, y todo el estereotipo de “hermosura” que nos ha vendido el mercadeo, se enamora de su reflejo en un río. Tal fue el enamoramiento que un día intenta ir a por su reflejo, conseguirlo, besarlo, tenerlo. Se sumerge hasta ahogarse y como la muerte le llega a feos y guapos, Narciso también muere. Este mito ha cobrado vida con Instagram, Twitter, Facebook, Tinder, TikTok. Nos estamos enamorando noso- tros de la imagen que hemos creado de nosotros mismos en las redes, somos unos Narcisos que poco a poco se sumergen en el río de la perfección virtual. El problema lo encontraremos cuando lleguemos al fondo y nos demos cuenta de que hemos equiparado las circunstancias virtuales con las circunstancias reales a sabiendas de que esto es una utopía.

Hemos de aceptarlo, porque es la verdad: lo virtual es solo una pequeña parte de lo real. Y com- probarlo es sencillo. ¿Cuántas conversaciones en Twitter realmente tienen efecto en las conver- saciones callejeras? ¿Cuántos seguidores de Instagram son, realmente, seguidores nuestros? ¿Cuántos amigos de Facebook son nuestros amigos? ¿Cuántos WhatsApps son útiles?

Nos falta el pensamiento crítico para comprender que esas circunstancias virtuales son eso: vir- tuales, falsas, digitales. ¿Por qué huimos de la posibilidad de conocernos a nosotros mismos y preferimos refugiarnos en un ideal virtual que hemos creado para que sea perfecto y no conozcadefectos? No lo sé, pero ya basta. Las redes sociales son un invento impresionante. Son buenas si dejamos de mal utilizarlas y crear mundos paralelos infestados de Narcisos, aunque eso tam- bién sea una utopía en sí misma. Salgamos del lío, que ya es suficiente con este que tenemos en el mundo real.

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Narcisos Virtuales: la depravación de las redes sociales (I)

Juan Diego Godoy
17 de diciembre, 2020

Estamos metidos un gran lío y pareciera que no nos estamos dando cuenta. Yo por lo menos no era consciente hasta ahora, gracias que he estado trabajando de cerca con un sin número de ex- pertos y profesionales —desde psicólogos, profesores, sociólogos, economistas, mercadólogos, científicos y desarrolladores web— haciendo artículos y reportajes periodísticos sobre tecnología y redes sociales. El lío es este: estamos priorizando aquello que supuestamente somos y que su- cede en el mundo virtual sobre lo que realmente somos y sucede en el mundo real.

Vamos a ello.

No hay ningún secreto detrás. El estimulo de las redes sociales es altísimo. La retroalimentación inmediata que producen las interacciones en el contenido que publicamos —como los “me gus- ta”, “compartidos” y “comentarios”— es adictiva porque responde rápida y eficazmente a una necesidad humana: sentirnos apreciados, saber que encajamos y rodearnos de cariño…aunque sea virtual. Por eso, nos encantan las redes sociales pues además de los estímulos buenos, estas también nos permiten crear nuestras propias circunstancias; un avatar de una imagen idealizada de ti, de vos, de usted. Es lo que el usuario quisiera ser o la mejor versión de él mismo. Sin em- bargo, sucede que si tenemos la capacidad de crearnos una imagen que vamos a presentar al público de la manera que nosotros queramos —estética, intelectual, moral e idealista— comen- zamos a enamorarnos de aquella representación perfecta. En las redes controlamos las circuns- tancias virtuales: qué digo, cómo lo digo, cuándo lo digo y además, como quiero que los demás reaccionen con eso que digo y a quiénes va dirigido —cosa que nunca pasa con las circunstan- cias reales. Y por eso cada vez le dedicamos más tiempo. Más minutos al intercambio de mensa- jes instantáneos, más horas a la lectura de tuits, más días a la elección, producción y edición de fotografías para Instagram.

Ese Yo Virtual —el avatar que somos en redes— es cada vez más demandante. Pero el problema está en que el Yo Real —quien realmente somos— no desaparece ni se puede poner en pausa. Conviven entonces las circunstancias virtuales con las reales y para muchos el Yo Virtual comien- za a condicionar al Yo Real y no al revés, como lógicamente debería ser. El Yo Real, que es lo úni- co auténtico, es lo que es y lo que hay y lo que realmente vale, se convierte en un títere del Yo Virtual y claro, en un personaje que como no puede ser perfecto —porque es humano— frustra. El Yo Real no puede ser siempre cordial ni tampoco saberlo todo. El Yo Real no puede estar en forma y lucir siempre el tipo cuerpo que la moda impone. El Yo Real no puede estar en todas par- tes y socializar con todas las personas. El Yo Real necesita dormir. El Yo Real se deprime, se en- fada, se equivoca y fracasa. El Yo Real no siempre es un imán de todo tipo de “me gustas” por- que no está hecho para eso. Y allí es cuando hacemos corto circuito.

Esta dualidad del Yo me recuerda al mito de Narciso. Para quienes no lo recuerdan, aquí un re- sumen del resumen: Narciso, un joven guapo, cuerpo de David, perfil griego, y todo el estereotipo de “hermosura” que nos ha vendido el mercadeo, se enamora de su reflejo en un río. Tal fue el enamoramiento que un día intenta ir a por su reflejo, conseguirlo, besarlo, tenerlo. Se sumerge hasta ahogarse y como la muerte le llega a feos y guapos, Narciso también muere. Este mito ha cobrado vida con Instagram, Twitter, Facebook, Tinder, TikTok. Nos estamos enamorando noso- tros de la imagen que hemos creado de nosotros mismos en las redes, somos unos Narcisos que poco a poco se sumergen en el río de la perfección virtual. El problema lo encontraremos cuando lleguemos al fondo y nos demos cuenta de que hemos equiparado las circunstancias virtuales con las circunstancias reales a sabiendas de que esto es una utopía.

Hemos de aceptarlo, porque es la verdad: lo virtual es solo una pequeña parte de lo real. Y com- probarlo es sencillo. ¿Cuántas conversaciones en Twitter realmente tienen efecto en las conver- saciones callejeras? ¿Cuántos seguidores de Instagram son, realmente, seguidores nuestros? ¿Cuántos amigos de Facebook son nuestros amigos? ¿Cuántos WhatsApps son útiles?

Nos falta el pensamiento crítico para comprender que esas circunstancias virtuales son eso: vir- tuales, falsas, digitales. ¿Por qué huimos de la posibilidad de conocernos a nosotros mismos y preferimos refugiarnos en un ideal virtual que hemos creado para que sea perfecto y no conozcadefectos? No lo sé, pero ya basta. Las redes sociales son un invento impresionante. Son buenas si dejamos de mal utilizarlas y crear mundos paralelos infestados de Narcisos, aunque eso tam- bién sea una utopía en sí misma. Salgamos del lío, que ya es suficiente con este que tenemos en el mundo real.

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