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El lado humano

Carlos Díaz-Durán
21 de enero, 2021

Lugar tétrico, como de película de miedo. “Siento que estoy en la cárcel”, dice una niña de 7 años tras 6 horas de espera en una sala lúdica, que de lúdica no tiene más que el nombre. La sala tiene barrotes en las ventanas. En las instalaciones hay guardias del Organismo Judicial y agentes de la Policía Nacional Civil. No es difícil entender que la niña se sienta en una cárcel. En la sala se encuentra también su hermana menor, y las acompaña una niñera de la Procuraduría General de la Nación, misma que iba con ellas en el carro oficial en el que se les trasladó al juzgado desde la PGN, acompañadas también por un custodio. 

Ha sido un día largo para las niñas, más de 12 horas de incertidumbre desde que llegaron a su cita en la PGN. Mientras esperan, se encuentra afuera su madre, quien tiene su custodia, y lleva también 12 horas de sufrimiento. Espera con incómodamente con una mascarilla que la sofoca y le recuerda el riesgo innecesario al que se están exponiendo ella y sus hijas de contagiarse de coronavirus. La escena se agrava, con la llegada al centro de una niña en los brazos de una agente de la Policía Nacional Civil quien ha sido desamparada por sus padres y necesita el abrigo del sistema. 

Para la madre, el miedo de contraer el temido virus, es pequeño en comparación a la angustia de no saber si sus hijas van a regresar a dormir con ella a su hogar o si van a amanecer en un lugar tan sombrío como el que se encuentran, sin nadie que conozcan. ¿Por qué tengo que comer aquí? ¿Por qué tengo que hablar con un montón de extraños y contarles como vivo? ¿Por qué no puedo salir de aquí? Preguntan inocentemente las niñas. 

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¿Cómo llegaron hasta allí si tienen una madre que las cuida y las atiende? Un esposo -su papá- quien recién se divorció de su mamá, trató de utilizar el sistema a su favor, sin darse cuenta del daño que les estaba causando a sus hijas. Mientras tanto, en el juzgado de turno de niñez y adolescencia, las cosas continúan con aparente calma. No se lleva a cabo ninguna audiencia y nadie parece tener prisa por que se lleve a cabo la audiencia de las niñas. Cerca de la medianoche finalmente se lleva a cabo la audiencia y las niñas pueden regresar a dormir a su casa. En el juzgado de turno, la noche está cerca de terminar, deben continuar atendiendo casos de niños que realmente están en condiciones de riesgo. 

Por dramática que pueda parecer, se trata de una historia real, como muchas otras que se viven todos los días en los juzgados de niñez y adolescencia, que, como gran parte del Organismo Judicial se encuentran al borde del colapso. Las niñas de la historia tienen la suerte de contar con una familia que se preocupa por ellas y que hará hasta lo imposible por que se encuentren bien y no tengan que atravesar este tipo de traumas permanentemente. Sin embargo, gran parte de los casos que se presentan en los juzgados, son de niños que sí necesitan el abrigo del sistema. 

Lastimosamente, el sistema judicial es sumamente deficiente en este sentido. Aunado a lo anterior, nuestro sistema de abrigo temporal de niñez y adolescencia y el sistema de adopciones son igual de deficientes. Como país, nos urge revisar el sistema de protección de niñez y adolescencia y el sistema de adopciones, este último de una forma que funcione, pues la última vez que se reformó, la solución resultó ser peor que el problema. 

El lado humano

Carlos Díaz-Durán
21 de enero, 2021

Lugar tétrico, como de película de miedo. “Siento que estoy en la cárcel”, dice una niña de 7 años tras 6 horas de espera en una sala lúdica, que de lúdica no tiene más que el nombre. La sala tiene barrotes en las ventanas. En las instalaciones hay guardias del Organismo Judicial y agentes de la Policía Nacional Civil. No es difícil entender que la niña se sienta en una cárcel. En la sala se encuentra también su hermana menor, y las acompaña una niñera de la Procuraduría General de la Nación, misma que iba con ellas en el carro oficial en el que se les trasladó al juzgado desde la PGN, acompañadas también por un custodio. 

Ha sido un día largo para las niñas, más de 12 horas de incertidumbre desde que llegaron a su cita en la PGN. Mientras esperan, se encuentra afuera su madre, quien tiene su custodia, y lleva también 12 horas de sufrimiento. Espera con incómodamente con una mascarilla que la sofoca y le recuerda el riesgo innecesario al que se están exponiendo ella y sus hijas de contagiarse de coronavirus. La escena se agrava, con la llegada al centro de una niña en los brazos de una agente de la Policía Nacional Civil quien ha sido desamparada por sus padres y necesita el abrigo del sistema. 

Para la madre, el miedo de contraer el temido virus, es pequeño en comparación a la angustia de no saber si sus hijas van a regresar a dormir con ella a su hogar o si van a amanecer en un lugar tan sombrío como el que se encuentran, sin nadie que conozcan. ¿Por qué tengo que comer aquí? ¿Por qué tengo que hablar con un montón de extraños y contarles como vivo? ¿Por qué no puedo salir de aquí? Preguntan inocentemente las niñas. 

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¿Cómo llegaron hasta allí si tienen una madre que las cuida y las atiende? Un esposo -su papá- quien recién se divorció de su mamá, trató de utilizar el sistema a su favor, sin darse cuenta del daño que les estaba causando a sus hijas. Mientras tanto, en el juzgado de turno de niñez y adolescencia, las cosas continúan con aparente calma. No se lleva a cabo ninguna audiencia y nadie parece tener prisa por que se lleve a cabo la audiencia de las niñas. Cerca de la medianoche finalmente se lleva a cabo la audiencia y las niñas pueden regresar a dormir a su casa. En el juzgado de turno, la noche está cerca de terminar, deben continuar atendiendo casos de niños que realmente están en condiciones de riesgo. 

Por dramática que pueda parecer, se trata de una historia real, como muchas otras que se viven todos los días en los juzgados de niñez y adolescencia, que, como gran parte del Organismo Judicial se encuentran al borde del colapso. Las niñas de la historia tienen la suerte de contar con una familia que se preocupa por ellas y que hará hasta lo imposible por que se encuentren bien y no tengan que atravesar este tipo de traumas permanentemente. Sin embargo, gran parte de los casos que se presentan en los juzgados, son de niños que sí necesitan el abrigo del sistema. 

Lastimosamente, el sistema judicial es sumamente deficiente en este sentido. Aunado a lo anterior, nuestro sistema de abrigo temporal de niñez y adolescencia y el sistema de adopciones son igual de deficientes. Como país, nos urge revisar el sistema de protección de niñez y adolescencia y el sistema de adopciones, este último de una forma que funcione, pues la última vez que se reformó, la solución resultó ser peor que el problema.