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Derechos y obligaciones: Conceptos Correlativos

Armando De la Torre
03 de marzo, 2021

Todo derecho individual presupone una obligación no menos individual.

Las aguas parecen haberse calmado en los Estados Unidos de momento. Pero la secuela de las experiencias para el último año de Trump nos ha dejado a todos inquietos en extremo.

Y ya se ha evidenciado por todo ello que este mundo el último cuarto de siglo ha entrado en una nueva era radical para todos nosotros.

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Nada insólito, pues la historia, ya lo deberíamos saber, se repite una y otra vez. Y en tal sentido, la competencia por el poder absoluto se reitera inevitablemente. Y, como lo que ha devenido sernos usual, caemos en la cuenta demasiado tarde. 

Olvidemos los rasgos microscópicos de otras eras como la de los Faraones o la de los grandes imperios asiáticos, o más cercano a nosotros del absolutismo europeo de los siglos XVII y XVIII que muy bien lo supo condensar Luis XIV con una brutal frase: “L’État, c’est moi”, “El Estado soy Yo”. 

No menos de aquellos hombres excepcionales que marcaron puntualmente los ritmos de las culturas, como por ejemplo, Siddhartha Gautama, Zoroastro, Alejandro Magno o Pedro El Grande en la Rusia Imperial.   

Porque ahora este nuevo “Gran Hermano” carece de nombre propio, no porque no lo tenga sino porque les es del todo inútil. El “Gran Hermano” ha llegado para quedarse y no importa cómo lo llamemos. 

Sus acciones, ya me son filosóficamente horripilantes. 

Un ejemplo al canto: Un gobierno democrático de tantos, el de la Australia contemporánea, que rige sobre la isla más grande del planeta acaba de recibir la primera seria advertencia de ese “Gran Hermano” que nos es habitualmente anónimo. Y lo que sigue lo tomo de la BBC de Londres:    

“El parlamento acaba de pasar una ley que obliga a las tecnológicas a pagar a los medios escritos de comunicación por sus noticias y hasta de informar de cambios en sus algoritmos.

Enseguida “Google amenazó con salirse del país, pero rectificó esta semana aceptando un acuerdo con los otros gigantes mediáticos para pagar en dinero real la inclusión de sus respectivos artículos en la sección de noticias del buscador. 

Facebook, sin embargo, optó por bloquear, sin previo aviso, la publicación y compartición de noticias de otras fuentes en su plataforma.

…Esa pugna entre Canberra y los gigantes tecnológicos se observa con atención desde distintos países del mundo, que también viven el impacto que esas plataformas ha implicado en el ecosistema mediático.

Canadá ha apoyado la misma medida, Francia ya siguió por ese camino, y mientras tanto en toda la Unión Europea empieza a sondearse regulaciones similares. 

Y lo que suceda en Australia es importante porque puede ser el preludio de un cambio de paradigma global.

…El debate es complejo y aborda un problema que viene muy de lejos. Google y Facebook se han beneficiado de poder agregar enlaces a noticias de medios escritos de comunicación ajenos, mientras estos otros han utilizado el altavoz de esas plataformas para hacer llegar su información a más ciudadanos de los que podrían haber planeado. Sin embargo, el creciente poderío de Google y Facebook las han convertido en un duopolio que absorbe la mayor parte de la publicidad digital, drenando el financiamiento de los otros medios —que así han perdido miles de millones en anuncios— y lo que han acelerado los despidos de periodistas y la precarización del entero sector informativo.” 

Efectivamente, tal episodio nos confirma que ya hemos entrado en la era del “Gran Hermano” que nos anticipara el genial “George Orwell” para la década de los cuarenta del siglo pasado. 

Por ponerlo más claro, una era para solo acatar obligaciones, no tanto para ejercer derechos

En otras palabras, ya hemos cruzado el umbral de la absoluta dictadura de los fingidos Hermanos todopoderosos nuestros, superando con creces las ficciones de otras épocas.

Ni, por el momento, tampoco se avizoran otros Donald Trumps que a su estilo algo rudo y agresivo combatan por nosotros y con nosotros esos fantasmas totalitarios de la febril pero realista imaginación de “George Orwell”. 

Y esto a propósito del tema de “derechos” y “obligaciones” que creo correlativos y que hacen el título de esta que entrega. 

Otra realidad: hoy todos afirmamos estar a favor de los derechos, sobre todo los adjetivados humanos

Un exponente coyuntural muy conocido en Europa es el Presidente de Francia, Emmanuel Macron. Personaje algo peculiar, pues no se identifica con ninguna de las usuales corrientes políticas del pensamiento francés contemporáneo.

Por un momento, hace unos dos años, se pensó y se dijo que él encarnaba los ideales de una Francia renacida que había dejado atrás aquel radicalismo político y la demagogia exaltada de la Tercera y Cuarta repúblicas francesas. Es más, dada sus posiciones nacionales y globalistas a un tiempo, muchos en el Occidente lo consideraron la alternativa en su momento más civilizada y elegante a la de Donald Trump. 

Pero toda imagen simplista entraña complejidades nada fáciles de defender. Y así ha tenido que soportar reiteradas manifestaciones multitudinarias en su contra, eso sí muy al estilo de todas las Repúblicas que le han precedido en su nativa Francia. Aunque, sin embargo, también ha sabido reiterar que no hay derechos que defender sin obligaciones simultáneas cumplidas a rajatabla. He aquí lo que a mis ojos lo asimila a la actitud digna de sus correligionarios en Australia.

Otra alternativa a esa más tibia de Angela Merkel. 

Y con ella se me agotan las opciones del presente.

Las  masas, por su puesto, se solidarizan con los poderes más obvios y estridentes del momento. De ahí que en el caso de los Estados Unidos los medios masivos de comunicación se proclamen monótonamente como pro demócratas y muy poco republicano.

Lo que es comprensible. Porque el gobierno entre iguales es siempre el ideal de los de hecho menos iguales que los demás. 

Y en cambio, el gobierno de contrapesos, que en eso consiste esencialmente una República, a las masas siempre les resulta más difícil de entender y, por supuesto, de preferir.  

Y de ahí que también me resulte clarísimo que un simplón como Joe Biden se haya vuelto el preferido de los explotadores de los medios masivos de comunicación, o sea, de los oligarcas que abusan del poder excesivo que les ha posibilitado la revolución digital. 

Pero los Estados Unidos continúan siendo una República efectiva aunque algo menoscabada. Por eso aguardo esperanzado las elecciones legislativas dentro de dos años y, todavía más, a las presidenciales dentro de cuatro.

Porque lo decisivo no es tan solo saber quién gobierna sino cuánto gobierna. Por eso por mi parte siempre he apostado a una República más que a una democracia, aunque lo ideal se constituya con una combinación sensata de ambas formas del ejercicio coactivo.    

De manera que, amigos, no nos queda otra que esperar… 

Derechos y obligaciones: Conceptos Correlativos

Armando De la Torre
03 de marzo, 2021

Todo derecho individual presupone una obligación no menos individual.

Las aguas parecen haberse calmado en los Estados Unidos de momento. Pero la secuela de las experiencias para el último año de Trump nos ha dejado a todos inquietos en extremo.

Y ya se ha evidenciado por todo ello que este mundo el último cuarto de siglo ha entrado en una nueva era radical para todos nosotros.

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Nada insólito, pues la historia, ya lo deberíamos saber, se repite una y otra vez. Y en tal sentido, la competencia por el poder absoluto se reitera inevitablemente. Y, como lo que ha devenido sernos usual, caemos en la cuenta demasiado tarde. 

Olvidemos los rasgos microscópicos de otras eras como la de los Faraones o la de los grandes imperios asiáticos, o más cercano a nosotros del absolutismo europeo de los siglos XVII y XVIII que muy bien lo supo condensar Luis XIV con una brutal frase: “L’État, c’est moi”, “El Estado soy Yo”. 

No menos de aquellos hombres excepcionales que marcaron puntualmente los ritmos de las culturas, como por ejemplo, Siddhartha Gautama, Zoroastro, Alejandro Magno o Pedro El Grande en la Rusia Imperial.   

Porque ahora este nuevo “Gran Hermano” carece de nombre propio, no porque no lo tenga sino porque les es del todo inútil. El “Gran Hermano” ha llegado para quedarse y no importa cómo lo llamemos. 

Sus acciones, ya me son filosóficamente horripilantes. 

Un ejemplo al canto: Un gobierno democrático de tantos, el de la Australia contemporánea, que rige sobre la isla más grande del planeta acaba de recibir la primera seria advertencia de ese “Gran Hermano” que nos es habitualmente anónimo. Y lo que sigue lo tomo de la BBC de Londres:    

“El parlamento acaba de pasar una ley que obliga a las tecnológicas a pagar a los medios escritos de comunicación por sus noticias y hasta de informar de cambios en sus algoritmos.

Enseguida “Google amenazó con salirse del país, pero rectificó esta semana aceptando un acuerdo con los otros gigantes mediáticos para pagar en dinero real la inclusión de sus respectivos artículos en la sección de noticias del buscador. 

Facebook, sin embargo, optó por bloquear, sin previo aviso, la publicación y compartición de noticias de otras fuentes en su plataforma.

…Esa pugna entre Canberra y los gigantes tecnológicos se observa con atención desde distintos países del mundo, que también viven el impacto que esas plataformas ha implicado en el ecosistema mediático.

Canadá ha apoyado la misma medida, Francia ya siguió por ese camino, y mientras tanto en toda la Unión Europea empieza a sondearse regulaciones similares. 

Y lo que suceda en Australia es importante porque puede ser el preludio de un cambio de paradigma global.

…El debate es complejo y aborda un problema que viene muy de lejos. Google y Facebook se han beneficiado de poder agregar enlaces a noticias de medios escritos de comunicación ajenos, mientras estos otros han utilizado el altavoz de esas plataformas para hacer llegar su información a más ciudadanos de los que podrían haber planeado. Sin embargo, el creciente poderío de Google y Facebook las han convertido en un duopolio que absorbe la mayor parte de la publicidad digital, drenando el financiamiento de los otros medios —que así han perdido miles de millones en anuncios— y lo que han acelerado los despidos de periodistas y la precarización del entero sector informativo.” 

Efectivamente, tal episodio nos confirma que ya hemos entrado en la era del “Gran Hermano” que nos anticipara el genial “George Orwell” para la década de los cuarenta del siglo pasado. 

Por ponerlo más claro, una era para solo acatar obligaciones, no tanto para ejercer derechos

En otras palabras, ya hemos cruzado el umbral de la absoluta dictadura de los fingidos Hermanos todopoderosos nuestros, superando con creces las ficciones de otras épocas.

Ni, por el momento, tampoco se avizoran otros Donald Trumps que a su estilo algo rudo y agresivo combatan por nosotros y con nosotros esos fantasmas totalitarios de la febril pero realista imaginación de “George Orwell”. 

Y esto a propósito del tema de “derechos” y “obligaciones” que creo correlativos y que hacen el título de esta que entrega. 

Otra realidad: hoy todos afirmamos estar a favor de los derechos, sobre todo los adjetivados humanos

Un exponente coyuntural muy conocido en Europa es el Presidente de Francia, Emmanuel Macron. Personaje algo peculiar, pues no se identifica con ninguna de las usuales corrientes políticas del pensamiento francés contemporáneo.

Por un momento, hace unos dos años, se pensó y se dijo que él encarnaba los ideales de una Francia renacida que había dejado atrás aquel radicalismo político y la demagogia exaltada de la Tercera y Cuarta repúblicas francesas. Es más, dada sus posiciones nacionales y globalistas a un tiempo, muchos en el Occidente lo consideraron la alternativa en su momento más civilizada y elegante a la de Donald Trump. 

Pero toda imagen simplista entraña complejidades nada fáciles de defender. Y así ha tenido que soportar reiteradas manifestaciones multitudinarias en su contra, eso sí muy al estilo de todas las Repúblicas que le han precedido en su nativa Francia. Aunque, sin embargo, también ha sabido reiterar que no hay derechos que defender sin obligaciones simultáneas cumplidas a rajatabla. He aquí lo que a mis ojos lo asimila a la actitud digna de sus correligionarios en Australia.

Otra alternativa a esa más tibia de Angela Merkel. 

Y con ella se me agotan las opciones del presente.

Las  masas, por su puesto, se solidarizan con los poderes más obvios y estridentes del momento. De ahí que en el caso de los Estados Unidos los medios masivos de comunicación se proclamen monótonamente como pro demócratas y muy poco republicano.

Lo que es comprensible. Porque el gobierno entre iguales es siempre el ideal de los de hecho menos iguales que los demás. 

Y en cambio, el gobierno de contrapesos, que en eso consiste esencialmente una República, a las masas siempre les resulta más difícil de entender y, por supuesto, de preferir.  

Y de ahí que también me resulte clarísimo que un simplón como Joe Biden se haya vuelto el preferido de los explotadores de los medios masivos de comunicación, o sea, de los oligarcas que abusan del poder excesivo que les ha posibilitado la revolución digital. 

Pero los Estados Unidos continúan siendo una República efectiva aunque algo menoscabada. Por eso aguardo esperanzado las elecciones legislativas dentro de dos años y, todavía más, a las presidenciales dentro de cuatro.

Porque lo decisivo no es tan solo saber quién gobierna sino cuánto gobierna. Por eso por mi parte siempre he apostado a una República más que a una democracia, aunque lo ideal se constituya con una combinación sensata de ambas formas del ejercicio coactivo.    

De manera que, amigos, no nos queda otra que esperar…