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Historias Urbanas | Pleitos de colibríes

Invitado
04 de abril, 2021

Pleitos de colibríes.  Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Recién me enteré que los pleitos por la propiedad de terrenos —que suelen causar guerras fratricidas entre los clanes que ayer se juntaron para darse el abrazo de Navidad— también ocurren entre las aves.

Hace un par de años escribí acerca de las visitas diarias de tres especies de colibríes al jardín de la casa donde vivo. Acaba de unirse el representante de una cuarta variedad, caracterizada por su plumaje entre azul y verde. Tiene el pecho blanco y franjas negras debajo de los ojos.

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El recién llegado se apresuró a desalojar al colibrí verde esmeralda. Lo persiguió hasta convencerlo de que no quería encontrárselo entre las siemprevivas y la buganvilia. Todas las flores eran suyas por derecho de conquista. Ante ese comportamiento, lo apodé el Acaparador.

Era celoso, no dejaba que nadie se acercara al paraje recién ocupado. Tras un par de escarceos, el colibrí verde esmeralda aceptó su destierro. Ahora me lo encuentro entre los camarones rojos y amarillos. Prefiere asomarse por la madrugada y antes del anochecer, seguro de que pasará inadvertido entre las sombras. Mientras se alimenta, vigila que el Acaparador no se le acerque.

Seguro de que no se encontraría oposición, el Acaparador trató de extender sus dominios hacia el espacio que frecuenta la pareja de colibríes canelos. Debió replegarse, no pudo contra el frente común que armaron en su contra. Aunque se quiso quedar con todo, se topó con fuerzas superiores y comprendió que no podría anexarse nuevos territorios.

Y se estuvo tranquilo hasta que cierto mediodía lo vi batiéndose contra un colibrí verde olivo. Los dos se persiguieron entre las plantas; me recordaron al Hombre Araña esquivando los ataques de Hobgoblin entre los rascacielos de la isla de Manhattan; chocaban sus picos al estilo de D’artagnan y los tres mosqueteros contra los hombres del cardenal Richelieu. El duelo se repitió hasta que el Acaparador se retiró humillado y el colibrí verde olivo se erigió como el nuevo amo.

Aún así, el Acaparador no se resigna. Entró en la fase de resistencia y guerra de guerrillas contra el invasor. Cae de improviso sobre el colibrí verde olivo y lo aguijonea para desesperarlo. Espera que se vaya a buscar otro jardín y le deje todas las flores a su disposición. Mucho le costó acabar con la competencia para que otro venga y se aproveche.

Por algo usaron a los animales como personajes de las fábulas que terminan con normas destinadas a la buena conducta. Estos comportamientos de nuestros visitantes, dictados por el interés, por asegurarse el espacio vital, también se replican en la especie autodesignada como Homo sapiens.

Historias Urbanas | Pleitos de colibríes

Invitado
04 de abril, 2021

Pleitos de colibríes.  Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Recién me enteré que los pleitos por la propiedad de terrenos —que suelen causar guerras fratricidas entre los clanes que ayer se juntaron para darse el abrazo de Navidad— también ocurren entre las aves.

Hace un par de años escribí acerca de las visitas diarias de tres especies de colibríes al jardín de la casa donde vivo. Acaba de unirse el representante de una cuarta variedad, caracterizada por su plumaje entre azul y verde. Tiene el pecho blanco y franjas negras debajo de los ojos.

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El recién llegado se apresuró a desalojar al colibrí verde esmeralda. Lo persiguió hasta convencerlo de que no quería encontrárselo entre las siemprevivas y la buganvilia. Todas las flores eran suyas por derecho de conquista. Ante ese comportamiento, lo apodé el Acaparador.

Era celoso, no dejaba que nadie se acercara al paraje recién ocupado. Tras un par de escarceos, el colibrí verde esmeralda aceptó su destierro. Ahora me lo encuentro entre los camarones rojos y amarillos. Prefiere asomarse por la madrugada y antes del anochecer, seguro de que pasará inadvertido entre las sombras. Mientras se alimenta, vigila que el Acaparador no se le acerque.

Seguro de que no se encontraría oposición, el Acaparador trató de extender sus dominios hacia el espacio que frecuenta la pareja de colibríes canelos. Debió replegarse, no pudo contra el frente común que armaron en su contra. Aunque se quiso quedar con todo, se topó con fuerzas superiores y comprendió que no podría anexarse nuevos territorios.

Y se estuvo tranquilo hasta que cierto mediodía lo vi batiéndose contra un colibrí verde olivo. Los dos se persiguieron entre las plantas; me recordaron al Hombre Araña esquivando los ataques de Hobgoblin entre los rascacielos de la isla de Manhattan; chocaban sus picos al estilo de D’artagnan y los tres mosqueteros contra los hombres del cardenal Richelieu. El duelo se repitió hasta que el Acaparador se retiró humillado y el colibrí verde olivo se erigió como el nuevo amo.

Aún así, el Acaparador no se resigna. Entró en la fase de resistencia y guerra de guerrillas contra el invasor. Cae de improviso sobre el colibrí verde olivo y lo aguijonea para desesperarlo. Espera que se vaya a buscar otro jardín y le deje todas las flores a su disposición. Mucho le costó acabar con la competencia para que otro venga y se aproveche.

Por algo usaron a los animales como personajes de las fábulas que terminan con normas destinadas a la buena conducta. Estos comportamientos de nuestros visitantes, dictados por el interés, por asegurarse el espacio vital, también se replican en la especie autodesignada como Homo sapiens.