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Historias Urbanas | Hábitos alimenticios

Invitado
06 de junio, 2021

Hábitos alimenticios. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Cajas de pizza, bolsas de agua pura y envases de bebidas energéticas amanecen donde estuvieron parqueados el carro o la moto que trasladan a la familia entera de paseo dominical al campo, la playa o el lago de Amatitlán.

Ya no da tiempo de comprar pan sándwich, jamón, mayonesa y queso kraft, para dejarlo todo preparado la noche antes de salir. Tampoco se tiene el decoro de llevar una bolsa donde guardar la basura.

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Los restos de comida se quedan a disposición de los zanates y los perros callejeros. A la par del árbol que brindó su sombra, la grama donde se jugó al futbol y debajo del rótulo que prohíbe tirar desperdicios.

Luego se quejan, al regresar el domingo siguiente, de que todo está sucio y abandonado, por gusto se pagan impuestos a la municipalidad, todo se lo roban y ni un bote mandan a colocar. Ese bote, de estar ahí, permanecería vacío; los trozos de pizza a medio masticar, los pañales del bebé, los envases de las granizadas, yacerían en los alrededores.

Si fuera nutricionista, deduciría la abundancia de grasa corporal, los vientres abultados, la circulación de la sangre bloqueada por los tapones de colesterol, la densa orina que brota tras la ingestión de muchas cervezas.

Podría detectar el olor a diabetes, los futuros problemas renales y las enfermedades que aquejarán al corazón. También percibiría la respiración fatigosa, la vista debilitada por la falta de vitamina A y la halitosis a prueba de todo enjuague bucal con sabor a menta.

Puede inferirse cuáles son los platos que se sirven a diario en la casa que se alquila o se paga a treinta años plazo en la periferia capitalina.

Tiempo, disciplina, dinero y hábitos alimenticios

Es más fácil agarrar el teléfono, revisar la memoria hasta dar con el número buscado y preguntar por el menú del día. No da tiempo de prestarle atención a texturas y sabores. Todo se mastica a medias y se empuja dentro del aparato digestivo con ayuda del agua gaseosa. El cincho para asegurar al pantalón se convierte en instrumento de tortura, como lo fueron los corsés.

Quizá se inscriban en el gimnasio, hagan dieta e intenten cambiar sus hábitos alimenticios. Los hombres anhelan mujeres con el vientre plano y la cintura estrecha, las mujeres sueñan con varones de hombros anchos y estómago sin llantas.

Pero son resultados que demandan tiempo, disciplina y dinero. El tiempo escasea, todos huyen de la disciplina que se porta demasiado rigurosa y el dinero se necesita para resolver urgencias. Tampoco se puede contra la fuerza de la costumbre. El paladar ya se acostumbró a ciertos gustos y no acepta esos cambios de hábito.

Notas de interés:

A caminar

Pleitos de colibríes

La voz del migrante

Síguenos en nuestras redes sociales:


Historias Urbanas | Hábitos alimenticios

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06 de junio, 2021

Hábitos alimenticios. Esta es la historia urbana de José Vicente Solórzano Aguilar.

Cajas de pizza, bolsas de agua pura y envases de bebidas energéticas amanecen donde estuvieron parqueados el carro o la moto que trasladan a la familia entera de paseo dominical al campo, la playa o el lago de Amatitlán.

Ya no da tiempo de comprar pan sándwich, jamón, mayonesa y queso kraft, para dejarlo todo preparado la noche antes de salir. Tampoco se tiene el decoro de llevar una bolsa donde guardar la basura.

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Los restos de comida se quedan a disposición de los zanates y los perros callejeros. A la par del árbol que brindó su sombra, la grama donde se jugó al futbol y debajo del rótulo que prohíbe tirar desperdicios.

Luego se quejan, al regresar el domingo siguiente, de que todo está sucio y abandonado, por gusto se pagan impuestos a la municipalidad, todo se lo roban y ni un bote mandan a colocar. Ese bote, de estar ahí, permanecería vacío; los trozos de pizza a medio masticar, los pañales del bebé, los envases de las granizadas, yacerían en los alrededores.

Si fuera nutricionista, deduciría la abundancia de grasa corporal, los vientres abultados, la circulación de la sangre bloqueada por los tapones de colesterol, la densa orina que brota tras la ingestión de muchas cervezas.

Podría detectar el olor a diabetes, los futuros problemas renales y las enfermedades que aquejarán al corazón. También percibiría la respiración fatigosa, la vista debilitada por la falta de vitamina A y la halitosis a prueba de todo enjuague bucal con sabor a menta.

Puede inferirse cuáles son los platos que se sirven a diario en la casa que se alquila o se paga a treinta años plazo en la periferia capitalina.

Tiempo, disciplina, dinero y hábitos alimenticios

Es más fácil agarrar el teléfono, revisar la memoria hasta dar con el número buscado y preguntar por el menú del día. No da tiempo de prestarle atención a texturas y sabores. Todo se mastica a medias y se empuja dentro del aparato digestivo con ayuda del agua gaseosa. El cincho para asegurar al pantalón se convierte en instrumento de tortura, como lo fueron los corsés.

Quizá se inscriban en el gimnasio, hagan dieta e intenten cambiar sus hábitos alimenticios. Los hombres anhelan mujeres con el vientre plano y la cintura estrecha, las mujeres sueñan con varones de hombros anchos y estómago sin llantas.

Pero son resultados que demandan tiempo, disciplina y dinero. El tiempo escasea, todos huyen de la disciplina que se porta demasiado rigurosa y el dinero se necesita para resolver urgencias. Tampoco se puede contra la fuerza de la costumbre. El paladar ya se acostumbró a ciertos gustos y no acepta esos cambios de hábito.

Notas de interés:

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