“Ela Matiz: modificación de un color con negro o gris”. Este artículo fue tomado del blog Pluma Joven de la Universidad Francisco Marroquín. Un espacio donde los estudiantes exponen sus inquietudes literarias.
Ela estaba frente al mar, tan frío como su color glacial. El agua apenas llegaba a aguijonear los dedos de sus aceitunados pies. Su mirada parecía que contemplaba los colores, aparentemente infinitos, de los fragmentos de coral que el mar mecía tiernamente.
Un puntito malva aquí… otro por allá… un pedazo de vidrio esmeralda… una piedra albaricoque detrás… una rojiza más allá… Una concha que descansaba sobre los granos cremosos se escondía perfectamente a la vista de cualquiera.
El sol ascendente tiñó el cielo de los mismos colores que al suelo daba lienzo. Ela podía sentir cómo el sol bañaba con dulzura su piel. De pronto, escuchó una voz que reconocería hasta en los lugares más ensordecedores. Podía oírla, pero sabía que se encontraba lejos.
Ela se dio cuenta que en pocos momentos estaría de regreso en casa; amaba su casa, a su familia, y su perro tenía un lugar especial en su corazón, pero deseaba poder permanecer ahí.
A medida que la voz se acercaba, pudo distinguir lo que decía.
– ¡Ela!, ¡Ela!, ¿en dónde estás? —decía su hermana. Su voz se fragmentaba en cada paso que daba. Al fin, su hermana la encontró–. ¡Ela! ¿Qué pasa contigo? ¡Nos tienes a todos preocupados! ¡Sabes que no puedes salir de casa sola!
Los ojos marrones de Ela, vestidos por un velo grisáceo, se humedecieron.
- Deberías leer:
Esteban M.
Estudiante de Economía
Sexto Semestre Facultad de Ciencias Económicas
Universidad Francisco Marroquín
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“Ela Matiz: modificación de un color con negro o gris”. Este artículo fue tomado del blog Pluma Joven de la Universidad Francisco Marroquín. Un espacio donde los estudiantes exponen sus inquietudes literarias.
Ela estaba frente al mar, tan frío como su color glacial. El agua apenas llegaba a aguijonear los dedos de sus aceitunados pies. Su mirada parecía que contemplaba los colores, aparentemente infinitos, de los fragmentos de coral que el mar mecía tiernamente.
Un puntito malva aquí… otro por allá… un pedazo de vidrio esmeralda… una piedra albaricoque detrás… una rojiza más allá… Una concha que descansaba sobre los granos cremosos se escondía perfectamente a la vista de cualquiera.
El sol ascendente tiñó el cielo de los mismos colores que al suelo daba lienzo. Ela podía sentir cómo el sol bañaba con dulzura su piel. De pronto, escuchó una voz que reconocería hasta en los lugares más ensordecedores. Podía oírla, pero sabía que se encontraba lejos.
Ela se dio cuenta que en pocos momentos estaría de regreso en casa; amaba su casa, a su familia, y su perro tenía un lugar especial en su corazón, pero deseaba poder permanecer ahí.
A medida que la voz se acercaba, pudo distinguir lo que decía.
– ¡Ela!, ¡Ela!, ¿en dónde estás? —decía su hermana. Su voz se fragmentaba en cada paso que daba. Al fin, su hermana la encontró–. ¡Ela! ¿Qué pasa contigo? ¡Nos tienes a todos preocupados! ¡Sabes que no puedes salir de casa sola!
Los ojos marrones de Ela, vestidos por un velo grisáceo, se humedecieron.
- Deberías leer:
Esteban M.
Estudiante de Economía
Sexto Semestre Facultad de Ciencias Económicas
Universidad Francisco Marroquín