Es, para sus críticos, la puesta en marcha de la tóxica idiosincrasia puritana de los últimos tiempos; la escrupulosidad excesiva en vía de lo políticamente correcto. Para sus simpatizantes, es todo lo contrario; una especie de contrapoder en manos de las minorías que se rebelan contra el status quo. En un mundo de grises que se empeña por alcanzar la utopía del blanco y del negro, la “Cultura de la Cancelación” es otro más de los temas polarizadores del mundo actual.
Vamos a ello.
Para abordar el tema es necesario resaltar que hay dos frentes. El que está en contra de esta práctica y el que está a favor. En esta columna trataremos el primero y en la siguiente entrega profundizaremos sobre el otro bloque.
Los detractores de la “Cultura de la Cancelación” la definen como la reducción de una persona a un acto o declaración desafortunada, y en el peor de los casos, falsa y orquestada por enemigos de grandes ligas. Es, para ellos, la antítesis a la presunción de inocencia. Esta “Cultura de Cancelación” —cuyo artífice del término no he podido rastrear— hace referencia a lo que hemos visto en los últimos años a través de las redes sociales: alguien que llega a perder su trabajo, una relación o su influencia por una opinión o acción que una masa ha decretado como “inviable” o “intolerable” para sus parámetros morales tan abstractos y, quizás, hasta retrógrados.
Y, si se analizan algunos casos puntuales, parten con mucha razón. La razón por la que este término se ha popularizado es porque sus víctimas han sido muy populares. Ahí están Kevin Spacey, Johnny Depp, JK Rowling, Plácido Domingo o Woody Allen, como víctimas de esta práctica. Algunos fueron denunciados por abusos sexuales, pero nunca se pudo comprobar nada, y otros por sus declaraciones y opiniones contrarias a los colectivos de moda o a lo que hoy por hoy se considera políticamente correcto. De nuevo, un ejercicio de tirar la piedra y esconder la mano, solo que adecuado a las plataformas digitales en donde se tiran cientos de miles de piedras —traducidas en publicaciones o tuits— y nunca se buscan los brazos que las lanzaron —porque proliferan las cuentas anónimas y de netcenters que los hacen difíciles de rastrear.
Una de las críticas más acertadas contra la “Cultura de la Cancelación” es que, en la mayoría de los casos, todo suele ser mucho ruido y pocas nueces. Ninguno de los anteriormente citados ha sufrido a gran escala de esa “cancelación” que tanto venden sus masas simpatizantes. Los escándalos solo los han hecho más fuertes y populares. Recomiendo un artículo en EL PAÍS escrito por Andrés Barba, a quien cito a continuación: “No es verdad que la mayoría de los objetivos de linchamientos digitales sean inocentes; solo algunos lo son en realidad. Lo que suele ser cierto es que las víctimas son con frecuencia hombres blancos y con un poder relativo en sus determinados ámbitos que muy pocas veces han visto cuestionados sus privilegios intelectuales. Tampoco es cierto que el ataque suponga en todos los casos un fin radical de sus carreras, solo en algunos. E incluso en esos, muchas veces solo temporal”. ¿Podemos hablar entonces del tiro por la culata? Las víctimas de estos comportamientos son una de las pruebas más fuertes de cómo las redes sociales y la tiranía del clic suelen actuar como masas entorpecidas guiadas por una voz difusa y apoyadas en todo, menos en hechos, datos, verdades.
Otra de las críticas importantes es el auge del puritanismo, entendido no como la doctrina religiosa próxima al calvinismo que surgió en Inglaterra y Escocia en los siglos XVI y XVII, sino como un calificativo aplicado a otras temáticas que, cabe resaltar, descienden de ese intento por purificar los ritos religiosos con una rigidez moral extrema. El puritanismo de hoy hace referencia a esa rigidez y escrupulosidad excesivas en el cumplimiento de determinadas normas de conducta moral pública o privada. Aquí todos tiran la primera piedra aunque no estén libre de pecado. Todos son, en sus perfiles sociales, almas caritativas, santos de altar, ciudadanos modelo y monumentos de transparencia y anticorrupción. ¿Pero no será que somos todos personas, con nuestros matices, defectos y fracasos? ¿Es este puritanismo una sombría motivación a la hipocresía humana?
Hasta aquí las críticas. Pero hace falta ver la defensa a este movimiento —que expongo en la siguiente entrega— para poder opinar al respecto. La otra cara de la moneda habla sobre justicia, sobre las voces de las minorías, sobre el derrocamiento a un sistema que oprime y discrimina. Y eso también debe tomarse en cuenta.
@jdgodoyes
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Es, para sus críticos, la puesta en marcha de la tóxica idiosincrasia puritana de los últimos tiempos; la escrupulosidad excesiva en vía de lo políticamente correcto. Para sus simpatizantes, es todo lo contrario; una especie de contrapoder en manos de las minorías que se rebelan contra el status quo. En un mundo de grises que se empeña por alcanzar la utopía del blanco y del negro, la “Cultura de la Cancelación” es otro más de los temas polarizadores del mundo actual.
Vamos a ello.
Para abordar el tema es necesario resaltar que hay dos frentes. El que está en contra de esta práctica y el que está a favor. En esta columna trataremos el primero y en la siguiente entrega profundizaremos sobre el otro bloque.
Los detractores de la “Cultura de la Cancelación” la definen como la reducción de una persona a un acto o declaración desafortunada, y en el peor de los casos, falsa y orquestada por enemigos de grandes ligas. Es, para ellos, la antítesis a la presunción de inocencia. Esta “Cultura de Cancelación” —cuyo artífice del término no he podido rastrear— hace referencia a lo que hemos visto en los últimos años a través de las redes sociales: alguien que llega a perder su trabajo, una relación o su influencia por una opinión o acción que una masa ha decretado como “inviable” o “intolerable” para sus parámetros morales tan abstractos y, quizás, hasta retrógrados.
Y, si se analizan algunos casos puntuales, parten con mucha razón. La razón por la que este término se ha popularizado es porque sus víctimas han sido muy populares. Ahí están Kevin Spacey, Johnny Depp, JK Rowling, Plácido Domingo o Woody Allen, como víctimas de esta práctica. Algunos fueron denunciados por abusos sexuales, pero nunca se pudo comprobar nada, y otros por sus declaraciones y opiniones contrarias a los colectivos de moda o a lo que hoy por hoy se considera políticamente correcto. De nuevo, un ejercicio de tirar la piedra y esconder la mano, solo que adecuado a las plataformas digitales en donde se tiran cientos de miles de piedras —traducidas en publicaciones o tuits— y nunca se buscan los brazos que las lanzaron —porque proliferan las cuentas anónimas y de netcenters que los hacen difíciles de rastrear.
Una de las críticas más acertadas contra la “Cultura de la Cancelación” es que, en la mayoría de los casos, todo suele ser mucho ruido y pocas nueces. Ninguno de los anteriormente citados ha sufrido a gran escala de esa “cancelación” que tanto venden sus masas simpatizantes. Los escándalos solo los han hecho más fuertes y populares. Recomiendo un artículo en EL PAÍS escrito por Andrés Barba, a quien cito a continuación: “No es verdad que la mayoría de los objetivos de linchamientos digitales sean inocentes; solo algunos lo son en realidad. Lo que suele ser cierto es que las víctimas son con frecuencia hombres blancos y con un poder relativo en sus determinados ámbitos que muy pocas veces han visto cuestionados sus privilegios intelectuales. Tampoco es cierto que el ataque suponga en todos los casos un fin radical de sus carreras, solo en algunos. E incluso en esos, muchas veces solo temporal”. ¿Podemos hablar entonces del tiro por la culata? Las víctimas de estos comportamientos son una de las pruebas más fuertes de cómo las redes sociales y la tiranía del clic suelen actuar como masas entorpecidas guiadas por una voz difusa y apoyadas en todo, menos en hechos, datos, verdades.
Otra de las críticas importantes es el auge del puritanismo, entendido no como la doctrina religiosa próxima al calvinismo que surgió en Inglaterra y Escocia en los siglos XVI y XVII, sino como un calificativo aplicado a otras temáticas que, cabe resaltar, descienden de ese intento por purificar los ritos religiosos con una rigidez moral extrema. El puritanismo de hoy hace referencia a esa rigidez y escrupulosidad excesivas en el cumplimiento de determinadas normas de conducta moral pública o privada. Aquí todos tiran la primera piedra aunque no estén libre de pecado. Todos son, en sus perfiles sociales, almas caritativas, santos de altar, ciudadanos modelo y monumentos de transparencia y anticorrupción. ¿Pero no será que somos todos personas, con nuestros matices, defectos y fracasos? ¿Es este puritanismo una sombría motivación a la hipocresía humana?
Hasta aquí las críticas. Pero hace falta ver la defensa a este movimiento —que expongo en la siguiente entrega— para poder opinar al respecto. La otra cara de la moneda habla sobre justicia, sobre las voces de las minorías, sobre el derrocamiento a un sistema que oprime y discrimina. Y eso también debe tomarse en cuenta.
@jdgodoyes
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